David y Betsabé (II Samuel, 11)
En el Antiguo Testamento, después del Pentateuco (formado por los cinco libros del Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) se sitúan los libros históricos cuyo argumento narrativo comienza con la conquista de la Tierra Prometida, entre estos hay que destacar Josué, Jueces, Reyes y Samuel. Tratan de la historia del pueblo judío interpretada desde un devenir teológico, con una injerencia continua de la divinidad en los asuntos de los hombres. En el Antiguo Testamento, los libros de Samuel son dos; en hebreo reciben el nombre de Sefer Shmuel. Según la tradición judía, de ahí su título, su autor es Samuel, con adiciones de otros dos profetas de tiempos del reinado de David: Gad y Natán.
Los Libros de Samuel comienzan con el nacimiento de este profeta; cuya misión es servir como intermediario entre Dios y la humanidad. Sigue con la llamada que le dirigió Dios cuando era un niño. En estos libros se narra el periodo en que los israelitas fueron derrotados por los filisteos, quienes se apropiaron del Arca de la Alianza, para que quedase evidente su victoria y el sometimiento de los vencidos. Será el profeta Samuel quien unge como primer rey de Israel a Saúl, aunque este resultó indigno y Dios escogió más tarde a David. Este soberano, elegido por la Providencia divina, conseguirá derrotar a los filisteos, empezando por su campeón Goliat.
El objetivo fundamental de los libros del Antiguo Testamento, interpretados como una mitología y vistos desde la cultura hebrea, es demostrar que el destino del pueblo judío está sometido a Yahvé, y al respeto de sus leyes. Desde un punto de vista del cristianismo, esta interpretación cambia, para ser una muestra de la presencia de Dios en una historia cuya culminación es la llegada del Mesías, Jesús, sus enseñanzas, pasión, muerte y resurrección como hechos desde los que se desarrollará, desde el relato que es el Nuevo Testamento. La Biblia veterotestamentaria muestra diversas modalidades literarias con un claro predominio de lo narrativo, a este género corresponde el episodio de “David y Betsabé”, aunque la lírica (Salmos y Cantar de los cantares) también tiene una brillante representación en la tradición judía.
Texto:
Al año siguiente, en la época en que los reyes suelen ir a la guerra, David envió a Joab, a sus oficiales y a todo Israel, los cuales asolaron el país de los amonitas y sitiaron Rabá. David se quedó en Jerusalén.
Una tarde, paseando después de la siesta por la terraza del palacio, vio a una mujer bañándose. Era muy bella. David mandó que se informasen acerca de ella y le dijeron:
-Es Betsabé, hija de Alián, mujer de Urías el Hitita.
Entonces, David ordenó que se la trajeran y yació con ella. Después, Betsabé volvió a su casa. La mujer concibió y mandó decir a David:
-Estoy embarazada.
Entonces, David envió este mensaje a Joab:
-Mándame a Urías el Hitita.
Joab se lo envió. Cuando llegó Urías, David le pidió noticias sobre Joab, el ejército y la marcha de la guerra. Después le dijo:
-Baja a tu casa y lávate los pies.
Cuando Urías salió de palacio, se le envió un obsequio de la mesa real para él. Pero Urías durmió a la puerta del palacio con los guardias de su señor y no fue a su casa.
Comunicaron a David que Urías no había ido a su casa. Entonces David dijo a Urías:
-¿Acaso no vienes de viaje? ¿Por qué no has ido a tu casa?
Urías le respondió:
-El Arca, Israel y Judá viven en tiendas, y mi señor Joab y los oficiales de mi señor acampan al aire libre, ¿cómo iba yo a entrar en mi casa para comer, beber y acostarme con mi mujer? ¡Por el Señor y por tu vida que nunca haré tal cosa!
[…]
A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio del propio Urías. Decía en ella: <Poned a Urías en primera línea, en el punto más duro y dejadlo solo para que lo hieran y muera>.
El rey David fue el sucesor en el trono hebreo de Saúl. Su vida puede situarse en torno al 1040-966 a.C. En su niñez, como hijo menor de ocho, fue dedicado, en un primer momento al pastoreo. Sus tres hermanos mayores militaban en el ejército de Saúl, que entonces se encontraba en guerra contra los filisteos. Además de pastor, David era un excelente arpista y esto le acercó a la corte. En su juventud, durante una visita al campamento en el que se encontraban sus hermanos, supo que entre los filisteos había uno, Goliat, especialmente peligroso para los judíos, por su tamaño y fuerza descomunal. David se enfrentó a él, armado sólo con su honda y lo derrotó. Dios había decidido que David fuese el sucesor de Saúl.
Sus acciones victoriosas como monarca le llevaron a conquistar algunos de los centros más importantes del reino hebrero: Jerusalén, Petra, Damasco, Samaria. Tradicionalmente es representado como un rey justo, valiente, guerrero, músico y poeta.
El texto que estamos analizando pertenece a un libro sagrado para algunas tradiciones religiosas, las creencias siguen una trayectoria interpretativa diferente a lo literario; así, aunque, esta afirmación no debería ser necesaria, el análisis desde un punto de vista de género literario es tan legítimo como pudiera serlo la hermenéutica teológica. Por lo tanto, ya que nos encontramos ante un fragmento narrativo, recordemos que los elementos que lo definen son la presencia de un narrador que cuenta una historia sucedida a unos personajes en un tiempo y un espacio. Narrador, historia, personajes, tiempo y espacio son los que nos dan la clave del comentario para su realización.
El resumen, o la historia, de lo que sucede en este fragmento. El rey David, mientras pasea por la terraza de su palacio, ve a una mujer, Betsabé, que se está bañando; siente deseo de poseerla y aprovechándose de su condición, como soberano, yace con ella. Betsabé queda embarazada. David, dado que ella está casada con Urías, va a intentar, como primer recurso, engañar al marido; cuando este falla, ordenará que Urías sea puesto en el lugar más peligroso del campo de batalla.
Como corresponde a un relato de carácter tradicional, el narrador es omnisciente, asimilable al propio profeta, Samuel, conocedor de todos los detalles de lo sucedido, incluso de lo más privado de los personajes, como corresponde a un iluminado por la Divinidad.
Por lo respecta a los personajes, tres son los que adquieren un protagonismo especial: David, Betsabé, desde la pasividad y en su condición de víctima de los deseos del rey, y Urías, cuya dignidad moral se manifiesta, a toda luces, superior a la del monarca de Israel.
Urías, cuyo nombre en hebreo significa ‘Mi luz es Dios’, era uno de los guerreros destacados del ejército de David. Su origen étnico procedía de los hititas, antiguos habitantes de las tierras de Canaán; llegaron a ser tan poderosos que se enfrentaron al Imperio egipcio por el este y llegaron a ponerlo en jaque. Canaán formaba parte de las tierras que Yahvé había prometido a los israelitas. En los libros de Josué y Jueces se relata que Yahvé ordenó a sus fieles que masacrasen a los hititas, aunque algunos de ellos se salvaron convirtiéndose al judaísmo. Urías, por instigación del rey David, acabará muriendo en el campo de batalla; es un ejemplo del guerrero comprometido desde la valentía con su código de honor. De entre los personajes, el único presentado desde los rasgos que corresponden a un héroe épico es Urías, en su condición de guerrero que va a morir a causa de la traición de su señor, en el campo de batalla, tal y como corresponde a su digna naturaleza, respetuosa con el código de su clase desde la humildad y la aceptación de sus deberes.
Más allá de estos tres personajes también se menciona a Joab y a aquellos que informan a David, miembros de su corte. Es indudable que entre los tres protagonistas, el peor librado, desde una interpretación moral de la historia es el rey David. No tenemos que olvidar que el Libro de Samuel pertenece a una colección de textos sagrados (el Antiguo Testamento) cuya finalidad es marcar, dirigir y legislar acerca tanto de la ética y lo moral como desde la transcendencia. Desde este punto de vista, nos encontramos con una transgresión que afecta a los interdictos de la Ley Mosaica referidos a la vida matrimonial. La falta habrá de suponer un castigo que se pone de manifiesto en las desgracias que padecerá el linaje de David, hasta que la culpa sea satisfecha, como corresponde a un código de faltas y castigos.
El retrato que en este episodio se presenta del rey David está cargado de aspectos negativos; primero, como lujurioso, en segundo lugar como violador que se aprovecha de su situación jerárquica y ladino o artero en un sentido antonímico a noble o leal, de ahí el engaño que trama para cubrir su falta, no sólo hacia la ley de los hombres, sino también hacia su responsabilidad ante Dios; marrullerías que le llevan, primero, a intentar ocultar que el hijo que espera Betsabé no es de su marido Urías; después cometiendo un asesinato indirecto al ordenar que Urías sea destacado en una posición de máximo peligro en la batalla.
Desde un punto de vista del relato sagrado, el motivo de esta caracterización nefanda de David es la preparación de un arrepentimiento que no ha de salvarle del castigo divino.
El relato se desarrolla, desde un punto de vista mítico, en la contemporaneidad de su redacción. Samuel es un profeta de tiempos de David. Es interesante destacar que el comienzo del fragmento nos sitúa en una organización similar a la de una crónica regia: “al año siguiente”, en la época en la que los monarcas solían ir a la guerra. En esta afirmación nos encontramos con otros motivos que pueda llevarnos a denigrar a David; ¿por qué, como soberano que es, no se encuentra en la batalla? Él, precisamente, que fue uno de los campeones de Israel cuando derrotó al filisteo Goliat. Se inscribe de este modo la historia en un tiempo de decadencia de la jerarquía judía, cosa que ya se refleja en muchas circunstancias anteriores en la historia del pueblo autoelegido de Dios.
Por lo que respecta al espacio, el paisaje de la historia de David y Betsabé es el palacio real, la capital de un país en guerra. Aunque no aparece descrito en detalle, la imaginación rellena estos vacíos arquitectónicos que se desarrollan en el lector desde la configuración del lugar como un topos, desde unos arquetipos que permiten desarrollar una imaginería fastuosa en las iluminaciones medievales, especialmente del siglo XV, o en el exotismo del siglo XIX.
La confluencia de espacio y tiempo, en la terminología de Bajtin, cronotopo, nos sitúa en un primer momento en un locus amoenus: terraza del palacio, al comienzo de la tarde y una posible fuente, el baño de Betsabé tal y como es reflejado en las fuentes iconográficas. El calor de la tarde, después de la siesta, y la frescura de la fuente, con el vislumbre de un cuerpo desnudo. Todo conduce hacia el deseo. El otro espacio, es la casa de Urías, lugar que en su bellaquería, David no va a conseguir violar con sus engaños, a diferencia de lo que ocurre con el espacio interior de la esposa, deshonrada por el monarca.
David acabó arrepintiéndose del pecado cometido. En un primer momento, el profeta Natán le anuncia que el hijo engendrado en la adúltera relación con Betsabé morirá a los siete días. Posteriormente, David y Betsabé tuvieron más descendencia, entre ella, Salomón, que sucedería en el trono de Israel a su padre. Sin embargo, Natán también dice que la espada, la desgracia o la violencia, nunca se apartarán de esta dinastía, como confirmaron los hechos futuros, como la muerte de Absalón. Desde el arrepentimiento, y su penitencia, David escribirá el salmo 51 que es conocido por su inicio en latín, como Miserere mei, el salmo penitencial más reconocido de la tradición cristiana.
Salmo. Miserere mei
Después del pecado cometido con Betsabé y con Urías, el profeta Natán se presentó ante David y el soberano se arrepintió y compuso este salmo penitencial, cuyo versículo tercero se entona en las ceremonias de las congregaciones religiosas antes de la misa, con las palabras Miserere mei.
Apiádate de mí, ¡oh Dios!. Según Tu benevolencia.
Por Tu gran misericordia, borra mi iniquidad.
Lávame por entero de mi perversidad,
purifícame de mi pecado.
Reconozco mi transgresión y mi vileza
permanece ante mí.
Contra Ti, sólo contra Ti, he pecado.
Me he hecho malo a tus ojos.
Te reconozco justo en Tu sentencia
e irreprochable en tu juicio.
En pecado me concibió mi madre,
y en la maldad fui formado.
Por Tu amor a la verdad que yace en lo íntimo,
¡instrúyeme en el secreto de la sabiduría!
¡Rocíame con el hisopo, para que alcance la pureza!
¡Lávame y llegaré a estar más blanco que la nieve!
Permíteme escuchar el gozo y la alegría
y así saltarán de felicidad los huesos que trituraste.
Aparta tu mirada de mis pecados, borra mis faltas.
Dame, ¡oh, Dios!, un corazón puro,
renueva en mí la rectitud del espíritu.
No me apartes de tu presencia
y no alejes de mí tu santo espíritu.
No me apartes de tu presencia,
no alejes de mí Tu Santo Espíritu.
Devuélveme la alegría de Tu salvación,
que yo sea sostenido por la generosidad de Tu espíritu.
Yo mostraré a los que transgreden la Ley Tu camino
y los pecadores volverán a Ti.
Libérame de la sangre, Elohim, Dios, mi Salvador,
y mi lengua entonará cantos por Tu justicia.
Abre, Señor, mi boca y mis labios cantarán tus alabanzas.
No es un sacrificio lo que Tú quieres,
no aceptarías el holocausto que yo te diera.
¡Oh, Dios! Mi sacrificio es mi espíritu contrito.
Mi corazón arrepentido, humillado ante ti.
¡Oh, Dios!, no lo desprecies.
Iconográficamente, el baño de Betsabé mientras David la contempla arrobado en su lujuria, va a encontrar abundantes representaciones a lo largo de la historia; desde los libros de horas del siglo XV, hasta la pintura academicista y orientalista de Léon Gérôme (1824-1904).
El mito hebreo del baño de Betsabé, cuyo cuerpo mueve a pasión al rey David encontró su reflejo en una de las tradiciones medievales de la literatura española, tanto en las crónicas (Primera crónica general de Alfonso X el Sabio, a finales del siglo XIII), el romancero y la narrativa (Crónica sarracina de Pedro del Corral, hacia 1430). Se trata de una de las causas que, según la leyenda, condujeron a la pérdida de la España cristiana, al final de la dinastía de los visigodos.
Romance de Florinda la Cava
De una torre de palacio se salió por un postigo la Cava
con sus doncellas con gran fiesta y regocijo.
Metiéronse en un jardín cerca de un espeso ombrío
de jazmines y arrayanes, de pámpanos y racimos.
Junto a una fuente que vierte por seis caños de oro fino
cristal y perlas sonoras entre espadañas y lirios,
reposaron las doncellas buscando solaz y alivio
al fuego de mocedad y a los ardores de estío.
Daban al agua sus brazos, y tentada de su frío,
fue la Cava la primera que desnudó sus vestidos.
En la sombreada alberca su cuerpo brilla tan lindo
que al de todas las demás como sol ha escurecido.
Pensó la Cava estar sola, pero la ventura quiso
que entre unas espesas yedras la miraba el rey Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego en el corazón altivo,
y amor, batiendo sus alas, abrasóle de improviso.
De la pérdida de España fue aquí funesto principio
una mujer sin ventura y un hombre de amor rendido.
Florinda perdió su flor, el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza, él que gusto consentido.
Si dicen quién de los dos la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres: la Cava y las mujeres: Rodrigo.
Florinda, la Cava, hija del conde don Julián, gobernador de Ceuta, fue enviada por su padre a la corte de Toledo. Un día, mientras se bañaba en el Tajo fue vista por el rey Rodrigo que, al contemplar el cuerpo de la doncella se abrasó de pasión y acabó violándola; eco medieval en la literatura española de aquel episodio de David y Betsabé.































