Libertad o muerte
Cuando El capitán Mijalis fue publicado en 1950, se interpretó como si de una novela histórica cercana al género de la crónica se tratase, por su realidad y por la voluntad de narrar los hechos que acompañaron a otra más de las continuas rebeliones que a lo largo del siglo XIX y el XX acompañaron a la historia de griegos y turcos en la isla de Creta. Sin embargo, desde un primer momento se hace evidente el deseo de acercarse a una interpretación metafórica de unos personajes cuya inconmensurabilidad equivale al mundo heroico en el que se mueven. Libertad y muerte, pues a lo largo de la novela ambas experiencias coinciden, hasta tal punto que la segunda es el único territorio en el que puede producirse la primera, de ahí esa atracción salvaje de los personajes de esta novela hacia la muerte, interpretada como un absoluto consustancial a un vida que también es lucha continua.
Nicos Casandsakis describe un territorio épico, unos protagonistas trágicos y unos coros que perfectamente podrían asimilarse al del teatro clásico griego. Épica porque Creta se transforma en el escenario del combate de dos interpretaciones del mundo radicalmente diferentes, porque, al fin y al cabo, muestra la existencia de unos personajes que trascienden su condición humana hacia lo heroico, tanto es así que ellos mismos, especialmente el capitán Mijalis lucha por ser fiel a sus principios, pues a lo largo del texto nos encontramos con algunos momentos muy concretos en los que la fiera que pretende ser parece que a resquebrajarse, aunque estos son tan mínimos que prácticamente pasan desapercibidos.
En la introducción a la edición de esta novela en español (editorial Cátedra), Carmen Vilela menciona a Gabriel García Márquez, con muy buen criterio, pues El capitán Mijalis retrata un mundo que encontraría un eco posterior en Cien años de soledad; en la desmesurada atracción por un erotismo que se acerca mucho a la violencia, la capacidad de emoción de la palabra que está en toda narración épica desde la presencia de Odiseo ante la corte de los feacios, en la capacidad para destruir, engendrar o crear un pueblo horadando una montaña como hace uno de los personajes corales que aparecen a la largo de la obra; en la aceptación de un destino trágico conocido de antemano al aceptar una lucha abocada a la muerte, aunque como leemos, la libertad es una planta que se riega no con agua sino con sangre. Y hasta en la aparición de un terrible fantasma que rompe con la posibilidad de que se prolongue su propia estirpe. También en la presencia de los ancianos combatientes centenarios que ven acercarse la muerte como patriarcas de un gran linaje en el que se funde vida y muerte. O, incluso, en el enfrentamiento de los cristianos contra los turcos, evidente, además, en las descripciones que se hacen en algún momento de los héroes, comparándolos con ángeles como San Jorge o con el mismo cristo, modelo del héroe combatiente en esa transformación de la carne en espíritu.
El paisaje en el que ha de desarrollarse la épica es violento por esencia; si a ello unimos la continua búsqueda por parte de Casandsakis de transformar la carne en espíritu, tal y como deja evidente en Informe al Greco, observamos que en esa violencia hay un algo de pureza que, de alguna manera, transcendentaliza a los personajes. Su comportamiento es animal porque las circunstancias en las que han nacido así lo exigen de ellos; se enfrentan a sus tentaciones, pueden caer en ellas y después arrepentirse o bien aceptar que hay otras maneras de contemplar el mundo, como sucede con el capitán Polixinguis; o bien luchar contra unos deseos que, al final, crearán tal tensión interna en los personajes que ese deseo será la causa de más muerte, como ocurre con el capitán Mijalis.
En una carta fechada el 9 de mayo de 1950 (transcrita en la introducción de la edición de Cátedra) leemos: “He terminado El capitán Mijalis –muy trágico; la lucha por la Libertad, el eterno anhelo del alma por liberarse; de la materia, por liberarse y convertirse en espíritu; de Dios, por liberarse de todas las virtudes humanas que llevaba a cuestas y convertirse también Él en espíritu”.
La violencia del mundo épico, por otra parte, para que no se pierda en el salvajismo de una lucha de gañanes implica la aceptación de un código, ejemplificado en la relación que se establece entre el propio capitán Mijalis y Nuribey.