Para desarrollar esta entrada de La Mansión del Gaviero vamos a hacer un recorrido por la traducción que Juan Valera hace de este cuento tradicional japonés que es una hermosa historia de las más conocidas de la tradición japonesa en Occidente.
Como corresponde a toda idea de un cuento tradicional maravilloso, y Juan Valera quiere situarse en esta órbita, la narración comienza con un primer párrafo en el cual se nos indican los tres elementos fundamentales de la narración. El tiempo, como es tradicional «vivía muchísimo tiempo hace» (estructura sintáctica en que no deja de sorprender el orden de los elementos característico del inglés); el lugar en la costa del Mar del Japón sin calificar toponímicamente, cosa que no ocurre en la versión realizada por Lafcadio Hearn (recogida en su libro Kwaidan); y el personaje «un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo», mediante estas palabras el personaje es calificado por su oficio, tiene nombre propio y unos rasgos morales que le hacen acreedor, en un primer momento de la simpatía del receptor, pues es amable y listo, aunque esta última afirmación irá quedando en entredicho a lo largo del desarrollo de la versión valeriana. La manera de presentar a Urashima es bastante castiza, casi tenemos la sensación de ir a leer un cuento del costumbrismo español del siglo XIX. Tal casticismo es característico del estilo de Valera. Aparece un narrador que podríamos definir como cotidiano, da la sensación de que conoce al personaje y hablase de él a un extraño, sin impedir que el cariño que por él siente salga a la vista, aunque, como se podrá observar a lo largo del cuento, es fingido.
«Cierto día» y seguimos con la indeterminación espacial, Urashima salió a pescar. Hasta aquí lo normal, pues dedicándose al oficio de la pesca qué otra cosa se puede esperar de él. Sin embargo ese día no es uno cualquiera. A partir de este momento se desarrolla un proceso narrativo que tiende a mantener la atención del lector. En primer lugar parte desde lo cotidiano, de un día cualquiera, que no es cualquiera sino un cierto día, entre otras cosas por que Urashima no pescó un pez. Bueno, todo ello puede resultar cotidiano, mala suerte; pero al autor le interesa mantener en vilo al receptor, por ello no tarda en dirigirse directamente a él «¿Qué piensas que cogió?», se introduce el elemento de desequilibrio en el relato, la duda, que aún se mantiene un poco más, «Pues bien». Obsérvese cómo el autor está utilizando una característica cotidiana del cuento popular: Tensión, mantenimiento y afirmación. Esta última afirmación se convierte en especial, más por la liberación de la tensión que se ha ido acumulando que por la importancia de lo contado en sí mismo. Y ese algo final es que «cogió una grande tortuga». En el sintagma nominal que forma este predicado hay un elemento que destaca: la anteposición del adjetivo calificativo al nombre, figura sintáctica plenamente admitida en español, pero que, sin embargo, desde mi punto de vista está originando una ruptura en la fluidez de la narración, se nota que el autor está traduciendo de una lengua en la que la figura de la anteposición del adyacente al sustantivo es más frecuente.
A continuación se describe la tortuga: Tiene una concha muy recia, una cara vieja, arrugada y fea y un rabillo muy raro. Y como sucede en los cuentos tradicionales y en las narraciones que se aproximan a su estética, en lo cotidiano se introduce aunque sea levemente, en un primer momento, lo maravilloso, en este caso en forma de ese «rabillo muy raro». No tarda en aparecer, nuevamente, el estilo oral, ahora mostrando a un narrador que cuenta una historia que no es propia del auditorio que la recibe, y que, por lo tanto, tiene que aclarar en algún momento: «Bueno será que sepas una cosa, que, sin duda, no sabes, y es que las tortugas viven mil años; al menos las japonesas los viven». Y no podemos evitar señalar la ironía que se encuentra en la última parte de la afirmación. Urashima no ignora nada de las tortugas japonesas y después de esa aseveración aclaratoria que hace el autor, se pasa a la trascripción en estilo directo del pensamiento de Urashima.
Este es el momento de señalar que se ha producido un cambio bastante interesante con respecto a la forma que este cuento presenta en el texto japonés. La tortuga no es pescada por Urashima. Lo que sucede es que, un día, cuando Urashima vuelve de la pesca se encuentra con un grupo de muchachos que están maltratando cruelmente a una tortuga. Ve cómo la tortuga se debate en su suplicio y se apiada de ella, mostrando su innata bondad y su apocamiento, cuando de una manera cortés solicita a los muchachos que suelten a la tortuga y finalmente les ofrece aquello que a él le hace falta para vivir (según unas versiones les da dinero, según otras el producto de su trabajo). Cuando Urashima consigue librar de su tortura a la tortuga la deja marchar y al tiempo comienza a desarrollarse la parte maravillosa de la historia.
El proceso de pensamiento que sigue Urashima es el siguiente: «un pez me sabrá tan bien para la comida y quizás mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago». No deja de resultar extraño que Urashima piense que la tortuga puede vivir todavía novecientos noventa y nueve años más. En la versión japonesa esto puede ser más admisible, pues desde el primer momento se señala que es una tortuga joven, sin embargo en la traducción que está haciendo Juan Valera se nos muestra un animal con «una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea». Ese número no deja de ser significativo, tres nueves que sumados hasta llegar al número mágico vuelven a originar otro nueve el cual, a su vez, está directamente relacionado con el tres. En fin, numerología que nos lleva directamente hacia uno de los números mágicos de la tradición occidental, en primer lugar el nueve y al final del desarrollo el tres.
Mediante su propio pensamiento, Urashima se nos presenta como un personaje sencillo y bondadoso. Plantea en un primer momento una cuestión de carácter cotidiano, la comida. Se apiada del animal, como en la versión japonesa; admite que no quiere ser cruel (¿por qué matar a la tortuga es cruel y sin embargo a un pez no?, cuando en los hábitos culinarios orientales se encuentran ambos situados en el escalafón de los animales susceptibles de ser ingeridos). Y otro elemento sumamente curioso: la presencia de la madre que sugiere el respeto filial, rasgo moral característico de la cultura japonesa, basado sobre todo en el confucianismo que desde China llegó a las islas de Japón.
En definitiva, que Urashima «echó la tortuga al mar» y después se quedó dormido en su barca. Con ello, según corresponde a la tradición occidental, comenzamos a entrar en el ámbito de lo maravilloso porque una de las formas que tiene el ser humano de cruzar el umbral del otro mundo es mediante el sueño. De nuevo hace acto de presencia la figura del traductor-narrador que cuenta su propia experiencia, en su propia cultura «era tiempo muy caluroso de verano, cuando casi nadie se resiste al mediodía a echar una siesta». Y, después de ese rasgo de lo cotidiano, comienza la aventura fantástica en el ámbito del sueño: «Apenas se durmió, salió del seno de las olas una hermosa dama, que entró en la barca». ¿Quién esa hermosa dama que emerge del seno de las olas? ¿No recuerda esta descripción el nacimiento de Venus? ¿No nos sugiere algo la referencia al «seno» de las olas? Juan Valera podía ser muy irónico, incluso cínico cuando se lo proponía, pero lo que es indudable es que manejaba el lenguaje con una calidad que se puede encontrar en muy pocos casos.
Es esta misma hermosa mujer surgida de las aguas la que con sus palabras va a contar a Urashima quién es ella, con una clara autoafirmación desde un primer momento «Yo soy», totalmente necesaria, pues en el mundo de lo maravilloso las imágenes hay que tomarlas con cierta precaución.
La doncella es la hija del dios de mar que vive con su padre en el Palacio del Dragón «allende los mares», es decir muy lejos. Además resulta que la tortuga y ella son la misma persona y resulta que todo ha sido una prueba que el dios del mar ha enviado a Urashima para probar su bondad. Urashima ha salido bien librado de la prueba y como premio a su bondad
Ahora, como ya sabemos que eres bueno, un excelente muchacho, que repugna toda crueldad, he venido para llevarte conmigo. Si quieres nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules
Hasta esta hija de los dioses se expresa con una cotidianeidad castiza en la que se representa el carácter del traductor, que se convierte en autor de pleno derecho mediante la técnica del extrañamiento; quiero decir, Juan Valera, desde un primer momento, va a dejar claro que lo que está haciendo es una traducción de una tradición que a él le es ajena, aunque le resulta atractiva, por ello ese sentimiento de otredad, esa utilización de elementos que «rechinan» en el relato.
Por otra parte, en esas palabras de la mujer del mar no deja de ser interesante la presencia del sintagma mares azules. Azul, evidentemente, como epíteto, como adorno poético sin más, pero también como elemento de recurrencia a ese ámbito onírico que está viviendo el personaje y que el autor quiere transmitir al lector.
Indudablemente, Urashima, aunque sea un poco simple, no va a poder decir que no al ofrecimiento de la doncella: trato sexual, como es característico cuando un hada se le aparece a un hombre (así sucede en las tradiciones occidentales de la edad media), con boda incluida, siempre que él quiera, y a través de ella emparentar con el ser más poderoso de los mares, con el dios mismo; también le ofrece una vida feliz y duradera en un lugar maravilloso. La simplonería de Urashima, desde luego, no está en aceptar todo ello, ¿qué mortal no lo haría? En la versión española traducida directamente desde el japonés (que editaremos en una próxima entrega en este blog) Urashima no lo duda ni un momento y eso que está casado (en la versión de Juan Valera sólo se nos habla de su madre).
En definitiva, ante las promesas de la diosa surgida del mar, Urashima no responde con palabras, sino con la acción «tomó entonces Urashima un remo» y ahora viene lo sorprendente «y la princesa otro» y «remaron, remaron hasta arribar por último al Palacio del Dragón». De estas acciones hay dos elementos que llaman especialmente la atención: el método de desplazamiento hacia el reino de lo maravilloso y el hecho de que la diosa también se ponga a remar. Ambas cosas nos alejan un tanto de lo maravilloso, pues normalmente, para llegar a la tierra de lo mágico o de los dioses, los medios de transporte suelen ser distintos y muy rápidos. En lo segundo, además, se introduce un elemento que no deja de sugerir cierto humor, ¿será que la princesa del mar también tiene prisa por retornar con Urashima a su palacio? No deja de haber, por otra parte, cierta gracia sexual, picarona, contenida en el hecho de remar y remar. Esto no sucede en la versión que del cuento de Urashima hace Lafcadio Hearn en la cual el hecho de que ambos personajes remen a la vez tiene el contenido simbólico de representar a la pareja primordial o al amor de los cónyuges.
Y llegan al palacio del Dragón «donde el dios de la mar vivía e imperaba, como rey, sobre todos los dragones, tortugas y peces». ¿Cómo era el palacio? Para su descripción, el narrador utiliza su característico estilo oral que involucra directamente al oyente:
¡Oh que sitio tan ameno era aquel! Los muros del palacio eran de coral; los árboles tenían esmeraldas por hojas y rubíes por fruta; las escamas de todos los peces eran plata, y las colas de los dragones, oro. Piensa en todo lo más bonito, primoroso y luciente que viste en tu vida, ponlo junto, y tal vez concebirás entonces lo que el palacio parecía
La mejor manera de magnificar la descripción es haciendo referencia a aquello que puede causar la mayor maravilla en el receptor. En la descripción del palacio hay dos partes. La descripción directa que hace el narrador en la cual predomina lo precioso maravilloso en forma de elementos sumamente brillantes y extraños o ricos: coral, esmeraldas, rubíes, plata y oro; y la llamada a la visión del receptor para que este se imagine mejor la riqueza del lugar mediante la comparación con su vivir cotidiano: bonito, primoroso, luciente.
Respecto a la versión japonesa, la descripción del palacio que aparece en este texto de Juan Valera está muy abreviada.
Allí vivieron dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre aquellos árboles con hojas de esmeraldas y frutas de rubíes
De nuevo acumulación de los elementos característicos de la tierra maravillosa: la felicidad, los árboles con hojas de esmeraldas y con frutas de rubíes. En el Taketori monogatari, el Cuento del cortador de bambú, aparecen estos árboles de Horai, que es la representación del otro mundo en la tradición japonesa. Todos estos elementos tienen una función clara de alejar al receptor de un ambiente característico de lo cotidiano, donde está la miseria, la muerte, la desesperanza, la traición, el dolor, la desilusión; frente a todo esto el mundo de lo maravilloso.
Pasados los tres años, Urashima le dice a su esposa que está «muy contento y satisfecho» pero que necesita volver a su casa para ver a «su padre, madre, hermanos y hermanas». Aunque la partida de Urashima no es del agrado de la princesa marina («mucho me temo que te suceda algo terrible»), le deja partir, pero le impone una condición para regresar: «Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no abrirla. Si la abres, no lograrás nunca volver a verme». Aquí se introduce el elemento de la discordia que llama a la curiosidad, una prohibición acompañada de la posibilidad de transgredirla; pues la única utilidad de esa caja es que no la abra, bastaría con no dársela.
Navegando durante mucho tiempo, Urashima consigue regresar a la costa de su país. Nuevamente, el narrador oral, conocedor de los actos que incentivan la curiosidad, mantiene vivo el interés, retrasa la explicación de lo que va a suceder cuando Urashima llegue a su país. Y la mejor manera es plantear una serie de preguntas retóricas, no por no esperar respuesta, sino porque provocan una reacción por parte del receptor, la ansiedad en conocer la respuesta: «¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de la aldea en que solía vivir?». Todo ha cambiado, salvo los elementos de la misma naturaleza, los cuales han permanecido: «Las montañas, por cierto, estaban allí como antes; pero los árboles habían sido cortados. El arroyuelo, que corría junto a la choza de su padre, seguía corriendo; pero ya no iban allí las mujeres a lavar la ropa como antes» Ante ello se recuerda de nuevo la circunstancia temporal señalada con anterioridad «portentoso era que todo hubiese cambiado de tal suerte en sólo tres años».
Pasa por allí un hombre, y Urashima se dirige a él, y en su respuesta se aclara el misterio de los cambios
¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus hermanos, ha siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la tal choza. Hace centenares de años que era escombros.
Y en las palabras de ese hombre desconocido está contenida la respuesta que Urashima encuentra sobre lo que antes era su mundo: enajenamiento total, pues todo aquello que conoció y que era suyo ha desaparecido y la locura que se le supone por buscar a alguien de tiempos tan remotos.
Con este aspecto entramos en contacto con un elemento bastante importante, no solo de este relato pues también aparece en otras narraciones de carácter tradicional o literario: la peculiar visión de lo temporal, o mejor dicho, el tiempo mágico del relato. Ha llegado a afirmarse en algún momento que esta visión especial puede estar en relación con la concepción espacio temporal defendida por Albert Eistein en su teoría de la relatividad.
No deja de haber un cierto fallo constructivo en la tensión, por parte de Valera, pues es el primer hombre al que encuentra el que responde a la pregunta definitiva de Urashima, con lo cual el misterio queda desvelado de una manera precipitada.
Urashima cae ahora en la cuenta y descubre que su mundo ya no es aquel
De súbito acudió a la mente de Urashima la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y su fruta de rubíes, y sus dragones con cola de oro, había de ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de la princesa habían sido cuatrocientos. De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto y donde hasta su propia aldea había desaparecido.
Es interesante constatar cómo se crea un cierto ritmo narrativo mediante la repetición. En este caso se trata de una repetición de carácter descriptivo.
La personalidad de Urashima, desde tal y como había sido mostrada en un principio, comienza a cambiar, pues actúa «con gran precipitación y atolondramiento», pensó que la única manera que tenía para regresar al Palacio del Dragón, era abrir la caja que le diera su esposa, aunque ello implicaba desobedecer la orden, pero en aquel momento, Urashima no recordó la prohibición «por lo trastornado que estaba».
Abre la caja «¿Y qué piensas que salió de allí?». Una nube blanca que flotando se adentra en el mar, alejándose de Urashima, el cual, en ese momento, recuerda la prohibición. Pero ya es demasiado tarde, y mientras corre en pos de la nube, «de repente, sus cabellos se pusieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas y sus espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y, al fin, cayó muerto en la playa».
Ahora el narrador, sentimentalmente se involucra en el relato, para transmitir a sus receptores la emoción del momento «¡Pobre Urashima!». Pobre, no sólo porque ha muerto, sino porque, al final, el bondadoso Urashima del principio se ha transformado en «atolondrado y desobediente» pues «si hubiera hecho lo que le mandó la princesa, hubiese vivido más de mil años».
El cuento acaba con un párrafo en el cual se vuelve a hacer una llamada al receptor, invitándole a entrar, de una manera directa, en el mundo maravilloso. En el último párrafo se desvía la atención del relato desde lo moral hacia lo maravilloso, lo cual hace cambiar totalmente la interpretación del texto. A la vez, vuelve a crearse un ritmo por repetición descriptiva. Estos elementos que ahora se enumeran son los más mencionados a lo largo del texto.
Dime, ¿no te agradaría ir a ver el Palacio del Dragón, allende los mares, donde el dios vive y reina como soberano sobre dragones, tortugas y peces, donde los árboles tienen esmeraldas por hojas y rubíes por fruta, y donde las escamas son plata y las colas oro?
El cuento de Valera está fechado en Madrid en 1887 y fue publicado en De varios colores en Madrid, Editorial Fe en 1898.
El pescadorcito Urashima
Juan Valera
Vivía muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.
Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro. Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años; al menos las japonesas los viven.
Urashima, que no lo ignoraba, dijo para sí:
-Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizá mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.
Y en efecto, echó la tortuga de nuevo en la mar.
Poco después aconteció que Urashima se quedó dormido en su barca. Era tiempo muy caluroso de verano, cuando casi nadie se resiste al mediodía a echar una siesta.
Apenas se durmió, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la barca y dijo:
-Yo soy la hija del dios del mar y vivo con mi padre en el Palacio del Dragón, allende los mares. No fue tortuga la que pescaste poco ha y tan generosamente pusiste de nuevo en el agua en vez de matarla. Era yo misma, enviada por mi padre, el dios del mar, para ver si tú eras bueno o malo. Ahora, como ya sabemos que eres bueno, un excelente muchacho, que repugna toda crueldad, he venido para llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules.
Tomó entonces Urashima un remo y la princesa marina otro; y remaron, remaron, hasta arribar por último al Palacio del Dragón, donde el dios de la mar vivía o imperaba, como rey, sobre todos los dragones, tortugas y peces. ¡Oh, qué sitio tan ameno era aquel! Los muros del Palacio eran de coral; los árboles tenían esmeraldas por hojas, y rubíes por fruta las escamas de los peces eran plata, y las colas de los dragones, oro. Piensa en todo lo más bonito, primoroso y luciente que viste en tu vida, ponlo junto, y tal vez concebirás entonces lo que el palacio parecía. Y todo ello pertenecía a Urashima. Y ¿cómo no, si era el yerno del dios de la mar y el marido de la adorable princesa?
Allí vivieron dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre aquellos árboles con hojas de esmeraldas y frutas de rubíes.
Pero una mañana dijo Urashima a su mujer:
-Muy contento y satisfecho estoy aquí. Necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas, Déjame ir por poco tiempo y pronto volveré.
-No gusto de que te vayas -contestó ella-. Mucho temo que te suceda algo terrible; pero vete, pues así lo deseas y no se puede evitar. Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no abrirla. Si la abres, no lograrás nunca volver a verme.
Prometió Urashima tener mucho cuidado con la caja y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca, navegó mucho, y al fin desembarcó en la costa de su país natal.
Pero ¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de la aldea en que solía vivir? Las montañas, por cierto, estaban allí como antes; pero los árboles habían sido cortados. El arroyuelo, que corría junto a la choza de su padre, seguía corriendo; pero ya no iban allí mujeres a lavar la ropa como antes. Portentoso era que todo hubiese cambiado de tal suerte en sólo tres años.
Acertó entonces a pasar un hombre por allí cerca y Urashima le preguntó:
-¿Puedes decirme, te ruego, dónde está la choza de Urashima, que se hallaba aquí antes?
El hombre contestó:
-¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus hermanos, ha siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la tal choza. Hace centenares de años que era escombros.
De súbito acudió a la mente de Urashima la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y su fruta de rubíes, y sus dragones con colas de oro, había de ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de la princesa, habían sido cuatrocientos. De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto, y donde hasta su propia aldea había desaparecido.
Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volverse con su mujer, allende los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir? ¿Quién se le marcaría?
-Tal vez -caviló él- si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino que busco.
Así desobedeció las órdenes que le había dado la princesa, o bien no las recordó en aquel momento, por lo trastornado que estaba.
Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja. Y ¿qué piensas que salió de allí? Salió una nube blanca que se fue flotando sobre la mar. Gritaba él en balde a la nube que se parase. Entonces recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho de que después de haber abierto la caja, no habría ya medio de que volviese él al palacio del dios de la mar.
Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr hacia la playa en pos de la nube.
De repente, sus cabellos se pusieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y al fin cayó muerto en la playa.
¡Pobre Urashima! Murió por atolondrado y desobediente. Si hubiera hecho lo que le mandó la princesa, hubiese vivido aún más de mil años.
Dime: ¿no te agradaría ir a ver el Palacio del Dragón, allende los mares, donde el dios vive y reina como soberano sobre dragones, tortugas y peces, donde los árboles tienen esmeraldas por hojas y rubíes por fruta, y donde las escamas son plata y las colas oro?
Madrid, 1887.
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