HUMANISMO Y ESPADAS. LOS SIETE SAMURÁIS DE AKIRA KUROSAWA

PRESENTACIÓN DE CARÁCTER PERSONAL

Portada Libro

Ahora que se cumplen los veinticinco años de su muerte es el momento de rememorar algunos pensamientos desde los que, al tiempo, recupero un asunto al que he dedicado muchas horas de lectura, reflexión y, sobre todo, cine. Cuando en septiembre de 1998 me enteré del fallecimiento de Akira Kurosawa, vinieron a mi recuerdo algunas de sus películas, programadas no hacía mucho en televisión, casi como llega lo premonitorio. Imágenes de Duelo silencioso; una noche, en la filmoteca, consiguiendo, por fin, ver Los siete samuráis, casi con un temblor reverencial del deseo prolongado en el tiempo cuando se apagaron las luces de la sala. La nostalgia amarga y, a la vez, esperanzadora de Rashomon. Y, la verdad, no mucho más en aquellos momentos. No podría olvidar, por supuesto, el estupor de belleza que me invadió hasta las lágrimas con algunos fotogramas de los Sueños, cuando la ciudad todavía tenía muchas salas de proyección, algunas conocidas desde una niñez de películas.

Aquel seis de septiembre de 1998, pensé que me hubiese gustado brindarle un humilde, aunque sentido homenaje a este director que, junto a John Ford, encarna buena parte de lo mejor que puede dar el séptimo arte. Sentimientos a los que di palabra hace años, cuando la muerte no había llamado tantas veces a la puerta de la familia; ahora sé que no son necesarios tales homenajes, pues el mayor es el recuerdo que permite seguir siendo vida.

La complejidad de la existencia, que siempre nos conduce por insospechados caminos a los que, a veces, llamamos destino, fue posponiendo el encuentro, el encerrarme durante varios días para ver una tras otra las películas de Kurosawa. Pero en el tiempo, la evocación y el respeto se han mantenido, ahora en forma de este estudio para la memoria de aquello que no debiera ser olvidado. En realidad, Los siete samuráis, además de una experiencia de estética narrativa lo es también de la emoción, así lo supo ver José Ramón Sánchez (1995:128), el ilustrador que también fue educador de la generación denominada de la Egb, en la remembranza de ver en la gran pantalla una película como esta

No es mi intención con este estudio actuar como en un laboratorio, diseccionando fotograma a fotograma; hace tiempo practiqué este tipo de comentario y no quedé satisfecho con el resultado. Además, Los siete samuráis no es algo muerto; es un clásico y en él cada visionado supone nuevas respuestas a preguntas con las que los años nos van cargando. Ahí radica el misterio de las obras maestras: nunca acaban de transmitir su mensaje, porque este se enriquece a la vez que transcurre el tiempo del espectador.

Los siete samuráis es una gran película; muchas veces olvidada en esas falsas e interesadas listas de las mejores. Un clásico de esos que construyen una totalidad en sí mismos. Un filme que, desde el primer momento hasta el último fotograma, crea una realidad sin fisuras, origen de un mundo paralelo para quien suspende en sus imágenes la cotidianidad; a la vez que promueve la recapacitación sobre las propias experiencias y sobre nuestro contexto cultural, aparentemente tan alejado, bien sea en el tiempo, bien en el espacio.

En la dimensión de las grandes obras de arte, se borra la existencia de cada día, se enriquece la vida misma en una amalgama de significados, proteicos porque aquel que vuelve a mirar nunca es el mismo.

Publicado en Cine | Etiquetado | Deja un comentario

“El pájaro”

Un comentario desde lo místico

Octavio Paz

Octavio Paz, retrato a lápiz

“El pájaro” es un poema que pertenece a “Condición de nube” (1944) en Libertad bajo palabra de Octavio Paz.

Verderón. Il. G. Andrango.

La literatura es un camino que, por fortuna, no se acaba nunca, y así llegan a producirse en el lector una serie de conexiones entre textos que suponen siempre un proceso enriquecedor, no tanto en la voraz búsqueda de intertextualidades de la tradición más o menos antigua, como en la iluminación que se origina recíprocamente entre palabra y existencia.

El pájaro, desde lo tradicional del motivo, arranca de lo más profundo del simbolismo. Fácil es imaginar a los primeros seres que tomaron consciencia del mundo desde la mirada humana, perdiéndose en el canto y la luz de las aves esquivas. Bien conocían los chamanes de distintas culturas la capacidad de comunicación de los seres alados con lo trascendente. Aristóteles como Plinio hablan del armonioso canto de los pájaros, cuya naturaleza, por otra parte, también compartieron las sirenas. Por algo son aladas las sandalias de Hermes, mensajero de lo más profundo. 

Como alado enviado de lo tradicional, el pájaro es un elemento provocador de la experiencia mística, así en el caso del monje Virila, del monasterio de Leyre en Navarra, que perdió la noción del tiempo, absorto en el gorjeo de un ruiseñor. El especial simbolismo del trino de las aves hace que también fuesen frecuentes en los escritos místicos que narran experiencias de lo más trascendental, así en el islam, en Raimundo Lulio, en Teresa de Jesús y en Juan de la Cruz.

El pájaro

En el silencio transparente
del día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.
Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vidró el cielo,
se movieron las hojas…
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.

Una de las primeras cuestiones que debemos tomar en consideración a la hora de acercarnos a este poema es su título, pues en él está explícita la voluntad de mostrar el protagonismo del pájaro, aunque este tarda en aparecer entre los versos, no lo hace hasta el doce de un total de diecisiete, en el último tercio, como la culminación de un proceso que se marca desde el principio por las referencias a la transparencia manifestada tanto en el tiempo como en el espacio; una transparencia que significa la capacidad de ver con nitidez, si bien en un primer instante es un vislumbre cuya trascendencia no se manifestará hasta el trino como flecha, un vislumbre que permite ver, sin ambigüedad pero sin llegar a declararse desde la evidencia.

Petirrojo europeo (Il. G. Andrango)

Transparencia que desde la cronología de la experiencia poética se consuma al mediodía, en el punto álgido de la luz y quietud que sosiega y permite contemplar en el detalle, por el enlentecimiento de la noción temporal, el crecimiento de las yerbas, a los bichos de la tierra que se mueven entre piedras. Todo el espacio, por efecto de ese cenit de luz, cobra una identidad que transmuta lo diferente en una sola realidad, desde la cual la variedad se ve trasfigurada en un todo panteísta. El tiempo, tal y como corresponde a la experiencia mística, se muda en un minuto, pues la eternidad siempre será percibida en el instante del éxtasis, tal y como le sucedió al monje Virila; efecto de la quietud absorta que supone la admiración de la entrega plena al proceso de meditación, como pórtico que da paso a la realidad absoluta.

En el enmarcamiento cronológico y espacial del poema, ambas categorías, tiempo y espacio, se confunden; se funden en una, por efecto de la luz y la transparencia; en ese cronotopo místico aparece el pájaro que canta, como una delgada flecha, cuya misión es penetrar y herir, donde ya estaba la herida luminosa y extática; pues canto y luz se asimilan, en su calidad de umbral alumbrado hacia la transcendencia.

En apariencia, el canto del pájaro protagonista del poema (aunque al final, lo que importa es la experiencia lírica del yo) rompe la quietud que había producido la luz del mediodía. La flecha del canto hiere desde lo absoluto a ese yo poético, aunque también es el pecho de plata del ave el que ha resultado herido por esa misma luz que transforma en uno al contemplador, al ave y al referente. 

Pájaro de pecho de plata, plumas transformadas en luz; ¿quién no ha entrevisto el pecho de un ave entre las ramas en primavera como un destello? Ambigüedad, confusión entre el yo y la creación, característica de la reorganización del universo por efecto de la iluminación que deshace el yo, fundiéndolo en una realidad panteísta. En un proceso místico se produce la exposición de lo trascendental que, en el poema de Octavio Paz, está explícito en los últimos versos. Un mensaje que no se comunica por la palabra, sino por el sentimiento, “la muerte era una flecha que dispara alguien desconocido y en un abrir los ojos nos morimos”. Mantener los ojos cerrados es como querer esconderse ante la muerte, pero esta llega, tanto en su sentido final físico como en la emergencia del ser, que es lo que realmente importa en toda experiencia espiritual.

Bien podría verse en esta poema una reactualización del tópico del Carpe diem, así, ese descubrimiento de que en un instante, el de abrir los ojos, morimos, es una invitación a vivir en plenitud una existencia que es corta, como un relámpago; claro que en la confusión de lo iluminativo se produce la pérdida de la antonimia entre instante y eternidad, ambas son lo mismo. Así pierde validez la posibilidad de considerar que estos versos son una llamada a dejar los ojos cerrados, para permanecer en el arrobamiento estético producto de la iluminación. Ésta, en el poema, es resultado de la omnipotencia y presencia de la luz. Una luminosidad que produce tal transparencia en las palabras que su opuesto, la oscuridad, no puede aparecer como tal, sólo sugerido en las hojas de entre las cuales vibra el canto del pájaro, del ave solitaria, como corresponde a la mística de san Juan de la Cruz y, antes, del islam. 

Y, en el verbo que cierra el discurso, “morimos”, que es la máxima expresión de la negrura imposible, o nada, pues la luz rompe tal frontera y permite la pervivencia del ser más profundo. Mensaje de esperanza que trasciende el tópico horaciano del Carpe diem, pues el alma, como el pájaro, tiene en su pecho la luz de la vida.

Publicado en Comentario, Poesía | Etiquetado , , , , , , , , , | Deja un comentario

“Un gorrión entra en el Mexuar” (Comentario)

Álvaro Mutis

Entre un tropel y otro de turistas
la calma ceremoniosa vuelve al Mexuar.
El sol se demora en el piso y un tibio silencio
se expande por el ámbito donde embajadores, visires,
funcionarios, solicitantes, soplones y guerreros
fueron oídos antaño por el Comendador de los Creyentes.
Por una de las ventanas que dan al jardín
entra un gorrión que a saltos se desplaza
con la tranquila seguridad de quien se sabe
dueño sin émulo de los lugares.
Vuelve hacia nosotros la cabeza
y sus ojos – dos rayos de azabache –
nos miran con altanero descuido.
En su agitado paseo por la sala
hay una energía apenas contenida,
un dominio de quien está más allá
de los torpes intrusos que nada saben
de la teoría de reverencias, órdenes, oraciones,
tortuosos amores y ejecuciones sumarias,
que rigen en estos parajes en donde la ajena incuria,
propia de la triste familia de los hombres,
ha impuesto hay su oscuro designio, su voluntad de olvido.
Vuela el gorrión entre el laborioso artesonado
y afirma, en la minuciosa certeza de su desplazamiento,
su condición de soberano detentador
de los más ocultos y vastos poderes.
Celador sin sosiego de un pasado abolido
nos deja de súbito relegados al mísero presente
de invasores sin rostro, sin norte, sin consigna.
Irrumpe el rebaño de turistas. Se ha roto el encanto.
El gorrión escapa hacia el jardín.
Y he aquí que, por obra de un velado sortilegio
los severos, autoritarios gestos del inquieto centinela
me han traído de pronto la pálida suma
de encuentros, muertes, olvidos y derogaciones,
el suplicio de máscaras y mezquinas alegrías
que son la vida y su agria ceniza segadora.
Pero también han llegado,
en la sorda plenitud de ese instante,
las fieles señales que, a mi favor,
rescatan cada día el ávido tributo de la tumba:
mi padre que juega billar en el café Lion D’or de Bruselas,
las calles recién lavadas camino del colegio en la mañana,
el olor del mar en el verano de Ostende,
el amigo que murió en mis brazos cuando asistíamos al circo,
la adolescente que me miró distraída mientras
colgaba a secar la ropa al fondo de un patio de naranjos,
las últimas páginas de Victory de Joseph Conrad,
las tardes en la hacienda de Coello con su cálida tiniebla repentina,
el aura de placer y júbilo que despide la palabra Marianao,
la voz de Ernesto enumerando la sucesión de soberanos sálicos,
la contenida, firme insomne voz de Gabriel en una sala de
Estocolmo,
Nicolás señalando las virtudes de la prosa de Taine,
la sonrisa de Carmen ayer en el estanque del Partal;
éstas y algunas otras dádivas que los años
nos van reservando con terca parsimonia
desfilaron convocadas por la sola maravilla
del gorrión de mirada insolente y gestos de monarca,
dueño y señor en el Mexuar de la Alhambra.

A lo largo de su obra, hay un texto especial que configura la grandeza e intimidad de la poética de Álvaro Mutis, se trata de su libro Los emisarios (1984); en él leemos algunos de los más bellos momentos de su producción: “Un calle de Córdoba”, “Tríptico de la Alhambra” o “Hija eres de los Lágidas”, o los dos poemas en prosa en los que quedan al descubierto nuevas facetas de la biografía de Maqroll el Gaviero: “La visita del Gaviero” y “El cañón de Aracuriare”.

Un emisario es un enviado que puede convertirse en visionario, según el tipo de mensaje que transmita. Los enviados herméticos de este libro, que son los poemas, portan dos comunicados: verdad y muerte.

Uno de los ciclos de Los emisarios es el que se sitúa en Andalucía; compuesto por tres poemas: “Un calle de Córdoba”, “Tríptico de la Alhambra” y “Cádiz”. El “Tríptico de la Alhambra” nace desde una experiencia que surge de la visita al monumento Nazarí. Está compuesto por “En el Partal”, “Un gorrión entra en el Mexuar” y “En la Alcazaba”.

Dos cuestiones reiteradas en la poesía de Álvaro Mutis son, por un lado, la clarividencia en la percepción de la realidad y la observación que cala profundamente en el espíritu. Una mirada que deviene en contemplación visionaria y apasionada; cosa que puede llamar la atención, pues su modo de observar parece corresponder al realismo, a la manera del espejo de Stendhal.

Mexuar es una palabra que procede del árabe Mishwar, ‘consejo, cámara’; era el centro administrativo de la Alhambra, representación del poder, cancillería y residencia oficial del emir. Allí se llevaban a cabo las labores de gobierno. De ahí que en este poema esté tan presente el campo semántico de lo administrativo: ceremonia, embajadores, visires, funcionarios, solicitantes, soplones y guerreros.

El poema comienza con el ruido del tropel de turistas, el desorden, una algarabía expresada mediante la aliteración de oclusivas y vibrantes. Sólo cuando acaba de pasar, vuelve una calma calificada como ceremoniosa, muy apropiada para tal espacio. De nuevo es posible la contemplación, la mirada con un sentido trascedente, anhelante, de un significado que más que buscarse, ha de encontrarse. Dos imágenes expresan la quietud necesaria, “el sol se demora en

el piso” y “un tibio silencio se expande”. Vista, tacto, oído, la sinestesia del tibio silencio. En ese espacio cerrado y oficial administrativo hay una ventana desde la que la acción va a invadir de nuevo el territorio de la calma; desde el jardín, naturaleza transformada por la mano humana, entra en el Mexuar un gorrión; realidad y símbolo de espiritualización.

En definitiva, se trata de una anécdota desde la cual se organiza un poema; un elemento íntimo que va a provocar un movimiento interior en el poeta. Son varios los signos que el observador ve en el gorrión; la “tranquila seguridad de quien se sabe dueño sin émulo de los lugares”, un mirada de “altanero descuido” desde unos ojos que son “dos rayos de azabache”, metáfora que evoca la negra luminiscencia de los cielos místicos y el alumbramiento espiritual.

Álvaro Mutis rememora el mundo del tiempo en el que la Alhambra alcanzó su máximo esplendor, desde una descripción que hunde sus raíces en el orientalismo decimonónico de reverencias, poder, religión, pasión, ejecuciones, crueldad. Todo un mundo olvidado, aunque nunca existió como tal. Tampoco importa mucho, pues la imaginación llena los espacios en blanco de lo desconocido.

El gorrión se ha transformado simbólicamente, ha sido descrito por sus acciones normales, las de un ave, pero ahora “afirma su condición de soberano detentador de los más ocultos y vastos poderes”. ¿Cuáles son estos?, los de “celador de un pasado abolido”, ¿el de la Alhambra o el del poeta? Estas potestades permiten al gorrión ascender en la escala simbólica en un “mísero presente” que discurre con el fondo de un tropel de bárbaros. Un presente que todavía no ha sido alumbrado por la experiencia decisiva. El mismo tiempo, que también es espacio, en el que está instalado el poeta. Una nueva correría de esos “invasores sin rostro, sin norte, sin consigna”, cuando “irrumpe el rebaño de turistas”, “rompe el encanto” y el pájaro escapa. La palabra “encanto” nos sitúa en el territorio de lo maravilloso, un mundo de silencio solemne y luz custodiado por el gorrión; de él procede el “velado sortilegio” y por este, se convierte en taumaturgo, capaz de general el ambiente propicio para la maravilla.

¿Cuál es esa maravilla producida por encantamiento? La vida, definida primero desde lo negativo: muertes, olvidos, derogaciones, suplicios de máscaras y falsedad, mezquinas alegrías que intentan adormilar al espíritu en una realidad deleznable.

Pero es en el encuentro con el gorrión cuando el instante pasa a ser de dorada plenitud, como el bruñido de los mocárabes que siguen brillando en la Alhambra con la pátia del tiempo. El encantamiento provoca la liberación de lo negativo que arrastra la existencia, con “las fieles señales que, a mi favor, rescatan cada día al ávido tributo de la tumba”. A partir de ese momento, el poema va a desarrollar, mediante imágenes, la autobiografía del poeta la infancia, la amistad, la muerte, el amor, la literatura. Los recuerdos de la niñez y la amistad son la culminación del alumbramiento producido desde la contemplación del gorrión, que concluye en la recuperación de lo más puro que yace en todo ser humano.

Publicado en Alvaro Mutis y Literatura Hispanoamericana, Comentario, Poesía | Etiquetado , , , , , | Deja un comentario

“La fiebre atrae el canto”

Comentario

Nocturna
Álvaro Mutis

Portada Libro Álvaro Mutis Nocturna.

La fiebre atrae el canto
de un pájaro andrógino
y abre caminos a un placer insaciable
que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
donde las mujeres ofrecen al viajero
la fresca balanza de sus senos
y una extensión de terror en las caderas!
La piel pálida y tersa del día
cae como la cáscara de un fruto infame.
La fiebre atrae el canto de los resumideros
donde el agua atropella los desperdicios.

Oswald Wirth, uno de los grandes conocedores del proceso de indagación en el mundo de lo trascendente, en El simbolismo hermético en la alquimia y la masonería, define el hermetismo como la confluencia de símbolos que pueden ser contemplados desde distintas lecturas, pues “están destinados a despertar las ideas que dormitan en nuestro entendimiento”, actuando en él mediante la sugestión después de una lectura atenta que, según Nietzsche (Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales), es la definición básica de Filología. Desde un punto de vista de la estética literaria, lo hermético se expresa, sobre todo, en el enfrentamiento entre el bien y el mal o la luz y las tinieblas (Luis Beltrán Almería, Estética de la novela).

En la oscuridad de las posibles interpretaciones me encontraba en el momento en el que decidí leer con atención filológica el nocturno de Álvaro Mutis “La fiebre atrae el canto”, que vuelve a publicarse en el hermoso libro con el que se conmemora el centenario de su nacimiento. Este texto es el primero de Nocturna. En la Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía reunida, con el título de “Nocturno”, aparece entre las composiciones de Los elementos del desastre, publicado en 1953 por la Editorial Losada de Buenos Aires. Es en este libro en el que apareció por primera vez Maqroll el Gaviero. Y pido perdón por este recordatorio, pero es que se me hace prácticamente imposible hablar de la literatura de Álvaro Mutis sin tener un recuerdo para este eterno andariego, sufridor de empresas, más que aventurero.

Uno de los rasgos que caracterizan el espacio tiempo de la poesía del escrito colombiano es la noche. Este es el motivo que ha elegido Gonzalo García Barcha, cuidadoso editor e hijo de Gabriel García Márquez, para la realización de esta antología, Nocturna (Zalipoli-Libros del Kultrum, Barcelona, 2023), con motivo del centenario de Álvaro Mutis (1923-2013). El libro comienza con un prólogo en el que, desde las experiencias vitales del antologista e impresor, se perfila al poeta. Su voz estentórea como rugido de tigre, su amor por la literatura, la capacidad para encontrar en el presente ocultos rasgos que explican la historia. Todo ello para homenajear con el recuerdo a un hombre que en sus versos mostró que “la poesía anda suelta a nuestro alrededor”, como “un bálsamo cotidiano” que calma la existencia mediante la contemplación desde la desesperanza; esta no deja de ser una forma de clarividencia, aunque sea desde la indagación en lo nocturno, porque, al fin y al cabo, la luz del verso procede de la llama interna que es la vida. Nocturna es un hermoso libro para recordar a nuestro hermano el Gaviero.

Confieso que me encontraba totalmente confundido a la hora de interpretar un cierto primer estremecimiento que me producen estos textos escritos en y para la noche. Oscuro, pero a la vez, pura luz, aunque para llegar a ella se haga necesaria una indagación que es el encuentro con el uno mismo. Por eso he decidido seguir un camino parecido al del buscador en la filosofía hermética. Algunos datos extraídos según el proceso aprendido en los estudiosos de lo oculto, mediante tablas que poco a poco van mostrando una serie de rasgos que, al final no dejan de ser una interpretación personal mediante ese principio que es la lectura lenta, el encuentro sosegado con el texto, el establecimiento de un diálogo que enriquece al buscador de verdades absolutas en los versos.

En “Nocturno” predominan los nombres (veinticinco) ante los ocho verbos y los siete adjetivos calificativos. Sustancia, sustantivo, ahí está la esencia de las palabras contenidas en este poema, no en las acciones, ni en las cualidades, sino en lo absoluto de la morfología, en aquello que pretender dar palabra a la realidad, convertir en realidad lo que no tiene esencia material, pero existe; o nombrar el universo. Este proceso va a culminarse mediante una estructura cerrada por el paralelismo que se produce entre los dos primeros y últimos versos. Este asunto no es de exaltación sino de degradación, pues nos hallamos en Los elementos del desastre. Desde la claridad que supone el encuentro con el canto de un pájaro andrógino, símbolo de la totalidad. ¿Por qué es así? Su definición como andrógino no nos está planteando una rareza en lo natural, sino que nos anuncia la individualidad esencial y arquetipica. Este proceso de degradación tiene que ver con un estado alterado de consciencia cuyo origen está en la fiebre; malestar que aparece con cierta frecuencia en la obra de Álvaro Mutis; recordemos el que puede considerarse como su ejemplo más significativo: la narración del ciclo de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, La Nieve del Almirante (1986). Desde el contacto erótico con una indígena aparecida de la oscuridad de la selva, Maqroll, que ha poseído la tierra de su cuerpo, se adentra en un abismo febril que le conduce hacia otra noche, que es la de la muerte. En “La fiebre atrae el canto”, se encuentra tal asimilación en la visión de la tierra como un cuerpo que se cruza.

El proceso febril que comienza con el canto de un pájaro, la voz del cielo, de lo alto, de la luz, de lo trascendente acaba en el desastre de otro sonido, el del agua atropellada que arrastra los desperdicios hacia las alcantarillas. Del pájaro andrógino al resumidero. De la luz al desecho.

(Foto G. Andrango)

Pero el libro al que pertenece este poema no es solo del desastre, también contiene la primera parte del sintagma, los elementos. Y ahí están los cuatro más el vacío, o éter, que viene a ser la culminación de recorrer los otros. La Tierra, que son cuerpo e islas; el Agua, sin la cual no puede explicarse la geografía poética de Mutis; el Aire, que es el pájaro, aunque éste también podría ser el Fuego, pero dejémoslo para la fiebre. Peregrinación por las cuatro esencias que conforman el mundo para alcanzar la quintaesencia del vacío, expresado en el proceso de perderse en la trascendencia que es, tanto la iluminación del canto del pájaro andrógino, como el atropellado remolino de las aguas que arrastran los desperdicios. Separación de la realidad transformada en símbolo de viaje, desde el pájaro, por la mujer que es la balanza, equilibrio de justicia y terror de caderas que provocan el viaje del deseo hacia su expresión, de la mujer o el agua.

Hay una obra de la producción poética de Álvaro Mutis que me atrae de una manera especial, Los emisarios, obra en la que cada poema es un enviado que transmite un mensaje dirigido hacia lo más profundo del lector, desde los principios del hermetismo, palabra que, no se nos olvide, procede de Hermes, el alado legado de los dioses, protector de los viajeros, de aquellos que indagan en la palabra un atisbo de verdad que pueda iluminarles. Ahí, en Los emisarios, se encuentra el poema de “Un gorrión entra en el Mexuar” de “Tríptico de la Alhambra”, equiparable a este pájaro andrógino.

Publicado en Alvaro Mutis y Literatura Hispanoamericana, Poesía | Etiquetado , , | Deja un comentario

TRES POEMAS

De Cuaderno de caligrafía y vida de Antonio Joaquín González

Homenaje a Álvaro Mutis
en el Centenario de su nacimiento

Álvaro Mutis (retrato en tinta G. Andrango)

Uno

Pasada la mitad del camino,

nuestra vida (Dante)

Sabrás que has cruzado una frontera,
una más, el día que descubras que te da igual
alargar el camino cinco minutos
para escuchar el trinar de los pájaros
entre la madreselva.
Cinco minutos, una eternidad, Leopardi,
Mutis o el monje Virila
perdidos en una mirada, pozo
más allá de la inocencia.
Sabrás que has cruzado una frontera,
ya sin retorno, cuando en la soledad,
de la meditación, una luz veas
y volutas de humo blanco.
Vela en la ventana del caravasar,
esencial hospitalidad para un espíritu vagabundo.
Sabrás que has cruzado una frontera
al interpretar un panfleto caído,
con palabras que no dice y tú sabes,
pues callar no significa obedecer,
callar es guardar esa libertad
que estaba al sur de la frontera.

Dos

Ilona llega con la lluvia

A Álvaro Mutis

Vuelvo a leer ese relato.
Panamá, Maqroll y Larissa.
Villa Rosa
y el sol de la tarde, silencio de insectos,
música en la lejanía, saciedad del amor
en la tormenta del trópico,
es la luz de un tiempo nuevamente vivido.
Te vas de nuevo, Ilona, con la lluvia
que se anuncia en el horizonte
envuelta en un fuego que no entiende
tiempo, épocas, Venecia del XVI,
la caballería ligera de la Guardia,
caricias que fueron aprendidas
en el paso de los siglos,
ceremonia de la carne,
hospitalario sexo para el cautivo,
manos de fantasma que recobran la vida
rodeando unos senos palpitantes.
Y no me queda el recurso
de apurar el vaso de ron que queme
la garganta para cauterizar el sollozo
por tu muerte, Ilona.
Y no me queda ahora el recurso
de pensar que un día podré,
de nuevo, sentir el cálido saludo
de aquel que me llamó su hermano,
no de sangre, de tristezas aprendidas en Un bel morir.
Y no me queda ahora el recurso
de contemplar lejos el horizonte,
de llegar a la cascada de los Infiernos,
o adentrarme en Amirbar
en la ignorancia del tiempo.

Tres

Brisa de mar
«Le chair est triste, hélas»
(Versión del poema de Stéphane Mallarmé)

A los hermanos Álvaro Mutis y Hugo Pratt

Foto. G. Andrango

Hoy, la tristeza es la carne, todos los libros
ya han sido leídos.
Necesidad de huir lejos.
huir lejos
Huir.
Lejos, hasta donde sienta a las aves
ebrias de espumas,
hasta donde los cielos sean desconocidos.
Nada.
Nada.
Ni esos antiguos jardines
reflejados en mis pupilas.
Nada
retendrá a este corazón añorante
de una forja que es el mar.
Que despierte el sentimiento, la vida,
la fuerza en la fragua,
fuego, espuma, sol.
Nada
ni sa albura del papel
defendida por la lámpara,
solitario cerco de luz.
Nada
ni esa joven madre, casi adolescente
que, con seno desnudo, amamanta a su hijo.
Nada…
¡Partiré!
Lo repito
¡Partiré!
Steamer de oscilante mástil
recoge anclas.
Navega rumbo a las islas
lejanas, más allá de la última Thule,
donde el mapa solo es selva
y océano de monstruos,
blanco desconocido,
incógnita tierra.
Hastío que es desolación,
cruel esperanza del adiós definitivo.
Definitivo adiós de ondeantes pañuelos,
lo último que los ojos vislumbraron
en la distancia.
Quizá esta gavia, desafío al rayo,
arrogante al trueno,
esté llamada a rendirse en el naufragio
encarando la tormenta.
Quizá la nave, desarbolada quede pecio
entre corales
de la anhelada orilla.
Tierra fértil que permanece virgen
a los ojos muertos del ahogado.
Mas
mi pecho escucha el canto del marino,
hay que partir.
J´ai lu tous les livres,
mais

mi corazón comprende
el canto del marino.

Portada de libro Cuaderno de Caligrafía y vida.

Publicado en Alvaro Mutis y Literatura Hispanoamericana, Poesía | Etiquetado , | 2 comentarios

RENACIMIENTO DEL SINTOÍSMO PURO.

(Del Libro «Sintoísmo el Camino de los Dioses». Fragmento del Capítulo XIV. Decadencia del Sintoísmo. Sus sectas modernas).

Portada libro Sintoísmo (El camio de los Dioses)

RENACIMIENTO DEL SINTOÍSMO PURO. El siglo XVII fue testigo de un gran renacimiento del aprendizaje del chino en Japón. Abarcó no solo el estudio renovado de los clásicos antiguos de Confucio y Mencio, sino también los escritos filosóficos de Chu-hi y otros escritores escépticos de la dinastía Sung (960-1278). Los samuráis, o casta gobernante de la nación, se dedicaron a estos estudios con asombroso celo y entusiasmo, con gran descuido del budismo, que de aquí en adelante se dejó sobre todo para la gente común. Este movimiento alcanzó su momento culminante en el siglo XVIII, cuando se produjo una reacción. Kada, Mabuchi y otros eruditos patrióticos, resentidos por la preponderancia indebida permitida al pensamiento chino, hicieron todo lo posible, por medio de tratados de comentarios y exégesis, para llamar la atención hacia los monumentos de la literatura antigua nacional como el Kojiki, el Nihongi y el Manyôshiu, que habían sido descuidados durante tanto tiempo y que, en parte eran ininteligibles, incluso para los hombres que habían recibido una buena educación. Bajo su discípulo y sucesor, Motoöri (1730-1801) este movimiento asumió un carácter religioso. Sus prejuicios patrióticos hacían que sintiesen como una ofensa los elementos extranjeros que encontraban en el ryôbu y otras formas prevalecientes del sintoísmo, mientras que la doctrina del Sung de un «Gran Absoluto» no sólo les resultaba odiosa a causa de lo ajeno de su origen, sino porque fracasaba en satisfacer el hambre de un alma por un objeto de culto más personal. Por lo tanto, volvió a la forma más antigua del sintoísmo. A su propagación, mediante conferencias y libros, dedicó muchos años de su vida y no sin éxito. Tuvo numerosos seguidores entre las clases más educadas.

Grafico del Libro «Sintoísmo, el camino de los Dioses».

La obra principal de Motoöri es el Kojiki-den, un comentario sobre el Kojiki, en el que no pierde ninguna oportunidad de atacar todo lo chino y de exaltar las antiguas costumbres japonesas, el idioma y la religión con un espíritu de ardiente e indiscriminado patriotismo. Parece haber estado completamente ciego al hecho de que las religiones y filosofías exóticas, cuya intrusión en el sintoísmo hacían que estuviese amargamente resentido, contienen elementos mucho más valiosos para la humanidad que el ritual del Yengishiki y los mitos del viejo mundo del Kojiki.

Su discípulo Hirata (1776-1843) fue menos literato y más teólogo que su maestro. Durante su extensa vida, escribió numerosos libros que alcanzan cientos de volúmenes, y pronunció innumerables conferencias, insistiendo en la reivindicación del antiguo sintoísmo. Sus enseñanzas fueron tan exitosas que, al final, atrajeron sobre él la atención del gobierno del Sogún, quien, al descubrir que su propia autoridad estaba siendo socavada, por la preeminencia otorgada a los derechos soberanos de iure de los descendientes de la Diosa del Sol, prohibió sus conferencias y lo desterró de su provincia natal de Dewa. Los prejuicios anti-extranjeros de Hirata no le impidieron creer en la inmortalidad del alma, doctrina de origen budista, o de tomar prestado de China un culto a los antepasados muy diferente de cualquier elemento que esté en el sintoísmo. Adoptó el mandamiento chino de «piedad filial» y realizó extenuantes, pero inútiles, esfuerzos para encontrar apoyos de tales elementos en el Kojiki y en el Nihongi. Aunque dice que los kami detestan el budismo porque nos enseña a abandonar al señor y al padre, a la esposa y al hijo, por lo tanto es destructivo de la moralidad, porque aquellos que son sus seguidores son mendigos inmundos, que se jactan de usar harapos desechados y comer alimentos que les son entregados en caridad, por otra parte, van tan lejos como para admitir a Buda en su panteón sintoísta, con la condición de que se contente con un puesto de condición inferior. Acepta tácitamente el código moral de China, mientras que protesta de que tales cosas son innecesarias, ya que estamos dotados por la naturaleza de intuición respecto al conocimiento del bien y del mal.

La agitación producida por el renacimiento del sintoísmo puro supuso un movimiento retrógrado , que sólo podía concluir en fracaso. Sin embargo, contribuyó. Sustancialmente a la revolución política que en 1868 trajo consigo la restauración del Mikado a una posición soberana, resultado lógico de las enseñanzas de Motoöri y Hirata. La reforma sintoísta, en las mismas fechas, también se debió a su influencia, cuando los sacerdotes budistas fueron separados de los santuarios de ryôbu y, después se efectuó una purificación de rituales y ornamentos. Para obtener una visión completa del renacimiento del sintoísmo puro se pueden consultar los artículos de sir E. Satow en sus contribuciones al T.A.S.J. de 1875; nuestros conocimientos del sintoísmo datan de esta época.

Publicado en Ocultismo, Sintoísmo | Etiquetado , , , , | Deja un comentario

Historia de los tres caballeros de Jerusalén

(Cap. XIX del Primer Libro de La Gran Conquista de Ultramar).

Ya conocéis por esta historia cómo Pedro el Ermitaño peregrinó hasta el Santo Sepulcro de Jerusalén y allí conoció las lacerías en las que vivían los cristianos de Tierra Santa. Se presentó ante el papa y comenzó a predicar la cruzada hacia ultramar. La compañía de Pedro el Ermitaño fue desbaratada al llegar a Bitinia, después de cruzar el Brazo de San Jorge. Pocos fueron los que sobrevivieron, entre ellos Pedro el Ermitaño. Quedaron encerrados entre unas altas peñas, como escucharéis más adelante, hasta que llegó una gran hueste. También otros peregrinos sufrieron sus desastres al pasar por Hungría y Bulgaria y no pudieron llegar a su destino. Estos inconvenientes hicieron que muchos no se decidiesen a realizar la peregrinación de ultramar. Pero cuando se conoció la historia del rey Cornomarán, ante el duque Godofredo de Bouillon se reunió un gran número de gentes para pasar a Tierra Santa. Tal deseo creció en los corazones de muchos por un milagro divino ante unos caballeros que estaban en ultramar.

Imagen contraportada libro La Gran Conquista de Ultramar, Vol. I. Ill. G. Andrango

Recordad, ahora, el maltrato que recibían los cristianos bajo el dominio de los turcos en Tierra Santa y el impuesto que todo peregrino tenía que pagar para llegar al Santo Sepulcro.

Sucedió que, un poco después de la partida de Pedro el Ermitaño, llegaron a Jerusalén tres caballeros cuyos nombres eran Aycarte de Montemerte, natural de Borgoña, Remón Pelés, del condado de Poitiers, y Gondemar, de la tierra de Unixi. Estos tres peregrinos iban juntos. Viajaban con todo lo que habían podido reunir, pero tanto duró su periplo por el mar, tantas veces fueron asaltados en tierra que, cuando llegaron a Jerusalén, no tenían para comer más que lo que la voluntad de Dios les concediese. Llegaron a la ciudad santa el día de la Cruz; recorrieron todos los lugares señalados en la peregrinación. Pero cuando quisieron entrar a adorar el Santo Sepulcro no les dejaron, porque no tenían el maravedí de oro que se exigía a cada uno. Llorando y avergonzados se apartaron de la puerta. Durante todo el día se ocuparon en conseguir el dinero que necesitaban para entrar a hacer su oración en aquel sagrado lugar. Remon Pelés y Gondemar consiguieron sendas monedas, así que al día siguiente pudieron entrar a su adoración; pero Aycarte no pudo lograrlo. A la puerta del Santo Sepulcro comenzó a llorar fuertemente:

— Señor Jesucristo — decía —, que quisiste que yo viniese hasta aquí para adorarte, desde una tierra tan lejana, que sufriese hambre, sed, frío y pobreza para ver los lugares donde naciste, sufriste pasión y muerte por nosotros, donde fuiste enterrado en el sepulcro, para resucitar al tercer día y ascender a los cielos después de quebrar los infiernos y librarnos del poder del diablo por siempre jamás. Señor, así como esto es verdad, te pido por merced que no permitas que me tenga que ir de aquí hasta que entre en este Sepulcro santo. Además, ayer fue Viernes Santo, día en el que todo cristiano debería orar donde fuiste clavado a la cruz. Hoy es Sábado Santo, cuando permaneciste en la oscuridad de la tumba, mientras que de noche descendió el fuego del cielo a la lámpara ante el altar por tu virtud. Mañana será día de Pascua, cuando Tú resucitaste de la muerte a la vida, y todos los cristianos tienen derecho y obligación de oír misa y comulgar. Esto te pido por merced, que no sea alejado de los otros cristianos; te ruego, Señor, que sea tu gracia el que yo muera en este lugar, para jamás irme de aquí, que nunca habrá cosa que yo más desee.

Vio entonces entre los moros que custodiaban la puerta, uno que él crió de niño, haciéndole mucho bien, pues era natural de su tierra; a él le llamaban, cuando era cristiano, Juan Ferret, pero un día llegado como peregrino a Jerusalén, se volvió musulmán; como odiaba a los cristianos, le pusieron como guardia de la entrada al Santo Sepulcro.

Cuando Aycarte de Montemerle vio a Juan Ferret, se alegró mucho, creía que se acordaría de él y del bien que le hizo en su niñez y por eso le dejaría entrar. Le rogó humildemente, recordándole el deudo que tenía con él. Pero el corazón de Juan Ferret estaba lleno de falsedad y crueldad, así que, aunque reconoció al caballero y sabía que era verdad cuanto decía, le respondió con acritud diciéndole que no podía entrar allí salvo que se hiciese musulmán, renegando de nuestro señor Jesucristo y de Santa María; si así lo hacía, llegaría a ser muy rico en aquella tierra, pues él mismo le recomendaría a su señor, el rey de Jerusalén; además podría casarse con una sobrina suya que era una dueña maravillosamente hermosa. Si tal cosa no quería hacer, debía aceptar recibir una pescozada tan fuerte como él se la pudiese dar, con ella prometía que le causaría tanto daño que le haría morder el suelo o dar con la cabeza en la pared tan fuerte que los meollos le saldrían por las orejas. Tal cosa quería hacer Juan Ferret para deshonrar la ley de Jesucristo, en cuyo Sepulcro ganaba mucho dinero.

Al oír lo que le dijo Juan Ferret, Aycarte de Montemerle sintió gran pesadumbre en su corazón, pues vio que solo consintiendo en la pescozada podría entrar en el Santo Sepulcro y, a la vez, sabía que de tal golpe le sucedería algún mal, así que tuvo miedo de aquel moro; sin embargo, recordando los muchos dolores que padeció nuestro señor Jesucristo, aquello que podía ocurrirle, herida, muerte o deshonra, le parecía muy poco. Así pues le dijo al moro que no iba a renunciar a su fe, que prefería sufrir la pescozada. Juan Ferret se enojó y le dio tal golpe a Aycarte de Montemerle que le hizo caer de rodillas y comenzó a manarle sangre por las narices. Se puso en pie y fue a entrar al Sepulcro con la ropa ensangrentada, cuando llegó ante la tumba comenzó a llorar fuertemente, tanto que el suelo se cubrió de sus lágrimas y de la sangre que salía de su nariz. Durante un rato no hizo más que llorar hasta que pudo orar a nuestro Señor, agradeciéndole las muchas mercedes que hiciera por salvar al mundo, tanto de la vieja como de la nueva ley, derrotando al diablo, con sus sufrimientos. También le pidió que ordenase la venganza contra aquellos moros que de manera tan vil trataban su fe, y que no olvidase la deshonra que él mismo había sufrido al entrar en el lugar santo para orar.

Acabada su plegaria, Aycarte de Montemerle fue a salir y se encontró en el templo con los otros dos caballeros compañeros suyos en la peregrinación. Decidieron quedarse a velar aquella noche en la puerta del Templo, hasta que cantasen los primeros gallos. Pero cayeron traspuestos y tuvieron un sueño, aunque no estaban acostados. Vino a ellos un ángel en figura de hombre maravillosamente hermoso y les dijo:

— Amigos, yo partí ayer de Roma antes de hora de vísperas; fui a la misa que ofició el papa y serví el altar cuando se hizo el sacrificio de la hostia, en el momento en que se hizo cuerpo nuestro señor Jesucristo. Ha sido Él quien me ha enviado a vosotros para que sepáis que quiere sacar esta tierra del dominio de los musulmanes y volverla a su santa ley. Por ello os manda que vayáis ante el papa directamente para decirle que haga predicar la cruzada por toda la cristiandad para que vengan a conquistar esta santa tierra. A todo aquel que acuda a ultramar por su amor o por arrepentimiento de sus pecados no le dará otra penitencia y si aquí muere, irá derecho al paraíso….

Continuará.

Publicado en La gran conquista de ultramar, Libros de caballería y edad media, Medieval | Etiquetado | Deja un comentario

Del libro Cuaderno de Caligrafía y Vida

Una espada

Un día la espada fue

elementos de vida ajenos.

Agua que mana del hielo

transparencia pura.

Fuego dormido de otoño.

Despierta la tierra

y se hace metal,

en el aire, llama.

Incandescente se sumerge

en la pila

retorciéndose en el contraste.

Y surgirá la hoja

cuyo filo vibra en vida.

Pero el tiempo, herrumbre,

cubrió el acero

abandonado en la oscuridad

del olvido.

Las manos del maestro,

dedos de fina arena,

limaron el moho,

pulieron el acero

espejo de luz

y volvió el filo a ser

Agua, Tierra, Aire, Fuego,

Vacío o Éter.

Publicado en Ficción y poesía, Poesía | Deja un comentario

Cuaderno de Caligrafía y Vida

Visiones de Guillermo de Tiro (c. 1169)

Aquella mañana, cuando la luz comenzaba

a iluminar su escritorio,

resonaban en los ojos de Guillermo los versículos

de Mateo recordando a Daniel.

Y en el sol de Jerusalén vivían,

como espectros, las multitudes que caminaron

enloquecidas, sin descanso, para huir del apocalipsis,

se arrastraban hacia la esperanza de salvación

en el lugar santo, mancillado por la sangre

del Inocente, del infiel y del engañado.

Querían huir del apocalipsis,

pero el viento que precedía sus pasos

era el anuncio, como las trompas que sonarán

en el Valle de Josafat y han sonado en estos siglos

en tantos lugares de nuestra tierra, bendecida

por los cielos, maldecida por tantos.

No llegó del cielo el sacrificio,

sino de los hombres.

Matanzas de judíos en la ruta hacia ultramar,

en los mismos caminos que, siglos después,

la tierra bebía las cenizas, no rocío, del crematorio.

El hambre, la sed, la inocencia perdida.

Los cuerpos pútridos en el desfiladero de Cevicot.

La sangre como arroyos por las calles

de ciudades tomadas, conquistadas

por aquellos que se llamaban seguidores del cordero.

El canibalismo de los miserables.

Los ángeles que con su fuego de luz aniquilan

a los infieles en el campo de Antioquía.

La avaricia, la lujuria, lepra, muerte

y más muerte.

Tierra maldita, no por la luz,

por los hombres, aquellos

y estos.

Publicado en Ficción y poesía, Poesía | Etiquetado , , , | Deja un comentario

Del libro Cuaderno de Caligrafía y Vida

La salvación en el realismo mágico

Parado, en el tiempo y el espacio,

como la viñeta de un tebeo

a página completa;

solo rodeada del blanco

estático (así, con s, no cabe la x)

contemplo

un mundo de niños que caen por pozos

y ni siquiera les queda el recurso

de mirar las estrellas, punto de luz

como escalas que fueron para Lorca,

ahogados en piscinas, por padres

inmisericordes.

Fieles que acuden a un templo

para encontrar la paz

y mueren acribillados

como figuras de un videojuego,

tronchadas vidas a manos

inmisericordes.

de un salvaje que solo en sangre

entiende el amanecer.

O ver, en casa, encarnadas en la madre,

esas figuras de la muerte,

en un libro de oración,

sea el de Juana de Castilla

o el del Emperador.

Un cuerpo que resiste, para desmoronarse

en heces, poco a poco

y terrores en la oscuridad a mediodía.

Y ahora entiendo ese ritmo

de descubrir mundos nuevos

en letras alejadas de tantas miserias.

Ese ritmo que juega desde la música

con estrellas, pozos y fusiles

para retratar un mundo

inmisericorde

en un realismo mágico

que ayuda a cruzar el umbral

en cien años de soledad

o las maravillas del pájaro

que da cuerda al mundo.

Publicado en Ficción y poesía, Poesía | Etiquetado , | Deja un comentario