ESCRITORES ANTE EL MEDITERRÁNEO. GEOGRAFÍA, HISTORIA Y PAISAJE (11)

(ÁLVARO MUTIS, LAWRENCE DURRELL Y D.H. LAWRENCE)

El barco que han tomado en Palermo llegará a Cagliari, toma de contacto con la tierra de Cerdeña, descrita desde el mestizaje de la historia antigua, cuya mención viene originada en la exacerbación de los sentidos ante lo nuevo: “una ciudad en un misal monástico y miniado. Se pregunta uno cómo habrá llegado aquí. Y se parece a España… o a Malta, pero no a Italia” (Lawrence 2008:97); tanto es así que se asemeja a un paisaje ficticio, fantasmal, “como si fuese posible verla, pero no entrar en ella. Es como una visión, como un recuerdo, como algo que se hubiera volatilizado. Imposible que uno pueda de veras caminar por esa ciudad, poner el pie en ella, comer y reír en ella”. Para acrecentar esa primera sensación de lo ajeno, el autor recuerda cómo se encuentran con una celebración de corte carnavalesco, grupos de enmascarados y Dante con Beatrice redivivos; es el tiempo de la Epifanía, la llegada de la luz que se alimenta con la luz. La mirada estetizante y de tradición literaria que origina la contemplación de un territorio nuevo se hace evidente en un fragmento como este en el que el autor describe Italia, con la voluntad de diferenciarla con toda claridad de lo que está viendo en Cerdeña: “Italia es casi dramática, y tal vez sea de un romanticismo invariable. hay dramatismo en las llanuras de Lombardía y hay romanticismo en las lagunas de Venecia y hay una elemental pasión paisajística prácticamente en todas las regiones montañosas de la península” (Lawrence 2009:126), por ello retratar Italia implica usar de unos términos de temprano romanticismo dieciochesco y clasicismo a la vez, tal y como -recuerda el autor- se encuentra en el Wilhem Meister de Goethe donde “todo resulta bastante maravilloso y en el fondo muy tópico: acueductos y ruinas encima de unos montes de pan de azúcar, y quebradas y barrancos y cascadas”.

Más allá del cinismo despectivo con el que se describe a las gentes y la experiencia de ciertos momentos recorriendo las tierras italianas, lo que a Lawrence le interesa del viaje es el autoconocimiento que supone el moverse en lo extraño, pues “la vida no solo era un proceso de redescubrimiento que se remonta en el tiempo” (Lawrence 2008:198) y así llega a la conclusión de que “Italia me ha devuelto. Me ha llevado a encontrar mucho que estaba ya perdido, como un Osiris restituido”, todo ello en pos de una aspiración a alcanzar la totalidad del uno mismo. Eso es el viaje, el enriquecimiento tal y como lo descubrió Kavafis en su poema “Ítaca”, confirmado en estas palabras de Lawrence (2008:199) que me parecen fundamentales: “Hay tierras desconocidas, tierras todavía por hacer, en donde la sal no ha perdido su sabor. Pero uno debe perfeccionarse antes que nada en la grandeza del pasado”. Entre esos rasgos del pasado se encuentra la concepción del Mediterráneo como tierra de mestizaje, en el perenne enfrentamiento entre culturas que sólo desde la falsedad interesada o la ignorancia pueden ser vistas como algo totalmente ajeno: Islam y Cristianismo cuyo contraste “parece gozar de vigor todavía en el Mediterráneo, donde los mahometanos han dejado una huella tan visible” (Lawrence 2008:205).
Ya en Stendhal en su Viaje a Italia, la experiencia estética puede llegar a convertirse en algo abrumador a lo que el protagonista de César o Nada (1919) de Pío Baroja se niega a plegarse, así sucede también con Lawrence, el cual no duda a la hora de confirmar sus instantes de emoción ante las creaciones de los grandes artistas como Botticelli, pero llega un momento en el que afirmará “los horrores de la barbarie no son tan temibles, de verdad lo creo, como los horrores de la estrangulación por parte de la cultura antigua. La belleza, tal y como la conocemos, es una piedra de molino que llevamos colgada del cuello, y yo empiezo a estar más que asfixiado. Ahora me la quitaré de encima” (Lawrence 2008:239). Así sucede con los autores de la tradición occidental que se acercan al Mediterráneo; sin negar esta filiación, en Álvaro Mutis hay que decir que su mirada, desde luego formada en la tradición europea, también recibe la influencia directa de la naturaleza americana desde la que se originan sus primeros textos publicados. Aquí radica la novedad en la interpretación del Mediterráneo de este escritor colombiano. La belleza no sólo se encuentra en el Arte, también está en la naturaleza, así lo dejó claro Lawrence al principio de su obra; ahora ve los almendros:
“La nobleza de los almendros en plena floración. Qué belleza la de ese rosa puro, plateado, reluciente, qué nobleza, como la de una transfiguración, la de los altos árboles, perfectos, en el extraño lecho de un río, paralelo al mar. Habían florecido con tanta y tan noble belleza en ese encajonamiento en donde caía espléndido el sol y el resplandor del mar daba blancura al aire, que era como si manifestara una presencia divina en su incandescente y celestial tonalidad rosada” (Lawrence 2008:249).

La exacerbación de los sentidos al contemplar este paisaje de Cerdeña conduce a una transformación de lo temporal. El cronotopo del viajero ya no es, prácticamente, el de la realidad que está recorriendo, de ahí ese ambivalente sentimiento que expresan estas palabras: “Sería infernal vivir allí siquiera un mes”, se está refiriendo a todos los aspectos degradados y desagradables que han acompañado su periplo, “no obstante, por un momento, en aquella mañana de enero, qué maravilla el brillo intemporal de la Edad Media, cuando los hombres eran señoriales, violentos y vivían a la sombra de la muerte” (Lawrence 2008:250).
En un viaje por el Mediterráneo casi se hace inexcusable la mención del gran héroe que recorrió sus costas, así Lawrence, al volver de su recorrido por Cerdeña, rumbo a Palermo en el barco Ciudad de Trieste, anota estas observaciones que son recurrentes en los autores de los que estamos tratando:
“Amaneció soleado, con algunas nubes diseminadas en el cielo; la costa de Sicilia descollaba pálida, azul clara, a lo lejos. Qué maravilla tuvo que vivir Ulises al aventurarse en este mismo Mediterráneo y abrir los ojos a la delicia de las altas orillas del mar. Qué maravilla adentrarse en su barco en estas mágicas ensenadas. Hay algo que posee un eterno resplandor matinal en estas tierras tal y como se elevan del mar. Y siempre es la Odisea la que a uno le vuelve a la memoria cuando las contempla. Toda la maravilla matinal de este mundo en tiempos de Homero” (Lawrence 2008:307).

El idioma, y esta es una cuestión que preocupa hondamente a Mutis en su relato “Jamil”, puede separar a los hombres, pero la experiencia estética borra las fronteras que lo separan, cuando uno puede volver a ser como un niño, al contemplar el desarrollo de una representación de marionetas, tal y como le sucedió a don Quijote ante el Retablo de Maese Pedro, o a Lawrence al regresar a Palermo y entrar, casi obligado por un gesto de hospitalidad en una carpa donde se representa la eterna tragedia de Rolando:
“La historia era inevitable, los paladines de Francia; se oía continuamente decir el nombre de Rinaldo y el de Orlando. Pero el cuento se contaba en dialecto, dificilísimo de seguir. Me encantaron las figuras. El escenario era muy simple, el interior de un castillo. Las figuras, de unos dos tercios del tamaño natural de un hombre, eran maravillosas, con sus rutilantes armaduras de oro, sus movimientos marciales, sus brincos. Todos eran caballeros, incluida la hija del rey de Babilonia. Se diferenciaba sólo porque llevaba el cabello largo, pues todos vestían una resplandeciente y hermosa armadura. Todos llevaban un casco cuyo visor se podía bajar a voluntad. Me dicen que esta armadura se ha transmitido de generación en generación. Es ciertamente hermosa. Un solo actor no iba con armadura, el mago Magicce, o Malvigge, el Merlín de los paladines. Vestía una gran túnica de color escarlata, con el cuello de piel, y un sombrero de tres picos también escarlata” (Lawrence 2008:310).

Y es en este lugar de magia y representación donde Lawrence se reconcilia con ese mundo que en algunas ocasiones ha vituperado:
“Todo ha terminado, ahora todo ha terminado. Se vacía el teatrillo en un momento, le estrecho la mano a mi vecino el gordo, con afecto, con el espíritu adecuado a la ocasión. Realmente he sentido afecto por todos los que estaban en el teatro: la generosa y acalorada sangre del sur, tan sutil y tan espontánea, que pide a gritos el contacto sanguíneo, y no la comunión mental ni la simpatía del espíritu. Me dio pena despedirme de todos ellos” (Lawrence 2008:318).

Es el sentimiento recurrente a todos los autores mencionados a lo largo de este artículo.

Acerca de lamansiondelgaviero

Escritor y amante de la literatura. Obras publicadas en kindle: "Realismo mágico y soledad, la narrativa de Haruki Murakami", "Castillos entre niebla", "Amadís de Gaula, adaptación", "El tiempo en el rostro, un libro de poesía", Álvaro Mutis, poesía y aventura", "Edición y estudio de Visto y Soñado de Luis Valera" y mis últimas publicaciones "Tratado de la Reintegración. Martines de Pasqually. Traducción de Hugo de Roccanera", "El Tarot de los Iluminadores de la Edad Media. Traducción de Hugo de Roccanera", La gran conquista de ultramar, versión modernizada en cuatro volúmenes.
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