Todo ejercicio que deviene en Camino tiene que interpretarse como una ceremonia. En la práctica de las Artes Marciales el mantenimiento de unas normas de respeto y cortesía marca la frontera del territorio en el cual se practica, lo que en japonés se denomina dojo.
Toda sesión de entrenamiento marcial comienza con un saludo hacia la espacialidad, dirigido hacia todo: hacia los maestros, hacia los compañeros, hacia la tradición que se sigue, hacia el respeto a uno mismo, pues en el ejercicio realizado seriamente buscamos nuestra esencia. El final de la sesión es mokusho (aunque luego venga el saludo a todos los que han estado presentes allí).
¿En qué consiste mokusho?
En algo tan sencillo como sentarse en seiza, de rodillas, las nalgas apoyadas en los talones, en una situación de estabilidad plena; los puños en las caderas, o las palmas de las manos descansando sobre los muslos, o una mano acogida en la otra cuando se pretende dar a la posición un sentido de mayor meditación, es el caso del zen), de un modo u otro, hay que buscar la necesaria estabilidad del cuerpo para centrarse en la respiración.
Nada más y nada menos. Así de sencillo, sin embargo hay tanto alrededor del gesto tan simple de tomar asiento y cerrar los ojos para ser conscientes de la respiración.
Mokusho hace referencia a una acción tan simple como es cerrar los ojos y centrar la atención en la respiración para aquietar las sensaciones que abruman la vida cotidiana. Aplicado a la práctica religiosa de la meditación zen puede tener un sentido de acercamiento a lo espiritual; y en el desarrollo de una disciplina marcial se acerca tanto a la búsqueda de una calma necesaria después de una actividad plena como a la búsqueda de ese sentido superior que se le da a ciertos trabajos, especialmente físicos y marciales, en la cultura japonesa, pues como escribe Durckheim en su libro Meditar. Por qué y cómo, “cuando reina un espíritu iniciático, cualquier disciplina puede pasar de la aridez de una simple <materia> a una apertura a la profundidad de la vida que ella encierra”. También Eugen Herrigel supo explicarlo perfectamente en El zen en el arte del tiro con arco. Mediante la técnica se ejecuta el Ser, es decir, por el trabajo con lo corporal puede alcanzarse el espíritu y en esta transformación tiene una importancia básica la meditación, que bien puede relacionarse con mokusho, sin necesidad de darle a este un sentido religioso tradicional. Por la meditación mokusho se asienta el conocimiento para que así llegue a ser un formante natural del ser; en mokusho se deposita en nuestro inconsciente el trabajo realizado a lo largo de una sesión de práctica de la disciplina marcial.
Después de un tiempo de duro entrenamiento, tomar el aire se transforma en una necesidad imperiosa que casi hace boquear. En mokusho, el ritmo respiratorio se tranquiliza, porque busca la calma absoluta después del torbellino de la tormenta.
La vida es respirar. Comenzamos nuestra andadura física con una primera inspiración, acompañada del llanto y ojala nuestra última expiración en el momento de la agonía vaya acompañada de una profunda sonrisa, así nuestra vida será algo que ha vencido al tiempo contando que es nuestra existencia.
Mokusho es el acercamiento a lo numinoso, a aquello que, de un modo u otro estremece, y lo que sobrecoge puede ser tanto la luz como la tiniebla, es necesario aceptar ambas posibilidades. En la oscuridad surge la necesidad de encontrar las energías que no han sido liberadas para llegar más allá de lo que marca lo cotidiano. Lo numinoso amenaza la realidad ordenada y vacía de espíritu en la que el hombre cree moverse con seguridad.
Aunque mediante mokusho se presta atención a los sentidos, más todavía cuando se realiza después de una práctica marcial que involucra a todo el cuerpo, hay que saber que en la meditación prestar atención no significa apegarse, ni apremiar la llegada del silencio mediante la crispación. Mokusho es un escalón más en el proceso del conocimiento, el necesario reposo de todo lo que se remueve en la práctica, para que en las aguas calmadas se deposite el fondo enriquecido, dejando, sin embargo, la mente transparente.
La meditación no consiste exclusivamente en un intento de abandonar el mundo dejando transcurrir el tiempo en un vacío desde el que nada puede ser generado. La meditación, más todavía cuando está relacionada con una práctica física y marcial, se transforma en un elemento más de esa misma disciplina. Y esto es un privilegio para los practicantes serios de un arte marcial. La meditación, cuando no es una excusa para abandonar el compromiso con el mundo, es una disciplina de adhesión a la vida, la búsqueda de una experiencia en el ser más profundo y de firmeza tanto en el valor como en la paciencia.
El tiempo de mokusho es la práctica del silencio, de la meditación, del sosiego después de la batalla, de la inmovilidad del cuerpo después de la acción. Es la consecución de una tranquilidad que acalla la agitación y aumenta el sentimiento vital. Es la alegría de haber sobrevivido a una batalla más. Ahora bien, todo ello no tiene que significar un aflojamiento, pues se trata de una calma activa que va más allá de los límites de nuestro cuerpo, agotado después de una sesión de entrenamiento. Para que en mokusho se consigan estas metas, se tiene que lograr una buena postura, una tensión sin agarrotamiento y una respiración centrada en ese centro vital que los japoneses denominan hara.
La buena posición de mokusho es aquella que nos lleva a sentirnos como una pirámide, bien asentada en el suelo, pero con una tensión ascendente hacia el cielo. Es necesario buscar en mokusho una postura que manifieste la confianza, una confianza que no requiere pruebas, pues está tanto en uno mismo como en la conciencia de saber que algo muy fuerte y esencial es nuestro apoyo y está en nuestro interior.
En la práctica del camino de la espada, esa seguridad que proviene del interior está expresada en la escuela de la no-espada, aquella que no necesita de desenvainar, ni necesita la espada, ni al guerrero pues es el camino el que se manifiesta sin necesidad de esfuerzo por parte del que sigue la senda interior. Mal asunto cuando un adepto a la práctica marcial tiene que usar directamente sus conocimientos, mal asunto porque siempre habrá dos perjudicados y porque en él habrá fallado ese sentido que se deposita en la brevedad del mokusho con el que concluye la sesión de práctica.
Para terminar, un motivo de meditación que bien podría servirnos para nuestro próximo encuentro con el uno mismo que debería ser mokusho
“El árbol empuja siempre sus raíces a una mayor profundidad y a una mayor extensión, mientras que su cima se alza siempre más libremente hacia el cielo” (Karlfried Graf Durckheim).
Excelente artículo, felicitaciones!!
Muchas gracias Daniel.
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