(a Luis Alberto de Cuenca)
Sales del patio de tu casa,
puerta de forja
y restos de noche
en la penumbra del umbral.
Son todavía los años frescos,
aún se espera encontrar ese texto,
o ese cuerpo de mujer
que expliquen cada día
de cada amanecer justificación.
Quieres llegar al Museo
Arqueológico Nacional.
Quizá mires de refilón
el escote de Pepita Jiménez
en el Paseo de Recoletos.
Y tus ojos volverán a subir
por la pétrea escalinata de la Biblioteca
Nacional;
saludarás a San Isidoro, Alfonso X
y a Cervantes.
Quieres volver a mirar a esa dama,
de Elche,
con trenzado de Princesa Leia,
pues eso te guía
y no la última exposición de cráteras
puesta como excusa para ir al Museo
Arqueológico Nacional.
Pero ya son las once,
y acaban de abrir esa tienda
de tebeos;
y vuelves a encontrarte entre olor
a tinta de líneas claras.