El sí de las niñas. Leandro Fernández de Moratín(Comentario de texto)

Leandro Fernández de Moratin

DON CARLOS, DON DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA
Sale DON CARLOS del cuarto precipitadamente; coge de un brazo a DOÑA FRANCISCA, se la lleva hacia el fondo del teatro y se pone delante de ella para defenderla. DOÑA IRENE se asusta y se retira.
DON CARLOS. Eso no… Delante de mí nadie ha de ofenderla.
DOÑA FRANCISCA. ¡Carlos!
DON CARLOS. (Acercándose a DON DIEGO). Disimule usted mi atrevimiento… He visto que la insultaban y no me he sabido contener.
DOÑA IRENE. ¿Qué es lo que sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?… ¿Qué acciones son estas?… ¡Qué escándalo!
DON DIEGO. Aquí no hay escándalos… Ese es de quien su hija de usted está enamorada… Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo… Carlos… No importa… Abraza a tu mujer. (DON CARLOS va a donde está DOÑA FRANCISCA, se abrazan y ambos se arrodillan a los pies de DON DIEGO).
DOÑA IRENE. Conque ¿su sobrino de usted?
DON DIEGO. Sí, señora; mi sobrino, que, con sus palmadas y su música y su papel, me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida… ¿Qué es esto, hijos míos; qué es esto?
DOÑA FRANCISCA. Conque ¿usted nos perdona y nos hace felices?
DON DIEGO. Sí, prendas de mi alma… Sí. (Los hace levantar con expresiones de ternura).
DOÑA IRENE. ¿Y es posible que usted se determine a hacer un sacrificio?…
DON DIEGO. Yo puedo separarlos para siempre y gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre… ¡Carlos!… ¡Paquita! ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acabo de hacer!… Porque, al fin, soy hombre miserable y débil.
DON CARLOS. (Besándole las manos). Si nuestro amor, si nuestro agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida…
DOÑA IRENE. ¡Conque el bueno de don Carlos! Vaya que…
DON DIEGO. Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño… Esto resulta del abuso de la autoridad, de la opresión que la juventud padece, estas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto, lo que se debe fiar en el sí de las niñas… Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba… ¡Ay de aquellos que lo saben tarde!
DOÑA IRENE. En fin, Dios los haga buenos, y que por muchos años se gocen… Venga usted acá, señor; venga usted, que quiero abrazarle. (Abrázanse DON CARLOS y DOÑA IRENE. DOÑA FRANCISCA se arrodilla y la besa la mano). Hija, Francisquita. ¡Vaya!, buena elección has tenido… Cierto que es un mozo galán… Morenillo, pero tiene un mirar de ojos muy hechicero.
RITA. Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la niña… Señorita, un millón de besos. (DOÑA FRANCISCA y RITA se besan, manifestando mucho contento).
DOÑA FRANCISCA. Pero ¿ves qué alegría tan grande?… ¡Y tú, como me quieres tanto!… Siempre, siempre serás mi amiga.
DON DIEGO. Paquita, hermosa. (Abraza a DOÑA FRANCISCA). Recibe los primeros abrazos de tu padre… No temo ya la soledad terrible que amenaza a mi vejez… (Asiendo de las manos a DOÑA FRANCISCA y a DON CARLOS). Vosotros seréis la delicia de mi corazón; y el primer fruto de vuestro amor…, sí, hijos, aquel…, no hay remedio, aquel es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa.
DON CARLOS. ¡Bendita sea tanta bondad!
DON DIEGO. Hijos, bendita sea la de Dios.

Este texto es un fragmento, del desenlace, de El sí de las niñas, una de las obras más importantes del teatro neoclásico español, en el siglo XVIII, escrita por Leandro Fernández de Moratín.
Situemos, en primer lugar, la obra en su contexto cultural. El neoclasicismo presta estéticamente las características de la Ilustración. Sus rasgos principales son la razón y la sobriedad formal que se alejan de la poética definidora del movimiento literario y artístico anterior, el barroco (basado en una exaltación de la fe desde la acumulación de figuras retóricas o de adornos que complican la recepción del mensaje literario). Entre los principios que se defienden en la estética neoclásica me interesa, ahora mismo, destacar tres, pues se van a encontrar reflejados en el fragmento que se está comentando. Se trata del espíritu crítico, el respeto a las normas de lo clásico y la intención didáctica.

Leandro Fernández de Moratín (1760-1828), autor de la obra El sí de las niñas, a la que pertenece el fragmento que se está comentando, es uno de los escritores más destacados de la literatura dieciochesca española. En El sí de las niñas, Moratín critica una costumbre que era el matrimonio de conveniencia; una joven era obligada a contraer nupcias con un hombre mayor, no por amor, sino por intereses, sobre todo, de los padres de la muchacha. Este era un ejemplo más de la falta de consideración hacia la mujer; de hecho, Moratín aprovecha esta crítica para mostrar la capacidad que tiene la mujer para decidir su destino, con los mismos derechos, forjados desde la inteligencia y la educación, que el varón. En este sentido, Moratín se convierte en un claro ejemplo del interés reformista de los autores ilustrados que se hace evidente en el espíritu crítico ante los factores retrógrados de la sociedad y en la intención didáctica, esta no implica el olvido de que la literatura, y especialmente el teatro, ha de ser entretenimiento.
En el siglo XVIII se produce, desde los principios del neoclasicismo, un debate que enfrenta el teatro heredero de lo barroco y la renovación que persiguen los ilustrados desde la defensa de unos preceptos clásicos. Estos se cumplen en la obra que estamos comentando. En primer lugar, la unidad de tiempo (la acción no va más allá de un día natural), de lugar (que implica que el escenario no tiene unas variaciones difíciles de asumir en la representación y alejadas del realismo) y de acción (solo se desarrolla una historia). La segunda norma es la verosimilitud, aquello que se representa debe estar cercano a la realidad. Y, finalmente, el teatro no debe buscar exclusivamente el entretenimiento sino también manifestar una clara voluntad por reformar las costumbres de la sociedad para mejorarla, esto es el didactismo.

Francisca Sabasa

El texto teatral, género literario al que pertenece este fragmento, presenta unas peculiaridades que se observan a simple vista (tengamos en cuenta que estamos comentando un texto escrito, no representado). Fijemos nuestra atención en las acotaciones (en letra cursiva); en ellas se explica cómo actúa el personaje, cómo es el escenario; todo ello encaminado a orientar a los responsables de la representación teatral. La primera acotación es un claro ejemplo de las de acción. Los nombres de los personajes aparecen en mayúscula; la mención al inicio de cinco de ellos nos indica que nos encontramos en una escena (la entrada o salida de otro implica un cambio de escena). Más allá de cada nombre se lee el texto que, en el momento de la representación, será pronunciado por el actor o la actriz encargada de encarnar al personaje concreto.
Los personajes presentes en esta escena son don Diego, el hombre mayor que va a contraer matrimonio concertado sin amor con doña Francisca; la joven ama a don Carlos, que también es sobrino de don Diego. Doña Irene es la madre de doña Francisca, no solo consiente en ese enlace, sino que casi podríamos decir que vende a su hija por interés. Y, finalmente, Rita, personaje heredero de la comedia barroca, en la que encontramos al criado o la criada que en todo momento apoyan a sus amos; en ellos se encuentra la historia secundaria a la que los dramaturgos neoclásicos renuncian, recordemos las comedias de Lope de Vega o de Calderón de la Barca.

La gallinita ciega, Francisco de Goya


El afán didáctico y reformista de costumbres del teatro neoclásico no implica el abandono de una cierta sentimentalidad (cabe recordar ahora que un subgénero del drama dieciochesco recibe el nombre de comedia lacrimógena). Los sentimientos que perfectamente pueden encontrarse aquí son el de respeto de don Carlos hacia su tío don Diego; las expresiones de ternura de don Diego hacia la muchacha con la que iba a contraer matrimonio; el cariño que Rita siente hacia doña Francisca, el amor de don Carlos hacia doña Francisca. El único personaje que, desde un punto de vista del sentimiento aparece calificado negativamente, es la madre, doña Irene, que en un primer momento se comporta con cierta violencia, falta de respeto a su hija, aunque finalmente, su actitud cambia. Tengamos en cuenta que el interés reformista del teatro neoclásico español se base en un didactismo amable, alejado de una solución feroz (que sí encontraremos más adelante en el teatro romántico). Con todo, es necesario ver cómo se refleja la hipocresía que define a este personaje en el que se centra la crítica: “Hija, Francisquita. ¡Vaya!, buena elección has tenido… Cierto que es un mozo galán… Morenillo, pero tiene un mirar de ojos muy hechicero”.
El sentimiento reformista de la obra está encarnado en don Diego, representación de la ideología ilustrada, la amabilidad que pretende ser un primer paso contra una lacra social como la que aquí se critica y la defensa del derecho del ser humano a ser feliz.
Aunque esta sea la escena final, en el fragmento se encuentran las tres partes en las que se organiza toda obra teatral clásica: planteamiento, nudo y desenlace. Observamos en el texto que hay un primer conflicto (la imposibilidad del matrimonio que enfurece a la madre de doña Francisca), la búsqueda de solucionarlo y la llegada a una concordia final, que es el ideal perseguido por el sentido de crítica y reformismo social de los autores ilustrados; un final amable que implica el triunfo de la felicidad a un nivel muy básico sin adentrarse realmente en los problemas de injusticia social y políticos que aquejaban aquel tiempo.
Una literatura interesada en el didactismo moral no tiene motivos para renunciar a la expresión de sentimientos; así, en el texto observamos la presencia de lo emotivo, tanto en los gestos (las precipitaciones que se producen al principio de la escena desde esa aparición inesperada de don Diego), como en las expresiones exclamativas que muestran el sentimiento de los personajes en un tono declamatorio, “¿ves qué alegría tan grande?… ¡Y tú, como me quieres tanto!… Siempre, siempre, serán mi amiga”.

William Hogarth,Casamiento a la moda

Acerca de lamansiondelgaviero

Escritor y amante de la literatura. Obras publicadas en kindle: "Realismo mágico y soledad, la narrativa de Haruki Murakami", "Castillos entre niebla", "Amadís de Gaula, adaptación", "El tiempo en el rostro, un libro de poesía", Álvaro Mutis, poesía y aventura", "Edición y estudio de Visto y Soñado de Luis Valera" y mis últimas publicaciones "Tratado de la Reintegración. Martines de Pasqually. Traducción de Hugo de Roccanera", "El Tarot de los Iluminadores de la Edad Media. Traducción de Hugo de Roccanera", La gran conquista de ultramar, versión modernizada en cuatro volúmenes.
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