El bandolero es uno de esos antihéroes que caracterizan el mundo de los fuera de la ley, aquellos que siempre aparecen en un momento u otro en toda historia nacional. Tal figura es un arquetipo exótico que describía la peculiaridad española en el siglo XIX. Uno de los primeros en retratar desde la ficción a este personaje es Prosper Mérimée con el don José de Carmen.
Casi siempre ha sido tratado con benevolencia; primero, porque su lucha estuvo muy unida a ese carácter indómito de lo español que produjo pesadillas en los soldados napoleónicos destacados en España. Ahí está una vida como la de El Empecinado, un guerrillero, como muchos otros, cuyas estrategias y modos de vida no se apartaban tanto del de unos bandoleros como El Tempranillo o Juan Caballero.
Carlos Giménez parte de la Historia verdadera y real de la vida y hechos notables de Juan Caballero, escrita por él mismo. Su protagonista fue contemporáneo de otro bandolero andaluz, El Tempranillo, aunque su vida de no acabó en sangre regando la tierra, por ello en sus años más tranquilos pudo escribir tal autobiografía.
El autor, en Bandolero, sigue con el estilo naturalista que caracteriza buena parte de su producción. Tal y como señala Javier Coma en el prólogo al libro, tras esta narración hay un exhaustivo proceso de documentación, tanto en lo que se refiere a costumbres, como a vestuario, armas… En realidad, Carlos Giménez dibuja y escribe como es característico en sus obras realistas; aunque en Bandolero hay un elemento que adquiere un protagonismo especial, se trata del paisaje, la serranía del sur de Córdoba, en el límite con la provincia de Málaga y el triángulo que estas dos forman con la de Granada, territorio de tradición bandoleril en el siglo XIX. Un paisaje rocoso y seco en el que parece reverberar la luz y cantan las cigarras en la plenitud del ardor de la tarde.
Este paisaje puede ponerse en relación con un género como es el western, de hecho, en algún momento la figura del bandolero está cercana a la del pistolero que recorre en soledad el espacio inmenso por su condición de vagabundo que debe ir ocultándose. Carlos Giménez ya se había acercado a este estilo en Gringo.
Por otra parte, en la creación tebeística del autor, continuamente está presente la preocupación social, la denuncia de la injusticia, el hombre que hace todo lo posible y lucha dignamente en un ambiente que le es hostil. El bandolero no es un mero ladrón, salteador de los caminos; puede ser alguien que ante un mundo que quiere hacerle vivir de rodillas se alza contra la injusticia. Recordemos otro de esos famosos bandoleros que ha dado la tradición española contemporánea, Curro Jiménez; con él comparte el Juan Caballero de Carlos Giménez un paisaje y una manera de ver el mundo.
Desde luego que, como sucede con todo aquel que se mueve más allá de la ley, el personaje de Juan Caballero tiene sus claroscuros y en este sentido la realización en blanco y negro del cómic es muy apropiada. En un mundo primario como este en que la vida vale tanto como la posibilidad de disparar un trabuco cargado de posta, la violencia está latente en todo momento.
Bandolero se abre con un episodio en el que Juan Caballero se comporta con la dignidad del que es consciente de vivir emboscado, a causa de la injusticia de un sistema que permite la existencia de ricos hacendados y gentes que nada tienen más que su honor.
Pero Bandolero se cierra con un episodio en el que la violencia se aplica en toda su crudeza para descubrir que se ha vertido sangre de inocentes. De ahí esa página final de la obra en cuyas viñetas la soledad del protagonista se hace tan evidente que su figura se desvanece prácticamente en el paisaje.