SUSANA
Susana, la protagonista, interpretada, en una exuberancia bien aprovechada en los fotogramas, por Rosita Quintana, es una muchacha que milagrosamente consigue escapar del reformatorio –y lo de milagrosamente debe entenderse en su valor propio-. No sabemos nada de su pasado, en ningún momento se dice qué delito ha cometido, simplemente se afirma que es una mujer peligrosa. Y así se va a mostrar a lo largo de toda la película, pues Susana trastoca totalmente el orden de una hacienda a la que llega. Una finca que está descrita desde los principios que definen el espacio del melodrama ranchero, género característico del cine mexicano (Allá en el rancho grande con Jorge Negrete o Cuando lloran los valientes con Pedro Infante). El desorden que origina la aparición de Susana, en una noche con lluvia torrencial y tormenta terrible, es la consecuencia de una fingida inocencia y de la perversidad de Susana, desde las cuales nace el deseo que viene a ser la fuerza capaz de revolucionar el orden establecido. El mismo principio que teóricamente guía las escabrosas producciones literarias del Marqués de Sade. Esa fuerza del deseo va a transformar el comportamiento del fiel capataz, del marido íntegro y del inocente hijo; hasta de una comedida esposa que acabará fustigando con un tan desmesurado como esperpéntico gesto, a la mujer que hasta en el significado de su nombre miente.