DOS POETAS ANTE LA EXPERIENCIA DE SER ABUELO: VICTOR HUGO Y ÁLVARO MUTIS
RESUMEN
Algunas veces un tema literario pone en contacto a dos autores disímiles. En este artículo se analizan dos obras: L’Art d’être grand-père (1877) de Victor Hugo y “Jamil” (1993) de Álvaro Mutis. La comparación entre ambas enriquece su interpretación; esta explica ciertas connotaciones que tiene la desesperanza, como fundamento existencial de la obra del escritor colombiano y las variaciones que se producen en sus últimas narraciones.
ABSTRACT
Sometimes a literary theme puts two dissimilar authors in contact. In this article, two works are analyzed: L’Art d’être grand-père (1877) by Victor Hugo and «Jamil» (1993) by Álvaro Mutis. The comparison between both enriches the interpretation; this explains certain connotations of hopelessness, existential foundation of the work of the Colombian writer and the variations that occur in his last narrations.
En su magistral recorrido por los tópicos que configuran la cultura occidental, Literatura europea y Edad Media latina, Curtius (1984:149) señala el de la relación entre dos edades extremas del ser humano, la del niño y la del anciano. Será en la Antigüedad tardía cuando éste alcance uno de sus momentos culminantes, quizá porque los ciudadanos romanos comenzaban a entrever lo que se avecinaba para ellos, como cultura ya desgastada. Curtius menciona a Cicerón (Cato maior), Virgilio (Eneida), Ovidio (Ars), Silvio Itálico, Plinio el Joven, Apuleyo… hasta llegar a los sofistas como Filóstrato. En realidad, la imagen del niño y la del anciano ya se fusionan en algunos de los mitos narrados en la Biblia: Abraham e Isaac. De la unión de ambas personalidades ha de nacer el concepto de Puer senex, una de cuyas mejores representaciones para el mundo cristiano occidental se encuentra en el Evangelio de san Lucas (2, 41-50) cuando relata cómo Jesús, a los doce años, se distanció de sus padres, en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua; no fue encontrado hasta tres días después; estaba en el Templo, sentado entre los maestros, escuchando y haciendo preguntas; con sus palabras sorprendía a los sabios. Ante la preocupación de los padres, Él simplemente responde que es su deber encargarse de las cosas de Su Padre y permanecer en Su Casa, que es el templo. Este tópico aparece en otras muchas religiones. La universalidad del tema hace que Juan Eduardo Cirlot, en su insustituible Diccionario de símbolos -en la entrada “Edades” y desde el paradigma del análisis junguiano (también defendido por Curtius)- trate de la fusión de los extremos en una repartición de la vida humana explicada desde una serie de metáforas naturales: las fases de la luna, las estaciones, el crecimiento, la plenitud, la mengua y la ocultación que es la muerte.
La vida humana interpretada desde las imágenes recordadas por Cirlot puede relacionarse con la transformación metafórica de los metales: oro, plata, bronce y hierro. La edad dorada que es luz, paraíso, infancia e inocencia. Desde un punto de vista agnóstico, característico del personaje de Álvaro Mutis, Maqroll es la imagen del hierro que ya está rozando la oscuridad, frontera de lo desconocido que puede ser la nada y, esencialmente, una gran incógnita. Ante la melancolía por tal situación que continuamente experimenta Maqroll -también sentida en el dolor de la vida por Victor Hugo-, el contacto con el infante/nieto implica una invasión de la luz y una aceptación de la existencia con la fuerza que requiere su final. De ahí surgen tantas imágenes luminosas -en contraste con la noche en la que vive Maqroll- como las que Hugo y Mutis plasman a lo largo de El arte de ser abuelo y “Jamil”.
En su análisis de “Jamil”, Ayram (2015) define la poética de Álvaro Mutis en sus últimas obras desde tres fundamentos que, a la vez, son existenciales y estéticos: el juego, la nostalgia y la soledad; esta última es una constante en la narrativa del escritor colombiano. La mansión de Araucaíma es la coincidencia en un espacio de varias soledades que pasan a ser compartidas; La muerte del estratega puede interpretarse perfectamente como la voluntaria búsqueda de rematar la imposible comunicación en plenitud con el mundo, y Las empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero son un recorrer el desierto en la más absoluta soledad, aunque esporádicamente se descanse en un oasis de tranquilidad y efímera felicidad. Este lugar pronto, para la existencia andariega del protagonista, será un punto más en un horizonte mirífico situado a sus espaldas, porque la felicidad para Maqroll siempre es algo que se coloca en el pasado; su desesperanza le impide avanzar hacia el paisaje de reposo. No es así en el caso de Victor Hugo, vencedor de las ingratitudes del vivir, siempre preocupado por recorrer un sendero que le conduzca hacia la utopía; quiero entender esta no en su sentido de imposible, sino como un punto de fuga que permite enfocar los esfuerzos mediante los cuales se pretende construir un mundo mejor. En la edad de ser abuelos, Álvaro Mutis, con 70 años cuando publica “Jamil”, y Victor Hugo, con 75 años y dos queridos nietos en 1877, van a encontrarse con unas experiencias que les llevarán a contemplar la existencia desde unos parámetros que no son los habituales en sus obras; el primero desde su personaje insignia Maqroll el Gaviero, el francés desde su poesía.
Acercarse a la niñez puede ser una experiencia demoledora para el ser antiguo que deviene en un compromiso pletórico con la vida, por ello Ayram (2015) habla de una “soledad habitada”. En el caso de Maqroll, por el recuerdo que queda cuando el niño regresa con su madre; en el de Victor Hugo, al encontrar en el contacto con Jorge y Juana una necesaria parada en su continua voluntad de luchar. Esto implica acercarse al juego, entendiendo que este es la creación de unas reglas mediante las cuales se origina una existencia paralela, pero seria. Esto puede parecer exclusivo de la edad infantil, pero Johan Huizinga, en su inexcusable estudio Homo ludens, deja claro que no es así, tanto que con esa misma voluntad cobró pleno sentido la existencia caballeresca del siglo XV, especialmente en Borgoña; en palabras de Ayram (2015:70): “En la narración del encuentro con el hijo de Abdul Bashur se descubre el juego como una potencia organizadora de un mundo íntimo y poblado de la historia inventada y posible, del juego como acto inagotable, vital y necesario”. Uno de los elementos básicos de ese juego que le permite al adulto entrar en la vida del niño es la palabra. En el caso de Álvaro Mutis nos encontramos con la continua preocupación por situar al niño en un ámbito lingüístico determinado, en lucha entre el francés, el árabe y el español; en el de Victor Hugo, con la creación de juegos verbales escritos para el corro de niñas o con la fábula “La epopeya del león”.
(Continuará)
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