LA HERENCIA DE LA SABIDURÍA
La palabra kata puede traducirse por forma, molde o figura. Hace referencia a una serie de movimientos encadenados que pretenden responder a una situación de ataque (bunkai). Esto último es importante, pues hay que tener en cuenta que todo kata comienza con un movimiento de defensa, respondiendo a una agresión. El mensaje que se trasmite con ello al karateca está claro, en ningún momento es él el responsable de la actitud de violencia a la que se enfrenta, al principio, con un blocaje.
El origen de los movimientos codificados en el karate está en China y llegó a la cultura de las Artes Marciales japonesas a través de Okinawa desde donde, con Gichin Funakoshi se elaboró el Karate moderno en sus diferentes estilos, correspondiendo cada uno de ellos a los sentimientos peculiares de cada maestro. Aunque habría de tomarse en consideración, de la misma manera, que el sistema de enseñanza basado en un código de movimientos encadenados, como una forma que pretende ser molde o guía está en, prácticamente, todas las Artes Marciales tradicionales.
Hiyonori Ôtsuka (1892-1982), fundador de la Escuela de Karate Wadô-ryû (que podría traducirse como escuela que sigue el camino de la armonía, la concordia o La Paz –wa-) define kata con estas palabras, en su libro Wadô ryû karate (1977): “Un kata es la exteriorización del sentimiento; es una lucha rápida y poderosa, como cualquier combate. En él, la fluidez, la fuerza, el equilibrio y la técnica se funden con la energía, la cual debe irradiarse por todo el cuerpo. La concentración y la espiración pausada se combinan con la fuerza que explota; y todo ello en una armonía completa”.
En un kata se transmiten una serie de conocimientos que han sido codificados por un maestro. ¿Cuál es su finalidad? Evidentemente guardar una enseñanza ante el olvido de los tiempos. ¿Simplemente? También busca el desarrollo de la eficacia en el combate, pero pueden ir más allá. Para Sosai Oyama, un kata es lo trascendente en el karate, por ello afirmó: “El kihon son las letras; el kumite, la palabra; el kata, una oración”.
Hay Artes Marciales tradicionales que en un sistema de movimientos buscan la salud, más allá de su eficacia combativa, que también la tienen; así el Taichi y el Qiqong (Chi-Kung), ambos nacidos en monasterios budistas chinos, desde luego como un sistema de defensa personal, pero también, y sobre todo, como una necesaria generación de movimiento en la energía interior y vital ante la quietud prolongada en la meditación. Practicando Chi-Kung se observa de una manera directa el efecto que causa la movilidad de la energía interna que por efecto de la sedentarización de la vida cotidiana puede estar bloqueada. Recuerdo algunos entrenamientos nocturnos en el mes de enero y al aire libre y cómo poco a poco una sensación de calor iba alcanzando las manos, ignorando el frío de la estación.
Un kata puede ser sanación, meditación, combate, herencia e incluso una forma de ceremonia –recordemos cómo en Kanku kata se dibuja con las manos el símbolo de nuestra escuela. Un kata es también la búsqueda de la armonía. Su cometido no depende tanto de la intensidad de los movimientos que contiene como de la propia interioridad del ejecutante.
Posiblemente en el kata se encuentre una enseñanza que no es transmitida más que desde el mostrar una serie de movimientos que pueden llegar a ir más allá de lo físico; aunque ese ir más allá depende del alumno, el cual tiene que plantearse si el kata es algo más que la persecución de la eficacia en combate o es una esencia que le habla a lo más profundo. Es por ello por lo que en su ejecución no sólo vale una buena técnica, sino también la concentración y la expresión del sentimiento –que transforma la danza en una realidad de combate y en un vencerse a uno mismo-.
Entre las características que debe presentar un kata hay que destacar: concentración, zanshin, rei, waza, ki, dachi, kokyu, metsuke. Víctor López Megía en su libro La puerta hacia el karate-do (2008) menciona algunas más, pero éstas son las que considero más importantes.
La concentración es el olvido del uno mismo para buscar la perfección; la imperturbabilidad del ser, y a la vez, la fluidez necesaria para responder a la situación que se está desarrollando en el bunkai. En este sentido, la práctica del kata puede asimilarse a una meditación en movimiento. En la búsqueda de un mejor desarrollo de sus técnicas, algunos maestros, aislados en los bosques o en las montañas, eran capaces, no sólo de ver, sino también de materializar el ataque que daba paso a nuevas interpretaciones del combate; presencia que era achacable en algunos momentos a la materialización de los espíritus de la naturaleza característicos de la mitología japonesa, denominados Tengu.
El zanshin es el espíritu de alerta que, en realidad, comienza en el momento mismo en que se pisa el tatami, incluso antes, cuando se acerca la hora de la práctica y que debe mantenerse en la vida cotidiana para que ésta no sea un mero discurrir en el vacío y el arte marcial practicado no sea un mero deporte sino una mirada radicalmente distinta de la existencia. El zanshin en la práctica del kata es especialmente importante, pues es cuando estamos creando una realidad que hace que la disciplina sea seria y la victoria, interna, a diferencia de lo que ocurre en kumite, tal y como el combate se entiende frecuentemente.
Rei es un vocablo que puede traducirse como saludo; implica un espíritu tanto de cortesía como de respeto ante una idea –un creyente hablaría de práctica religiosa-. Antes del movimiento que abre el kata está el saludo, la ruptura de un rimo que precede al Hajime–empezar-. La muestra de respeto en el kata implica tanto a la Escuela como a los maestros precedentes y a uno mismo, pues no hay otro adversario en el desarrollo de estos movimientos codificados. Y todo ello con una humildad que se expresa mediante una ligera inclinación que no es dejadez ni confianza puesto que mantiene la mirada periférica característica de un combate.
Waza es la ejecución técnica; en ella está la peculiaridad de la propia escuela, herencia del maestro fundador. Implica muchos elementos que se van desarrollando progresivamente, tal y como afirma el shihan Steve Arneil: fluidez, ritmo, equilibrio y fuerza; a la vez que se va eliminando todo adorno superfluo que es manifestación de un ego que aquí no tiene lugar.
El ki es la energía sin la cual el cuerpo está muerto; mana del hara, centro de equilibrio; aunque no deberíamos olvidar que en la tradición occidental hay otros dos puntos de fuerza; el cordial del pecho, sentimiento, y la cabeza, la razón. El ki es la fusión del cuerpo (hara), mente (cabeza) y alma (corazón). Las tres son energías que se integran en el individuo que posee ki –todo ser, lo sepa o no, lo tiene-. La manifestación de la energía en el movimiento del kata es la fuerza que se plasma en la realidad y se llama kime, cuya confluencia con la respiración –kokyu- y el movimiento definitivo explota en el kiai.
Dachi es otro de los elementos importantes en el desarrollo del kata; es la posición y el equilibrio que conlleva, así como la posibilidad de movimiento desde la estabilidad. Implica un enraizamiento que no olvida el cielo pues su fuerza está sobre los hombros del que ejecuta las acciones. Karate es tierra, pero también cielo -Kyoku es lo más alto- con la fluidez del agua y la energía del fuego; el elemento –o no elemento- del vacío, el éter de los griegos, es la perfección buscada en la práctica realizada con seriedad. Por último, la peculiaridad de la mirada en combate, metsuke; es en ella donde se está transmitiendo el combate interior de cuya forma el kata es manifestación. Los ojos están en la dirección del golpe, pero no se centran en el punto mismo del impacto, contemplan todo, dirigidos hacia un horizonte abarcador que incluye, también al adversario inexistente.