Este calor sofocante.
Mis soldados han muerto. Dos legiones
perdidas en la inmensidad del desierto;
sus bruñidas armaduras,
las que lucían al salir de Egipto,
marcaron, como mojones, un camino.
La misma vía que lleva a la destrucción.
Yo quedo, solo.
Un oasis parece mi salvación,
pero simplemente prolonga mi agonía.
Augusto deseaba desde Roma
el incienso, el oro y la belleza
de Balkis, la reina de Saba,
cantada por Salomón, rey de judíos.
Tomamos al asalto Asca, Athrula;
fuimos derrotados por el sol
ante las murallas de Ma’rib.
Nómada, si encuentras mis palabras de sangre,
llévalas junto con mi espada,
ante Roma, ella te dará recompensa.
Era imposible.
Ciudadano romano soy,
muero en la arena.
Antonio Joaquín González
(El tiempo en el rostro)