Fragmento de Juan Valera y Oriente. Miscelánea de textos orientalistas
Junto a estos tres personajes masculinos, los tres femeninos, con el encanto que caracteriza las creaciones narrativas de Juan Valera. Romero Tobar (1984:49) supo ver esta atracción con la que el autor dota a las mujeres que caminan por sus relatos: “Las mujeres de la novela superponen biografía y cultura literaria, arquetipos míticos y exaltación de los sentidos, tiempos y países distantes y distintos; una vivencia erótica total, paralela a la todavía más compleja enciclopedia femenina que desplegó Rubén Darío en su Divagación”. Teletusa la Culebrosa, personaje interesante desde un punto de vista costumbrista, no aporta elementos significativos a nuestra exposición. Sí adquiere una mayor importancia donna Olimpia. La una y la otra forman una unidad que se complementa, tal y como ocurre con la pareja Miguel-Tiburcio. Las dos cortesanas, una en su simplicidad rústica aunque elegante y la otra en toda su sabiduría neoplatónica, representan una sexualidad alegre que no está marcada por lo mítico sino fundamentada en lo literario. Así, el nombre de Teletusa está presente en los epigramas de Marcial, o Donna Olimpia “allá en su primera mocedad, se lució una vez en la academia platónica de Florencia, pronunciando un sublime discurso sobre el amor, que oyó Marsilio Ficino, ya viejo, y quedó embelesado de oírle” (p 124).
Desde un punto de vista físico, Donna Olimpia es descrita en los siguientes términos: “Sus cabellos relucían como oro candente suponiéndose que se los adobaba y doraba con cierta loción cosmética de muy pocos conocida, y usada también por la famosa Lucrecia Borgia, Duquesa de Ferrara. Tanto hubo de ser así que no faltó en aquel tiempo quien asegurase que el precioso rizo que tenía Pietro Bembo en el principio de su ejemplar de Lucrecio, donde está la invocación a Venus, rizo que se conserva aún en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, no era de la Duquesa de Ferrara, sino de la tal donna Olimpia. Sea de esto lo que se quiera, lo que nos importa añadir aquí es que el aspecto, ademán y entono de donna Olimpia estaban llenos de reposada majestad. De sus años no sabemos qué decir. Como las deidades mitológicas, como los seres inmortales, su edad era problemática; era casi un misterio. Se diría, no obstante, que aquel astro culminaba entonces en el meridiano de su belleza y de su gloria. Sobre la hacanea torda en que iba, y sentada sobre blandos cojines en elegantísimo sillón o jamugas, semejaba una emperatriz en su trono” (p 122).
¿Puede haber en la Donna Olimpia de Juan Valera un recuerdo de otra Olympia que se hizo célebre en la segunda mitad del XIX? Me refiero al cuadro pintado por Manet titulado Olympia, que fue expuesto en París en 1863, causando tal escándalo que su autor hubo de abandonar la ciudad, ¿por qué?, pues básicamente porque se atrevió a representar sin tapujos lo que los burgueses sabían, pagaban y usaban a escondidas. El paralelismo entre la obra de Manet, Realismo, y el Renacimiento es manifestada en este comentario de Rafael Argullol (1998:220); sus palabras alumbran el sentido que tiene la donna Olimpia de Juan Valera: “Incluso en aquel momento, poco acostumbrado a comparaciones estilísticas que no fueran de santos y vírgenes, advertí con claridad la relación de la Olympia con las Venus de Giorgione y Tiziano, hecho evidentemente conocido por todos los historiadores. […] A los ojos adultos hay, desde Giorgione a Manet, una gradación perfectamente explicable en términos históricos y sociológicos por la cual Olympia ya es, con toda claridad, una pequeña Venus burguesa o, si se quiere, una Venus de burdel para burgueses. El París decimonónico sustituye a la Venus renacentista y desaparecen por completo los rostros de idealización que aún conservaban las pinturas de Giorgione o Tiziano. Pero asimismo a los ojos adolescentes esta gradación se percibía con cierta claridad: la Venus de Tiziano era más desafiante que la de Giorgione; la Venus de Manet era más canalla que la de Tiziano. […] La diferencia más contundente la hallamos en la cara: Olympia, como la Venus de Tiziano, mira y reta al espectador, pero su mirada es de un descaro mucho más acentuado y, en consecuencia, más inquietante para quien la recibe” (p 220).