ken: oni no tsume.
Japón. 2004.
Dirección Yôji Yamada.
Guión Yoji Yamada y Yoshitaka Asama. Basado en algunos relatos de Shuhei Fujisawa.
Producción Hiroshi Fukasawa e Ichiro Yamamoto.
Fotografía Mutsuo Naganuma.
Música Isao Tomita.
Actores Masatoshi Nagase (Munezo Katagiri), Takako Matsu (Kie), Yukiyoshi Ozawa (Yaichiro Hazama), Hidetaka Yoshioka (Samon Shimada), Min Tanaka (Kansai Toda), Tomoko Tabata (Shino Katagiri), Nenji Kobayashi (Ogata).
Esta película forma parte de la trilogía samurái de Yôji Yamada, compuesta por El samurái del ocaso, La espada oculta y Amor y Honor.
La historia narrada en La espada oculta sucede en un momento trascendental para Japón. Pocos años antes, el gobierno Tokugawa se vio obligado a permitir la entrada de los occidentales en su país. A la vez, en la misma nación comienzan a desarrollarse una serie de movimientos reformistas que pretenden devolver la autoridad al emperador como una forma de terminar con el poder ya degradado del Shogunato. Es, por tanto, una era de intrigas.
Un samurái, Yaichiro Hazama es enviado por su clan a Edo, la capital del bakufu (gobierno) shogunal. Mientras, en el clan, alejado de la ciudad comienzan a producirse una serie de alteraciones, en apariencia sólo militares: la modernización a la occidental de la fuerza armada integrada por los samuráis.
Munezo Katagiri es uno de los samuráis del clan dedicados a aprender, sin mucho éxito, las nuevas técnicas militares. Su hermana, Shino, se casa con el samurái Sanon Shimada, amigo de Munezo, y la criada Kie, a la cual Munezo ama, contrae matrimonio con un comerciante y comienza a sufrir malos tratos, hasta que su antiguo señor se entera y la rescata de aquella casa en la que era considerada como un animal de carga.
Han pasado tres años desde que Yaichiro Hazama fuese enviado a Edo. Es acusado de conspiración con los reformistas y se le condena a estar encerrado en una jaula sin serle permitido el privilegio del suicidio.
Munezo Katagiri será interrogado por el máximo oficial de su clan y al negarse a traicionar a sus compañeros de armas, sufre un trato de desprecio que le llevará a plantearse la situación que en ese momento vive su clan. Aunque ama a Kie, le ordena que vuelva a la casa de sus padres en el campo; todavía no está preparado para aceptar los cambios que se están produciendo en Japón.
Yaichiro Hazama consigue huir y será Munezo Katagiri el encargado de darle muerte, pues ambos pertenecieron a la misma escuela de esgrima. El enfrentamiento a la muerte y el descubrimiento de la deshonestidad de su señor harán que Munezo dé un giro radical a su existencia.
CUANDO LA ESPADA TIENE QUE MANTENERSE OCULTA
Como es característico en las películas de Yôji Yamada, esta historia es narrada entre melodías tristes que, muy oportunas, preparan al espectador para esa sentida nostalgia que corresponde al principio estético del Mono-no-aware tan característico en la cinematografía japonesa. Inmediatamente después de los títulos de crédito nos encontramos con unas hermosas imágenes de un río. El arte japonés, y por lo tanto también su cinematografía, desarrolla con un cuidado extremo la mirada hacia la naturaleza. A la vez, ese correr caudaloso simboliza el paso del tiempo, la revolución que se está produciendo en la historia japonesa en la segunda mitad del siglo XIX. También mediante la representación de la naturaleza se expresa el paso del tiempo: la nieve y los témpanos de hielo que se agarran a los aleros de las casas; las flores de cerezo cuyos pétalos flotan en el aire primaveral. La Naturaleza permanece inalterable en su devenir, pero no sucede lo mismo con la historia de los hombres.
El padre de Munezo Katagiri se suicidó para dejar libre su honor cuando se produce un desajuste en ciertas cuentas que eran de su responsabilidad, aunque en ningún momento había actuado de una manera deshonesta. El suicidio no impidió que la familia Katagiri fuese degradada a una posición social muy inferior. Sin embargo, el padre, antes de suicidarse, dejó una carta a su hijo en la cual afirma: “No he hecho nada malo, pero sólo vivo para obedecer a mi señor”. Munezo Katagiri se manifiesta en más de una ocasión como seguidor de una tradición que se fundamenta en la consciencia de pertenecer a una clase, por ello ve ridículo el entrenamiento al cual están siendo sometidos los samuráis, pero a la vez, también se plantea las injusticias que conlleva una estructura tan jerarquizada cuando la base de la pirámide sostiene a hombres insolentes y sin principios. Por ello, Munezo Katagiri afirmará: “Ser samurái no significa soportarlo todo”. En ese planteamiento de la realidad, y a la vez en el mantenimiento de la tradición, se encuentra el salto cualitativo que lanzó a Japón a ser una de las principales potencias mundiales a principios del siglo XX.
Así, Munezo Katagiri se convierte en un claro ejemplo del cambio experimentado en Japón desde finales del siglo XIX, un cambio que se fundamenta en el mantenimiento de unos principios tradicionales. Munezo llora cuando mata a su amigo Hazama, pero la espada le acompaña cuando cruza el puente hacia un mundo nuevo.
“Estamos en la Era Meiji, es el final de los shogunes, el advenimiento de la modernidad occidental, el mismo contexto en el que Tom Cruise se paseaba indestructible y políglota al lado de El último samurái, pero nada tienen que ver. Si no fuera porque Yamada a sus 75 años tiene vuelta su mirada hacia el interior, hacia sí mismo, podría decirse que La espada oculta parece empeñada en desmontar la exaltación bélica del filme de Edward Zwick. En muchos momentos ambos filmes coinciden en su retrato de la transformación de los asilvestrados guerreros japoneses en dóciles soldados del ejército imperial. En algunas secuencias, Yamada pone ironía y caricatura donde Cruise coreografiaba estampas heroicas. La instrucción de los desarrapados miembros del ejército imperial, el duro aprendizaje para saber correr, la letal mordedura de las armas de fuego frente a las que la katana nunca alcanza a llegar encierran en su exposición desdramatizada un poso de infinita amargura.
El relato de Yamada se reviste de ecos mil veces narrados por el cine japonés. La espada oculta no esconde originalidad, ilustra un periodo y lo hace con una suave, sutil y mordaz crítica rebosante de sabiduría. Ahora bien, al mismo tiempo habla del amor.
Pero algo ha cambiado porque Yamada, que retrata la agonía de un tiempo y el resquebrajamiento de un código, reivindica la posibilidad de cumplir los deseos más íntimos. Como en los grandes westerns, la espada de su samurái a lo largo de la tarea que el héroe deberá acometer sabrá del dolor y de la muerte pero, pese a la aparente melancolía que recorre cada fotograma de este espléndido filme, también sabrá de la felicidad y la esperanza. Al espectador le queda la tarea de saber ver sin prisa lo que en los incontables recovecos de este filme se cuenta despacio”
Juan Zapater, Kane 3, Abril, 2006.