Juan Montalvo en España (1859)
Antonio Joaquín González
Juan Montalvo (1832-1889), uno de los más reconocidos autores de la literatura ecuatoriana en el siglo XIX, visitó España en 1859. Las circunstancias de su estancia en este país se pueden resumir así: en 1857 es nombrado adjunto civil a la Legación Ecuatoriana en Italia, aunque terminará su época diplomática en París en 1859 como consecuencia de un ataque feroz de artritis que le va a dejar dependiente de las muletas, lo cual no disminuirá en ningún momento su férrea voluntad de luchador por la Libertad contra cualquier manifestación de tiranía. Durante sus años como diplomático visitó Italia y dejó crónicas de sus recorridos por Florencia, Venecia, Roma y Pompeya. También fue sumamente importante su estancia en París donde se encontrará con Alphonse de Lamartine, uno de sus maestros en el arte de contemplar la vida desde la literatura.
Cuando renuncia a su cargo en la Legación, Juan Montalvo va a viajar a España y lo hará siguiendo, en buena parte, el itinerario característico de los autores románticos que retrataron el país en la primera mitad del siglo XIX. Tal influencia será notoria en ciertas menciones, descripciones paisajísticas y narraciones históricas que acompañan a los textos publicados en El Cosmopolita (1866-1869). Gran impresión estética y espiritual causan las tierras de Córdoba y Granada, principales destinos del recorrido de Juan Montalvo en 1859.
Nos interesa ahora tratar de cómo el autor describe sus apreciaciones en el artículo titulado “Visiones de Córdoba”; aunque no lo vamos a hacer desde el esteticismo, muchas veces exotista, que contienen sus palabras, ni desde su peculiar espiritualidad que brota de una manera natural a lo largo de toda su obra. Quiero ahora centrarme en la visión crítica que de lo español marca Montalvo, porque nace desde el reconocimiento orgulloso y con respeto de su condición de descendiente de españoles. Así lo expresa él mismo
“Cuerpo enfermo, pero sagrado; espíritu oscurecido, pero santo, ¡España! ¡España! lo que hay de puro en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos. El pensar a lo grande, el sentir a lo animoso, el obrar a lo justo en nosotros, son de España y si hay en la sangre de nuestras venas algunas gotas purpurinas, son las de España. Yo que adoro a Jesucristo; yo que hablo la lengua de Castilla, yo que abrigo las afecciones de mis padres y sigo sus costumbres, ¿cómo la aborrecería? ¿Hay todavía en la América española una escuela, un partido, o lo que sea, que profesa aborrecer a España y murmurar sus cosas?” (Siete tratados)
En sus aseveraciones se manifiesta un espíritu un tanto adelantado a su tiempo, aunque hunda sus raíces en lo romántico. Para demostrarlo, planteemos y respondamos a la siguiente cuestión, de una manera muy resumida, por supuesto; ¿qué panorama del pensamiento encontramos en España alrededor de 1859? Para que nos hagamos idea de la trascendencia del pensamiento crítico de Juan Montalvo, habría que recordar cómo los principales reformadores del pensamiento español todavía tardarán en llegar.
Julián Sanz del Río (1814-1869), que sería uno de los principales responsables del cambio filosófico español, realizó su viaje a Alemania en 1843, becado por el gobierno, con la finalidad de estudiar filosofía, allí conoció el pensamiento de Krause, aunque su obra más significativa no será publicada hasta 1860, Ideal de la humanidad para la vida. La filosofía de Sanz del Río se caracteriza por la unión de racionalismo, una cierta religiosidad alejada de la ortodoxia y una doctrina estética que transforma lo literario en algo más. La escuela de Sanz del Río se prolonga en Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), fundador de la Institución Libre de Enseñanza (1876), elemento importantísimo para la vida cultural española del siglo XX. Francisco Giner de los Ríos es el iniciador del reformismo cultural que se prolongaría en la Generación de 1898, una visión crítica hacia el cambio que ya encontramos en algunos autores anteriores; Juan Valera es un ejemplo de ello. Vinculado al Krausismo, a finales del siglo XIX, está Joaquín Costa (1844-1911) cuya obra indaga continuamente sobre la necesidad de una regeneración moral de España. También es necesario mencionar el caso de Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), sobre todo como autor de Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882) o Historia de las ideas estéticas (1883-1891); para él la literatura no consiste sólo en la búsqueda de la belleza, sino en la necesaria erudición desde la que llegar a la vida cotidiana de los pueblos, desde lo social, lo político y lo personal. Buena parte de estos rasgos los vamos a encontrar en la obra de Juan Montalvo, pero tengamos en cuenta que, aunque se imbuye en el espíritu de su época, sus apreciaciones escritas son anteriores a las que encontraremos en el Regeneracionismo propiamente dicho.
En su artículo “Visión de Córdoba”, Juan Montalvo describe la ciudad andaluza desde lo histórico, ejemplificando su grandeza en dos monumentos: la Mezquita y las ruinas de Medina Azahara; habla de la grandeza de la España musulmana sobre la cual dice:
“En Córdoba florecieron muchos y muy preciosos ingenios; las ciencias tuvieron allí sus patriarcas, las artes se vieron en su cumbre, la poesía tuvo apasionados que la cortejaron anhelosos y triunfaron de ellas. Aristóteles tenía allí sabios traductores, Hipócrates entendidos discípulos, y ni Copérnico leyó en el cielo con más claridad que los muslimes”.
Y, de inmediato, la referencia a los cristianos: “pues bien, estos hombres ilustrados y sagaces eran llamados bárbaros y perros por los españoles que honraban la ignorancia”, desde aquí, la situación contemporánea de la que es testigo Juan Montalvo. Un tiempo, el suyo que hace que aquellos lugares de brillo y sabiduría, como la Mezquita de Córdoba, se transformen en abandono y ruina, “el ambiente es helador, la oscuridad y el silencio infunden tristes pensamientos. Poco va en ello: el corazón oprimido requiere soledad, el pensamiento sombrío, sombras pide”. Así es la España con la que se encuentra.
El escritor se ha encontrado con la maravilla, inducido por los recuerdos de antiguo esplendor, pero en lo real va a encontrar la decadencia de España; así al hablar del aseo de los hispano-árabes: “todo al revés de lo que sucede con los bien aventurados españoles; hanse visto motines encabezados por la gente de chapa, pidiendo la vida del Ministro que había tenido la torpe idea de mandar barrer las calles, y se dan hombres que no se acuerdan haber tomado un baño en su vida; ¡dichosos españoles!”. ¿Es necesario recordar de qué manera llamaba la atención a los primeros españoles en América la limpieza de los indígenas que habitaban el Caribe?
Ya nada en Córdoba es lo que fue; como también sucede en el resto de España. Callejuelas inmundas que provocan lástima por lo presente. Los mendigos, las tierras yermas que tantas palabras hicieran escribir al propio Joaquín Costa y la reflexión que se origina en todo lo contemplado. Aquí es donde está ese pensamiento cercano a lo renovador al que hemos hecho mención: “El español es sobrio; esta virtud nace de un vicio, de un pecado mortal, le pereza; el español es orgulloso; del orgullo proviene la ociosidad, de la ociosidad la penuria. El español tiene en poco el trabajo; de esto resulta que carece de lo necesario. y cuando carece de lo necesario, da en bandido o en mendigo”.
La constatación de todo esto se quedaría en una mera crítica si no fuese por las palabras que seguirán y que demuestran que lo dicho es la expresión de aquel al que le duele España: “No todo es malo, en nuestros desgraciados progenitores; antes hay en su carácter elevación y grandeza, y sus procedimientos públicos no siempre fueron reprobados”. Nuevamente, se hace necesario recordar el pasado, porque “hubo tiempo en que dominaron en la mayor parte del mundo civilizado; segunda Roma, España oía rugir su león en las cuatro partes de la tierra: valerosos, denodados, sabios en la guerra, héroes poéticos, pero terribles”, como los almogávares cuyas hazañas va a mencionar Juan Montalvo en más de una ocasión, o como las de los conquistadores de América; y aquí no hemos de olvidar que es un escritor de la América Hispana quien habla. “Digan lo que quieran, la conquista del nuevo mundo es asimismo un hecho maravilloso; con menos barbarie y crueldad, habrían pasado por verdaderos dioses”.
En el comentario final del artículo, sobre la Mezquita de Córdoba, que es mucho más que eso, un fragmento en el que se evidencia la raigambre del autor que se atrevió a continuar a Cervantes y que dirigió buena parte de su vida desde el ideal del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha:
“El español es hidalgo, caballeroso, valiente; grave, mesurado, juicioso, respetuoso con la Divinidad, pero soberbio con los hombres. Los malos gobiernos han estragado su carácter público; los vicios de la política han pasado, andando el tiempo, a la conducta privada. Triste verdad, pero verdad, el español de nuestros tiempos no es el español antiguo; bastardea, se estraga cada día; el honor se pierde antes que el valor, y a la vista del mundo acaban de parecer, ni honrados ni valientes. El despotismo y la superstición son los más crueles enemigos de los hombres”.