(Reseña-reflexión)

Hay momentos en el proceso formativo de uno mismo que quedan especialmente grabados en el recuerdo; bien por la persona que contribuyó a extender el horizonte, bien por la enseñanza transmitida. Tuve la fortuna de asistir a los cursos de doctorado, hacia finales de los noventa, que impartía Luis Beltrán Almería en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. Tranquilos y silenciosos sábados por la mañana en el Pabellón de Filología, derribado y recién reconstruido ahora. Bajtín, estética de la novela, patetismo, el cronotopo, Luis Landero, Gabriel García Márquez. El entusiasmo del que enseña siempre encuentra su eco en la efervescencia del que aprende. Tuve el honor, años después, en 2002, de que el doctor Beltrán fuese miembro del tribunal ante el que leí mi tesis doctoral sobre Clarián de Landanís; recuerdo sus amables palabras y la hospitalidad esencial con la que cumplió la función que le cayó en suerte como secretario del tribunal. Por fortuna, en el camino de toda persona se producen dichosos encuentros. Quiero hoy escribir acerca de su Estética de la novela como una reflexión y homenaje a quien tanto aporta a mi interpretación del hecho literario.
Uno de los factores que más interesantes me han resultado en la explicación de la estética de la novela es la concepción de la Historia como un proceso civilizatorio, que parte de un tiempo de la tradición; creo que tal pensamiento puede estar cercano a lo que Unamuno llamó intrahistoria. Proceso civilizatorio que no sé hasta qué punto implica avance o retroceso, mirando cómo está el mundo.
La prehistoria es el tiempo en el que se hace evidente la comunión de la naturaleza con el ser humano, parte y responsable de ella. En el nacimiento de los mitos es fundamental la concepción del universo como un ritmo, como cíclico. Ahí está el origen, también de lo lírico, como ritmo. La temporalidad es una de las dimensiones fundamentales para acercarse a lo narrativo, las otras dos son la risa y la palabra. La consecución de la eternidad es la experiencia transcendental estética equiparable a la hierofanía. La prehistoria es la fase de la igualdad en la evolución humana.
En realidad, en este pensamiento parece que subyace cierta melancolía por un tiempo pasado, imaginado desde la ficción de la igualdad. Rousseau, aunque su pensamiento acaba defendiendo el mito del buen salvaje, parte en El contrato social de la afirmación de un primitivo estado humano de salvajismo que conducía a la tiranía; para defenderse de tal posibilidad, el animal humano se organiza en grupos que, sólo desde una mirada muy idealizada, pueden ser considerados como igualitarios.
Hay dos momentos primordiales en la historia. El primero es la transición del estado de igualdad durante la Prehistoria, en la sociedad primitiva tradicional en la que predomina la cultura oral. Con el comienzo de la Historia se produce la desigualdad económica y cultural, desde el desarrollo de la escritura. Con esta última van a diferenciarse la cultura popular y la considerada como elevada. La narrativa se encuentra tanto en una como en otra.
El segundo momento se produce con la modernidad que supone una revolución ideológica y estética; su resultado será el desarrollo de un nuevo pensamiento, el del individuo, el cual ocupa el lugar que en las sociedades preindustriales y teocéntricas pertenecía al dogma antiguo, bien sea este la divinidad (hasta el siglo XVIII), o la razón (siglo XVIII y XIX). La preponderancia del individuo supone el desarrollo de la dimensión estética del ensimismamiento.
En este segundo momento primordial se produce la fusión del simbolismo tradicional y las estéticas producidas a partir de la mixtificación, entendida como deformación, que llevó de la Prehistoria a la Historia.
Bien podríamos distinguir en el acontecer del ser humano estas fases: Prehistoria (igualdad, cultura tradicional); Historia (cultura tradicional versus cultura elevada), que a su vez desarrolla dos pensamientos que se alternan en el discurrir del tiempo desde el siglo XVI: pensamiento teocéntrico y pensamiento basado en la razón (sobre todo en los siglo XVIII y XIX) y Modernidad. Las formas históricas del período histórico anterior a la Modernidad son el patetismo, el didactismo y el humorismo.
El pensamiento dogmático que se desarrolla en el periodo histórico, bien desde un punto de vista de lo teocéntrico, bien desde el valor como absoluto de la razón (a partir de la Ilustración), se plasma en una serie de héroes de características extraordinarias que no pueden verse transformadas; sin embargo, el protagonista narrativo a partir de la modernidad está construido desde la variación de lo temporal que va a producir cambios en la naturaleza del personaje, el cual ya no nace como un absoluto, sino como un ser que se va forjando con el tiempo, categoría cuya percepción marca el fin del periodo idílico de la prehistoria.
Más allá de la escisión cultural entre cultura elevada y popular, en la ruptura que supone la escritura y el comienzo del proceso histórico, “la novela es el instrumento cultural que ha alcanzado un gran desarrollo por su capacidad para conectar alta y baja cultura, esto es, por su utilidad como puente cultural”. Por lo que se refiere a la narración, no hay ruptura sino una posibilidad constante de integración. Esta aseveración me lleva a plantearme si no está la posible salvación del ser humano en el camino narrativo hacia un horizonte que bien puede ser el texto religioso, el científico de la ilustración, o el marxista, todos ellos enfocados hacia un punto de la historia futura en el que la utopía se haga posible, hoy lo veo como algo perdido en la mentalidad e imaginación de una parte muy significativa de la humanidad no comprometida.
La realidad de la novela, o de la capacidad exclusivamente humana que es la de narrar, nos muestra que no hay una oposición absoluta entre la oralidad popular y tradicional que mantiene los valores de la prehistoria idealizada y la escritura culta, pues bien puede marcarse la integración entre ambas desde la literatura en tercera persona, característica del género narrativo, según Jakobson. Baste con observar los primeros relatos épicos, tan antiguos que no están constituidos por palabras sino por imágenes, las pinturas rupestres que cuentan episodios de caza; de ahí, a la epopeya, la épica, los cantares de gesta, las aventuras de los libros de caballerías y la novela, con el héroe del siglo XX y su compromiso social; todo lo mismo; una variación que, desde sus posibilidades de libertad, bien podrían conducir al ser humano hacia posibilidades cada día más lejanas, que despierten su verdadera esencia diferenciadora de lo animal.
La tradición oral supone un desarrollo comunitario frente a la soledad que implica la letra, percibida desde el retiro silencioso; aunque este punto culminante de la Historia tardará en llegar, con los valores del ensimismamiento, de individualidad, que supone. Recordemos que durante muchos siglos, con posterioridad a lo que fue la gesta de la imprenta, lo que prevalece es la transformación de lo escrito en oral. Un efecto interesante al respecto se produce con la narrativa cinematográfica que nace a la vez que se produce la modernidad. La proyección de una película en una sala de cine implica un acto colectivo; transformación en experiencia individual por la necesaria oscuridad que requiere la luz filtrada por los fotogramas. En la actualidad esa mezcla de lo colectivo e individual se está convirtiendo en incomunicación con el otro por el acercamiento a los medios audiovisuales desde lo más privado, origen de aislamiento y adormecimiento de los sentidos.
La novela, cuya primera definición es debida a Juliano el Apóstata, hacia 363 d.C. es “Ficción en forma de relato histórico con argumento amoroso”; aquí están las primeras novelas, desde luego, entre ellas Dafnis y Cloe de Longo. Pero esta modalidad narrativa es mucho más. La novela es un género literario nuevo que se desarrolla en el tiempo de la desigualdad. Implica la dinámica de la revolución de la imaginación. La tradición estaba cerrada en el mundo mitológico de los antepasados. Los cauces narrativos no podían separarse de una línea argumental que era bien conocida por todos y cuya expresión, de alguna manera, es un proceso ceremonial (se recuerda el illo tempore y ese momento se actualiza, así sucede con la consagración de la misa cristiana). En la epopeya religiosa, el héroe es absoluto, corresponde a la tradición. Un ejemplo es el Mahabaratha, aunque con la Bhagavad Gita ya se produce una cierta fisura en tal unidad, pues en ella se encuentra el desarrollo de la persona por la emergencia del ser en su obligación de autorreconocerse. Desde la leyenda, relacionada con aspectos del mundo que requieren explicación, y del mito, que son el pasado, se va a producir el desarrollo de la imaginación, que puede ser el futuro o lo utópico.


























