Masayuki Kusumi (Tokio 1958) es el guionista de esta novela gráfica dibujada por Jiro Taniguchi (Tokio 1947), uno de los más importantes autores del panorama del cómic japonés, entre sus obras hay que señalar otras como La época de Botchan o El caminante.
En la guía para el viajero sobre Japón (El País-Aguilar) leemos:
“Teniendo en cuenta la actual profusión de restaurantes (sólo en Tokio hay unos 80.000) y la riqueza de cocinas regionales y extranjeras, cuesta creer que la dieta japonesa media consistiera durante siglos en poco más que arroz, sopa de miso y encurtidos. En una tierra de escasos recursos primaba una austeridad que enseñó a los japoneses a aprovechar al máximo los productos de temporada y a servirlos con arte para que parecieran apetitosos. Tokio, Osaka y Kyoto son los centros culinarios, pero cada ciudad se enorgullece de sus especialidades propias. Los restaurantes baratos y de categoría media suelen apiñarse alrededor de las estaciones de trenes y en los centros comerciales y en los grandes almacenes. Muchos establecimientos se identifican por los visillos (noren) que cuelgan sobre la puerta con el nombre del restaurante en japonés”.
Esta anotación nos sirve perfectamente para ubicar el paisaje en el que se desarrolla el texto gráfico que estamos comentando pues la vida de este gourmet solitario se desarrolla en ese mismo mundo que es el habitual en la restauración japonesa cotidiana –no hablemos de otras exquisiteces que en todo momento han acompañado la cultura culinaria japonesa. En esta obra nos encontramos representados algunos establecimientos frecuentados por trabajadores, cafeterías o restaurantes, tiendas de soba (tallarines), puestos callejeros de ramen (tallarines chinos), algunos de ellos abiertos hasta bien entrada la noche, pues dan acogida a los oficinistas cuando terminan tarde sus jornadas laborales; máquinas dispensadoras de bebidas y alimentos, supermercados abiertos las veinticuatro horas, establecimientos de comidas para llevar en las cajas bento, restaurantes de sushi, bares… Tal es la realidad que aparece dibujada en este libro de Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi.
Uno de los locales más representados en este libro es el de los izakaya, equivalentes a los bares de tapas tal y como son conocidos en España. En ellos se toma la consumición en la barra, aunque tal y como podemos leer en las imágenes del cómic, ello no implica una apertura a la socialización entre desconocidos –en realidad, en España hace tiempo que las cosas no son como antaño-.
Como buena parte de los elementos que definen la cultura japonesa, lo gastronómico también ha sufrido un proceso de exotización. Por un lado está bien leer este cómic de Jiro Taniguchi porque en él nos hacemos conscientes de que la alimentación japonesa no es solo la complicación de platos incomprensibles para el paladar occidental e inasequibles para un bolsillo medio. Por otro, también está bien porque en las viñetas que narran la historia de Masayuki Kusumi se hace evidente que, hasta en lo cotidiano, el japonés cuida los detalles desde lo visual hasta lo gustativo.
Más allá de todos estos elementos relacionados con la comida, centrémonos ahora en otros aspectos argumentales de una historia que nos lleva a unos principios simbólicos en los cuales la soledad y la realidad japonesa cobran una especial relevancia.
También para Haruki Murakami cocina y soledad son dos elementos que aparecen unidos continuamente; no puede ser de otra manera cuando el principio estructural que sirve para desarrollar las existencias de los personajes murakamianos es lo real; hasta cuando la comida se convierte en el trampolín necesario para lanzarse hacia la dimensión fantástica. Así sucede especialmente con los espaguetis, que en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo se transforman en la excusa perfecta para crear un ambiente de máxima realidad; o en el cuento “El año de los espaguetis” de Sauce ciego, mujer dormida, en el cual la pasta se define como una metáfora de la soledad.
¿Llegamos a conocer el nombre del protagonista de El gourmet solitario? Su recorrido por el mundo es un continuo monólogo que apenas se detiene cuando frena en su actividad laboral, se dedica a comerciar con artículos importación. Más tarde también sabremos que se ha forjado en la dura disciplina del prácticamente de artes marciales, su maestro fue su propio abuelo; detalle este último interesante porque en su bonhomía de abstemio, hay un momento en que no duda en responder con vehemencia a una agresión. Es conveniente en un cómic como este no perderse ni un detalle, porque en los pormenores se encuentra lo más importe del recorrido de este hombre solitario por diversos establecimientos de comida.
El protagonista come y come y, aunque en algún momento roce la ansiedad, en realidad en su atracción por lo culinario encontramos más que nada una visión vitalista de la existencia. Se trata de un hombre que trabaja duro, que es fiel a sus principios, que respeta el mundo que recorre, aunque en algún momento no lo entienda, y que es en el acto de comer en el que encuentra su plena comunicación con el paisaje del que también forma parte.