La narrativa de aventuras protagonizada por un héroe que vaga por los caminos es tan antigua como la literatura; de hecho podríamos decir que hunde sus raíces en la mitología. Los doce trabajos de Hércules son las correrías de un héroe solitario enfrentado a unas gestas. Posiblemente sea este el motivo por el cual Hércules es un arquetipo heroico para algunos caballeros que aparecerán en los libros del siglo XVI –así en el caso de Clarián de Landanís (1518) de Gabriel Velázquez de Castillo-. La búsqueda de Gilgamesh (siglo VII a.C.) se encamina hacia la inmortalidad, equivalente al Grial. Los héroes de La Ilíada en su individualidad también pueden verse como espejos en los que los caballeros del siglo XVI buscan su ideal de fortaleza, como en Aquiles, o de sagacidad, como en Ulises. El periplo del rey de Ítaca por el Mediterráneo es como el errar por florestas entre castillos, ermitas y palacios encantados. Y, como siempre, también para Ulises estará allí el tema de la inmortalidad entre los brazos de la encantadora ninfa Calipso; para los caballeros andantes, la vida eterna está en la fama adquirida como vencedores de las más peligrosas aventuras y como perfectos amadores.
Otra imagen bien presente en el desarrollo de la épica caballeresca es Jesucristo. Amadís de Gaula casi será una metáfora del Mesías que desciende a un infierno alegórico que son las prisiones de Arcaláus para liberar a los que en ellas penan. Es, sin embargo, en la Edad Media cuando realmente el héroe de la epopeya –Hércules, Gilgamesh, Aquiles, Ulises- se transforma en el caballero andante –Lanzarote, Gawain, Galaad, Perceval-. En un dezir de Fray Migir en el Cancionero de Baena, escrito con motivo de la muerte de Enrique III de Castilla (25 de diciembre de 1406) se leen los siguientes versos, que siguen el tópico del Ubi sunt?, modernizados:
Versos en los que vienen a coincidir las tradiciones europeas que ahora estamos mencionando.
Entre 1135 y 1138, en una obra redactada en latín, Historia Regum Brtanniae de Geoffrey de Monmouth y en el Roman de Brut, en francés, de Wace (hacia 1155), Arturo de Bretaña es presentado como un personaje histórico que todavía no ha dado el paso decisivo hacia la ficción. También en el siglo XII (hacia 1130-1195), vivió en Francia Chrétien de Troyes, el cual, basándose en las leyendas celtas bretonas y en el refinamiento del amor cortés, escribe en verso obras como Cligés, Lancelot o el caballero de la carreta, El caballero del León y Perceval o el Cuento del Grial. En las obras de Chrétien y de sus continuadores aparecen los temas del Santo Grial, los caballeros del rey Arturo y la leyenda de Tristán de Leonís. En la segunda mitad del siglo, en versos compuestos en la corte de Leonor de Aquitania, María de Francia escribe en francés los Lais basados en unas tradiciones bretonas cercanas a los mitos caballerescos de Chrétien de Troyes. Este tipo de aventuras alcanza una gran importancia en la corte de Enrique II Plantagenet. A finales del mismo siglo, Robert de Boron redacta una trilogía en verso compuesta por Joseph de Arimatea (o Roman de l’Estoire dou Graal), Merlin y Perceval. Vertida a la prosa dará lugar a la Vulgata Artúrica o ciclo de Lanzarote-Grial, una obra anónima extensa datable entre 1215 y 1230 formada por textos como Estoire del Saint Graal o Joseph Abarimathie, Estoire de Merlin, Lancelot –centrada en los amores de Lanzarote y Ginebra-, Queste del Saint Graal y Mort Artu. La tradición será continuada por el Pseudo-Robert de Boron en el ciclo de la Post-Vulgata, también en el siglo XIII.
El rey Arturo como tema literario nace en el tiempo en el que el mito se funde con la historia. En el siglo V d.C., en plena decadencia del Imperio Romano, se producen las migraciones de los pueblos germánicos. Tres de estos grupos étnicos llegan a Bretaña, la provincia romana de Britania: los anglos, los jutos y los sajones. Los invasores bárbaros van a encontrar una fiera resistencia encabezada por un general britanorromano cuyo nombre ha pasado a la leyenda como Arturo. Desde este germen, en parte real, en parte ficticio, se organiza la historia que conforma el mundo artúrico, en el cual se fusionan tres elementos fundamentales como son la Mesa Redonda, el Grial y la convivencia con la magia. La corte de Arturo adquiere su fuerza en la unión de una serie de caballeros perfectamente individualizados. La relación que se establece entre el monarca y sus paladines se podría definir como de respeto, casi de igualdad, entre cada uno de los miembros que conforman la hermandad caballeresca. Este mantenimiento de cierta independencia, más allá de los principios de un vasallaje enajenador, es muy importante en la formación del personaje del caballero andante, pues su existencia no se entiende sin la libertad. El hecho de que la mesa en torno a la cual se congregan los caballeros artúricos sea redonda no es baladí, pues viene a simbolizar la igualdad de los formantes del grupo. Algunos de sus nombres destacan de una manera especial: Gawain, Perceval, Galaad, por supuesto, Lanzarote del Lago. Este es el más acabado caballero que vieron los siglos, su perfección, precisamente, lleva la semilla de la discordia, pues héroe tan encumbrado como él es, solo puede amar a la más alta dama de su tiempo. Esa mujer es Ginebra, la esposa del rey Arturo. Lanzarote, además de un ejemplo de caballero andante, se convierte en espejo del enamorado que dirige su pasión según los principios del amor cortés. El segundo elemento característico de los argumentos artúricos es el Grial. En un momento en que la existencia caballeresca parece que ha perdido su razón de ser, surge de las nieblas de la memoria el Grial, el vaso sagrado en el cual Jesucristo instituyó la transustanciación del vino en sangre durante la última cena, la misma copa en la que fueron recogidas las últimas gotas de la sangre de Cristo. La búsqueda del Grial es la metáfora de la espiritualización de la vida guerrera; orienta la existencia de los caballeros de la Mesa Redonda cuando el vagar por los caminos ha perdido su razón de ser. El tercer rasgo del mundo artúrico es el de la magia. Este será heredado por los libros de caballerías hispánicos que, en figuras como la de Urganda la Desconocida, mantendrán las virtudes maravillosas de Merlín, Morgana o la Dama del Lago.
Los textos artúricos comienzan a divulgarse por España en el siglo XII, desde esta influencia se crea una primera versión del Amadís de Gaula en el siglo XIV y el Tirante el Blanco del siglo XV, que es otra posible interpretación del mundo caballeresco. Desde La Vulgata derivan los libros castellanos de Lanzarote del Lago (hacia 1414) y la Demanda del Santo Grial (1515) y de la Post-Vulgata, el Libro de Joseph Abarimatia (1470), la Estoria de Merlín (1470) o el Baladro del sabio Merlín (1498) y el Lanzarote (1470) que confluye con la Demanda del Santo Grial en un libro titulado en su conjunto La Demanda del Santo Grial, con los maravillosos fechos de Lanzarote y de Galaz, su hijo. Como texto relacionado con el mundo artúrico hay que nombrar en castellano el Tristán de Leonís, traducido a comienzos del siglo XIV. También en la modalidad de la narrativa breve caballeresca se deja notar tal influencia en un texto como es la Crónica de los muy notables caballeros Tablante de Ricamonte y de Jofré; en su impresión de 1564 leemos:
“De todos es sabido cómo el rey Arturo fue emperador entre los reyes de su tiempo, el cual, por especial gracia de Dios, alcanzó que en su tiempo y en su reino se comenzase la demanda del Santo Grial, según más largamente lo hallaréis en el Baladro que dicen de Merlín; y en esta demanda entraron muchos caballeros, y el rey Artur fue uno de ellos, y Lanzarote del Lago, y Tristán, y Palomedes y el Caballero sin Pavor, y el Caballero de las Dos Espadas, y Sagramor y Bramor y otros muchos, que si leéis sus historias, sabréis las aventuras y caballerías que en su tiempo hicieron. Y era la costumbre que, en armando algún caballero, escribían el día y quién era, y en cuya demanda iba, y ponían en el libro de las hazañas todas las aventuras que le acontecían; y cuando morían, dejaban allá su escudo y lanza y al muerto leíanse sus caballerías” (Libros de caballerías. Primera parte. Adolfo Bonilla y San Martín. Madrid. Bailly, Bailliére e hijos Editores. 1907).
De la tradición que supone el recopilar de boca de sus protagonistas o testigos las aventuras de los caballeros andantes nacerá la ingente cantidad de hojas impresas donde mediante este recurso a la palabra de quien ha estado allí, se dotará a los libros de caballerías de una pátina de realidad.
Los libros de caballerías constituyen un género literario y editorial (pues la impresión de estas obras implica la utilización de unas características formales bien marcadas). Se desarrolló éste, fundamentalmente, durante el siglo XVI. Su esquema básico se encuentra planteado casi en su totalidad en el Amadís de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo. Simplificándolo mucho podríamos definir estas obras como las biografías de unos personajes que desde su origen están llamados a tener un destino heroico. En las andanzas de sus protagonistas, desde su nacimiento extraordinario, confluyen dos líneas argumentales tan unidas que es difícil separar una de otra: el amor y la aventura. Hasta tal punto es así que resulta difícil señalar cuál es el origen o motor de uno y otra. El mundo que rodea las hazañas de los caballeros errantes es aparentemente un paisaje dibujado con una tinta que solo admite el blanco y el negro, sin embargo, hasta en las límpidas existencias de los héroes caben los grises. El topos caballeresco no es sólo el de los paladines espejo de bondad, o el de las damas, arquetipos de amor; también aquí está el mal desde el que se genera la posibilidad de la aventura por la existencia de sus diferentes encarnaciones: monstruos, encantadores, gigantes o paganos, todos ellos muestra de un antimundo que el héroe debe exterminar también en su interior: la soberbia, la lujuria, la gula, la traición, la deslealtad o todo aquello que causa deshonor.
Vamos a detenernos a continuación en algunas definiciones que se han ocupado de acotar el territorio del género de caballerías. La primera de ellas es la que encontramos en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611) de Sebastián de Covarrubias para el cual los libros de caballerías son “los que tratan de hazañas de caballeros andantes, ficciones gustosas y artificiosas de mucho entretenimiento y poco provecho, como los libros de Amadís, de don Galaor, del Caballero del Febo y los demás”. Es necesario fijar nuestra atención en la importancia dada al modelo amadisiano como se puede ver en la mención concreta de Amadís de Gaula y Galaor como ejemplo de dos visiones bien diferentes de la andadura aventurera en un mismo libro. En palabras de Sebastián de Covarrubias, no se ha de esperar un beneficio material en el ejercicio de la lectura de este tipo de literatura, aunque al calificarla como de “mucho entretenimiento” está diciendo que pertenecen a ese grupo de actividades humanas formadas por “cualquier cosa que divierta y entretenga al hombre, como el juego o la conversación o la lección” (esto último es la doctrina que transmite el maestro y tal asimilación no deja de ser significativa en la ambigua subjetividad que marca la definición).
Los libros de caballerías, espejos de individualidad y ejemplo de la lucha de un hombre con un mundo hostil, también pueden servir como referencia a la hora de contemplar la imaginación como un manantial de rebelión contra un dogma que –en el siglo XVI, no tan lejano al nuestro como parece- pretendía dominar al hombre, así lo define Mario Vargas Llosa en su magistral Carta de batalla por Tirant lo Blanc: “en un momento de apogeo de la cultura escolástica, de cerrada ortodoxia, la fantasía de los autores de novelas de caballerías debió resultar insumisa, subversiva su visión sin anteojeras de la realidad, osados sus delirios, inquietantes sus criaturas fantásticas, sus apetitos diabólicos”. En esta misma línea de libertad y rebelión se encuentran las siguientes palabras de uno de los más importantes estudiosos del género, Daniel Eisenberg (“Los libros de caballerías y don Quijote”, en Lucía Megías 2008)
“En primer lugar, los libros de caballerías celebran la rebelión contra la autoridad. Cada uno puede emprender las empresas que le parezcan oportunas, abandonando toda responsabilidad. Las empresas de los protagonistas son, desde luego, meritorias, correctas. Lo problemático es que ellos, dotados de un alto sentido ético y un juicio infalible, son capaces de escogerlas acertadamente. No hay que responder a superiores militares o sociales, no hay que pensar en la carrera. Fuera padres, curas, profesores; el caballero andante puede decidirlo todo. Para lectores jóvenes, esta libertad es tan peligrosa como atractiva”.
Para completar esta definición, podemos mencionar la siguiente, esta perteneciente a Martín de Riquer (“Una mirada sobre los libros de caballerías” en Lucía Megías 2008)
“Los libros de caballerías son, en el siglo XVI, una pervivencia del heroísmo novelesco medieval. Son unas narraciones en prosa, por lo común de gran extensión, que relatan las aventuras de un hombre extraordinario, el caballero andante, quien vaga por el mundo luchando contra toda suerte de personas o monstruos, contra seres normales o mágicos, por unas tierras las más de las veces exóticas y fabulosas, o que al mando de poderosos ejércitos y escuadras derrota y vence a innúmeras fuerzas de paganos o de naciones extrañas. Es el caballero andante de los libros un ser de una fuerza considerable, muchas veces portentosa e inverosímil, habilísimo en el manejo de las armas, incansable en la lucha y siempre dispuesto a acometer las empresas más peligrosas. Por lo común lucha contra el mal –opresores de humildes, traidores, ladrones, déspotas, infieles, paganos, gigantes, dragones-, pero el afán por la acción, por la <aventura>, es para él una especie de necesidad vital y constituye un anhelo para imponer una serie ininterrumpida de sacrificios, trabajos y esfuerzos que son ofrecidos a una dama, con la finalidad de conseguir, conservar o acrecentar su amor”.
Hay un punto en el horizonte que se debe mantener en el análisis de las aventuras caballerescas del Amadís de Gaula: la libertad no se enajena ante la injusticia. Quizá sea este uno de los mensajes que ha de prevalecer en una lectura contemporánea de la obra: la conquista de la libertad. Este, sin duda, es el motivo por el cual los libros de caballerías fueron atacados, vilipendiados, censurados, perseguidos, prohibidos, quemados por curas intransigentes, incultos barberos y dueñas temerosas. Nunca es mal tiempo para leer un libro que nos transmite que la libertad existe por fuertes que sean los poderes contra los que hay que luchar. Así supo decirlo Cervantes con palabras puestas en voz de don Quijote:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrecheces de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!” (Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, capítulo LVIII).
El género de los libros de caballerías se desarrolla desde el paradigma de un posible Amadís de Gaula escrito hacia 1496 y alcanzará un último representante en la Quinta parte del Espejo de príncipes y caballeros, posterior a 1623, resistente a los ataques que contra este grupo de obras realizó la novela de Miguel de Cervantes Don Quijote de La Mancha (1606-1615). Aunque esto es otra historia, no estaría de más recordar la pregunta que ya muchos se plantean respecto a si habría que considerar esta última como uno de los libros de caballerías, aunque interpretado desde la parodia, la actualización y el realismo.
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