Comentario
Nocturna
Álvaro Mutis
La fiebre atrae el canto
de un pájaro andrógino
y abre caminos a un placer insaciable
que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
donde las mujeres ofrecen al viajero
la fresca balanza de sus senos
y una extensión de terror en las caderas!
La piel pálida y tersa del día
cae como la cáscara de un fruto infame.
La fiebre atrae el canto de los resumideros
donde el agua atropella los desperdicios.
Oswald Wirth, uno de los grandes conocedores del proceso de indagación en el mundo de lo trascendente, en El simbolismo hermético en la alquimia y la masonería, define el hermetismo como la confluencia de símbolos que pueden ser contemplados desde distintas lecturas, pues “están destinados a despertar las ideas que dormitan en nuestro entendimiento”, actuando en él mediante la sugestión después de una lectura atenta que, según Nietzsche (Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales), es la definición básica de Filología. Desde un punto de vista de la estética literaria, lo hermético se expresa, sobre todo, en el enfrentamiento entre el bien y el mal o la luz y las tinieblas (Luis Beltrán Almería, Estética de la novela).
En la oscuridad de las posibles interpretaciones me encontraba en el momento en el que decidí leer con atención filológica el nocturno de Álvaro Mutis “La fiebre atrae el canto”, que vuelve a publicarse en el hermoso libro con el que se conmemora el centenario de su nacimiento. Este texto es el primero de Nocturna. En la Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía reunida, con el título de “Nocturno”, aparece entre las composiciones de Los elementos del desastre, publicado en 1953 por la Editorial Losada de Buenos Aires. Es en este libro en el que apareció por primera vez Maqroll el Gaviero. Y pido perdón por este recordatorio, pero es que se me hace prácticamente imposible hablar de la literatura de Álvaro Mutis sin tener un recuerdo para este eterno andariego, sufridor de empresas, más que aventurero.
Uno de los rasgos que caracterizan el espacio tiempo de la poesía del escrito colombiano es la noche. Este es el motivo que ha elegido Gonzalo García Barcha, cuidadoso editor e hijo de Gabriel García Márquez, para la realización de esta antología, Nocturna (Zalipoli-Libros del Kultrum, Barcelona, 2023), con motivo del centenario de Álvaro Mutis (1923-2013). El libro comienza con un prólogo en el que, desde las experiencias vitales del antologista e impresor, se perfila al poeta. Su voz estentórea como rugido de tigre, su amor por la literatura, la capacidad para encontrar en el presente ocultos rasgos que explican la historia. Todo ello para homenajear con el recuerdo a un hombre que en sus versos mostró que “la poesía anda suelta a nuestro alrededor”, como “un bálsamo cotidiano” que calma la existencia mediante la contemplación desde la desesperanza; esta no deja de ser una forma de clarividencia, aunque sea desde la indagación en lo nocturno, porque, al fin y al cabo, la luz del verso procede de la llama interna que es la vida. Nocturna es un hermoso libro para recordar a nuestro hermano el Gaviero.
Confieso que me encontraba totalmente confundido a la hora de interpretar un cierto primer estremecimiento que me producen estos textos escritos en y para la noche. Oscuro, pero a la vez, pura luz, aunque para llegar a ella se haga necesaria una indagación que es el encuentro con el uno mismo. Por eso he decidido seguir un camino parecido al del buscador en la filosofía hermética. Algunos datos extraídos según el proceso aprendido en los estudiosos de lo oculto, mediante tablas que poco a poco van mostrando una serie de rasgos que, al final no dejan de ser una interpretación personal mediante ese principio que es la lectura lenta, el encuentro sosegado con el texto, el establecimiento de un diálogo que enriquece al buscador de verdades absolutas en los versos.
En “Nocturno” predominan los nombres (veinticinco) ante los ocho verbos y los siete adjetivos calificativos. Sustancia, sustantivo, ahí está la esencia de las palabras contenidas en este poema, no en las acciones, ni en las cualidades, sino en lo absoluto de la morfología, en aquello que pretender dar palabra a la realidad, convertir en realidad lo que no tiene esencia material, pero existe; o nombrar el universo. Este proceso va a culminarse mediante una estructura cerrada por el paralelismo que se produce entre los dos primeros y últimos versos. Este asunto no es de exaltación sino de degradación, pues nos hallamos en Los elementos del desastre. Desde la claridad que supone el encuentro con el canto de un pájaro andrógino, símbolo de la totalidad. ¿Por qué es así? Su definición como andrógino no nos está planteando una rareza en lo natural, sino que nos anuncia la individualidad esencial y arquetipica. Este proceso de degradación tiene que ver con un estado alterado de consciencia cuyo origen está en la fiebre; malestar que aparece con cierta frecuencia en la obra de Álvaro Mutis; recordemos el que puede considerarse como su ejemplo más significativo: la narración del ciclo de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, La Nieve del Almirante (1986). Desde el contacto erótico con una indígena aparecida de la oscuridad de la selva, Maqroll, que ha poseído la tierra de su cuerpo, se adentra en un abismo febril que le conduce hacia otra noche, que es la de la muerte. En “La fiebre atrae el canto”, se encuentra tal asimilación en la visión de la tierra como un cuerpo que se cruza.
El proceso febril que comienza con el canto de un pájaro, la voz del cielo, de lo alto, de la luz, de lo trascendente acaba en el desastre de otro sonido, el del agua atropellada que arrastra los desperdicios hacia las alcantarillas. Del pájaro andrógino al resumidero. De la luz al desecho.
Pero el libro al que pertenece este poema no es solo del desastre, también contiene la primera parte del sintagma, los elementos. Y ahí están los cuatro más el vacío, o éter, que viene a ser la culminación de recorrer los otros. La Tierra, que son cuerpo e islas; el Agua, sin la cual no puede explicarse la geografía poética de Mutis; el Aire, que es el pájaro, aunque éste también podría ser el Fuego, pero dejémoslo para la fiebre. Peregrinación por las cuatro esencias que conforman el mundo para alcanzar la quintaesencia del vacío, expresado en el proceso de perderse en la trascendencia que es, tanto la iluminación del canto del pájaro andrógino, como el atropellado remolino de las aguas que arrastran los desperdicios. Separación de la realidad transformada en símbolo de viaje, desde el pájaro, por la mujer que es la balanza, equilibrio de justicia y terror de caderas que provocan el viaje del deseo hacia su expresión, de la mujer o el agua.
Hay una obra de la producción poética de Álvaro Mutis que me atrae de una manera especial, Los emisarios, obra en la que cada poema es un enviado que transmite un mensaje dirigido hacia lo más profundo del lector, desde los principios del hermetismo, palabra que, no se nos olvide, procede de Hermes, el alado legado de los dioses, protector de los viajeros, de aquellos que indagan en la palabra un atisbo de verdad que pueda iluminarles. Ahí, en Los emisarios, se encuentra el poema de “Un gorrión entra en el Mexuar” de “Tríptico de la Alhambra”, equiparable a este pájaro andrógino.



























