
Introducción (1)
El Libro de Alexandre es una de las obras más importantes de la literatura medieval española, aunque no sea plenamente original (pues procede de la traducción de textos franceses), a diferencia de lo que ocurre con el Cantar de Mío Cid. Muestra un horizonte cultural que va mucho más allá de las fronteras de los Reinos hispánicos, tanto que llega a los límites del mundo conocido y aún los sobrepasa al cruzar el territorio de lo extraordinario.
En el momento en que admitimos la anonimia como uno de los rasgos definidores de la literatura medieval, la que hunde sus orígenes en la raigambre más profunda del hecho cultural hispánico, poco importa que se hable de distintas posibilidades autoriales para una obra como el Libro de Alexandre. Siempre y cuando tengamos en cuenta que no nos encontramos ante una obra tradicional; es decir, no es el producto de esa categoría abstracta que es un pueblo y, además, su autor, aunque no nos haya legado su nombre, está orgulloso de unos conocimientos adquiridos desde unas fuentes que no son las populares. De igual manera, también quiero hacer notar que en algún momento el fingimiento de la voz del juglar contiene no sólo burla, sino también respeto; el respeto del que abandona la soledad del escritorio para unirse a aquellos que están dispuestos a escuchar una historia. Dicho esto, recordemos que a lo largo del tiempo se han barajado tres posibles nombres como responsables del texto: Alfonso X el Sabio, Gonzalo de Berceo y un clérigo leonés llamado Juan Lorenzo Segura de Astorga.
Es indudable que quien escribió el Libro de Alexandre tenía como lengua materna el castellano, aunque ciertos rasgos, como los arcaísmos mozárabes, lo sitúan en tierras que debieron ser reconquistadas más allá del siglo XI. También podemos decir de él que pertenecía al grupo de los clérigos, pues manifiesta una muy buena formación, sobre todo en fuentes francesas y por la continua referencia al afán de conocimiento en el personaje de Alejandro, el mismo deseo cultural del que el anónimo autor se muestra orgulloso a lo largo de toda la obra, aunque finalmente llegue a la soberbia que conduce al rey macedonio a su vertiginosa caída.
¿Hasta qué punto el término clérigo nos habla de hombre de iglesia? Es necesario desligar ambos principios; por casualidad, Juan Ruiz era Arcipreste de Hita (¿de verdad?), cosa que no le impidió ser autor de una de las obras más deliciosas, casi libertina en algún momento, de la literatura castellana medieval como es el Libro de buen amor. De igual manera, ¿pertenecía a la iglesia el desconocido creador del Libro de Alexandre? Pues no lo sabemos.
La imaginación que, para algunos, es la loca de la casa, en este verano, producto del cambio climático, asfixiante, pero todavía con una ligera brisa que ahora mismo llega a mí después de pasar entre cipreses y canto de pájaros, me lleva a fantasear con la posibilidad de un autor del Libro de Alexandre: un antiguo miembro de alguna de las órdenes militares que participaron en la conquista de Al-Ándalus; ¿por qué no un templario?, quizá herido en la misma batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, obligado a abandonar el ejercicio de las armas, quizá hasta desquiciado de la sangre, para recordar en un retiro cultural la historia de un conquistador que llevado por la soberbia acabó condenado. Imaginación……, pero ¿qué seríamos sin ella?
La obra titulada Alexandreis de Gautier de Châtillon va dedicada al arzobispo Guillermo de Reims, entre 1176 y 1201; así pues, la obra francesa sobre la que se alza el edificio temprano gótico que es el Libro de Alexandre, puede ser fechada hacia finales del siglo XII, y esta en la primera mitad del siglo XIII, alrededor de 1235 como permiten confirmar ciertas menciones cronológicas -que no dan una certeza absoluta, ni falta que hace- en la misma obra, por ejemplo, la muerte del emperador persa Darío en relación con cierto valores de temporalidad ofrecidos por Isidoro se Sevilla en sus Etimologías (obra que, indudablemente, conocía el autor del Libro de Alexandre).
Desde luego, es indiscutible el orgullo cultural del que hace gala el escritor que compuso las cuadernas del Libro de Alexandre; ahí están la Biblia, el Alexandreis de Gautier de Châtillon, el Roman d’Alexandre, en francés, la Ilias latina para el conocimiento de la Guerra de Troya (resumiendo mucho las fuentes). Pero no olvidemos la voluntad de acercamiento, aunque con muchas críticas a las técnicas de la oralidad juglaresca (cuyo exponente es el Cantar de mío Cid), evidente en las llamadas de atención a un público que se supone oyente y en la utilización de ciertos epítetos característicos de la épica tradicional.
La materia, o hilo argumental básico, del Libro de Alexandre es la vida de Alejandro Magno, desarrollada en tres núcleos biográficos que son el periodo anterior a su coronación como rey de Macedonia, sus conquistas y el logro de un imperio que se desmembrará en el momento de su muerte. A ello hay que sumar la narración de la Guerra de troya, la descripción del mundo, las maravillas de Oriente, el afán de conocimiento que puede desembocar en soberbia, por esto la obra va a transformarse en un texto didáctico de reflexión moral. Es más, el afán de saber de Alejandro, su clerecía, es anterior al nacimiento de la búsqueda de la gloria como guerrero, así se refleja en la relación educativa que se establece entre el niño Alejandro y su maestro Aristóteles.
Aunque el Libro de Alexandre cuenta unos hechos sucedidos en el tiempo de la paganidad, visto desde un occidente cristiano, su espíritu es claramente medieval. La medievalización de la historia de Alejandro Magno no es el producto de una incapacidad a la hora de retratar arqueológicamente un periodo, sino la voluntad de acercar aquel tiempo lejano a la época en la que es compuesto el texto. Ahora bien, y debido a esta visión deforme por lo fantástico que se tiene de la Edad Media quiero destacar que ese integrismo que sirve para definir el cristianismo medieval, que estuvo presente en el desarrollo de una triste y fracasada gesta como fue la de la Cruzadas no está en el Libro de Alexandre, como tampoco lo estuvo en un texto, tan crítico en ocasiones como La gran conquista de Ultramar.
Alejandro de Macedonia en esta obra es retratado como un caballero medieval, sin olvidar, por otra parte, su relación con los valores culturales de la antigüedad; pues sus hazañas suceden en el territorio del pasado remoto para el hombre medieval, ejemplificado sobre todo, en el interés por la guerra de Troya. Tanto es así que las historias medievales de Alejandro han sido consideradas como antecedentes, para el caso hispánico, de los libros de caballerías, del mismo modo que los Lais de María de Francia, la materia del rey Arturo y las ficciones de Chrétien de Troyes.
En la biografía del protagonista del Libro de Alexandre están la investidura en armas del caballero que llegará a ser un rey; las aventuras, el elemento maravilloso, en la búsqueda de la fama por la victoria contra un enemigo, aunque este no aparezca reflejado como el representante de los antivalores caballerescos. Alejandro es la imagen del perfecto caballero medieval que alcanza, como Amadís de Gaula, el trono desde el cual desearía implantar un gobierno regido, no por el poder manifestado en el ejercicio de la potencia bélica, sino en la sabiduría y la justicia. En este sentido, el Libro de Alexandre también puede ser considerado como un ejemplario para la educación de príncipes como un Speculum, quizá dirigido a futuros monarcas como Fernando III el Santo (reinado entre 1217 y 1252) o Alfonso X el Sabio (reinado entre 1252-1284).
























