MUJERES QUE DUERMEN. HOMBRES QUE SUEÑAN

El sueño como una realidad mágica

(Durmientes en Gabriel García Márquez)

Vivir, soñar, morir,
en la igualdad de los tres términos
está la inmortalidad.

GF0IS111.JPG

Desde el sueño se accede a una dimensión que, aun con ecos de las vivencias cotidianas, es diferente. El sueño es el sendero que permite cruzar la frontera de la realidad desde lo cotidiano; así en aquel que se sumerge en la oscuridad del dormir; ahora bien, en algunas ficciones hay un segundo factor que, desde la vigilia, se adentra en esa dimensión diferente, se trata del que mira cómo otros duermen. Casi podríamos afirmar que elml_surrealismo y sueño_12_BrassaiExtasis_1200 origen de un tema literario como este se encuentra en la novela de Yasunari Kawabata La casa de las bellas durmientes (Nemureru bijo, 1961). El acto de dormir y soñar niega la realidad de lo percibido por los sentidos, pues la imaginación onírica y la descripción del sueño, aunque se basen en los fundamentos de la percepción real, aunque sean símbolos o alegorías generados desde la psique del soñador, siguen siendo ficciones; así lo reconoce Michel Foucault en su acercamiento a la historia de la locura.

            La literatura es como una sarta de perlas que se extiende en un espacio que también puede entenderse como un juego temporal. Unos autores, una historia, unos libros conducen a otros, creando una biblioteca que no es tanto física como de apreciaciones subjetivas y de lecturas compartidas. Así, perfectamente, siguiendo el hilo que las ensarta podemos llegar desde la novela de Yasunari Kawabata a la ficción de Gabriel García Márquez.

memoria-de-mis-putas-tristes-gabriel-garcia-marquez-4191-MLA2628326171_042012-F

            Primer texto. Uno de los relatos contenidos en Doce cuentos peregrinos (1992), “El avión de la bella durmiente”, fechado en junio de 1982. Gabriel García Márquez en él hace referencia a La casa de las Bellas Durmientes en los siguientes términos

“Me parecía increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunari Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de las ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban porque la esencia del placer era verlas dormir”.

            Indudablemente, un recuerdo de la novela que desfigura bastante el sentido que tiene la obra de Yasunari Kawabata en la que lo estético se amalgama con lo siniestro, la perversión y la muerte.

            Todo comienza en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, esperando el embarque a un vuelo hacia Nueva York. Allí surge “una aparición sobrenatural que existió sólo un instante”. Se trata de la mujer más hermosa, descrita en términos cuya estética se acentúa en la otredad de un mestizaje desconocido. La casualidad (¿será eso?) 4hace que el narrador pueda compartir espacio cercano con la hermosa que al poco de comenzar el vuelo, tras realizar unos gestos que, aunque cotidianos (se toma una pastilla y se acomoda), se tiñen, en las palabras del cuento, de un simbolismo mágico, y son el paso previo a quedar dormida. Aquí, la idealización ficticia de la realidad llega a su punto culminante. Se suscita un ambiente de ensoñación que es el mismo que con mayor densidad se manifiesta en La casa de las bellas durmientes de Kawabata. También lo siniestro, como en la novela, hace acto de presencia pues su sueño es “tan estable que, en cierto momento, tuve la inquietud de que las pastillas que se había tomado no fueran para dormir sino para morir”.

            Años después, el mismo tema volverá a aparecer de una forma mucho más detallada en Memoria de mis putas tristes (2004). En el pórtico de esta novela, García Márquez recuerda una frase de la de Yasunari Kawabata, aquella en la que se hace referencia a las prohibiciones de la casa en clara alusión a elementos sexuales simbolizados en la mención de boca, labios y dedo. Más allá de esta declaración, de carácter intertextual, hay ciertos elementos que acercan una a la otra; la forma de actuar de los personajes masculinos cuando conciertan la cita con la dueña del burdel, la importancia del somnífero que lleva a las doncellas a un estado similar al de la muerte. Más allá de eso, poco. Frente a la oscuridad que prima en la obra de Kawabata, una oscuridad ominosa cercana en algunos momentos a lo gótico, en Gabriel García Márquez está el sol del Caribe. Lo acústico también describe realidades divergentes. Mientras en el burdel de Rosa Cabarcas suenan boleros, en la casa de las bellas durmientes sólo se oye el romper de las olas contra las rocas y la profunda respiración de las mujeres.

new

            El anciano de La casa de las bellas durmientes transmite lo siniestro, el deseo que no puede verse satisfecho más que en la degradación. Por el contrario, el protagonista de Memoria de mis putas tristes, rejuvenece con el amor; transforma la realidad desde una mirada literaria; hasta su joven compañera de lecho recibe un nombre de la tradición oral del Romancero, Delgadina. Para este nonagenario, su relación con Delgadina es una experiencia de lo absoluto encontrado en un cuerpo de mujer al que adora con un sentimiento alejado de esa degradación del ser humano que es la pedofilia. Veneración hacia un cuerpo femenino, fusión de rito cristiano en la doncellez y del paganismo en la exaltación del cuerpo.

            Sólo negrura y muerte queda balbuciendo tras la lectura de La casa de las bellas durmientes; nada que ver con la transformación radical del mundo del protagonista de Memoria de mis putas tristes, cuando sepa, por las palabras de Rosa Cabarcas, que la muchacha está lela de amor por él

“salí a la calle radiante y por primera vez me reconocí a mí mismo en el horizonte remoto de mi primer siglo. Mi casa callada y en orden a las seis y cuarto, empezaba a gozar los colores de la aurora feliz. Damiana cantaba a toda voz en la cocina y el gato redivivo enroscó la cola en mis tobillos y siguió caminando conmigo hasta mi mesa de escribir. Estaba ordenando mis papeles marchitos, el tintero, la pluma de ganso, cuando el sol estalló entre los almendros del parque y el buque fluvial del correo, retrasado una semana por la sequía, entró bramando en el canal del puerto. Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años”.

me escuchas

Ya no es la condena a cien años de perpetua soledad, la maldición de la estirpe de los Buendía; claro que en estas metáforas de luz que transforman la realidad puede esconderse el sueño de morir de aquel que no es consciente de haber muerto.

[Extracto de “El sueño como una realidad mágica. Durmientes en Kawabata, García Márquez y Murakami”; publicado en el Boletín de la Asociación Española de Orientalistas].

Acerca de lamansiondelgaviero

Escritor y amante de la literatura. Obras publicadas en kindle: "Realismo mágico y soledad, la narrativa de Haruki Murakami", "Castillos entre niebla", "Amadís de Gaula, adaptación", "El tiempo en el rostro, un libro de poesía", Álvaro Mutis, poesía y aventura", "Edición y estudio de Visto y Soñado de Luis Valera" y mis últimas publicaciones "Tratado de la Reintegración. Martines de Pasqually. Traducción de Hugo de Roccanera", "El Tarot de los Iluminadores de la Edad Media. Traducción de Hugo de Roccanera", La gran conquista de ultramar, versión modernizada en cuatro volúmenes.
Esta entrada fue publicada en Haruki Murakami y Literatura Japonesa y etiquetada , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Una respuesta a MUJERES QUE DUERMEN. HOMBRES QUE SUEÑAN

  1. Pingback: Nicos Casandsakis, El capitán Mijalis | La Mansión del Gaviero

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s