SINTOÍSMO (EL CAMINO DE LOS DIOSES)

CARACTERÍSTICAS GENERALES

FUNCIONES DE LOS DIOSES. Las deidades de la Naturaleza rara vez se limitan a sus funciones propias en la misma naturaleza. El sintoísmo exhibe una tendencia progresiva a reconocer en ellas una providencia que influye en los asuntos humanos. Incluso en el sintoísmo más antiguo se encuentran ejemplos de Dioses ejerciendo un cuidado providencial hacia la humanidad, más allá de sus propias esferas de acción. La Diosa del Sol no solo otorga luz al mundo, sino que conserva las semillas del grano para sus amados seres humanos Ella vela de una manera especial por el bienestar de sus descendientes, los mikados.

Susa-no-wo, la Tormenta de Lluvia personificada, es el proveedor de todo tipo de árboles útiles. Prácticamente, se les reza a todas las deidades por una buena cosecha, o por la lluvia. Incluso es posible apelar a un hombre-dios como Temmangu, para tales propósitos. Cualquier Dios puede enviar un terremoto o una pestilencia. En 853 hubo una gran epidemia de viruela. Un oráculo de Tsukiyomi, el Dios de la Luna, indicó cuáles eran los medios para obtener alivio en esta plaga y, desde entonces, gentes de toda clase, le rezan cuando es necesario. Los Ujigami y Chiju, dioses protectores locales y de la familia, podían ser elegidos desde cualquier clase de deidad. Un escritor japonés moderno, citado por el capitán Brinkley, en Japan, dice:

«Nadie sabe qué espíritu del cielo o de la tierra se venera en el Suitengû, en Tokio. Pero, a pesar del anonimato de tal divinidad, la gente le atribuye el poder de proteger contra todos los peligros del mar, contra las inundaciones, los robos y, por una extraña yuxtaposición de esferas de influencia, contra los dolores del parto. La deidad de Inari asegura eficacia para la oración y abundancia de cosechas; el Taisha (gran santuario de Idzumo) preside el matrimonio; el Kompira comparte con el Suitengû el privilegio de custodiar a los que <bajan a lo profundo>. El resto confiere prosperidad, evita la enfermedad, cura la esterilidad, otorga talento literario, dota de habilidades guerreras, …»

El doctor Florenz, en su Japanische Mythologie, dice que Sui-tengû es una fusión de la Sumiyoshi, Diosa del Mar, con el indio Dios del Mar, Sui-ten, es decir, Varuna, con posterioridad identificado con el joven emperador Antoku, que perdió su vida al ahogarse en 1185.

CARÁCTER POLITEÍSTA DEL SINTOÍSMO. Un culto a la naturaleza como es el antiguo sintoísmo fue en sustancia y de manera inevitable, politeísta. La adoración de un solo Dios-Naturaleza, como el sol, es, en verdad, inconcebible; sin embargo, en la práctica, el mismo impulso que lleva a la personificación de un objeto o fenómeno de la Naturaleza nunca va a quedarse en eso sólo. El Universo viviente es una posible deidad monoteísta de la Naturaleza. Pero esta concepción requiere un mayor conocimiento científico que el que poseían los antiguos japoneses, los cuales disponían sólo de un imperfecto y fragmentario reflejo de una visión espléndida.

Hay alguna evidencia de que el sintoísmo ocupó el lugar de un politeísmo anterior más grosero e indiscriminado. Se nos dice que Take-mika-tsuchi y Futsunushi prepararon Japón para el advenimiento de Ninigi, limpiándolo de deidades salvajes que durante el día zumbaban como moscas de verano y de noche brillaban como braseros, a la vez que, incluso las rocas, los árboles y la espuma de las aguas tenían el poder absoluto del habla.

El número de deidades sintoístas es muy elevado. El Yengishiki enumera tres mil ciento treinta y dos santuarios oficialmente reconocidos y, aunque los mismos Dioses son adorados en diferentes lugares, aun así, su nombre sigue siendo legión. Popularmente se habla de las divinidades como si fuesen ochenta miríadas, ochocientas miríadas o mil quinientas miríadas. El número de deidades efectivas fluctúa mucho. Abundantes son las que caen en el olvido. La identificación de distintas deidades en una misma es otra causa de la disminución de sus filas. Esto sucede con suma facilidad en un país donde, para parodiar la frase de Pope, «la mayoría de las deidades no configuran, para nada, un personaje». Por otro lado, su número aumenta de vez en cuando por el reclutamiento de nuevos Dioses producidos en distintos procesos. La misma deidad, adorada en diferentes lugares, llega a ser reconocida como otras tantas divinidades distintas. Horus, en el antiguo Egipto, la Virgen María en Italia y muchas de las deidades griegas y romanas pueden ilustrar esta afirmación. Podemos asegurar que a los efesios les hubiera molestado cualquier intento de identificar a su Diana con las de otras ciudades. Este proceso resulta más fácil en Japón por la práctica de hablar del Dios, no por su nombre, sino por el de un lugar de residencia; otro ejemplo de hábito de impersonalidad ya anotada de la mente japonesa. De hecho, a los japoneses les importa poco qué Dios es el que se adora en un determinado momento y lugar. Al peregrino cotidiano le basta con saber que alguna deidad poderosa reside allí. Un poema compuesto en el gran santuario de Ise dice: «¿Qué es lo que habita aquí?, no lo sé, pero mi corazón está lleno de gratitud y las lágrimas se deslizan». De uno de los Grandes Santuarios del Yengishiki, el Manual de Murray nos informa que «existe una considerable divergencia entre los estudiosos en cuanto a la identidad de los dioses a quienes este templo está dedicado». Durante el actual reinado (Era Meiji), Kompira fue convertido, por el gobierno, de su esencia budista en deidad sintoísta, sin detrimento de la popularidad de su santuario como lugar de peregrinación. Un mismo Dios puede tener mayor crédito, por lo que se refiere a su eficacia, en un lugar que en otro. Así, el Inari de cierto pueblo tiene gran reputación por la recuperación de propiedades robadas. Tales especialidades fueron reconocidas incluso por el Gobierno, responsable de otorgar diferentes rangos a una misma deidad en distintos lugares. Distinciones de este tipo, por supuesto, facilitan la multiplicación de una deidad en varias. Otra causa de esa multiplicación está relacionada con el error de presentar una misma deidad con diferentes epítetos, cosa que la hace parecer como divinidades diferentes. En tiempos modernos, el panteón sintoísta ha aumentado por la introducción en sus filas de seres humanos. Los árboles todavía son deificados y, en ocasiones, hace su aparición una nueva deidad de no se sabe dónde.

El carácter politeísta del sintoísmo está íntimamente relacionado con la debilidad del Gobierno Central en Japón durante la época de su desarrollo. Aunque quizá sea más correcto decir que es otra manifestación de la misma falta de cohesión nacional. Goblet d’Alviella, en Hibbert Lectures dice: «los diferentes pueblos concibieron y desarrollaron esta jerarquía divina pari passu (a la vez) que se aproximaban a la unidad política»; Aristóteles reconoció el mismo principio. Los antiguos mikados eran cualquier cosa menos autócratas. Su autoridad, casi siempre, fue eclipsada por la influencia de ministros que luchaban entre ellos por la consecución del poder que solo nominalmente estaba conferido al soberano. El Gobierno central tenía poca jurisdicción efectiva más allá de la capital y las cinco provincias originales. No hay que asombrarse de que, en estas circunstancias, las deidades locales mantuvieran su vitalidad y prestigio.

El monoteísmo era imposible en el antiguo Japón. Sin embargo, podemos rastrear ciertas tendencias en tal dirección que no carecen de interés. Una nación puede pasar del politeísmo al monoteísmo de tres maneras; en primer lugar, dando cierto privilegio a una deidad y haciendo que absorba las funciones y el culto debidos a las demás; en segundo lugar, por una nueva deificación de una concepción más amplia del universo; y, en tercero, por el destronamiento de las divinidades nativas en favor de un solo dios de origen extranjero. Este último es el destino más habitual de los politeísmos, esta es la amenaza a los antiguos Dioses de Japón. Debilitado por las invasiones del budismo y la paralizante influencia de la filosofía escéptica china, tal amenaza ya empieza a sentirse. «Los rayos de Belén ciegan sus ojos oscuros» (Himno de Navidad, John Milton 1608-1674). Nuestra cuestión, no obstante, se refiere al pasado, no al futuro.

El primero de los tres caminos que conducen al monoteísmo se ilustra en la tendencia a atribuir a varias de las deidades sintoístas cierta superioridad sobre las demás. La Diosa Sol, Kuni-toko-tachi, la primera Divinidad, en el comienzo de los tiempos, según el Nihongi, Ame-no-mi-nake-nushi, y, en Idzumo, Ohonamochi, han sido ensalzados, a su vez, a una posición única por sus partidarios. Pero, por razones que aparecerán cuando lleguemos al examen de estas deidades con mayor profundidad, ninguna de ellas merece ser considerada bajo el título de Ser Supremo. La opinión de Max Müller de que «la creencia en un Ser Supremo es inevitable», no se confirma en los hechos del sintoísmo. La segunda ruta que conduce al monoteísmo a través de una visión más integral de la concepción del Universo, está ejemplificada en las deidades creadoras Izanagi e Izanami, personificaciones de los principios masculino y femenino de la Naturaleza, y más aún por Musubi, el Dios del Crecimiento, que posiblemente pudo haberse convertido en el Ser Supremo de tal panteísmo. Pero las abstracciones filosóficas de este no son aptas para el alimento cotidiano de la naturaleza humana. Musubi nunca adquirió mucha confianza por parte del pueblo, aunque durante un tiempo, su adoración ocupó un lugar prominente en la corte de los mikados. Eventualmente, se dividió, primero en dos y, luego, en un grupo de deidades, y finalmente fue olvidado casi por completo.

Il. G. Andrango

El Nihongi, fechado en 644 d.C., narra la historia de un movimiento ciego y abortado dirigido hacia una suprema deidad monoteísta que reclama, para nosotros, una cierta simpatía:

«Un hombre que habitaba cerca del río Fuji, al este del país, llamado Ohofube-no-ohoshi, instó a sus compatriotas a adorar a un insecto proclamando: <Este es el Dios del Mundo Eterno. Los que adoren a este Dios tendrán larga vida y riquezas>. Al final, los magos (kannagi) y las sacerdotisas (miko), fingieron una inspiración de ese Dios y dijeron: <Aquellos que adoran al Dios del Mundo Eterno, si son pobres se volverán ricos, y si viejos, recuperarán su juventud>. De este modo persuadieron a más y más gente para que arrojaran fuera de sus casas todos los objetos de valor que tenían, y para que siguiesen el camino del sake, de las verduras y de los animales domésticos. También les hicieron aclamar: <¡Han llegado las nuevas riquezas!>. Tanto en el campo como en las ciudades, las gentes tomaron al Insecto del Mundo Eterno y lo colocaron en un lugar puro, mientras, con cantos y danzas, invocaban a la felicidad. Tiraron sus tesoros sin propósito alguno. Las pérdidas y el despilfarro llegaron a su extremo. Entonces, Kahakatsu, Kadono-no-hada-no-miyakko, se enojó porque veía que la gente había caído en el engaño, y mató a Ohofube-no-ohoshi. Los magos y las sacerdotisas se intimidaron y dejaron de predicar a las gentes tal culto. Los hombres de aquel tiempo hicieron una canción que decía:

«Udzumasa
ha ejecutado
al Dios del Mundo Eterno
de quien nos dijeran
que era el mismísimo Dios de Dioses
«Este insecto suele criarse entre los naranjos y, a veces, en los hosoki cierto tipo de arbusto similar al de la pimienta, mide más de cuatro pulgadas de largo y tiene el grosor de un pulgar; de un color verde hierba con manchas negras y se parece mucho al gusano de seda».

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About lamansiondelgaviero

Escritor y amante de la literatura. Obras publicadas en kindle: "Realismo mágico y soledad, la narrativa de Haruki Murakami", "Castillos entre niebla", "Amadís de Gaula, adaptación", "El tiempo en el rostro, un libro de poesía", Álvaro Mutis, poesía y aventura", "Edición y estudio de Visto y Soñado de Luis Valera" y mis últimas publicaciones "Tratado de la Reintegración. Martines de Pasqually. Traducción de Hugo de Roccanera", "El Tarot de los Iluminadores de la Edad Media. Traducción de Hugo de Roccanera", La gran conquista de ultramar, versión modernizada en cuatro volúmenes.
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