—¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería,
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro, bien oiréis lo que diría:
—Yo te lo diré, señor, aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía
que mentira no dijese, que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey, que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor, y la otra la mezquita,
los otros los Alixares, labrados a maravilla.
El moro que los labraba cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra, otras tantas se perdía.
El otro es Generalife, huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría;
daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.
Con el “Romance de Abenámar” nos encontramos ante una característica que no responde a la definición de “Romance”, según la cual este es un texto narrativo. Indudablemente observamos una situación narrativa: unos personajes realizan una acción; sin embargo, la modalidad textual que predomina es el diálogo, a través de él se consigue una mayor inmediatez. Al no presentarse la circunstancia en la que se emite el mensaje -que puede deducirse de las palabras de los personajes- el receptor se ve introducido de una manera inmediata en el desarrollo del diálogo; casi como si estuviese presente en los acontecimientos.
Además de definirse desde la categoría de dialogados, este romance es fronterizo; es decir, trata de la relación normalmente bélica entre los castellanos cristianos y el reino musulmán de Granada, último territorio de Al-Andalús que sobrevivió a la Reconquista hasta que los Reyes Católicos entraron en la capital en 1492. Los romances fronterizos, normalmente, tienen un fundamento histórico, aunque están tratados desde la ficción. El hecho y el personaje histórico que encontramos en el “Romance de Abenámar” es el rey Juan, II de Castilla, monarca entre 1406 y 1454, padre de Isabel I la Católica. El suceso ficticio que aquí se refleja puede situarse en torno a 1431, en un periodo de injerencia de Castilla en los asuntos del Reino Nazarí. La realidad histórica está reflejada en el personaje de don Juan; los otros dos son ficticios: Abenámar, que es hijo de un musulmán y una cristiana cautiva, situación de mestizaje que se daba con cierta frecuencia en la época (el penúltimo rey de Granada, Muley Hacén, contrajo matrimonio con Isabel de Solís, que era una cristiana cautiva, convertida al islam y madre de infantes granadinos). Pese a tal hecho, Abenámar seguramente es una ficcionalización. Y, la tercera protagonista que interviene en el diálogo es la propia ciudad de Granada, que cobra voz en un proceso de prosopopeya o personificación, figura retórica que consiste en presentar una realidad inanimada con capacidad animada, en este caso, en disposición de utilizar el lenguaje verbal oral.
La versión del “Romance de Abenámar”, que aquí leemos es la abreviada y representada gráficamente en versos de dieciséis sílabas separados por una cesura, de manera que, en realidad, estamos leyendo una composición que presenta las características métricas del romance: un poema formado por una tirada indeterminada de versos octosílabos con rima asonante (ía) en los pares.
El romance está organizado en dos diálogos con unas breves intervenciones del narrador que sirven para dar entrada a las palabras de Abenámar en primer lugar (verso 5) y la segunda del rey don Juan (verso 20), cuando va a dirigirse a Granada personificada. Es interesante constatar que el romance comienza con el estilo directo del rey Juan, sin que nos encontremos con una referencia previa a la situación en la que se produce el diálogo. Estos comienzos abruptos son frecuentes en el romancero.
La descripción del contexto se produce desde elementos que van siendo deducidos desde el diálogo (Abenámar, Granada, Alhambra, Alixares, Generalife, Torres Bermejas) que nos sitúan en un ambiente de frontera con el reino granadino en un contexto de guerra (moro, castillo, rey don Juan).
Tengamos en cuenta que los romances fronterizos nacen en una época en la que el mundo bélico es interpretado según unas normas caballerescas que reglamentarán el mundo de la guerra desde los principios de la cortesía. Desde este punto de vista puede interpretarse el tratamiento de la figura del moro Abenámar y de la manera como el rey Juan se dirige al que en otro momento (Cantar de mío Cid) hubiese sido tratado desde la vehemencia y la falta de respeto al diferente visto como enemigo.
Uno de los elementos más hermosos del “Romance de Abenámar” es la sugerencia exótica que nace desde la descripción de Granada, contemplada como lugar de maravilla, así se hace evidente en ese verbo “relucían”; también, de extrañeza por la presencia de palabras que connotan lo oriental: Abenámar, moro, Alhambra, Alixares, Generalife, Granada, Córdoba, Sevilla. En este mismo sentido hay que situar las gentilezas de las frases de Abenámar y la altivez de Granada que defiende como esposa al moro con el que está casada frente a la rapiña que insinúa la mirada codiciosa del rey castellano.