2004.
Escrita y dirigida por Sofía Coppola.
Ganadora del Oscar al mejor guión original: Sofía Coppola.
Ganadora de tres Globos de Oro: Mejor actor, Mejor película y Mejor Guión.
Actores. Bill Murray, Scarlett Johansson, Giovanni Ribisi, Anna Faris, Fumihiro Hayashi.
Producción. Amercian Zoetrope / Elemental Films.
Productor Musical. BrianReitzell.
Diseño de Vestuario. Nancy Steiner.
Diseño de Producción. Anne Ross, K.K. Barrett.
Dirección de Fotografía. Lance Acord.
Producción Ejecutiva. Francis Ford Coppola- Fred Ross.
Producción. Ross Katz – Sofia Coppola.
Sinopsis.
Para dos norteamericanos que se sienten solos, la ciudad de Tokyo puede agudizar esa sensación hasta que el salto hacia la propia salvación sea totalmente necesario. Ese es el caso de Bob Harris (Bill Murray) y Charlotte (Scarlett Johansson). Bob Harris es un actor de unos cincuenta años que ha ido a Tokyo para grabar un anuncio de whisky japonés. Todo le resultará extraño, no aprovecha la ocasión para disfrutar de un mundo nuevo; siente que su carrera ya no le gusta. Por grabar ese anuncio va a ganar dos millones de dólares, sin embargo nada le satisface. Charlotte es una recién licenciada en Filosofía que ha acompañado a su marido, fotógrafo, a Japón, se siente sola, contempla la ciudad de Tokyo desde la ventana de su lujosa habitación. Visita algunos lugares emblemáticos de la ciudad, pero, como ella misma cuenta a su madre: “Había unos monjes cantando y no he sentido nada”. La diferencia entre Bob Harris y Charlotte es que esta todavía está decidida a luchar, por eso escucha un disco de autoayuda: La búsqueda del alma.
Esos dos personajes, alojados en un mismo hotel están destinados a encontrarse. La unión de la soledad desengañada de Harris y la todavía ilusionada de Charlotte van a hacerles dar ese salto cualitativo hacia una regeneradora mirada hacia el mundo y sus propias esperanzas.
Y todo sucede en una ciudad tan iluminada de noche como de día, Tokyo, la cual en algún momento puede llegar a ser asfixiante.
Una visita nocturna a la ciudad y la conversación entre ambos personajes hará que su concepción del mundo varíe. Charlotte visita Kyoto y allí encontrará ese alma que se le escapaba. La desesperanza de Harris se transformará en una nueva sonrisa, sin ironía ni cinismo, con la que contemplará la ciudad de Tokyo.
Los espacios en blanco de la traducción
Cuando el director del anuncio publicitario del whisky Sumtori se dirige a Bob Harris para indicarle qué actitud ha de tomar en su representación, le lanza toda una retahíla en japonés que es traducida con muy pocas palabras. El actor afirmará, no sin cierto cinismo que caracteriza sus primeros momentos en el país del Sol Naciente: “Parecía que dijese muchas más cosas”. Aquí está el motivo por el cual la película de Sofía Coppola tiene el título de Lost in translation. Son muchos los conceptos que se pierden a la hora de trasladar los paradigmas japoneses a los signos occidentales.
La esencia de la cultura japonesa permanece escondida. En cierta ocasión Michael Random entrevistó a Yukio Mishima y una de sus preguntas se refería a cómo siendo este escritor tan respetuoso con su propia tradición tenía una casa en la que predominaba el estilo occidental, casi cercano a lo rococó. La respuesta de Mishima, además de inquietante, no puede ser más esclarecedora: “sólo lo invisible es japonés”.
En El Imperio de los signos, Roland Barthes analizaba la importancia semántica, muchas veces sutil, que los distintos códigos tanto verbales como no verbales, alcanzan en la civilización nipona. Casi se podría decir que todos los elementos de tal cultura se cargan de contenido semiótico. El occidental que se aproxima a la visión del mundo japonesa con su mirada lógica se va a perder en una aparente galaxia en la cual cada gesto, luz, soledad y sonido adquieren un contenido que resulta tan extraño que origina una sensación de opresión, impotencia y abandono. Así se explican esas primeras imágenes que muestran a dos occidentales frente a Tokyo. Charlotte en su cama, ante un enorme ventanal con unas impresionantes vistas hacia la ciudad y de fondo un sonido de sirenas siempre presentes en las grandes urbes. O la llegada de Bob Harris al aeropuerto con un recorrido posterior por la noche tokiota alumbrada por el neón.
En un primer momento, el mundo japonés actual aparece representado en Lost in translation según unos estereotipos que van desde la enormidad de una ciudad alumbrada por unos carteles que hacen desaparecer la noche, la cortesía en el trato (es interesante detener la mirada en cómo es recibido Bob Harris en el hotel), la altura del ciudadano japonés en comparación con la del actor recién llegado, el lector de mangas hentai (para adultos o porno) en el metro de Tokyo. Todo ello son tópicos que el viaje a Japón arrastra. Edward Said en su libro Orientalismo supo analizar la cuestión perfectamente: el viajero orientalista llega con unas ideas preconcebidas a los países asiáticos y, de alguna manera, la realidad que le rodea confirma sus pensamientos.
También desde un punto de vista cultural habría que hacer referencia a ciertas concepciones que se basan en algunas manifestaciones artísticas recibidas en occidente desde Japón. Hay, en el planteamiento de ciertos comportamientos, una ironía que distiende un tanto la agobiante sensación de soledad que emana en cada momento, más opresiva si cabe en el alargamiento de la vigilia a consecuencia del insomnio. A este respecto hay dos momentos especialmente interesantes. El primero de ellos tiene que ver con la interpretación del sexo en relación con la violencia, como sucede en la escena en la cual una masajista visita la habitación de Bob Harris. El otro, el recorrido por las programaciones de televisión, en el cual se dan cita una serie de arquetipos con los cuales se pretende definir a los japoneses contemporáneos: películas de yakuza, programas en los que la burla se mezcla con la pérdida de dignidad del ser humano, filmes clásicos de samuráis… Sofía Coppola, con este continuo cambiar de canal, está sugiriendo los estereotipos con los cuales el occidental define al japonés.
Pero Oriente también es la tierra de la iluminación espiritual. Quedó muy claro en la década de 1960. Iluminación es lo que van a encontrar los dos protagonistas de esta película, por un lado Bob Harris, que en los deseos de vivir de Charlotte recupera su propio sentido de la vida; pero también la misma Charlotte, que acabará realizando un viaje de búsqueda espiritual a la ciudad de Kyoto en uno de los momentos más líricos del filme.
“Todo el mundo necesita ser encontrado. Y, a veces, cuando nos sentimos perdidos, aquellos que nos rodean no resultan ser los más capacitados para ello. Esta sensación de desconsuelo es lo que Sofía Coppola, aquella niña que fuera vapuleada como actriz en El Padrino III, nos transmite con insólita sensibilidad y elegancia en su segundo largometraje, tras la aclamada Las vírgenes suicidas. Para ello, se sirve de una bellísima y poco corriente historia de amor. Él es Bob (Bill Murray en su mejor papel), un actor maduro sin ilusiones que viaja a Tokio para rodar un anuncio. Ella es Charlotte (Scarlett Johansson, todo un descubrimiento), una joven con la crisis de los veinte que se aloja en el mismo hotel con su marido fotógrafo. Uno sólo recibe de su esposa llamadas absurdas y frías como el hielo; la otra, espera todo el día a su compañero para luego ver que él no es capaz de darle nada de lo que espera. Ambos están insatisfechos y descontentos con sus matrimonios y sus vidas, no logran conciliar el sueño y sienten una soledad y un vacío enormes. A todo esto contribuye Tokio, uno de los mayores aciertos de la película; esa ciudad extremadamente moderna, con esos edificios, esos peculiares carteles que recuerdan a Blade Runner, esas luces de colores por doquier y esa gran masa de población con descorazonadora lengua extraña, nos ayuda a comprender la pérdida de rumbo que une a los protagonistas. La película no muestra aventuras, ni sexo, ni besos, ni palabras románticas, ni nada de lo que acostumbran a tener las historias de amor. Sólo asistimos a la desalentadora vida de dos personas que, pese a la diferencia de edad y de vivencias, se sienten unidas por la soledad, por una charla en el bar, por una noche en el karaoke, por unos cuantos susurros en la penumbra, por una caricia en el pie. Ambos encuentran en alguien desconocido una inusual sensación de ternura y comprensión que sus parejas son incapaces de darles. Entre tanto desaliento, Coppola nos regala unas cuantas escenas cómicas con un inspirado Murray (durante el rodaje del anuncio y en el gimnasio) que, no obstante, también ayudan a acrecentar el desconcierto y la apatía de Bob. Lo mejor: sin duda, el final. En un instante, una explosión de emociones contenidas y casi mágicas, la cumbre de este romance. Un momento para Bob y Charlotte que jamás volverá a repetirse.