EL TAROT DE LOS ILUMINADORES DE LA EDAD MEDIA
OSWALD WIRTH
(Fragmento)
Cuando la leyenda representa a la Humanidad como caída desde un estado original de iluminación natural, parece que se está haciendo referencia al instinto que ayuda a los animales. La Naturaleza cuida de las criaturas vivas que la obedecen pasivamente y ella les permite llevar a cabo, sin errores, las acciones que demanda su plan vital. Mientras permanezcan obedientes a sus impulsos, los animales disfrutan de privilegios que están perdidos para la criatura que decide dirigir su vida según su propio juicio. Tan pronto como la razón, mientras que todavía es débil, asume la dirección del individuo, hay una revolución contra el orden de las cosas natural y primigenio. La razón enturbia la lucidez del instinto, este es el estado de caída de la criatura que, sin embargo, tiene una razón que es imperfecta.
Se nos impone un aprendizaje lleno de dificultades, porque la razón se desarrolla sólo en detrimento del instinto, y este instinto pierde su claridad cuando se enfrenta al triunfo de la completa claridad de la razón que hay en nosotros. Un periodo de angustia llega en el tiempo que hay entre el reinado del instinto y el de la razón pura. La transición podría ser dolorosa si no fuese por una facultad que ni es del instinto ni de la razón, aunque parece haberse situado entre ambas. Aparece con el amanecer de la inteligencia; su luz difusa nos da diversión antes que instrucción. Las imágenes la muestran como incoherente, pero fascinante y da lugar al desarrollo de ideas. Esta facultad es la imaginación.
Debemos tener cuidado de no rechazarla. Fue situada en una posición de honor miles de años antes de la civilización griega. A ella le debemos todo conocimiento humano fundamental y el concepto original de las religiones y de las ciencias; porque todo germen de luz que trae una semilla de claridad al cerebro humano fue recibido por la intuición de los seres humanos primitivos y humildes.
Al abandonar el dominio del instinto, ciertamente no pensamos en preguntarnos acerca de cuestiones filosóficas, cuando no afrontamos ante el espectáculo de la Naturaleza, sufrimos y cedemos a las impresiones, sin razonar sobre ellas. Así los objetos aplican un poder de sugestión sobre nuestra imaginación sin posibilidad de contrastarla. De ello, deriva nuestra extraordinaria “facultad de imaginación” que nos sorprende cuando la observamos en niños o en individuos a los que les ha sido posible conservar algo del niño que eran. Este tipo de consciencia era la que pertenecía a la humanidad en sus tiempos más tempranos y de ella quedan restos todavía en los pueblos menos civilizados de la actualidad. Fue definida por su falta de capacidad para formular ideas claras y precisas. Hablando con propiedad, el hombre primitivo no hablaba, soñaba. Rebelde ante cualquier esfuerzo intelectual, es receptivo, un agente pasivo en relación a lo que alcanza a su mente. Su percepción es abierta y toma como verdad todo lo que llega hasta él, cosa que es sumamente peligrosa pues abandonada a sí misma, la imaginación se complace en la extravagancia; así pues podría no ser sabio entregar a la imaginación el poder de arbitrar nuestras decisiones.
Algunas naciones cuya civilización nos maravilla, sin embargo, han escuchado a la imaginación cuando consultaban a los oráculos y rendían la debida reverencia a los colegios de adivinos que eran los encargados de interpretar los oráculos. En los más antiguos principios de los agrupamientos en forma de sociedad, nos encontramos, no con filósofos, sino con humildes brujos-sacerdotes, antecesores de los adoradores de imágenes de nuestras tribus salvajes. Con una fe instintiva que era absoluta, la autoridad de los sujetos de mentes abiertas llegó a ser dominante; alcanzaron, de una manera bastante natural, el puesto de Reyes-Sacerdotes, como los primeros soberanos en la historia de Egipto y Mesopotamia. Su poder fue ejercido en el nombre de la divinidad que manifestaba su voluntad por la intercesión de los adivinos. A juzgar por su perduración, este régimen no causó más abusos que otros que le sucedieron. Los celtas no tuvieron quejas contra los druidas y más de una monarquía laica hizo desear el regreso de los gobiernos teocráticos ya pasados de la Antigüedad.