Cordero, sabiduría y fortaleza de Cristo
(1920)
Esta es una de la obras en las que se hace evidente la temática religiosa en la pintura de Julio Romero de Torres. Hay otras, desde luego: Córdoba cristiana, tabla perteneciente a Poema de Córdoba, Salomé, que más bien corresponde a una interpretación decadentista de la historia de Juan Bautista, Magdalena, la Virgen de los Faroles o Samaritana.
De La muerte de santa Inés podemos extraer algunos rasgos de la visión del autor sobre lo espiritual.
Este cuadro fue creado en 1920 y se pintó para ser adaptado a un retablo barroco, aunque la interpretación que se hace de la vida de la mártir para nada lo sea, pues está más en consonancia con una visión espiritualista, cuando no ocultista, característica de la literatura y el pensamiento de finales del siglo XIX y principios del XX. Julio Romero de Torres tuvo un especial cariño a esta obra, por ella le fue ofrecida una considerable remuneración en Argentina durante la exposición que de su pintura se organizó en Buenos Aires en 1922. La composición, en la actualidad, puede ser vista en el Museo de Julio Romero de Torres en la ciudad de Córdoba. Experiencia, por otra parte, inapreciable para aquel que ame su arte.
¿Por qué pintura hagiográfica? En La muerte de Santa Inés, en tres escenas sucesivas conocemos la vida de la adolescente patricia Inés que padeció martirio en la época del emperador Diocleciano. Su biografía tempranamente es recogida en los versos de Prudencio (siglo V) y estará presente también en La Leyenda Dorada de Jacobo de Vorágine en el siglo XIII.
Recordemos la historia de Inés.
Hija de una familia patricia romana, Inés fue requerida de amores por un muchacho. Ella había decidido dedicar su vida a la fe en Cristo, así que rechazó al joven. El padre de este, valiéndose de su privilegiada situación, era prefecto, así como del derecho que le otorgaba la ley para perseguir a los cristianos, incluso a los patricios que eran prácticamente intocables por la ley, decidió imponer un castigo a Inés.
La joven fue desvestida en público, pero su cuerpo, inmediatamente es ocultado por la melena que, milagrosamente, crece hasta cubrirla como una túnica. De este modo, es conducida hasta un lupanar en el que va a ser sometida a los vicios de todos aquellos que quieran disfrutarla. Sin embargo, Inés es rodeada por una luz intensa, tanto más cuanto mayor es el peligro que sufre su pureza. Tanto así que el muchacho que la requirió de amores muere al ignorar ese brillo que rodea el cuerpo de la doncella. El prefecto, su padre, suplica a Inés que le devuelva la vida al mancebo y así se hace.
Sin embargo, Inés es acusada de hechicera por los sacerdotes paganos. El prefecto, asustado al ver cómo el populacho clama por la muerte de la joven, para evitar un levantamiento, entrega Inés a su lugarteniente, el cual ordena que sea quemada. Es salvada milagrosamente de las llamas; aunque acabará siendo degollada.¿Qué vemos en La muerte de santa Inés de Julio Romero de Torres?
Primera escena
Un paisaje natural en el horizonte, a la manera de otros muchos que sitúan especialmente algunos retratos de Julio Romero de Torres. Un horizonte llano que se extiende hacia un amanecer, con una columna romana que muy bien podría recordar las que en la actualidad se contemplan en el antiguo foro de la ciudad de Córdoba. En ese mismo fondo, tres figuras femeninas portando bien aquello que el pretendiente ofrece, bien las tres virtudes encarnadas en la doncella: belleza, fe y pureza. Santa Inés, digna figura de túnica blanca ignora el requerimiento del joven patricio, arrodillado ante ella.
Segunda escena
Las luces y las sombras de un espacio de mármol y orgía. Cuerpos yacentes, desnudos o cubiertos por transparentes telas. La luz cenital alumbra el terror de aquellos que, sobrecogidos ante la pureza, contemplan la muerte del mancebo, caído de bruces ante el cuerpo desnudo de santa Inés; ella en gesto de arrobamiento sosteniendo la túnica de la que ha sido despojada por los hombres.Tercera escena
Propia de Julio de Romero de Torres; es una lectura personal del momento de gloria de Inés. Lo mejor de este retablo. Aquí está el arte del pintor en estado puro por lo que a estilo se refiere, unido a unas intuiciones simbólicas que atrapan al espectador más allá de la historia contada en las dos tablas superiores. Un argumento que, por otra parte poco interesa, pues los elementos que priman en la representación de la tercera escena son otros. Así, la plasmación de la muerte, prácticamente como si de un sueño se tratase, la visión de un cuerpo en la plenitud de su belleza, estilizado como esas esculturas griegas o egipcias que sirvieron a otros miembros de la generación artística de Julio Romero de Torres para representar el arquetipo de la belleza tanto física como espiritual; recuérdese, al respecto la obra de Mateo Inurria (Panteón de Ángel Velaz).La imagen de la santa muerta por martirio nada tiene que ver con la descripción de una realidad de tormentos previa a su muerte, lo cual, por otra parte es frecuente en la imaginería de Santa Inés, descrita, siempre desde la metáfora de la doncellez y la pureza, eso sí con la palma del martirio.
El modelo de belleza femenina que podemos ver en la Santa Inés de Julio Romero de Torres corresponde a otros de sus cuadros como podría ser La Gracia (1915) con un contenido metafórico similar, o bien con un significado de mayor carnalidad, deseo y erotismo, más frecuente: El pecado (1913) o Venus de la poesía (1913).
Además, dos figuras femeninas más acompañan a la yacente santa Inés. Han sido identificadas como ángeles; puede ser, pues Julio Romero de Torres, en la ambigüedad andrógina de la imaginería angélica opta por la figura de mujer (San Rafael es el ejemplo más evidente); no hay en estos seres ningún otro atributo que pueda identificarlos como tales, es más, están en la línea representativa que caracteriza a los modelos femeninos del pintor. Ambos personajes realizan una serie de gestos herméticos que llevan la escena más allá del contenido ortodoxo. La ángela de nuestra izquierda reclama un silencio en un gesto poco apropiado ante una imagen de la muerte tan equilibrada como esta, un gesto de silencio que más parece una llamada a que el espectador acalle todos aquellos pensamientos que pueden alejarle de la espiritualidad contenida en el cuadro, o bien guarde el silencio que tiene que acompañar a toda circunstancia mistérica. Y la escena contiene un misterio, el del alma, expresado en un rayo que no podemos llegar a averiguar si es recogido en la mano de la ángela de la izquierda, o bien es proyectado como una metáfora de la vida eterna que, en su martirio, ha logrado Santa Inés. Sea una explicación, otra o alguna más no definida porque reposa en el secreto, lo evidente es que el hermetismo acompaña a esta imagen de lo sacro.
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