1865, Dostoievski pasa, a sus cuarenta y cinco años, por una situación apurada, otra más de las muchas que tuvo que vivir; ese año falleció su hermano y tuvo que hacerse cargo de la viuda y de sus cinco hijos –uno ilegítimo- y asumir las deudas. Para conseguir un adelanto, el autor se compromete a entregar una novela al editor Stellovski. Comienza a escribir, en julio, lo que será Crimen y castigo, una de sus obras más importantes. Sin embargo, llevado por la necesidad económica, esta narración comienza a ser publicada por entregas a partir de enero de 1866 en El mensajero ruso. Corre el plazo comprometido para entregar un texto a Stellovski, por ello contrata a una taquígrafa, Anna Grigorievna Snitkina –con la que acabará contrayendo matrimonio un año después- y le dicta, entre el 4 y el 29 de octubre la novela que en un principio se tituló Ruletenburgo, entregada al editor a principios de noviembre, como Igrok, ‘jugador’.
En El jugador, Dostoievski desarrolla un argumento que comenzó a elaborar tres años antes; está basada en un conocimiento directo del mundo que presenta.
En 1862, el escritor viajó hacia París, se detuvo durante un tiempo en Wiesbaden, una de esas ciudades alemanas que hicieron fortuna con sus balnearios y sus casinos, a los que acudían una serie de personajes perfectamente retratados en El jugador.
En 1863, Dostoievski volverá a Wiesbaden, en ese momento viaja de nuevo hacia París desde San Petersburgo para encontrarse con su amante Polina Suslova –cuyo nombre es el de uno de los personajes de la novela-, mientras en Rusia agoniza su esposa, María Dimitrievna a causa de la tisis. En este segundo encuentro con los casinos, Fedor acaba perdiendo cuanto tiene en cinco días y es abandonado por Polina.
Este conocimiento directo del mundo de los casinos está perfectamente retratado en El jugador, aunque su protagonista, un alocado preceptor –que mantiene vivo el ideal romántico del arrebato-, es presentado como un enamorado idealista que, en un principio, apuesta para encontrar una riqueza que le permita acercarse a la mujer a la que ama.
Poco se salva de la visión profundamente pesimista de un mundo en el que la mayor pasión es la de verse arrastrado por el vértigo de la ruleta o de las cartas, descrito de una manera tan magistral que acaba causando un hondo desasosiego en el lector.
Uno de las rasgos definidores de esta novela es que se desarrolla en primera persona, en algún momento del relato se recurre a hacer referencia a unas reflexiones escritas en el mismo momento de los hechos por su protagonista, y lo es no solo porque vemos el mundo a través de su mirada sino porque es el que más cambia a causa de sus experiencias a lo largo de la novela. Alexei Ivánovich es un luchador por amor en un mundo clasista de degradación.
Los hechos suceden en una ciudad alemana que es denominada como Roulettenbourg. Alexei Ivánovich es preceptor de los hijos pequeños de un general ruso que se aloja en un hotel, aunque prácticamente se encuentra arruinado. Un francés, parásito y usurero, De Grieux, ha conseguido adueñarse, por pagarés firmados por deudas, de las posesiones del General, al que no le queda otra que aceptar la presencia de este personaje que, además, pretende a la hijastra, Polina Aleksándrova. La única esperanza para el general es la muerte de la Abuela, a la que piensa heredar. El general ha sido seducido por una aventurera, Mademoiselle Blanche de Cominges.
Para mostrar su amor a Polina, Alexei apuesta y poco a poco va verse inmerso en un vendaval de ganancias y pérdidas que le llevan a una entrega febril al juego.
Digamos que con esto es suficiente para mostrar, a grandes rasgos, el argumento de El jugador, cuya historia y discurso atrapan al lector hasta casi llegar a producirle ese sudor frío que acompaña al saltar de una bola, entre rojos y negros, mientras sobre la mesa está a punto de conseguirse la fortuna o la ruina.
Texto 1. (p. 26)
“Nuestro general, grave y respetable, se aproximó a una mesa, el lacayo había corrido a acercarle una silla, pero él ni siquiera se fijó en aquel hombre; buscó premiosamente el bolso, sacó premiosamente de él trescientos francos en oro, los colocó al negro y ganó. No retiró la ganancia, la dejó sobre la mesa. De nuevo salió el negro; tampoco esta vez retiró su dinero, y cuando a la tercera salió rojo, perdió de un golpe mil doscientos francos. Supo contenerse y se retiró con una sonrisa. Estoy convencido de que unos gatos arañaban su corazón y de que, si la apuesta hubiera sido el doble o el triple, no habría sido capaz de contenerse y su agitación se habría revelado. Por lo demás, un francés ganó y luego perdió, en mi presencia, unos treinta mil francos alegremente y sin dar muestras de la menor emoción. El auténtico caballero, aunque haya perdido toda su fortuna, no debe dejar traslucir emoción alguna. El dinero es algo tan inferior al espíritu caballeresco, que casi no merece la pena ocuparse de él”.
En este fragmento, el narrador, Alexei presenta al General, la persona para la que trabaja como preceptor de sus hijos. Es interesante destacar que bien podríamos diferencias tres partes en él. Al principio, el General es representado como un señor “grave y respetable”, orgulloso de su condición, jugador y capaz de perder una cantidad que parece cuantiosa. Sentimos, así, en un primer momento de la novela, que el personaje es aristocrático. Pero Alexei lo conoce bien, y es ahí donde va a desarrollarse la segunda fase. Comienza la duda, realmente, ¿el General es lo que parece? Ante una pérdida más cuantiosa, y de ello el narrador no tiene ninguna duda, “no habría sido capaz de contenerse y su agitación se habría revelado”. Como contraste, el recuerdo de un francés que perdió treinta mil francos, la pérdida del ruso fue treinta veces menor, “alegremente y sin dar muestras de la menor emoción”. Ahora bien, y aquí está lo magistral de este breve discurso, al final quien realmente es retratado de una manera indirecta, pero con sus propias palabras, es el mismo narrador, espejo en el que autor representa lo vivido unos años antes de que El jugador fuese escrito. Las últimas líneas de este texto pretenden ser un manifiesto, la plasmación de unos principios vitales de los que en todo momento va a hacer gala Alexei.
Texto 2. p. 34 Mademoiselle Blanche
“Mademoiselle Blanche es hermosa, pero no sé si se me comprenderá si digo que su cara es de las que pueden inspirar miedo. Por lo menos, yo siempre he temido a esa clase de mujeres. Tendrá seguramente, veinticinco años. Es alta, ancha de espaldas y de hombros redondos; su cuello y sus pechos son espléndidos; la tez es de un color moreno amarillento, el pelo, negro como la tinta china y muy abundante, como para dar trabajo a dos peinadoras. Pupilas negras sobre un fondo amarillento, el mirar descarado, los dientes blanquísimos y los labios siempre pintados; y huele a almizcle. Sus vestidos son llamativos, lujosos, pero de mucho gusto. Pies y manos maravillosos. Su voz es ronca, de contralto. A veces ríe a carcajadas y muestra todos sus dientes, pero de ordinario mira en silencio y con descaro. […] Me parece que mademoiselle Blanche, aunque carece por completo de instrucción y ni siquiera es inteligente, es suspicaz y astuta. Me da la impresión de que en su vida no han faltado las aventuras”.
A finales del siglo XIX, un arquetipo femenino, tanto en lo literario como en el resto de las artes, es la mujer como símbolo de perversidad, la mujer que utiliza sus encantos para arrastrar a los hombres que caen rendidos entre sus brazos a un infierno de penurias como pago por unos instantes de placer. Fiodor Dostoievski vivió una circunstancia que lejanamente se aparece a esto. Cuando en El jugador, uno de sus personajes recibe el nombre de Polina, es evidente que el autor está pensando en la amante con la que compartió un cierto tiempo de su vida, y como tal, desde la posible felicidad que se recuerda, sigue idealizada. Pero también es Mademoiselle Blanche está reflejada esa seducción que acabaría en el ruina, es la oscuridad opuesta totalmente a la noción de blancura representada en su nombre. Las dos caras de una moneda, Blanche y Polina; una el amor idílico, aunque frustrado, el otro el deseo y la pérdida desde la aceptación.
Es interesante comprobar como esta figura está construida desde las contraposiciones que posteriormente caracterizarán la poesía decadentista: belleza y miedo; un físico arrebatador pero con una piel amarillenta, otoñal, no por la edad, pues está en los veinticinco años, sino por la decadencia moral, tanto propia como la de aquellos a los que seduce. La naturaleza (dientes blanquísimos) y el artificio (labios pintados y vestidos lujosos y llamativos). Una mujer así no puede llegar a ser retratada en la desnudez de una belleza divina como la de Afrodita naciendo de las espumas. Y, en el momento de la risa, el detalle sobrecogedor de la fiera que muestra su dientes.
Texto 3. p. 40. Alexei Ivánovich define a los rusos.
Hay un rasgo que define perfectamente la literatura rusa de finales de la segunda mitad del siglo XIX, es equiparable a una sustancia, un aroma sutil que emana de las palabras, y que sirve para definir lo que tópicamente se ha considerado la naturaleza rusa. Esa presencia de la humanidad rusa está en Turgueniev, en Pushkin –desde luego-, en Vladimir Arseniev y en Lev Tolstói –faltaría más-. En casi todos los casos, como digo, fluye desde el discurso, en otros, y es el caso de este texto, las mismas palabras del personaje son las que sirven para definir la esencia.
“En el catecismo de las virtudes y méritos del hombre civilizado de Occidente ha entrado históricamente, y casi como su punto principal, la capacidad de adquirir bienes. El ruso, en cambio, no solo es incapaz de adquirirlos, sino que los derrocha sin cálculo alguno y de una manera estúpida. No obstante, nosotros, los rusos, también necesitamos el dinero –añadí-, y por consiguiente mostramos gran afición a recursos como la ruleta, por ejemplo, que permiten enriquecerse de pronto, en dos horas, sin necesidad de trabajar en absoluto. Esto nos seduce mucho, pero como jugamos a lo que salga, sin tomarnos ningún trabajo, perdemos”.
Texto 4. p. 51. Alexei expresa el amor que siente por Polina.
El contrapunto del que hablábamos cuando comentábamos el retrato de Mademoiselle Blanche se hace evidente también en las palabras con las que Alexei define su amor ante Polina. En ellas se pretende hacer del servicio amoroso una especie de esclavitud que lo único que genera, aumentado por la imposibilidad de consumar el deseo, es una serie de imágenes de crueldad que retratan la frustración del personaje.
“¿Sabe una cosa? Cuando estamos a solas los dos corremos peligro. En muchas ocasiones siento el irresistible deseo de golpearla, de dejarla tullida, de estrangularla. ¿Piensa que no llegaré a tanto? Usted me lleva hasta un estado febril. ¿Es el escándalo lo que temo? ¿Su cólera? ¿Qué me importa su cólera? La amo sin esperanza y sé que después de esto la amaré mil veces más. Si llego a matarla, también tendré que matarme a mí mismo. Tardaré en hacerlo todo cuando pueda para sentir este dolor insoportable de su ausencia. ¿Sabe una cosa increíble? Cada día la amo más, y eso es casi imposible. ¿No voy a ser fatalista después de esto? Recuerde lo que pasó anteayer en el Schlangenberg, cuando murmuré, impulsado por usted: <Diga una palabra y me arrojaré a este abismo>. Si hubiese dicho esta palabra, yo habría saltado. ¿No cree que me habría arrojado?”.
Texto 5. p. 55. Ejemplo de Discurso interior.
“Han pasado dos días desde aquella jornada tan estúpida. ¡Cuántos gritos, ruido, voces y golpes! ¡Qué desorden, qué trifulcas, qué estupidez y villanía! Y yo tenía la culpa de todo. Por lo demás, a veces mueve a risa, a mí por lo menos. No sé darme cuenta de lo que ocurre, si efectivamente me encuentro en un estado de enajenación o si, sencillamente, me he descarriado y escandalizo mientras no lleguen a atarme. A veces me parece que me estoy volviendo loco. En otras ocasiones se me figura que todavía estoy cerca de la infancia, del pupitre de la escuela, y lo que yo hago son simples groserías de colegial. ¡Es Polina; Polina es la que tiene la culpa de todo!”.