Visiones de Guillermo de Tiro (c. 1169)
Aquella mañana, cuando la luz comenzaba
a iluminar su escritorio,
resonaban en los ojos de Guillermo los versículos
de Mateo recordando a Daniel.
Y en el sol de Jerusalén vivían,
como espectros, las multitudes que caminaron
enloquecidas, sin descanso, para huir del apocalipsis,
se arrastraban hacia la esperanza de salvación
en el lugar santo, mancillado por la sangre
del Inocente, del infiel y del engañado.
Querían huir del apocalipsis,
pero el viento que precedía sus pasos
era el anuncio, como las trompas que sonarán
en el Valle de Josafat y han sonado en estos siglos
en tantos lugares de nuestra tierra, bendecida
por los cielos, maldecida por tantos.
No llegó del cielo el sacrificio,
sino de los hombres.
Matanzas de judíos en la ruta hacia ultramar,
en los mismos caminos que, siglos después,
la tierra bebía las cenizas, no rocío, del crematorio.
El hambre, la sed, la inocencia perdida.
Los cuerpos pútridos en el desfiladero de Cevicot.
La sangre como arroyos por las calles
de ciudades tomadas, conquistadas
por aquellos que se llamaban seguidores del cordero.
El canibalismo de los miserables.
Los ángeles que con su fuego de luz aniquilan
a los infieles en el campo de Antioquía.
La avaricia, la lujuria, lepra, muerte
y más muerte.
Tierra maldita, no por la luz,
por los hombres, aquellos
y estos.























