SENTIMENTALIDAD DEL MODERNISMO ECUATORIANO
“El alma en los labios” de Medardo Ángel silva
Antonio Joaquín González
Medardo Ángel Silva (Guayaquil 1898-1919) es uno de los autores más significativos de la Generación Decapitada, máxima expresión del Modernismo en Ecuador. Sus poemas están recogidos en la obra El árbol del bien y del mal (1918). Entre las composiciones contenidas en este libro hay una que ha tenido una acogida muy especial, pues ha llegado a nuestros días convertida en un pasillo que sigue escuchándose.
Este es el poema:
El alma en los labios
Cuando de nuestro amor la llama apasionada
dentro tu pecho amante contemple ya extinguida,
ya que solo por ti la vida me es amada,
el día en que me faltes, me arrancaré la vida.
Porque mi pensamiento, lleno de este cariño,
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo,
lejos de tus pupilas es triste como un niño
que se duerme, soñando en tu acento de arrullo.
Para envolverte en besos quisiera ser el viento
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento
para poder estar más cerca de tu boca.
Vivo de tu palabra y eternamente espero
llamarte mía como quien espera un tesoro.
Lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero
y, besando tus cartas, ingenuamente lloro.
Perdona que no tenga palabras con que pueda
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda
rasgarme el pecho, amada, y en tus manos de seda
¡dejar mi palpitante corazón que te adora!
Baladas, reminiscencias y otros poemas, 1916-1917
Medardo Ángel Silva
Y estos son los elementos que quiero destacar
“El alma en los labios” pertenece a la sección del libro El árbol del bien y del mal titulada “Baladas, Reminiscencias y otros poemas (1916-1917)”. Poema muy cercano a la muerte de su autor (¿algo en su vida pudo no estarlo?, pues toda su obra es un anuncio del final). La composición está formada por versos alejandrinos, los cuales junto al dodecasílabo, constituyen la esencia métrica del Modernismo en español; respecto a la estrofa son cuatro tetrástrofos monorrimos (ABAB) y un quinteto final (ABAAB).
En “El alma en los labios” el sentimiento apasionado es como un fuego. Esta imagen que nos sigue impresionando arranca poéticamente en la tradición occidental de la canción trovadoresca medieval, aunque su origen bien podría guiarnos hacia la luminosidad de las almas de un Neoplatonismo que se recupera en la filosofía ocultista, tan del gusto de los creadores modernistas. Ese fuego, esa llama o esa luz (¿será necesario recordar aquí uno de los más bellos pasillos cantados como es “Ángel de Luz”?) se convierte para el poeta en su única razón vital, por ello “el día en que me faltes, me arrancaré la vida”. ¿No será este verso un anuncio del drama que está gestándose? Tampoco hemos de olvidar que el juego con la muerte y el pensamiento macabro son una constante en la poesía de Medardo Ángel Silva.
¿A qué drama me refiero? La especial sensibilidad del poeta le puede conducir a ver el futuro inexorable que en su caso se transformó en una dolorosa realidad.
Un año antes de su muerte, escribió para la revista Patria: “Sé que hay un negro país, ¿dónde?, al que iré algún día. Las estrellas desveladas me oyeron preguntar. ¿Cuándo? Pero bien sé que nadie sobre la negra tierra podrá decírmelo… La mensajera vendrá por mí a cierta hora. ¿Quién eres? preguntará mi corazón. Ella, cubierta la faz por negros tules, nada responderá. Silenciosamente ha de sentarse en mi barca; tomará el gobernalle… y partiremos”.
Así, la noche del 10 de junio de 1919, Medardo Ángel Silva se dirigió a la casa de la que consideraba su novia, Rosa Amada Villegas; salió de su casa después de despedirse de su madre, bajo su chaqueta un revólver Smith and Wesson; aquel mismo día había comprado un remedio para la gripe que le aquejaba, unida a la tuberculosis que desde tiempo atrás hacía que su mundo se distorsionase en una visión de fiebre y ahogo. El poeta se queda solo unos instantes en la casa; suena un disparo y al llegar a la estancia, Rosa Amada se encuentra con un amante que agoniza y ya no de pasión sino a consecuencia de un disparo recibido detrás de la oreja. En la prensa de la época se valoraron diversas posibilidades, ¿asesinato?, ¿accidente?, lo más probable fuese el suicidio, no sin ciertos misterios que nunca podrán ser resueltos.
Muchos años después, en una entrevista que le fue realizada en 1977, Rosa Amada Villegas dirá: “Fue lo que él dijo, que me amaba; tendría yo entonces 14 ó 15 años, muy joven, escasa experiencia, fácilmente sugestionable. Fuimos enamorados corto tiempo; si yo lo hubiese amado realmente jamás habría sido feliz a su lado. […] Se inyectaba. […] Decidí terminar tales relaciones.”
El suceso se archiva como suicidio, sin más trámites. ¿Podía esperar algo más este poeta al que desde la niñez persiguió la desgracia y la penuria? La vida siguió y Rosa Amada Villegas acabaría contrayendo matrimonio con Lauro Dávila, otro de los grandes poetas del Pasillo ecuatoriano, autor de la letra de “Guayaquil de mis amores”. Antes del olvido y dos días después del suicidio, el 12 de junio de 1919, El Guante publicó un artículo sobre la muerte del poeta, acompañado de un retrato de la amada (“rasgarme el pecho, amada, y en tus manos de seda”)
“He aquí la encantadora niña que tiene la clave del misterio doloroso de la muerte del malogrado poeta, cuya tragedia ha puesto un mundo de amargura en todos los corazones. He aquí la inspiradora de sus versos y la fomentadora de los sueños melancólicos del bardo y a cuyos oídos sonó el adiós que truncó esa vida en la que las sombras del dolor mataron todas las ilusiones. ¿Fueron, acaso, sus delicadas manos las que crueles troncharon la flor de los amorosos ensueños? ¿Fueron, acaso, sus labios los que dijeron la palabra desengaño? ¿Fueron sus bellos ojos los que le negaron la luz para iluminar la áspera senda del poeta? ¡Quién sabe! Quizá también la desolada virgen no comprendió el fatal secreto que iba a abrir el negro abismo entre sus vidas, y al ver caer a su lado al bardo adolescente, salpicando con la roja y caliente sangre su blanco corpiño, en la trágica y horrible escena, vio caer muerta su ilusión, entre el dolor y el asombro. ¡Pobres almas que tal vez por diversos caminos fueron ciegas, la una hacia el dolor y la otra hacia la muerte”.
Volvamos a este poema que, como las palabras de Casandra, anuncia la desgracia aun en la expresión del sentimiento. El amor en “El alma en los labios” es como la esclavitud en la que el amante se transforma en el servidor, en un instante que será recordado como un momento feliz; nada nuevo para la tradición occidental desde la poesía provenzal. La necesidad de estar cerca se transforma en una búsqueda de posesión del ser amado (como en el hermoso bolero “Júrame” de María Greever); transfigurarse en ella misma, ser el viento, su sonrisa, todo lo que su mano toque, hasta el aliento. Servicio y posesión, pero los amantes bien saben que tal es la dicha. En el poema se habla de espera y de lloros, ¿quizá no es todavía un amor correspondido? Así lo sugieren las palabras de Rosa Amada Villegas.
La emoción está en las pupilas de la amada, sus ojos como en tantas composiciones románticas son su máxima expresión (recordemos el pasillo “Ojos verdes” basado en el poema de Amado Nervo “Triste” de Los jardines interiores, 1905). Tal sentimiento llevará a un final truculento, por muy metafórico que sea. Las palabras son un instrumento tan pobre para expresar tal pasión devoradora que para el amante sólo queda rasgarse el pecho y depositar en las manos de la amada, como ofrenda de sangriento sacrificio, el propio corazón todavía palpitante. Desde esta conclusión, ¿cuál es la imagen de la mujer que se está transmitiendo en este poema? La misma que en la poesía trovadoresca recibía el nombre de dame sans merci; una mujer dibujada con trazos muy cercanos a lo sádico y a la frialdad, la causa de la pasión que devora al poeta, una imagen frecuente en la estética decadentista, ejemplificada tanto en la pintura como en la poesía de finales del siglo XIX, Baudelaire entre otros. Hay un elemento inquietante, cuando no siniestro, en esta categorización de la amada, más allá de la descripción de su pecho, sus pupilas, su acento de arrullo, su sonrisa, su boca, su aliento están unas manos de seda que en el contrapunto se transforma en crueldad al recibir en ellas un corazón todavía palpitante; una muestra más de cómo admite el servicio amoroso, con frialdad hacia un esclavo que llora sobre las cartas, seguramente de ruptura, que ha recibido desde esas mismas manos de seda.
Para escuchar el pasillo “El alma en los labios”
– Julio Jaramillo: http://www.youtube.com/watch?v=_ZKT0ebLzKw
– Juan Fernando Velasco: http://www.youtube.com/watch?v=-g9H_Ny2NOw
– Juan Fernandp Velasco y Fonseca: http://www.youtube.com/watch?v=vu5-GiLIoEY
– Karla Kanora y El Trío Pambil: http://www.youtube.com/watch?v=NZ3GymNM0oQ
– Alexandra Cabanilla – Pasional. Interpretado con toques de Tango Argentino: http://www.youtube.com/watch?v=4AZzF4mzbtE
– Duo Matiz Andino Rubén Terán y Carolina: http://www.youtube.com/watch?v=oROk5ZKCBhI
Clap Clap Clap!!!
Antonio ud. ha escogido a uno de mis poetas favoritos Soy ecuatoriana y a mis escasos 4 o 5 años comencé a llenarme el alma de su poesía. Me hice a su piel, a su dolor, a su desgracia…me inyecté con su pena y he seguido su senda en busca del remedio que amortigua las dudas. Su poesía grita el inconformismo a la vida.
Yo comencé a hacer un estudio comparativo de Medardo AS. (Generación decapitada) y Otro poeta canadiense (Poetas malditos) pero lo tengo inconcluso.
Inmenso placer en haberlo descubierto.
Saludos desde Quebec.
En primer lugar gracias por sus comentarios. La generación Decapitada supuso para mi todo un hallazgo y fue una gran experiencia escuchar algunos de su versos interpretados con la música del pasillo. Entre los escritores ecuatorianos también tengo en el punto más alto a Juan Montalvo y a Demetrio Aguilera Malta. Le animo a seguir con su estudio y espero poder leerlo algún día.
Reciba un saludo.
Antonio Joaquín González.