Un retrato de Ibn Sina (Avicena)
Para comenzar este artículo no estará de más mencionar las siguientes palabras de Henry Corbin (Historia de la Filosofía Islámica. Trotta) sobre los relatos místicos de Avicena:
“No se trata de alegorías sino de relatos simbólicos, y es importante no confundir lo uno con lo otro. No se trata de fabulaciones de verdades teóricas que podrían ser enunciadas de otro modo; con figuras que tipifican un drama íntimo personal, el aprendizaje de toda una vida. El símbolo es cifra y silencio; dice y no dice. No se lo explica nunca de una vez por todas; se desvanece a medida que cada conciencia es llamada a aflorar por él, a decir, a hacer de él, la cifra de su propia transmutación”.
Además de por sus inmensos conocimientos que, prácticamente abarcan todas las áreas a la que había llegado su tiempo, Corbin afirma que hay que destacar a Avicena como a uno de los más eminentes filósofos místicos del Islam. Y este aspecto se deja entrever tanto en la novela de Noah Gordon como el película de Philipp Stölzl, pues si algún encuentro puede haber entre los mundos divergentes al ver la vida, este ha de partir del misticismo. Ya, en plena Edad Media, unos pocos años después de que sucedan los hechos narrados en el argumento de Noah Gordon, Ibn Arabi, el sello del misticismo en el Islam escribió esos versos contenidos en El intérprete de los deseos (Taryuman al-Ashwaq)
“Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Ahora mi corazón se ha convertido en el receptáculo de todas las formas. Es pradera de gacelas y claustro de monjes cristianos, templo de ídolos y Kaaba de peregrinos, tablas de la Ley y pliegos del Corán. Porque profeso la religión del amor y voy a donde quiera que vaya su cabalgadura, pues el amor es mi credo y mi fe”
Ibn Arabi de Murcia
(Murcia 1165-1240 Damasco)
Confluencia de verdades que, en breves instantes, todavía brillan en la actualidad como estrellas apagadas hace milenios; eso fue lo que se consiguió en la escuela de Avicena en Persia, o en la Córdoba de las tres culturas (Averroes, Maimónides), o en la misma obra de Raimundo Lulio (Palma de Mallorca 1232-1315 Túnez).
Más allá de que en El médico se desarrolle la historia de Rob Cole, en el siglo XI; del espacio –maravillosamente fotografiado en la película- desde Inglaterra hasta Isfahán; más allá de un ligero recuerdo a la figura del príncipe ‘Alaoddawleh, que gobierna su reino cuando llega a Isfahán Ibn-Sina en 1030; más allá de todo ello, hay una cuestión que me parece especialmente importante en esta película.
Desde que el mundo se estremeció con los atentados de al-Qaeda, nada ha vuelto a ser lo mismo; sin embargo, desde el primer momento algunos se pusieron a la labor de que las amarras de la confianza no se rompieran definitivamente y por ello se comprometieron con el recuerdo de otros tiempos pasados de convivencia y respeto mutuo entre las religiones y las diversas visiones culturales del mundo. Así, uno de los primeros en expresar algo así, mientras en el mundo silbaban las balas de la venganza y el fanatismo, fue Ridley Scott, por ello quiero acompañar esta entrada con una crítica que escribí sobre El reino de los cielos.
Desde luego que la versión cinematográfica de la película no alcanza el detallismo narrativo de la novela, sin embargo, manifiesta unos valores por los que merece la pena ver un filme como este: los paisajes grandiosos, la interesante interpretación tanto de Ben Kingsley como la de Olivier Martinez, las dos caras de una misma moneda; la luz y la oscuridad. Desde luego no es anecdótica la presencia de ese zoroastriano que asciende la escala de los cielos despojándose de una cáscara vacía, el dolor, para llevar el fruto de su vida a la divinidad.
“¡Hermanos de la Verdad! Comunicad vuestro secreto, reuníos y que cada uno ante su hermano levante el velo que oculta el fondo de su corazón para que cada cual ilustre al otro y así podáis realizar, unos por otros, vuestra perfección.
¡Hermanos de la Verdad! Retraeos como el erizo retrae sus púas mostrando en la soledad el ser secreto y ocultando el ser aparente. ¡Lo juro por Dios! A vuestro ser oculto le corresponde mostrarse y conviene que desaparezca el ser aparente.
¡Hermanos de la Verdad! Dejad vuestra piel como la serpiente suelta su camisa. Marchad como camina la hormiga, sin que nadie sienta el ruido de sus pasos. Imitad al alacrán, que lleva el aguijón en la punta de su cola, pues por detrás es por donde Satanás intenta sorprender al hombre. Tomad veneno para manteneros vivos. Amad la muerte para guardar la vida. Permaneced en vela permanente, sin buscar un cobijo concreto, pues en el nido es donde más y mejor se captura a los pájaros. Si carecéis de alas, robadlas. Si es necesario, procuraros las alas con astucia, que el mejor avizor es quien tiene fuerza para emprender el vuelo. Sed como el avestruz, que engulle guijarros calientes; como los buitres, que se tragan los huesos más duros; como la salamandra, que no teme al fuego; como el murciélago, que jamás sale de día; pues sí; el murciélago resulta ser el más listo de los pájaros.
¡Hermanos de la Verdad! El más valiente es el que se atreve a afrontar el mañana; el más cobarde, el que siempre anda atrasado en su perfección”.
(Risâla del pájaro; Ibn Sina; Tres escritos esotéricos. Ed. Miguel Cruz Hernández. Tecnos).