Feliz aquel que se ocupa del destino eterno y, como viajero que parte con la luz del alba, se despierta, todavía el alma en el ensueño, y desde la aurora reza y lee. Victor Hugo, Las contemplaciones
Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor; sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión; que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son, sino por una avecilla que me cantaba el albor. Matómela un ballestero; dele Dios mal galardón.
Amancio Prada. Autor de una de las mejores versiones de este romance
Un romance puede definirse desde un punto de vista del contenido como un texto poético en el que se narra una historia, aunque también encontramos romances en los que los sucesos son menos importantes que los sentimientos o lo lírico; este es el caso del “Romance del prisionero”, cuya historia puede plantearse desde la sencillez de estas líneas: un prisionero, alejado de un mundo que despierta a la primavera, añora la libertad y se queja de que su único contacto con ella, una avecilla que cantaba al amanecer, haya sido matada por un ballestero. Pese a la sencillez de lo narrado, el “Romance del prisionero” es una de las más perfectas manifestaciones líricas de este género literario, especialmente por su capacidad de sugerir -casi metafóricamente- desde la presencia de unos elementos que son realistas.
El cielo mas allá de la ventana
Los romances tuvieron a lo largo de los siglos una difusión oral que suponía el desarrollo de numerosas variaciones, hasta que, en algún momento de la historia eran recogidos por escrito. Así sucedió con el “Romance del prisionero”, del cual se conoce una versión más extensa en la que el cautivo, después de maldecir al ballestero comienza a planear su fuga. Esta parte es principalmente narrativa; en ella se difumina el sentimiento lírico que se encuentra en el texto que estamos comentando. Los versos finales que no aparecen en este añaden poco a la capacidad expresiva del poema. Sucede así en otros romances, como el de “El infante Arnaldos”. En tal abreviación se muestra la capacidad lírica de la tradición que escoge desde un texto previo lo más impactante que es retenido por la memoria del receptor. Desde este planteamiento es explicable que extensos cantares de gesta (Los infantes de Lara, Fernán González, Roncesvalles o Cantar de mío Cid) fuesen el origen de breves piezas poéticas que, recordadas y cantadas por el pueblo pasaban a ser auténticas joyas de la historia literaria de una lengua.
Verderón, acuarela. Gioconda Andrango
La definición formal de un romance desde la métrica nos señala que esta composición es una tirada indefinida de versos, con una rima asonante en los pares. Así es en el caso de “Romance del prisionero” cuyo ritmo está expresado en la repetición de la vocal ó en la sílaba final de los versos pares. Tanto el verso de arte menor, el octosílabo, como ese ritmo tan marcado contribuyen a favorecer la memorización del poema que, como ya se ha dicho, se difundía desde la oralidad. Aunque parezca que predomina lo externo, ese mundo ajeno se transforma en un paisaje para el yo en la utilización de la primera persona, especialmente en los versos en los que la voz quejosa hace notar los motivos de su pesadumbre. Para llegar a ese momento de evidencia del yo, el poema sigue un proceso que comienza en la naturaleza (trigos, campos), las aves (calandria, ruiseñor), los seres humanos (enamorados y yo). Es interesante, también, señalar el progresivo acercamiento hacia lo terrible de este romance, en el último verso. En la expresión de la tristeza sentida por el cautivo hay un momento en el que aparece una cierta posibilidad de salvación, en la mención de la “avecilla que me cantaba al albor”, pero es un refugio breve ante la pesadumbre, pues inmediatamente sabemos que un ballestero la ha matado y, de ahí ese final terrible, de maldición, del último verso. Se explica así, perfectamente, que la versión que acaba en este punto sea la que ha triunfado gracias a la tradición. Ante tan alta lírica, lo que siga solo puede ser, como es, prosaico. A la hora de clasificar este romance tenemos que recordar que la lírica se refiere a la expresión de sentimientos propios que implica la presencia de una función emotiva en la que el yo adquiere un valor especial. Así sucede en este poema en el que una realidad idílica es contemplada desde el cautiverio. Tal contraste, naturaleza y prisión, aumenta la sensación de desasosiego que es transmitida al lector. Muchos romances de origen medieval han pervivido hasta bien entrado el siglo XX; otro cantar es lo que suceda en el siglo XXI, más allá del conocimiento por parte de los investigadores del hecho literario. La pervivencia de la época que los vio nacer se hace evidente en la presencia de algunos tópicos que son esencialmente de la Edad Media. En “Romance del prisionero” está el sentimiento del amor como la búsqueda de un servicio según los principios del amor cortés; el canto de las aves como tópico del locus amoenus o de la poesía trovadoresca cortés. Quizá el “Romance del prisionero” hable del dolor de vivir sin la persona amada. La referencia al “albor”, al momento del amanecer que generó infinidad de composiciones denominadas albadas, en las que dos amanes ven llegada la aurora y, con ella, el momento de la separación después de una noche de placer.
La obscuridad
La eficacia expresiva del texto radica, sobre todo, en la organización de términos opuestos como luz-oscuridad, alegría-tristeza, libertad-prisión, día-noche, albor-muerte, soledad-canto de aves. Esa riqueza de contrastes es la que hace que podamos considerar este romance como uno de los mejores ejemplos líricos del género. Tengamos en cuenta también la capacidad de sugerencia que se desarrolla desde el hecho de que la realidad no es percibida por la vista sino por el sonido (el cautivo, encerrado en la oscuridad, escucha, no ve). Y es desde ese sonido, desde el que el poema se aproxima al momento climático en los dos últimos versos, cuando se hace referencia a cómo un ballestero mata a la avecilla cantora, principal elemento de relación del prisionero con la realidad exterior y libre; causa que origina, con total propiedad, esa maldición final: “déle Dios mal galardón”.
“El prisionero” -Por el mes era de mayo, cuando hace la calor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor, sino yo, triste cuitado, que vivo en esta prisión, que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son sino por una avecilla que me cantaba al albor; matómela un ballestero, déle Dios mal galardón. Cabellos de mi cabeza lléganme al corvejón, los cabellos de mi barba por manteles tengo yo, las uñas de las mis manos por cuchillo tajador. Si lo hacía el buen rey, hácelo como señor; Si lo hace el carcelero, hácelo como traidor. Mas quién agora me diese un pájaro hablador siquiera fuese calandria, o tordico, o ruiseñor, criado fuese entre damas y avezado a la razón, que me lleve una embajada a mi esposa Leonor: que me envíe una empanada no de trucha ni salmón sino de una lima sorda y de un pico tajador, la lima para los hierros y el pico para la torre.- Oído lo había el rey, mandóle quitar la prisión.
Romancero. Edición de Paloma Díaz-Mas. Barcelona. Crítica. 1994.
Escritor y amante de la literatura. Obras publicadas en kindle: "Realismo mágico y soledad, la narrativa de Haruki Murakami", "Castillos entre niebla", "Amadís de Gaula, adaptación", "El tiempo en el rostro, un libro de poesía", Álvaro Mutis, poesía y aventura", "Edición y estudio de Visto y Soñado de Luis Valera" y mis últimas publicaciones "Tratado de la Reintegración. Martines de Pasqually. Traducción de Hugo de Roccanera", "El Tarot de los Iluminadores de la Edad Media. Traducción de Hugo de Roccanera", La gran conquista de ultramar, versión modernizada en cuatro volúmenes.