Crónicas de una diosa
Natsuo Kirino
Con Crónicas de una diosa (2008) nos encontramos a una Natsuo Kirino un tanto diferente a la que conocíamos desde los dos libros suyos que han sido traducidos anteriormente al español; el primero fue Out (1997) y después vendría Grotesco (2003). Estas tres publicaciones nos permiten ver una serie de características que definen la visión del mundo desde la mirada de una mujer japonesa. Debido a su acercamiento a la novela policíaca, en algún momento se ha intentado explicar su obra desde las características exclusivamente del género negro –cosa que en algún momento resulta evidente- aunque va más allá, pues sus novelas pueden ser vistas como un análisis del Japón contemporáneo.
Esto no es así en Crónicas de una diosa, pues casi podríamos afirmar que lo que Natsuo Kirino hace con esta novela es acercarse un tanto a los orígenes de la literatura japonesa, que como todas hunde sus raíces en la tradición oral y mítica. Y así fue hasta que esos cantos recitados por las kataribe comenzaron a ser puestos por escrito.
Uno de los personajes que aparecen en Crónicas de una diosa es Hieda-no-Are, una rapsoda, ciega como lo fue Homero, que vivió –si es que estos poetas míticos existieron en realidad como tales- en la época del emperador Temmu (entre 672 y 686).
Apareció una mujer. Tendría unos cincuenta años pasados, era de estatura baja y su aspecto era humilde. A pesar de su apariencia frágil, su voz era clara y llena de seguridad. —Me llamo Hieda no Are. Entre mis antepasados está Ame no Uzume, conocida en la antigüedad por haber sacado a la diosa del Sol de su reclusión en la Cueva Celestial, con sus bailes. Pero mis talentos son otros: tengo la habilidad de recordar palabra por palabra las historias que llegan a mis oídos. Por este motivo, he ejercido de recitadora en la corte del Emperador narrando historias que van desde los dioses de la antigüedad hasta toda clase de hechos actuales. Oo no Yasumaro se encarga de compilar por escrito mis historias para que pasen a la posteridad. Lamentablemente caí presa de una enfermedad contagiosa que me arrebató la vida. Me quedaban tantas cosas por hacer… Pero afortunadamente he tenido el gran honor de venir al Mundo de Ultratumba para servir a la diosa Izanami. —Basta de presentaciones. Namima no sabe nada así que empieza por narrar lo que cuentan los rumores. Después de que Izanami la apremiara, la mujer, que decía llamarse Hieda no Are, hizo una reverencia y seguidamente empezó a hablar con elocuencia como si de un torrente de agua después de un diluvio se tratara.
La casa imperial japonesa, hacia el siglo VII, buscaba una legitimación cultural desde el acercamiento a la cultura china que era considerada como superior. El año 711, la emperatriz Gemmei ordenó transformar en una obra definitiva las palabras que habían sido recogidas desde la memoria de Hieda-no-Are. Y de aquí nacerá el Kojiki en cuya gestación –como en otras obras fundamentales de la literatura japonesa- el papel de las mujeres es definitivo. Cuando se da la orden de transcribir las historias mitológicas, los cantos antiguos y la expresión de los sentimientos que durante siglos guardaron las kataribe, los seres sobrenaturales todavía estaban vivos en unas islas que para Lafcadio Hearn eran el País de los Dioses.
Así pues, Natsuo Kirino abandona ese retrato de violencia, degradación y muerte con el que se describe el Japón de Out y Grotesco; aunque no rechaza esa mirada femenina sobre un mundo que es el suyo en su condición de mujer y japonesa.
Siempre me ha parecido que uno de los mitos más importantes del Kojiki y, por lo tanto, de los japoneses es la historia de Izanami e Izanagi. La pareja de dioses que dio lugar a multitud de divinidades hasta que Izanami murió en el parto del dios del fuego. Un desconsolado Izanagi partirá a buscarla al submundo, pero al hacer caso omiso de la prohibición –los interdictos en toda narración mitológica están para ser incumplidos- dará lugar a una cruel venganza de muerte para la humanidad, aunque también de amor de los dioses hacia los seres humanos, pues Izanagi en su poder de creación recorrerá el mundo, mantendrá relaciones con las más hermosas mujeres y conseguirá que siempre la vida sea más fuerte que la muerte. Y todo ello después de crear la tierra de Japón al purificarse tras su estancia en los dominios de la muerte.
Los mitos necesitan ser recordados, y mejor todavía si existe la posibilidad de actualizarlos, pues con los tiempos cobran nuevas formas de interpretación y expresión. Y aquí radica el interés de esta nueva recitación, también femenina del tiempo de los mitos, en unas islas que un inmortal, aunque ya abrumado, cansado y desencantado de la vida eterna, Izanagi sigue buscando hermosas mujeres para demostrar que la vida triunfa sobre la muerte.
Todo comienza en una isla del sur con forma de lágrima. Una preciosa imagen metafórica que expresa a la perfección la existencia tan dura de los personajes que la habitan. En muchos momentos la descripción de esta isla nos recuerda esa película de Kaneto Shindo, La isla desnuda, en cuyas imágenes podemos llegar a comprender qué cosa es la voluntad de vivir. Por mencionar otro filme, la dureza atroz de la existencia también está en La balada de Narayama de Shohei Imamura, con la cual una novela como ésta guarda una cierta cercanía, sobre todo en la contemplación del egoísmo de aquellos que no tienen otro recurso para seguir vivos. Una isla con forma de lágrima, pues, en la que pocas alegrías caben. Una lágrima, además que contiene los principios yin y yang, la oscuridad y la luz, la orilla desde la que se ve el sol naciente y aquella que contempla su muerte. Ambos elementos encarnan en dos sacerdotisas que se encargan de mantener abierta la comunicación del mundo de los dioses y los humanos. Una de ellas, la de la luz, es la responsable de que se mantenga el linaje, la otra cuida de la gruta en la que yacen los restos de cuantos han muerto en la isla.
Mientras los habitantes corren el riesgo de morir de inanición, los alimentos para la sacerdotisa del amanecer son exquisitos. En este panorama de crudeza mitológica crecen dos hermanas, Kamikuu y Namima. Ambas están llamadas a seguir una tradición que es mucho más poderosa que la voluntad de Namima, llamada a ser la sacerdotisa de la oscuridad. Precisamente por ello, aunque Namima se atreva a rebelarse contra unas normas que prácticamente hacen de ella una muerta en vida, encontrará su lugar en el ultramundo donde entrará al servicio de la propia Izanami.
Natsuo Kirino es una de las escritoras japonesas que mejor ha retratado el mundo nocturno, especialmente en una obra como Grotesco, también en Out, novela que perfectamente podría definirse desde una espacialidad de nieblas. Hay otros autores japoneses que también han descrito lo inquietante de la oscuridad, mencionemos la siniestra After Dark de Haruki Murakami y la degrada expresión de la noche tokiota en Sopa de Miso de Ryu Murakami. Natsuo Kirino sigue en esta expresión de las tinieblas cuando sitúa la escenografía de ultratumba regida por Izanami
Izanami permaneció con la mirada perdida durante unos instantes como si meditara la respuesta. Ante sus ojos no había nada, sólo la extensa oscuridad. El templo subterráneo donde nos encontrábamos estaba iluminado por un pequeño y frío fuego fatuo. Pero lejos de iluminar el lugar, evidenciaba aún más la vasta oscuridad que nos envolvía. Una vez allí, ya no había escapatoria. Aun siendo consciente de ello, cada vez que el frío de las tinieblas me penetraba hasta la médula, caía nuevamente presa de la desesperación. Mientras dejaba fluir mis lastimosos pensamientos, Izanami salió de su silencio.
Aunque Natsuo Kirino abandona, como ya he dicho, el ambiente que define sus obras anteriores, con Crónicas de una diosa se mantiene en la línea de la narrativa escrita por mujeres en el Japón contemporáneo, caracterizada por la expresión de sentimientos amorosos y de pérdida, el misterio, lo fantasmal, la utilización del yo autobiográfico y la importancia de la naturaleza. Buena parte de estos elementos ya estaban presentes en la literatura fundacional japonesa: el Genji Monogatari, y casi diría que no son característica de una narrativa escrita por mujeres, sino más bien expresión de lo puramente japonés pues, al fin y al cabo también sirven para catalogar buena parte de los textos actuales de la literatura japonesa: Haruki Murakami, Kioychi Katayama y el mismo Ryu Murakami en toda su crudeza, tan alejada de la corriente del “amor puro” nacida desde obras como Tokio Blues o Un grito de amor desde el centro del mundo.
Sirvan como ejemplos los siguientes textos.
El primero, al autobiografismo, aunque fingido, de un sentimiento en el que confluyen la pérdida, con lo fantasmal y lo misterioso:
Me llamo Namima. Nací en una lejana isla meridional, y perdí la vida, una noche siendo sacerdotisa, cuando tenía dieciséis años. ¿Cómo llegué a habitar en el subterráneo mundo de los muertos? ¿Qué me impulsó a contar esta historia? Todo se debe a la voluntad de la diosa. Puede que parezca extraño, pero mis emociones son mucho más intensas ahora que en vida, y las palabras y expresiones que las acompañan brotan de mi interior.
El segundo, una de sus numerosas descripciones de la naturaleza
En el sur de la isla había unas bellísimas playas de arena blanca de coral que brillaban con la luz del sol. El mar turquesa bañaba la arena blanca, los hibiscos amarillos florecían por doquier y la fragancia de las azucenas impregnaba el aire. Era tal su belleza que parecían irreales.