Capilla

LA DEFENSA DE LA LIBERTAD DESDE EL ESPÍRITU.

JUAN MONTALVO

Antonio Joaquín González

OLYMPUS DIGITAL CAMERAPara Miguel de Unamuno, lo primordial en la literatura de Juan Montalvo era el insulto, el ataque directo y feroz contra sus enemigos. Aunque para la posteridad quedase la impresión de un Juan Montalvo como la de un gañán educado en el uso de la palabra, nada más alejado de la realidad. Es uno de los autores que más se han acercado a un concepto de libertad no centrado en la consecución de unos objetivos políticos, sociales, económicos o morales; para él, este principio es el reconocimiento de la esencia puramente humana, la cual no existe sólo en una realidad sociocultural y política, sino que es una luz que yace en el espíritu.

La base de la libertad en la obra de Juan Montalvo arranca del Evangelio de San Juan (8, 32), “La Verdad os hará libres”; es por ello por lo que en buena parte de su obra (especialmente en Siete Tratados y en Geometría moral) se empeña en su afán didáctico. La Libertad es la verdad y la tiranía la mentira, lo deforme, tal y como es ejemplificado en sus brutales caricaturas de Ignacio Veintemilla.

En El Antrofófago, escribirá una de las mejores arengas en las que se mezcla el orgullo de ser humano con ese espíritu quijotesco tan presente en su obra:

“Nací libre; al salir al mundo recibí el baño de la Libertad, y en mi alma resplandecerá una aurora divina, anuncio del favor con el que la ley de redención quiso protegerme. Nací libre, por eso lo soy; nací libre, por eso no gimo bajo el yugo de la servidumbre, y mi alma se encumbra por las regiones altas, al paso que mi cuerpo se contonea sin temor de cadenas ni mordaza”.

La Libertad es una lucha contra la tiranía, pero no entendida como se transmite en la cruenta descripción que de la Revolución hace Chateaubriand, sino como la lucha de don Quijote, que avanza con su ideal siempre presente; estas son las palabras que Cervantes pone en boca de su héroe:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrecheces de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!” (Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, capítulo LVIII).

don-quijote_gustave-dorc3a9En Capítulos que se le olvidaron a Cervantes encontramos el siguiente discurso de don Quijote sobre la libertad:

“<Libertad e soltura non es por oro comprada>, dijo don Quijote; y dando de espuelas a su caballo, salió del camino por ser de la caballería no seguirlo siempre, sino al contrario, ir por lugares sin senda, por despoblados, montes y valles obscuros, donde suelen toparse doncellas andantes, jayanes, enanos, moros encantados y malandrines, a quienes despanzurrar en un santiamén. <Esto de salir uno cuando le viene en voluntad, amigo Sancho, entrar cuando está cansado, ponerse de nuevo en movimiento, ir y venir sin dar cuenta de sus acciones a nadie, es gran cosa para el hombre que gusta de gobernarse a sí mismo. Pregúntame cuál es el mayor de los males, y me oirás responderte, el cautiverio. ¿Cuál el más infeliz de los nacidos? El esclavo, el preso. La flor del viento, la luz matinal tomada en la campiña, son manjares que el alma saborea con ahínco, y hasta la verdura de los prados, la oscuridad de los montes lejanos contienen un delicioso alimento para el espíritu y el corazón del hombre que puede gozarlos seguramente y libremente. Estos bienes son de aquellos cuyo precio no conocemos sino cuando por desgracia los venimos a perderles; si te supones metido en un calabozo, privado del sol y el aire, verás que el ir por estos campos, libre y sin cautela, caballero en tu jumento, es para ti la tierra prometida. … Puedo seguir el camino, pero conviene más a las armas ir fuera de él; puedo dormir bajo tejado, mas el cielo raso con su alta y anchurosa bóveda es el abrigo natural de los aventureros>” (Capítulos 294)

Y la lucha es uno de los rasgos que marca la biografía de Juan Montalvo; luchó contra los dolores que le persiguieron durante toda su vida; luchó por su compromiso con la Libertad y siempre fue contra los más grandes tiranos que se cruzaron en su camino. No pudo expresarlo de mejor manera, El Cosmopolita, “la vida es la guerra; peleando vivimos, peleando moriremos y, si fuera por nosotros, la tumba sería un campo de batalla” y esa lucha es la búsqueda de ser libre a cada instante. Esta lucha por la libertad, además es una virtud, la Fortaleza, porque no se puede vivir en la bajeza de una cobardía continua.

dore_10REALISMO MÁGICO Y NOVELA DE AVENTURAS.

UN NUEVO MAR PARA EL REY.

DEMETRIO AGUILERA MALTA

Antonio Joaquín González

Imagen del autor en la contraportada de la primera edición de Jaguar

Imagen del autor en la contraportada de la primera edición de Jaguar

La Generación de 1930 en Ecuador, formada principalmente por narradores (Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta, Alfredo Pareja Diezcanseco, José de la Cuadra, Jorge Icaza y Adalberto Ortiz, por citar los más conocidos), manifiesta desde sus inicios una clara voluntad social. En este sentido hay que recordar que el grupo primigenio (los tres primeros autores mencionados) van a verse marcados por un suceso, del 15 de noviembre de 1922, la matanza de trabajadores ocurrida en Guayaquil. Sin embargo, desde el principio el grupo va a desarrollar unos principios estéticos muy cercanos a lo que será denominado Realismo Mágico, adelantándose incluso al surgir en todo su esplendor de esta manifestación narrativa. Así sucede con una obra escrita entre Aguilera Malta, Gil Gilbert y Gallegos Lara, Los que se van. Cuentos del cholo i el montuvio (1930). Recordemos, a modo de ejemplo, las obras de Miguel Ángel Asturias, Leyendas de Guatemala (1930) o El señor presidente (1946) y la de Alejo Carpentier, El reino de este mundo (1949).

Entre los rasgos característicos del realismo mágico me interesa ahora señalar especialmente la cercanía, en algunos momentos, a la narrativa de aventuras y verlo representado en la novela Un nuevo mar para el rey de Demetrio Aguilera Malta. De igual manera podríamos centrar nuestra atención en sus novelas más puras de esta tendencia maravillosa (Don Goyo, Jaguar, Siete lunas y siete serpientes).

Portada nuevo mar para el rey            Un nuevo mar para el rey (Balboa, Anayansi y el océano Pacífico) se publica en Madrid en 1965 por ediciones Guadarrama. Pertenece la obra a un macroproyecto narrativo mediante el cual Demetrio Aguilera Malta quiso novelizar la historia de América a la manera de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. El proyecto se vio limitado a tres novelas. Las otras dos fueron La caballeresa del sol y El Quijote de El Dorado.

Contra portada nuevo mar para el rey

En Un nuevo mar para el rey se ficcionaliza la vida de Vasco Núñez de Balboa, según los presupuestos de la novela histórica (cuyos principios vienen marcados por el Romanticismo decimonónico). El héroe es descrito desde el prototipo de la novela aventurera, casi podríamos decir en el más puro estilo salgariano. De Emilio Salgari hay muchos elementos que sobreviven en la literatura del realismo mágico, dato que no deberíamos olvidar.

Tras la fracasada expedición de Rodrigo de Bastidas, Vasco Núñez de Balboa regresa a la ciudad de Santo Domingo, abrumado por las deudas. La cuestión económica se ha señalado como uno de los acicates que marcan la acción conquistadora de España en América. Sin embargo, Demetrio Aguilera Malta nos muestra a un español que se aparta del principio de rapiña y lo describe así:

“Cierto que también le gustaban los ducados. Pero le gustaba más la acción. Sentíase feliz cuando esgrimía su larga espada frente a un adversario ducho en estas lides, cuando comandaba un grupo de hombres y se lanzaba a la aventura, cuando lo desconocido o lo inesperado le salía al encuentro con su mundo de sorpresas”

o, en las mismas palabras del protagonista: “Soy hombre de espada. No me gusta la quietud y la vida monótona del labriego. Me gusta lo inesperado; lo desconocido, la acción y la aventura. Vine aquí en un momento de desesperación”. Este es el espíritu que manifiesta Vasco Núñez de Balboa; espíritu que va a verse acompañado de una fuerza descomunal y un ímpetu que le lleva a afrontar las condiciones más adversas (las mismas que encontrará también Francisco de Orellana en El Quijote de El Dorado).

balboa-portraitDesde luego que es una novela histórica pero, de la misma forma que en La caballeresa del sol la poética se aproxima a lo sentimental, en Un nuevo mar para el rey, las escenas de aventuras, en el más puro estilo de capa y espada, son continuas. Leamos este fragmento; en él Vasco Núñez se enfrenta a los hombres de Francisco de Bobadilla, gobernador de Santo Domingo

“se advertía, sobre todo, la animación de Balboa. Sentíase en su elemento. Mientras los otros cerraban el rostro y atacaban o se defendían con rabia, el joven jerezano parecía divertirse. Una sonrisa irónica plegaba sus labios. Luz extraña iluminaba sus ojos. Se diría que la tizona fuera una prolongación de su largo brazo. Con ella describía círculos y zigzags. Daba la sensación de que manejase varias espadas en lugar de una sola. Su elevada estatura y la elasticidad de sus músculos le permitían, sin embargo, que, a diferencia de la mayoría de los otros, casi no se moviera del terreno. Sólo su brazo derecho seguía agitándose, incansable, alejándose y acercándose, manteniendo a raya a sus contendores”.

Monumento_a_Vasco_Núñez_de_Balboa_-_Flickr_-_Chito_(1)           Más allá de la construcción del personaje (“a veces tenía que contenerse para no batirse en duelo con cualquiera, para no conseguir pan y cobijo a golpes de Tizona”), la estructura narrativa correspondiente al género de aventuras se hace evidente, en el mantenimiento de una intriga del peligro hasta llegar al clímax de la acción. Este fragmento corresponde al momento en que los hombres de Alfonso de Ojeda, el Caballero de la Virgen, encabezados por Francisco Pizarro se adentran en el poblado de Turbaco, gobernado por la princesa Metarap. “[Francisco Pizarro] avanzó unos cuantos pasos, seguido por el pequeño grupo. El grueso del conjunto quedó observando la maniobra. Pasaron unos segundos. Los otros siguieron avanzando. Ya estaban muy cerca de la empalizada. Sin duda iban a obtener éxito en su empresa”. Todo es silencio, hasta que de pronto, desde el otro lado de la empalizada una mano desconocida arroja un pequeño lingote de oro. Los españoles, en ese momento, extasiados con la vista del metal, pierden toda precaución y “como locos, empujándose los unos a los otros, trataron de llegar lo antes posible, a donde estaba Pizarro con los suyos. Los lingotes continuaban cayendo. Ojeda intentó contenerlos por la fuerza. Inútil. Con los ojos febriles, el rostro descompuesto, los ademanes violentos, la mayoría de los hombres luchaba entre sí para apoderarse del metal precioso”. Y sobre la empalizada aparecieron los indios; entre ellos, la princesa Metarap, “su hermoso rostro cobrizo –en el que destacaban los brillantes ojos negros- estaba un tanto descompuesto por la cólera y el odio”; y una lluvia de flechas comenzó a caer sobre los españoles. Pese a la sorpresa, todo acabará en la misma inmolación de la princesa Metarap y sus guerreros, que prefieren morir abrasados antes que entregarse.

Fotografía de Cristina Mittermeie

Fotografía de Cristina Mittermeie

Para concretar un poco más podríamos poner en paralelo ciertas aventuras que encontramos en El Corsario Negro (1898) de Emilio Salgari con el recorrido de Vasco Núñez de Balboa en busca de ese mar que todavía no había sido visto por ningún español. El paisaje es el de la selva más feroz. Esto no es exclusivo de la novela de aventuras, desde luego, pues ya está presente en las Crónicas de Indias, textos que bien podrían ser vistos como antecesores del realismo mágico hispanoamericano. Y un paisaje tan terrible da lugar a momentos como este en el que durante un ataque de los indígenas, unas canoas con españoles son volteadas

“al caer en las aguas fangosas, se vio un inusitado movimiento en las orillas. Decenas de caimanes se echaron al río. Nadaron velozmente. Al poco estuvieron al pie de las embarcaciones volteadas. Entre ayes y el agitarse macabro de las ondas, las fauces de los saurios y los cuerpos destrozados de los conquistadores, estos, poco a poco, fueron desapareciendo”.

¿Cómo podríamos dejar asentado el hecho de que Vasco Núñez de Balboa es el representante de una casta de aventureros de ficción en la novela de Aguilera Malta? En primer lugar, por su mirada idealista y también en contraposición a un personaje como Pedrarias, encarnación de lo peor de la conquista española de América. El final mítico, como el de El Quijote de El Dorado, también puede ser visto como un rasgo más de esa heroificación del protagonista ya de por sí heroico

“Cuando Anayansi volvió en sí, se había hecho un gran silencio. De pronto, empezó a escucharse un llanto colectivo. Fue creciendo, creciendo, dominando los millones de voces del río y la montaña. Era un llanto en que –por vez primera- los españoles y los indios mezclaban sus lágrimas al despedir –en su último viaje- al descubridor del Mar del Sur”.

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TRES VIAJEROS

Hugo de Rocanegra

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On las primeras luces de la aurora,

Se disipan las nieblas.

El canto del jilguero anuncia un nuevo día.

En la solitaria cabaña del bosque,

aroma temprano a pan recién horneado.

Las lucernas apagadas para que el sol

alumbre la estancias.

Leve brisa mueve las cortinas.

EL PRIMER VIAJERO

Desde el Norte, donde reinan los fríos, por caminos cubiertos de nieve, avanza el Caballero. Su armadura, oculta bajo la capa de lana negra. Los cristales de escarcha, que han cuajado sobre el vellón, recogen el amanecer.

Acaba de cruzar un puente, uno más en su camino. Tras el golpear de las herraduras en las losas, de nuevo el silencio de barro.

Escucha el canto del albor.

Hubiese deseado detener su cabalgadura, abstraerse un segundo, un siglo, siempre, en aquel gorjeo. Pero ha de llegar a la Casa, cuya presencia intuía desde antes de ver la columna de humo que anuncia el hogar.

Pesa en su costado la espada.

Abandonó tiempo atrás su escudo, no lo necesitaba, pues le protegía la luz que alumbra en su interior, tal es la única protección que siempre le guarda.

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SEGUNDO VIAJERO

Los ojos entornados del Peregrino manifiestan que viene, tras largo viaje, de las tierras del Sur.

Su túnica blanca todavía conserva aromas a bergamota de los últimos limoneros que encontró en su camino.

Cada paso, una cuenta en su rosario, una oración que le aproxima a la Casa de la Hospitalidad.

Su respiración una alabanza.

Palabras sagradas pugnan por brotar de sus labios.

También con las primeras luces escucha el canto del ruiseñor y así sabe que ya está cerca.

Largo ha sido el camino, doloroso cuando estaba cuajado de piedras, pero sus heridas sanaban al contacto del tomillo.

Tantos han sido los senderos recorridos.

Asentó en adoración su mano en la Piedra Negra de la Kaaba; sintió lágrimas en Damasco, fue consciente de la presencia de Dios en los jardines de Persia.

Y descubrió que el Templo más sagrado estaba dentro de su pecho, en una esfera de Luz, siempre allí, más y más fortalecida por la oración en cada lugar santo.

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TERCER VIAJERO

Viene de tan lejos el tercer Viajero que su cuerpo transparente se baña en la Luz del sol.

Con sus ojos cerrados, contempla el mundo desde la mirada del águila orgullosa que lo guía.

Su sombra como la del cedro del Líbano se extiende hacia un horizonte de infinitud.

Todavía resuenan en sus oídos las palabras atronadoras del Amado de Dios en Patmos.

Osó romper los Siete Sellos para que su fe le mantuviese en el abismo.

Con las primeras luminarias del amanecer, también llegará a mi Casa.

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Todavía se mantienen las gotas de rocío en las hojas cuando uno a uno y en silencio llegan los tres Viajeros.

No necesitan cruzar palabras.

Siembre han estado juntos, incluso en la distancia.

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Siente, Hermano, que los Peregrinos han llegado a tu Casa.

Allí te levantaste con la oscuridad cerrada; encendiste el fuego del hogar; la harina ya amasada presta a recibir su calor; abriste las ventanas y los cerrojos de la puerta para que entrasen sin llamar.

La mesa dispuesta y la Luz, como anuncio.

La espera llega a su término.

Allí están aquellos a los que aguardabas.

Sobre la mesa, el pan, el vino y la miel.

Uno a uno se acercan a su sitial.

No son necesarias las palabras.

No son necesarias las palabras, Hermanos, cuando aquel que retorna jamás ha abandonado nuestro corazón.

Y al mirar a cada uno de los Viajeros, contemplamos nuestro propio rostro.

Así, el Agape se transforma en Comunión de cuerpo, emoción, mente y alma.

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El príncipe Jorge perdido en la casa del dragón

                   «La sangre le empapaba ayuso el cobdo»

                                           Cantar de Mío Cid

Esa sustancia que impregna cada doblez

de mi vestidura,

se mezcla con mi propia sangre;

desconozco su color,

aunque sé que la mía es roja

(¡la he visto tantas veces!).

Fluir tibio

que se va enfriando.

Oscuridad.

Sólo distingo tu silueta

perdida en lo negro de la gruta.

Eran tus ojos, inyectados en rojo fuego,

los que me guiaban al combatir;

ya se han apagado

y mi sangre se mezcla con la tuya.

Tu cuerpo, cada vez más frío,

la oscuridad, cada vez más negra.

¿Cómo seguir, ahora que ha muerto

la bestia que marcaba mi destino?

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Haiku de San Jorge

Llora el dragón

en la profundidad

de su cueva

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