Historia de los tres caballeros de Jerusalén

(Cap. XIX del Primer Libro de La Gran Conquista de Ultramar).

Ya conocéis por esta historia cómo Pedro el Ermitaño peregrinó hasta el Santo Sepulcro de Jerusalén y allí conoció las lacerías en las que vivían los cristianos de Tierra Santa. Se presentó ante el papa y comenzó a predicar la cruzada hacia ultramar. La compañía de Pedro el Ermitaño fue desbaratada al llegar a Bitinia, después de cruzar el Brazo de San Jorge. Pocos fueron los que sobrevivieron, entre ellos Pedro el Ermitaño. Quedaron encerrados entre unas altas peñas, como escucharéis más adelante, hasta que llegó una gran hueste. También otros peregrinos sufrieron sus desastres al pasar por Hungría y Bulgaria y no pudieron llegar a su destino. Estos inconvenientes hicieron que muchos no se decidiesen a realizar la peregrinación de ultramar. Pero cuando se conoció la historia del rey Cornomarán, ante el duque Godofredo de Bouillon se reunió un gran número de gentes para pasar a Tierra Santa. Tal deseo creció en los corazones de muchos por un milagro divino ante unos caballeros que estaban en ultramar.

Imagen contraportada libro La Gran Conquista de Ultramar, Vol. I. Ill. G. Andrango

Recordad, ahora, el maltrato que recibían los cristianos bajo el dominio de los turcos en Tierra Santa y el impuesto que todo peregrino tenía que pagar para llegar al Santo Sepulcro.

Sucedió que, un poco después de la partida de Pedro el Ermitaño, llegaron a Jerusalén tres caballeros cuyos nombres eran Aycarte de Montemerte, natural de Borgoña, Remón Pelés, del condado de Poitiers, y Gondemar, de la tierra de Unixi. Estos tres peregrinos iban juntos. Viajaban con todo lo que habían podido reunir, pero tanto duró su periplo por el mar, tantas veces fueron asaltados en tierra que, cuando llegaron a Jerusalén, no tenían para comer más que lo que la voluntad de Dios les concediese. Llegaron a la ciudad santa el día de la Cruz; recorrieron todos los lugares señalados en la peregrinación. Pero cuando quisieron entrar a adorar el Santo Sepulcro no les dejaron, porque no tenían el maravedí de oro que se exigía a cada uno. Llorando y avergonzados se apartaron de la puerta. Durante todo el día se ocuparon en conseguir el dinero que necesitaban para entrar a hacer su oración en aquel sagrado lugar. Remon Pelés y Gondemar consiguieron sendas monedas, así que al día siguiente pudieron entrar a su adoración; pero Aycarte no pudo lograrlo. A la puerta del Santo Sepulcro comenzó a llorar fuertemente:

— Señor Jesucristo — decía —, que quisiste que yo viniese hasta aquí para adorarte, desde una tierra tan lejana, que sufriese hambre, sed, frío y pobreza para ver los lugares donde naciste, sufriste pasión y muerte por nosotros, donde fuiste enterrado en el sepulcro, para resucitar al tercer día y ascender a los cielos después de quebrar los infiernos y librarnos del poder del diablo por siempre jamás. Señor, así como esto es verdad, te pido por merced que no permitas que me tenga que ir de aquí hasta que entre en este Sepulcro santo. Además, ayer fue Viernes Santo, día en el que todo cristiano debería orar donde fuiste clavado a la cruz. Hoy es Sábado Santo, cuando permaneciste en la oscuridad de la tumba, mientras que de noche descendió el fuego del cielo a la lámpara ante el altar por tu virtud. Mañana será día de Pascua, cuando Tú resucitaste de la muerte a la vida, y todos los cristianos tienen derecho y obligación de oír misa y comulgar. Esto te pido por merced, que no sea alejado de los otros cristianos; te ruego, Señor, que sea tu gracia el que yo muera en este lugar, para jamás irme de aquí, que nunca habrá cosa que yo más desee.

Vio entonces entre los moros que custodiaban la puerta, uno que él crió de niño, haciéndole mucho bien, pues era natural de su tierra; a él le llamaban, cuando era cristiano, Juan Ferret, pero un día llegado como peregrino a Jerusalén, se volvió musulmán; como odiaba a los cristianos, le pusieron como guardia de la entrada al Santo Sepulcro.

Cuando Aycarte de Montemerle vio a Juan Ferret, se alegró mucho, creía que se acordaría de él y del bien que le hizo en su niñez y por eso le dejaría entrar. Le rogó humildemente, recordándole el deudo que tenía con él. Pero el corazón de Juan Ferret estaba lleno de falsedad y crueldad, así que, aunque reconoció al caballero y sabía que era verdad cuanto decía, le respondió con acritud diciéndole que no podía entrar allí salvo que se hiciese musulmán, renegando de nuestro señor Jesucristo y de Santa María; si así lo hacía, llegaría a ser muy rico en aquella tierra, pues él mismo le recomendaría a su señor, el rey de Jerusalén; además podría casarse con una sobrina suya que era una dueña maravillosamente hermosa. Si tal cosa no quería hacer, debía aceptar recibir una pescozada tan fuerte como él se la pudiese dar, con ella prometía que le causaría tanto daño que le haría morder el suelo o dar con la cabeza en la pared tan fuerte que los meollos le saldrían por las orejas. Tal cosa quería hacer Juan Ferret para deshonrar la ley de Jesucristo, en cuyo Sepulcro ganaba mucho dinero.

Al oír lo que le dijo Juan Ferret, Aycarte de Montemerle sintió gran pesadumbre en su corazón, pues vio que solo consintiendo en la pescozada podría entrar en el Santo Sepulcro y, a la vez, sabía que de tal golpe le sucedería algún mal, así que tuvo miedo de aquel moro; sin embargo, recordando los muchos dolores que padeció nuestro señor Jesucristo, aquello que podía ocurrirle, herida, muerte o deshonra, le parecía muy poco. Así pues le dijo al moro que no iba a renunciar a su fe, que prefería sufrir la pescozada. Juan Ferret se enojó y le dio tal golpe a Aycarte de Montemerle que le hizo caer de rodillas y comenzó a manarle sangre por las narices. Se puso en pie y fue a entrar al Sepulcro con la ropa ensangrentada, cuando llegó ante la tumba comenzó a llorar fuertemente, tanto que el suelo se cubrió de sus lágrimas y de la sangre que salía de su nariz. Durante un rato no hizo más que llorar hasta que pudo orar a nuestro Señor, agradeciéndole las muchas mercedes que hiciera por salvar al mundo, tanto de la vieja como de la nueva ley, derrotando al diablo, con sus sufrimientos. También le pidió que ordenase la venganza contra aquellos moros que de manera tan vil trataban su fe, y que no olvidase la deshonra que él mismo había sufrido al entrar en el lugar santo para orar.

Acabada su plegaria, Aycarte de Montemerle fue a salir y se encontró en el templo con los otros dos caballeros compañeros suyos en la peregrinación. Decidieron quedarse a velar aquella noche en la puerta del Templo, hasta que cantasen los primeros gallos. Pero cayeron traspuestos y tuvieron un sueño, aunque no estaban acostados. Vino a ellos un ángel en figura de hombre maravillosamente hermoso y les dijo:

— Amigos, yo partí ayer de Roma antes de hora de vísperas; fui a la misa que ofició el papa y serví el altar cuando se hizo el sacrificio de la hostia, en el momento en que se hizo cuerpo nuestro señor Jesucristo. Ha sido Él quien me ha enviado a vosotros para que sepáis que quiere sacar esta tierra del dominio de los musulmanes y volverla a su santa ley. Por ello os manda que vayáis ante el papa directamente para decirle que haga predicar la cruzada por toda la cristiandad para que vengan a conquistar esta santa tierra. A todo aquel que acuda a ultramar por su amor o por arrepentimiento de sus pecados no le dará otra penitencia y si aquí muere, irá derecho al paraíso….

Continuará.

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About lamansiondelgaviero

Escritor y amante de la literatura. Obras publicadas en kindle: "Realismo mágico y soledad, la narrativa de Haruki Murakami", "Castillos entre niebla", "Amadís de Gaula, adaptación", "El tiempo en el rostro, un libro de poesía", Álvaro Mutis, poesía y aventura", "Edición y estudio de Visto y Soñado de Luis Valera" y mis últimas publicaciones "Tratado de la Reintegración. Martines de Pasqually. Traducción de Hugo de Roccanera", "El Tarot de los Iluminadores de la Edad Media. Traducción de Hugo de Roccanera", La gran conquista de ultramar, versión modernizada en cuatro volúmenes.
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