(Sobre Meditar. Por qué y cómo. Hacia la vida iniciática. Karlfried Graf Dürckheim)
“La respuesta a la pregunta del ¿Por qué meditar? es: el viaje a lo iniciático. Esta respuesta hace de la íntima unión con el Ser divino inmanente a la esencia del hombre el centro de la vida humana. La finalidad de todo ejercicio es percibirlo y dar testimonio de Él en la vida cotidiana” Nacido en Munich en 1896 (murió en 1990), Karlfried Graf Dürckheim, como tantos millares de su tiempo, vivió directamente, pues participó en el frente, la I Guerra Mundial; pertenece, por lo tanto a esa generación de pensadores alemanes marcados por la brutalidad de una guerra de trincheras y destrucción, experiencia que marcó su visión del Ser Humano. El abanderado de esta época, sin duda, es Ernst Jünger. Dürckheim fue diplomático en Japón entre 1937 y 1947, años, desde luego, sumamente comprometidos políticamente, tanto que acabaría siendo encarcelado por orden del mando del ejército de ocupación, autoridad suprema en Japón en la década posterior a la derrota de 1945. Así pues, conoció directamente la cultura japonesa, la cual será una de las constantes en su obra: Japón: la cultura de la quietud, Hara. Centro Vital del hombre; El zen y nosotros;
La gata prodigiosa … En ellas nos encontramos un análisis especialmente dedicado al ciudadano occidental, tanto de la meditación za-zen como de otras prácticas que, utilizando lo físico, trascendentalizan la disciplina. Es muy conveniente la lectura de Durckheim junto a la de otro autor alemán, Eugen Herrigel (El zen en el arte del tiro con arco) y, por supuesto, las nunca bastante alabadas obras de Daisetz T. Suzuki (sobre todo El zen y la cultura japonesa).
En Meditar. Por qué y cómo. Hacia la vida iniciática, por otra parte, se hace evidente la tradición cristiana en la que se formó el autor; de ahí esas referencias continuas a la búsqueda del Maestro Interior o del Ser manifestado en la Luz Crística que subyace en el interior del ser humano.
A partir de 1950, Karlfried Graf Durckheim desarrolla su Escuela de Terapia Iniciática en el Centro de Todtmoos-Rütte en la Selva Negra. En los últimos años de su vida fue catedrático de Psicología y Filosofía en la Universidad de Kiel. Esta preocupación por la psicología trascendental e iniciática se hace evidente en la búsqueda del Ser esencial que continuamente se manifiesta en las palabras de este libro. Valga como ejemplo
“Cualesquiera que sean los poderes de destrucción que avanzan hoy hacia nosotros, desórdenes sociales, hundimientos económicos, destrucción atómica de la tierra, el SER divino, inaccesible a todas las catástrofes, espera que cada hombre lo descubra como su núcleo indestructible. Siempre que un hombre despierta al Ser Esencial y se compromete en el camino, el germen del SER divino que nace en una persona que llega a su madurez ilumina y transforma todo cuanto le rodea, sin que ningún desastre pueda extinguir su luz”.
El fin fundamental de la meditación es acceder al ser interno, experimentar al otro que es uno mismo. Se trata de un camino de liberación, ajeno a lo social, a lo político. Es la liberación de la esencia del uno mismo mediante el cambio radical en la forma de mirar lo profano. Ese camino conduce tanto a la manifestación del Ser como a la toma de conciencia de la luz de Cristo que es la luz de lo Absoluto, la chispa divina que, en su manifestación de la inteligencia, robó Prometeo a los dioses, o el soplo divino que transformó el barro modelado en hombre, o la fruta tomada del Árbol de la Ciencia gracias a la cual el animal devino en humano.
Por eso, la vía iniciática de contacto con el ser concluye en un punto ajeno a la humildad, por mucho que este sea uno de los principios morales que orienten al buscador en el recorrido de la Senda. Durckheim lo expresa en estas palabras: “del progreso iniciático nace una humildad totalmente distinta del sentido de la propia pequeñez en el seno del cosmos explorado, porque la realidad de una infinita grandeza se manifiesta a la nueva consciencia”.
La meditación es silencio, calma, recogimiento e interiorización, búsqueda de la oculta ruta que lleva al acceso a la trascendencia. La meditación puede encontrar uno de sus asideros en el análisis, en la espera del entendimiento profundo del contenido de un texto que se considera sagrado, y aquí lo sacro es aquello que el meditante considera como tal, porque son tantas las vías de manifestación del Ser, sea la Belleza, la Sabiduría o la Fuerza. La meditación también es movimiento, dedicación plena a un arte, la búsqueda de la maestría, de la perfección técnica. El autor nos hace ver cómo en un taller donde trabaja un artesano viejo se respira una atmósfera especial, la evidencia de algo diferente al espacio, al tiempo, a lo físico, en definitiva, la manifestación de algo trascendente, pues “el patrono de una profesión es quien acompaña al hombre en el ejercicio de su oficio y le protege en la desgracia”.
En realidad, la meditación viene a ser un instrumento fundamental en el acto que es la vida en plenitud desde una revolución total de la consciencia, desde una mirada distinta de la realidad, percibida por el iniciado desde unas sensaciones diferentes a las del hombre profano.
¿Cómo es el territorio al que conduce la meditación? Cuando ésta lleva por el camino iniciático y no se queda en una mera práctica de aquietamiento psíquico y físico (aunque estos también tengan su importancia), la meditación conduce a un paisaje de lo Absoluto, de plenitud de sentido y amor expresado en la Fuerza, el Orden y la percepción de la Unidad Universal, o, lo que es lo mismo, la manifestación de la Fuerza, la Sabiduría y la Belleza. Esta es la triple expresión del Ser que puede ser la conciencia, el ser sobrenatural divino que subyace en el ser humano, en un interior que no tiene por qué ser físico, o el Maestro Interior (al cual Durckheim dedicó un hermoso libro). Ser Sobrenatural, Crístico y también Ser Esencia, el Yo más puro, que es el Espíritu del Hombre emanado de lo más sagrado y sagrado en sí mismo. Esta es la Dignidad del Hombre de la que hablaba Pico della Mirandola; una dignidad que no puede ser ensuciada ni en contacto con lo más abyecto porque es pura luz.
La meditación va encaminada a poner el auténtico yo en el lugar que le corresponde; se trata de una vía iniciática cuya finalidad no es la destrucción en el vacío, sino la plenitud. No es un periplo fácil, desde luego, ni puede asegurarse que tenga un final, pues es perpetuo caminar. Así sucede también con la semilla que ha de romperse para así transformase en algo radicalmente distinto, que ya estaba en sí misma y que sigue siendo su ser, más fuerte y lleno de experiencia, pero ella misma. Así, el paisaje al que llega el meditante está regido por los principios de conocimiento y Libertad.
El hombre profano está dirigido por poderes ajenos, abandonarlos es lograr la libertad, pero también es perder la seguridad; por eso el camino iniciático es peligroso, aunque siempre en su recorrido el que transite por él será guiado por las fuerzas de lo trascendente que nunca han de abandonarlo, por oculta que permanezca su luz. Tanta es la libertad, que el meditante ha de ser capaz de dejar atrás hasta la herramienta que él consideraba como definidora de su ser humano, la conciencia racional. Ante ella, la conciencia iniciática está regida por la intuición que, al fin y al cabo, es un saber que va más allá del saber puesto que alcanza lo inconsciente y no se queda en las limitadas paredes que encierran la biblioteca de lo racional.
El reconocimiento que supone la llegada de la certeza del Ser Interior viene dado de la Revelación, pues “el contacto y la vida iniciáticos son el resultado de intervenciones y golpes del destino, así como el fruto de un incansable trabajo”. Después de tal Revelación no queda ninguna incertidumbre que haga vacilar, pues la experiencia mística es como el horno y el yunque que transforma el metal. El hombre iniciado, sin embargo, no tiene por qué ser un místico alejado de su mundo y de su ser, no pierde su ser esencial sino que lo integra a su persona.
Para el hombre iniciado, las circunstancias adversas son un instrumento de crecimiento, de progreso, sobre todo cuando al sufrimiento, que a diferencia del dolor puede ser evitable, se responde desde una firmeza que llegará a estar más allá del dolor y desde el heroísmo que se encuentra en la valentía interior.
Esta epopeya tiene su razón de ser en que para llegar a la luz absoluta hay que pasar por las tinieblas, o por una oscuridad que bien puede ser el descubrimiento, reflejado en el sufrimiento, de la ausencia de contacto con el ser esencial. El camino iniciático va hacia el Ser Esencia, que trasciende el mundo entendido desde la objetividad de la razón; se trata de recorrer un sendero interior, aunque en ese itinerario no sólo es el yo lo que cuenta, también es fundamental el tú, pues “todo encuentro auténtico del hombre, todo lo que posee una forma, le atrae y le habla, tiene la calidad de un tú. Cuanto más profundo sea este tú, con mayor fuerza se expresa a través de él su Ser esencial”.
Desde lo más profundo de su Ser, el hombre tiene dos tareas: ordenar el mundo en que vive para que éste sea cada vez más la expresión directa de los rasgos que definen lo absoluto (Belleza, Sabiduría, Fuerza) y la otra, más propia, pues atañe al sí mismo; madurar en el camino interior para dar testimonio del Ser Esencial, que no le es ajeno sino una manifestación que le rodea y de la que, desde su individualidad esencia, forma parte. Para alcanzar ambas obligaciones, el hombre iniciado –aquel que ha descubierto por propia experiencia la luz crística de su interioridad- ha de osar dar el salto hacia un vacío que no es un abismo sino el Todo.
El hombre iniciado, aquel que ha sido objeto de la revelación trascendental, descubre el sentido profundo de las liturgias tradicionales y así recupera el sentido mistérico del hombre pre-racional, aquel que habita una naturaleza armónica que divide la esencia de lo humano entre el yo físico y lo demás como territorio ajeno. Este paso hacia lo trascendental es sumamente importante para el hombre occidental, el cual vive una gran tragedia, porque en ella radica también su grandeza. Esa gran tragedia está en su capacidad para razonar a la hora de explicar la realidad centrada exclusivamente en la forma; su capacidad de producir, desde la eficacia y el rendimiento, que le ha hecho dejar atrás la calidad de lo experimentado, en pos de la cantidad también forma parte de su gran drama. Esa indagación centrada exclusivamente en lo intelectual como herramienta para explicar el mundo que habita, le lleva a sumergirse más y más en la sombra, que, al fin y al cabo, es la materia cuando pierde la conciencia de su ser espiritual. La sombra está en la negación de lo natural, en la avidez, en la ignorancia, en la amargura de reconocer que ha pasado la existencia sin vivirla, en la represión de los sentimientos y de la sensorialidad que conduce a la desarmonía con la que el hombre occidental discurre por la vida. La vida sentida exclusivamente como eficacia, trabajo continuo, respeto a las leyes, sumisión al mundo del padre o del Estado. Esto también es la sombra.
El principal instrumento del que dispone el ser humano para desatar esos lazos que le unen a la sombra es la meditación, también entendida como búsqueda de la sencillez, de la sabiduría, del reconocimiento de lo que uno es para alcanzar el único perdón que vale, el perdón del uno mismo. También la meditación puede ser entendida como un descubrimiento de la capacidad creadora que similar a un esplendor yace en el interior de todo ser humano.
Toda creación exige el vacío logrado desde la tranquilidad interior y viva, meta de la auténtica meditación. En el vacío comienza a hablar aquello que no puede ser formulado por las palabras. Es sólo en el vacío donde puede surgir la voz de la propia individualidad que participa directamente del Ser Esencial, la energía sobre la que se fundamenta la vida. Un vacío que no es la nada, sino la libertad absoluta sin las fronteras del espacio y el tiempo. Esa libertad absoluta es precisamente lo que hace que el hombre iniciado sea incómodo para los demás, porque en él, aunque respete las reglas que rigen la existencia en sociedad de los ciudadanos, hay un alejamiento frío de aquello que no contribuye a encadenar al hombre a la que bien podríamos denominar como burocracia de la libertad o necesidad de buscar el sentimiento de ser libre. Esta incomodidad que nace en la presencia del hombre iniciado encuentra un cierto paralelismo en la rebeldía del pre-iniciado, con la diferencia de que ésta no es constructiva.