La gran conquista de Ultramar es una crónica sumamente ficcionalizada, aunque manteniendo una trama histórica, de la gesta de las cruzadas. Lo cronístico se observa, desde el punto de vista del discurso de los personajes, en cómo el narrador se apropia de lo dialogístico, dejando que en pocos momentos aparezca el estilo directo, y cuando lo hace es porque el emisor presenta la misma ideología que interesa al narrador. Sí que es cierto que algunas veces, pocas por desgracia, el diálogo fluye libremente del personaje; y digo desafortunadamente porque es en esas interlocuciones donde se intuye lo que esta obra hubiese podido alcanzar si se hubiese liberado, lo intenta, del encorsetamiento cronístico; un ejemplo muy claro es el enfrentamiento de Ricardo de Caumonte a los persas Sorgalés y Golías de Meca.
A la hora de situar La gran conquista de Ultramar en un paradigma genérico, Deyermond (1984) se fija especialmente en la Leyenda del Caballero del Cisne y observa en ella una serie de características como son el origen francés del relato, su relación con los cuentos protagonizados por seres humanos transformados en animales, el tema de la reina acusada injustamente, equivalente al sufrimiento de Berta, madre de Mainete -entre ambos relatos se encuentran abundantes paralelismos a los que es necesario prestar atención durante la lectura-, la educación desde una situación humilde de unos hijos que pertenecen a la nobleza, uno de los cuales está llamado a realizar grandes hazañas -recordemos a otro héroe medieval como Perceval-. Todos estos rasgos nos sitúan en el ámbito genérico del “romance”.
La gran conquista de Ultramar coincide cronológicamente con otras obras sumamente importantes para la literatura medieval castellana; las traducciones de textos de la tradición artúrica (aunque los primeros manuscritos conservados de estos se daten a mitad del siglo XIV), el Libro del caballero Zifar (hacia 1300), La leyenda del caballero Pláçidas y las primitivas versiones de Amadís de Gaula (los manuscritos conservados más antiguos son del siglo XIV). En realidad, la coincidencia no implica que pertenezcan a un mismo género, pues ninguno de ellos puede compararse a La gran conquista de Ultramar (sus referentes más cercanos serían la General Estoria, la Crónica general y la Historia troyana polimétrica, compuesta, según Menéndez Pidal en torno a 1270, la misma época en la que se estaban elaborando las otras dos, con las que La gran conquista de Ultramar comparte, además, el que es una traducción, del Roman de Troie de Benoit de Sainte-Maure. Todas estas obras pertenecen a una visión del mundo en la que conviven los valores caballerescos y la fantasía, junto a la necesidad de utilizar la literatura con una finalidad didáctica.
La gran conquista de Ultramar podría ser definida desde los valores genéricos del “romance” (Deyermond 1980), término inglés utilizado por la crítica anglosajona para referirse a la narrativa medieval que presenta características como el relato de aventuras, combates, amores, búsquedas, separaciones, reencuentros, viajes a otros mundos; todo ello enmarcado en un espacio separado del que es común para el receptor de la obra, en este caso Tierra Santa, o el espacio de la relación entre Isomberta y Eustacio, padres del Caballero del Cisne -aunque intente el autor dotarlo de ciertos visos de realidad-, o el de Berta y su hijo Mainete, con topónimos reales pero espacios imaginados desde un orientalismo primigenio y desde la escritura de una falsa crónica que más bien es leyenda. La ubicación de lo relatado en La gran conquista de Ultramar en un espacio tan ajeno, territorio del mito por antonomasia de la civilización cristiana medieval, sumado a la intercalación de relatos maravillosos; todo ello, precisamente, es lo que permite el sugerente estudio de la obra desde el paradigma del género del “romance”. Los cruzados, como en su momento el Cid o Fernán González, se transforman en personajes heroicos -especialmente en lo que se refiere al origen legendario de Godofredo de Bouillon-. En ellos, pese a la forma de la crónica, se une lo juglaresco ficcional con lo propagandístico y la historiografía. No olvidemos que buena parte de La gran conquista de Ultramar nace desde textos épicos en verso. Deyermond (1980) ve las características del género “romance” en otras obras medievales castellanas como el Libro de Apolonio o el Libro de Alexandre, inspirados en fuentes francesas, igual que La gran conquista de Ultramar; de la misma manera habría que situar en tal categoría ciertas historias intercaladas tanto en la General Estoria como en la Crónica general ordenadas por Alfonso X el Sabio a su scriptorium.