“Kafka en la orilla del mar”
Analizando la presencia de los valores clásicos en la obra de Haruki Murakami, pensé que este poema es una magnífica representación de una de las figuras que predominan en la segunda época (periodo feudal, siglos XII-XVI) de la historia estética japonesa; se trata de Yûgen.
Yûgen es definido por Federico Lanzaco (Los valores estéticos en la cultura clásica japonesa) como una belleza misteriosa oculta en la sutilidad, en la elegancia y con un cierto misterio, todo ello para originar una conmoción sin un motivo concreto y aparente. Como ejemplo de este rasgo, el profesor Lanzaco traduce este poema de Shunzei (siglo XII):
A medida que atardece sobra frío en mi corazón. El viento otoñal de la marisma. El pato salvaje lanza su grito solitario en los cañizales de la remota villa de FukakusaEn Kafka en la orilla, Haruki Murakami presenta una canción que escribió en su juventud la señora Saeki, la cual, por otra parte es uno de los personajes más atrayentes en la literatura de este autor.
Además de la señora Saeki hay otros muchos personajes que está relacionados con el mundo de la música en su obra. Reiko, una frustrada concertista de piano en Tokio Blues; Shiro, en Los años de peregrinación del chico sin color, Myû en Sputnik, mi amor; las tres son intérpretes entregadas a la música de piano; tres promesas que se frustran en la oscuridad de la neurastenia, la perversión o el asesinato. También la señora Saeki compone su “Kafka en la orilla del mar” desde unos principios neuróticos que acaban eclosionando con la trágica muerte de su novio de adolescencia. La señora Saeki es una mujer misteriosa que ha desaparecido durante años de su vida cotidiana, una mujer en la cual se aúna misterio y belleza, conseguida mediante una descripción estetizante que la aproximará al canon clásico japonés.
El texto me parece lo suficientemente importante como para dedicarle un espacio. ¿Por qué? Sobre todo porque es un acercamiento directo a un género que yace oculto, prácticamente invisible, en otros muchos momentos de su obra (oculto, invisible, pero no ausente), lo lírico en su expresión pura de poesía (es la letra para una composición musical); también porque sigue expresando los temas característicos de la estética murakamiana.
Kafka en la orilla del mar
Cuando tú estás en el borde del mundo yo estoy en el cráter de un volcán muerto; a la sombra de la puerta se yerguen las palabras que han perdido sus letras. Al dormir, la luna ilumina las sombras. Pececillos caen del cielo, al otro lado de la ventana hay soldados con el corazón endurecido. Kafka está sentado en una silla a la orilla del mar, pensando en el péndulo que hace oscilar el mundo. Cuando el círculo del mundo se cierra, la sombra de la esfinge sin destino se convierte en cuchillo y atraviesa tus sueños. Los dedos de la niña ahogada buscan la piedra de la entrada; alza las mangas de su vestido azul y mira a Kafka en la orilla del mar.Esta canción es muy importante en el desarrollo argumental de la novela, puesto que mediatiza la visión de la otra dimensión con la cual va a encontrarse posteriormente Kafka.
Buena parte del sentimiento contenido en este poema también está expresado en la descripción del cuadro que hay en la habitación de la mansión Kômura donde duerme Kafka Tamura:
En la habitación no hay elementos decorativos, sólo un pequeño cuadro en la pared. Un retrato, realista, de un niño en la orilla del mar. El cuadro no es malo. Tal vez sea de algún pintor famoso. El niño debe de tener unos doce años. Lleva un sombrero blanco para el sol y está sentado en una pequeña tumbona. Hinca el codo en un brazo de la tumbona y tiene la mejilla apoyada en la palma de la mano. Su rostro expresa algo de melancolía pero, también, cierta altivez. Un pastor alemán de color negro está sentado a su lado con aire protector. Al fondo, reluce el mar. También aparecen otras personas en el cuadro, pero las figuras son demasiado pequeñas para que se puedan distinguir las facciones. Mar adentro hay una isla. Sobre el mar flotan algunas nubes de forma parecida a puños cerrados. Es una escena veraniega. Me siento frente a la mesa y me quedo mirando el cuadro. Me da la impresión de estar oyendo el rumor de las olas, de percibir el olor del agua de mar. El niño del cuadro posiblemente sea el muchacho que vivió antes en esta habitación. El muchacho de su misma edad a quien la señora Saeki amó. El muchacho que a los veinte años se vio involucrado en una lucha entre facciones contrarias en las revueltas estudiantiles y que murió de forma absurda. No tengo ninguna evidencia, pero me da la impresión de que es así. También el paisaje me recuerda las playas de los alrededores. Y, si así fuera, resultaría que en el cuadro figura una escena de hace alrededor de cuarenta años. Y, a mí, cuarenta años me parecen una eternidad. Intento imaginarme a mí mismo dentro de cuarenta años. Pero es igual que imaginar el fin del universo.
“Kafka en la orilla del mar” ha de ser interpretado desde tres elementos que definen la literatura de Haruki Murakami: la aliteración narrativa, el simbolismo y ciertos rasgos surrealistas que llegan a esta ficción desde su eco en el realismo mágico. Todos ellos en interrelación plena con el desarrollo de la novela Kafka en la orilla.
La aliteración narrativa es la repetición, con un efecto rítmico, de ciertos elementos a lo largo de un texto (extensible en ciertos aspectos a la obra total de un autor). Este ritmo es la aplicación a la novela de los fundamentos compositivos en libertad de la improvisación del jazz. Así, la presencia de objetos, personajes o sensaciones contribuye a la conquista, por parte de lo fantástico, del territorio de la realidad, mediante una sensación que contagia, incluso, la vida cotidiana del lector habitual de Murakami, por esa sensación que tan bien define ese sintagma francés, el déjà-vu. Aliterativos son en el poema, desde un punto de vista anafórico: pececillos que caen del cielo (como los que acompañan algunos momentos culminantes en la experiencia de Nakata en su aproximación a lo fantástico de esa entrada abierta que hay que cerrar) y también desde la catáfora, puesto que señalan aquello que está en el futuro, tanto del personaje que escucha la canción como del receptor de la novela: soldados de corazón endurecido como los que custodian la entrada al otro mundo que encuentra Kafka Tamura en la profundidad del bosque.
Hay en este poema/canción algunos otros elementos figurativos que conducen a un simbolismo latente a lo largo de todo el desarrollo narrativo: las palabras cuyas letras se han disipado sugieren esa sensación continua de merma que acompaña a la mayoría de los protagonistas de Murakami. La sombra de Nakata se borró y con ella las ideas de su mente durante el incidente de la montaña del Bol de Arroz.
Otros conceptos se tiñen con un valor claramente figurativo, como la sombra, la puerta, la noche, el sueño o la luna que ilumina lo umbrío. Todo ello contribuye a la creación del ritmo característico mediante el cual se amalgama lo que es la improvisación narrativa. Podríamos citar otros términos metafóricos que alcanzan la plenitud de su significado a lo largo del argumento: un círculo que se cierra, el que comenzó a trazarse el día en el que la profesora Setsuko Okamachi abrió con su sentimiento del marido ausente una entrada que da paso a una dimensión, la cual ha de mantenerse ajena al mundo cotidiano, pues solo es un foco de insensibilidad y soledad. La esfinge es aquella a la que Edipo ha de enfrentarse en su gesta que es su destino y, recordemos, Kafka es Edipo, por la maldición, más que por el augurio, de su padre, y porque busca encontrarse a sí mismo más allá de la imagen que le ha sido impuesta.
Por último, en este poema nos encontramos con un hacer similar al que podemos experimentar ante ciertos textos del surrealismo. “Kafka en la orilla del mar” es una composición de la negación, como esas obras de la Nada de Juan Eduardo Cirlot. No, silencio, dolor, corazón endurecido, cuchillos que atraviesan los sueños. Y frente a todo ello, los dedos de una niña ahogada, la misma imagen para la inocencia perdida que tan bien expresó Federico García Lorca en su “Niña ahogada en el pozo”, perteneciente a Poeta en Nueva York. Kafka Tamura tiene que ser el muchacho de dieciséis años más fuerte, pues ha de afrontar las más duras pruebas en el laberinto que es su interioridad (los laberintos están hechos a manera de las propias vísceras); la señora Saeki perdió su ilusión cuando por un destino cruel, a su novio le fue arrebatada la vida. Ambos, Kafka Tamura y la señora Saeki pierden el territorio inocente que es el de la felicidad. Ahí está esa imagen de la niña ahogada con un vestido azul, sus dedos buscan la piedra de la entrada. El destino trágico hace que esa niña sea la madre de ese nuevo Edipo que es Kafka Tamura.
“Niña ahogada en el pozo”
Federico García Lorca
(Granada y Newburg)
Las estatuas sufren con los ojos por la oscuridad de los ataúdes,
pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.
…Que no desemboca.
El pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores.
¡Pronto! ¡Los bordes! ¡Deprisa! Y croaban las estrellas tiernas.
…que no desemboca.
Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta,
lloras por las orillas de un ojo de caballo.
…que no desemboca.
Pero nadie en lo oscuro podrá darte distancias,
sino afilado límite, porvenir de diamante.
…que no desemboca.
Mientras la gente busca silencios de almohada
tú lates para siempre definida en tu anillo.
…que no desemboca.
Eterna en los finales de unas ondas que aceptan
combate de raíces y soledad prevista.
…que no desemboca.
¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua!
¡Cada punto de luz te dará una cadena!
…que no desemboca.
Pero el pozo te alarga manecitas de musgo.
insospechada ondina de tu propia ignorancia.
…que no desemboca.
No, que no desemboca. Agua fija en un punto,
respirando con todos sus violines sin cuerdas
en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.
¡Agua que no desemboca!
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