PRÓLOGO

Los sabios de la antigüedad consideraron que los hechos de armas de su tiempo merecían ser guardados en perpetua memoria, para que aquellos que los leyesen sintieran admiración por las batallas de griegos y troyanos; por eso decidieron ponerlos por escrito. De la misma manera quiso hacer Tito Livio cuando ensalzó la honra y fama de los romanos, no tanto por sus fuerzas corporales como por el ardimiento y esfuerzo de su corazón. No nos extrañan los grandes hechos del pasado, porque los hemos visto similares, sin llegar a los espantosos golpes, ni a los milagrosos encuentros armados como los de Héctor o Aquiles; ni a un tajo de espada como el de Godofredo de Bullón, rey de Jerusalén, que partió en dos pedazos a un turco. Hay que creer en la existencia de Troya y en la victoria de los griegos, de la misma manera en la conquista de Jerusalén; pero las maravillosas hazañas de los héroes han de ser atribuidas a los escritores que las contaron. Otros autores edificaron sus obras sin ningún fundamento de verdad; son las historias fingidas, con hechos admirables apartados de todo orden natural; estas no son crónicas sino patrañas. ¿Qué buen fruto tomaremos de estas? No otro sino los ejemplos y la doctrina que nos aproxime a la salvación y suba nuestras ánimas hasta la gloriosa alteza para las que fueron creadas. Estos libros han sido considerados más patrañas que crónicas, pero gracias a los ejemplos y doctrinas que acompañan, pueden compararse a esos saleros de corcho enriquecidos con adornos de oro y plata. Así tanto los caballeros mancebos como los ancianos hallarán aquello que conviene a cada uno.

Considerando todo esto y con el deseo de que quedase de mí memoria; dado mi poco ingenio para ocuparme de las cuestiones que alcanzaron los más cuerdos sabios, quise corregir estos tres libros de Amadís, que muy estropeados se leían y traducir un cuarto con las Sergas de Esplandián su hijo. Este apareció en una tumba de piedra en una ermita cercana a Constantinopla. Fue traído a estas tierras de España por un mercader húngaro; estaba en un pergamino y con unas letras tan antiguas que con gran trabajo podían ser leídas.
Y, si por ventura, en esta mal ordenada obra apareciese algún error de esos que son prohibidos tanto por lo humano como por lo divino, demando perdón humildemente pues yo creo firmemente en todo lo que manda la Santa Iglesia.