“Venus”

Rubén Darío
(Comentario)

Venus

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría,
en busca de quietud, bajé al fresco y callado jardín.
En el oscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano, un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía
que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
o que llevaba en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

“¡Oh, reina rubia! -díjele-, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.
Y el aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

Este soneto pertenece a Azul… (1888), por lo tanto se adscribe a la corriente modernista más brillante y exótica de Rubén Darío. El poema fue incorporado a Azul… en la segunda edición de 1890 (igual que “Caupolican” y “De invierno”), en la sección de la obra que contiene los sonetos. Previamente, “Venus” se había publicado en 1889 en la revista Repertorio salvadoreño, publicación de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de San Salvador, y en el diario La Unión, dirigido por el propio Rubén Darío.

A modo de ejemplo, quiero mencionar que en el Archivo de Ramón Menéndez Pidal, custodiado en su Fundación, Instituto de la Universidad Autónoma de Madrid, se encuentra un conjunto de cinco fichas referidas a Rubén Darío (1867-1916) con el subtítulo de “Carácter del reformador. Contrastes”. Queda manifiesta en este encabezamiento, la voluntad por parte del filólogo de analizar la obra del poeta desde la observación de los contrastes para definir la obra del nicaragüense. ¿Cuáles son esos contrastes que delimitan la poesía de Rubén Darío? Menéndez Pidal señala estas parejas de opósitos: Hispanismo-exotismo; cristianismo-paganismo e idealidad-sensualidad. Los grados a los que corresponde el soneto “Venus” bien podrían ser exotismo, paganismo, aunque también está reflejada la pareja idealidad y sensualidad. 

Ya en el primer verso de “Venus” se transmite ese proceso antagónico de los opósitos en el contraste entre la tranquila noche que sirve para enmarcar un sufrimiento de amargas nostalgias. La nostalgia, a diferencia de la melancolía (‘Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada”, Diccionario de la Real Academia Española) es una pena muy concreta por una sensación de ausencia y por el recuerdo de lo pasado. No está de más que recordemos esto, pues es muy posible que esa añoranza que experimente el yo poético tenga un referente amoroso.

Si la nostalgia es un volver atrás mediante el recuerdo en el tiempo, mal está que para buscar la quietud se descienda, movimiento situado en un plano similar al del retroceso, ambos negativos en sus prefijos: retro- y des-; aunque bien podría suponer un cierto alivio al encontrarse, al final del descenso, en el jardín, fresco y callado. El jardín es la naturaleza controlada por la mano humana, lo salvaje domeñado, la artificiosidad en contraste con lo absoluto del cielo. Introspección-descenso y ascenso puesto que el poeta, desde su ubicación, el paisaje silencioso, va a dirigir su mirada hacia los astros.

Jean-León Gérôme

También en la mirada ascensional, el poeta va a encontrarse con esas oposiciones que riman a la perfección con su estado anímico. El cielo está oscuro y esto permite que en la negrura de la noche pueda lucir la belleza temblorosa de Venus. ¿Por qué tiembla Venus? Si se trata de un planeta iluminado por luz ajena, no debería titilar, es decir, ‘centellear con ligero temblor’, esto lo hacen las estrellas por la nucleosíntesis estelar, por las reacciones nucleares de los elementos químicos que las forman, a modo de explosiones que se van liberando progresivamente y no como una combustión prolongada. Así que ese temblor, aunque es posible la confusión visual, no está tanto en el astro como en la subjetividad nostálgica del poeta.

Un panorama para un argumento que es falso desde la interpretación realista de lo que se cuenta. Se trata más bien de una recreación mental, por eso Venus es dorada, como la Afrodita de Botticelli, que actúa como referente en el proceso imaginal desde el que surge el poema, de ahí esa “Reina rubia” que aparece en la tercera estrofa. Comprobémoslo en otro contraste que se lee en el primer cuarteto de este poema: el ébano del cielo con el divino jazmín de Venus. El jazmín es blanco, como la luz que desprende el planeta representado en la figura mítica del Héspero. En muchas circunstancias el estupor entusiasta que produce la contemplación de un paisaje asombroso genera el poema; no es este el caso.

Tal y como señalaba Menéndez Pidal en sus notas mencionadas más arriba, uno de los opósitos que sirven para definir, desde el contraste, la poesía de Rubén Darío, es la presencia de lo exótico, factor que describe como paradigma el Modernismo especialmente en su primera fase de brillos. El alma enamorada del yo poético, que al ascender en su mirada hacia los cielos parece haber perdido un poco de su amarga nostalgia contemplará a Venus, el planeta, personificado a su modelo mitológico en una mujer oriental, como las que pueden aparecer en las pinturas de Jean-Léon Gérôme, en la forma de reina favorita de Las mil y una noches, triunfante victoriosa como corresponde a la Sherezade que vence a la muerte; una reina que espera a su amante, pues no hay verdadero orientalismo sin la pasión de la sensualidad, o que es conducida en su palanquín, por la profunda extensión del desierto hecho metáfora en lo celestial.

En el primer terceto va a producirse el definitivo movimiento ascensional, a la vez que el alma abandona su estado intermedio de crisálida y vuela en una elevación que tiene sus peligros, pues es hacia la luz, hacia los labios de fuego que harán arden y consumirán al alma hecha frágil mariposa; la cual, después de flotar en el nimbo que se derrama desde la luz pálida de la frente de Venus, hecha mujer amada, va a consumirse en el éxtasis sideral del amor.

Venus Prerrafaelita

Parece que desde el aire nocturno del jardín que refrescaba la cálida atmósfera, porque la bilis de la tristeza melancólica o nostálgica, quema, el yo poético va a encontrar un cierto alivio en su discurrir vital. Pero en el verso final aguarda un último contraste, pues el cielo deja de ser un espacio en el que emprender el vuelo y se transforma en un abismo, que arrastrará a la caída, con esa mirada triste de Venus. 

Venus, desde el punto de vista de la mitología clásica romana -su equivalente griego es Afrodita y el fenicio es Astarté o Tanit entre los cartagineses, entre los sumerios Inanna- representa la exaltación del amor erótico, de la fertilidad de la naturaleza y de la belleza sensual. Ante todo destaca en ella su poder de seducción, de atracción; elementos que, de alguna manera, la pueden situar en la órbita de Selene, por la atracción lunática. En astronomía, Venus es un planeta del sistema solar asociado, desde lo astrológico a la armonía, la belleza, el equilibrio, los sentimientos. Contemplado desde la tierra, Venus presenta un color blanco y brillantes, tanto que sólo la puede superar en su fulgor nocturno la luna llena. Desde un punto de vista científico, este brillo por reflejo del sol se debe a una atmósfera muy densa de, sobre todo, CO2, dióxido de carbono. Desde una interpretación psicológica está relacionado con valores sensoriales, la sensualidad gozosa y el presente como una consciencia del aquí y el ahora.

De esta descripción tan escueta como injusta en la valoración de Venus nos quedaremos ahora mismo con estos conceptos: amor, erotismo, naturaleza, brillo, seducción y gozo.

En el planeta Venus no hay catasterismo, es decir, transformación en astro; esto sucede con las estrellas que tenían una naturaleza viva anterior a su metamorfosis, no con los dioses que dan nombre a los planetas; estos lo reciben por que son representación de alguna divinidad cuyos rasgos manifiestan. En el caso del planeta Venus, su catasterismo está en Héspero, personificación del lucero vespertino. Eratóstenes en su Catasterismos afirma que tanto Héspero como su hermano Fósforo (aunque ambos pueden ser el nombre de un mismo personaje) son la personificación del planeta Venus. En la Biblia Septuaginta, en griego, Héspero es Heosphoros, hijo de Shahar, la Aurora (Isaías), y en la Vulgata de san Jerónimo, el hebreo Helel, el brillante, es traducido como Lucifer (el que hace la luz).

¿Qué sucede en este poema de Rubén Darío? Un soneto que se titula “Venus” nos sitúa en el panorama mitológico, la diosa nacida de las espumas del mar en las costas de Chipre. Pero no va a ser así; o quizá, sí.

En una noche tranquila, el yo lírico, sufriente de sus nostalgias amargas, en busca de la tranquilidad como bálsamo, baja al fresco y callado jardín. En el cielo oscuro de la noche luce temblando Venus, como si fuese un jazmín dorado y divino incrustado en ébano. Desde el sentimiento de su alma enamorado, aquella luz le parece una reina oriental que esperara a su amante bajo el techo de su camarín, o que fuese llevada recostada, triunfante y luminosa sobre un palanquín portado a hombros por la extensión profunda del cielo.

Se dirige a ella con estas palabras: “¡Oh, reina rubia!, mi alma quiere dejar su crisálida para ir volando hacia ti, besar tus labios de fuego y quedarse flotando en el nimbo que derrama pálida luz sobre tu frente. Así, no dejar de amarte en éxtasis siderales.

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida. Venus, desde el abismo, lo miraba con triste mirar. Este abismo dota al soneto de un significado más transcendente.

Por lo que respecta a la estructura.

Esquema métrico Venus (Antonio Joaquín González)
Portada Azul

Sombreadas en azul celeste se pueden ver las sílabas tónicas que se mantienen en unas posiciones fijas de segunda, cuarta, sexta, décima, decimotercera y decimosexta; es decir, nos encontramos con versos hexámetros, sólo desde el punto de vista del número de tónicas. Se pueden comprobar también las sinalefas cuando se unen dos sílabas que no pertenecen a la misma palabra, sino a contiguas. Todos los versos son de diecisiete sílabas; aquellos en los que la posición última queda en blanco es porque son agudos y, por lo tanto, la sílaba final prolonga su duración el doble. Al ser versos de arte mayor compuestos pueden ser divididos en dos hemistiquios, el primero de siete sílabas, el segundo de diez. Al final del hemistiquio se aplican las mismas normas que al terminar el verso; sin embargo, no sucede así en el verso cinco, donde no sumamos una sílaba a la final aguda del hemistiquio; de igual manera tampoco se realiza la licencia de la sinalefa entre las sílabas ocho y nueve, de esta manera se puede respetar el esquema acentual.

La estructura métrica del soneto está formada por dos serventesios y dos tercetos con este esquema: ABAB-ABAB-CDC-DCD.

Respecto a este soneto, María Delia Buisel (en “Rubén Darío y la adaptación de la métrica latina”, 2017):

“En <Venus> no hay hexámetros en sentido estricto, sino un verso de ritmo acentual de 17 sílabas con rima consonante formado por el acople de dos hemistiquios de 7 y 10 sílabas, poseedores cada uno de su independencia acentual, con sílabas en anacrusis, que por sus seis apoyos rítmicos sugiere un hexámetro sin serlo, y si el acento cae en débil o átona, más parece de cinco que de seis”.

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About lamansiondelgaviero

Escritor y amante de la literatura. Obras publicadas en kindle: "Realismo mágico y soledad, la narrativa de Haruki Murakami", "Castillos entre niebla", "Amadís de Gaula, adaptación", "El tiempo en el rostro, un libro de poesía", Álvaro Mutis, poesía y aventura", "Edición y estudio de Visto y Soñado de Luis Valera" y mis últimas publicaciones "Tratado de la Reintegración. Martines de Pasqually. Traducción de Hugo de Roccanera", "El Tarot de los Iluminadores de la Edad Media. Traducción de Hugo de Roccanera", La gran conquista de ultramar, versión modernizada en cuatro volúmenes.
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