Desde lo alto del palo mayor, el gaviero indica los riesgos que surgen en la derrota.
Sus ojos vagan hacia un horizonte que le rodea en todas las direcciones, sin llegar jamás a su final; por ello, su vida es el eterno caminar.
Así es también en la tierra, como en el océano.

Patio de la Mezquita de Córdoba
Pero siempre hay un lugar, que puede ser interior; una puerta marcada por tres árboles y más allá del umbral, el recogimiento, la quietud, la sombra que resguarda sus ojos cansados, el silencio circunscrito a cuatro paredes encaladas, la biblioteca que contiene el mundo.
Somos vagabundos, recorremos los caminos, pues tal es la vida, y es en nuestra mansión del gaviero donde el recuerdo permite sentir cada uno de los pasos dados por el cosmos.
Hace años tuve la dicha de ser llamado “Hermano” por Álvaro Mutis.
Ambos anduvimos sendas secretas por la ciudad de los Nazaríes y por la Córdoba de los Omeyas; ambos seguimos la ruta que siempre conduce hacia el interior.
Sean estas palabras un emocionado y fraternal abrazo
y como norma de vida estos versos del caminante
“Pasar el desierto cantando, con la arena triturada en los dientes y las uñas con sangre de monarcas, es el destino de los mejores, de los puros en el sueño y la vigilia”
“Los trabajos perdidos”, Álvaro Mutis
Declaración
Cada puerta encierra un misterio.
Sabemos cómo se llama la estancia, pero ni yo mismo puedo afirmar qué se esconde más allá de cada dintel.
Cansado de unas normas que premian las relaciones sociales y no el trabajo, he decidido adentrarme en esta Mansión del Gaviero para depositar en ella el fruto de mis desvelos, de mis empresas y de mis alegrías. También para dar hospitalidad a aquellos que quieran participar en una búsqueda que comienza con buenos augurios.
No admitiré aquí más cortapisas que mi libertad, y la tuya, desconocido lector que hoy cruzas el umbral de la Mansión del Gaviero.
Zaragoza, un día de septiembre de 2013
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