La gran conquista de Ultramar comienza con la descripción de un mundo en el que los Santos Lugares padecen el domino de los musulmanes. Hay un momento a partir del cual, los cristianos sufren en Tierra Santa y Dios lo consiente, como un castigo por el olvido en el que tenían su religión. No debemos olvidar, por otra parte, el sentimiento apocalíptico que acompaña a los tiempos en torno al año 1000 y la necesidad de una purificación del mundo. Runciman encabeza el capítulo de su Historia de las cruzadas referido a la situación anterior a las expediciones militares con una cita evangélica de san Mateo, muy apropiada para representar esa emoción espantosa que produce el movimiento migratorio hacia los Santos Lugares: “Cuando viereis, pues, la abominación del asolamiento, anunciada por el profeta Daniel, estad en el lugar santo”. Es evidente que tal desastre no llegó del cielo, sino de los hombres; matanzas de judíos en la ruta hacia Tierra Santa, el hambre, la sed, los cuerpos pútridos en el desfiladero de Cevicot, la sangre que corre como arroyos por las ciudades tomadas, el canibalismo de los miserables, solo se salva de esta nefasta actuación de los hombres el fuego y la luz con la que los ángeles aniquilan a los guerreros infieles en la batalla de Antioquía. En Occidente se toma la decisión de intervenir para conquistar Jerusalén. Después de un primer fracaso que acaba en la masacre de los peregrinos de Pedro el Ermitaño en Cevicot, la gesta de las cruzadas cobra un nuevo rumbo, con una serie de caudillos franceses y normandos que conducirán a la hueste de victoria en victoria. Entre ellos se destaca de una manera especial a Godofredo de Bouillon, el instrumento de la Providencia Divina, cuyos orígenes están en el Caballero del Cisne. Una vez conquistada la ciudad de Jerusalén, se instaura una monarquía y comienza la paulatina decadencia de los dominios latinos en ultramar. Baldovín de Roax, o Edesa, como hermano de Godofredo, mantiene algo de las virtudes míticas heredades de su linaje, pero, a diferencia suya, tiene sus defectos; donde la castidad de uno, la libertad de Baldovín en su trato con mujeres. Le sucede Baldovín II de Bort y su reinado es un desastre; permanece durante año y medio en cautividad, aunque llega a realizar algunas campañas con éxito. Tras su muerte, ocupa el trono su yerno, Folques de Angeos, viejo, débil para gobernar y con poca devoción religiosa, su vida acaba a consecuencia de un accidente de caza. Le sigue su hijo Baldovín III, descrito como hombre con ciertas cualidades intelectuales, pero es mujeriego y se deja influir por malos consejeros; durante su reinado van a producirse señales en los cielos que parecen anunciar la decadencia de los latinos en Oriente. Es sucedido por Amauric, Amalrico, su hermano, dominado por las malas costumbres y la codicia; realiza algunas incursiones hacia Egipto y es en ese periodo cuando llega al poder en los dominios del islam, Saladino, que hasta en Occidente será considerado como un paradigma de caballerosidad, tanto es así que, en algún momento, su código moral es representado como más humano y generoso que el de los cristianos, caídos en tal decadencia que pierden el reino de Jerusalén. Amalrico es sucedido por Baldovín IV, que sube al trono con catorce años y aquejado de lepra, enfermedad asociada en la Edad Media a la herencia de una vida regida por la lujuria y los pecados de la carne.
A partir del reinado de Baldovín IV, La gran conquista de Ultramar se transforma en una crónica acerca de los intentos fallidos por mantener Tierra Santa en poder de los cristianos. La tercera cruzada, protagonizada por Felipe de Francia y Ricardo de Inglaterra es representada como una crónica de odio y traición; en la cuarta, simplemente interesa el saqueo de Constantinopla, la codicia que ya no respeta a los otros cristianos, aunque es cierto que los griegos, a lo largo de la obra son continuamente vilipendiados. La quinta es la descripción del desastre de Damiata. Y la sexta viene marcada por el enfrentamiento del emperador Federico con el Papado; en este momento, La gran conquista de Ultramar se transforma en una crónica de política internacional europea y acabará con la muerte del rey Luis de Francia, tratada sin pena ni gloria, como una efeméride más en un texto que se transforma en unos anales con poca voluntad de estilo literario. El desgraciado fallecimiento de san Luis rey de Francia demuestra que los reyes cristianos de Europa no pueden responder a los altos principios que en su momento guiaron al duque Godofredo de Bouillon y así se pone en evidencia la decadencia común a toda la cristiandad.
En el cantar de gesta francés, desde su manifestación más antigua, a finales del siglo XI, la Chanson de Roland, el mundo aparece dividido en dos fuerzas antagónicas, que lo son, sobre todo, desde un punto de vista religioso; desde dos visiones distintas del mundo. La gran conquista de Ultramar, como crónica de su tiempo y versión de esos cantares de gesta, va a representar este enfrentamiento entre lo musulmán y lo cristiano; y el paradigma va a perdurar hasta que comience el desarrollo del género de los libros de caballerías. En 1503 se realiza la impresión de La gran conquista de Ultramar y de 1508 es la primera de Amadís de Gaula. Las circunstancias históricas, la liberación de tierra Santa del poder del islam, van a originar esta obra en el siglo XIII. La traducción y recopilación nos sitúa, desde un punto de vista histórico y providencialista, en el ámbito de las guerras que los reinos cristianos libraban contra los musulmanes en la Península Ibérica, y no tanto contra Al-Ándalus, sino contra la última de las invasiones norteafricanas, la de los Benimerines. El enfrentamiento supone la necesidad de representar al otro como lo diferente. No siempre, sin embargo, lo oriental -máxima expresión del otro en la Edad Media- será interpretado desde concepto negativos. Es necesario afirmar que, en muchas circunstancias, la presencia de los musulmanes en La gran conquista de Ultramar es calificada desde los valores positivos, como el respeto hacia el enemigo que unos siglos después, en la literatura hispánica del siglo XV, encontraremos en el romancero fronterizo, donde el nazarí es tan caballeroso como el castellano. Recordemos al respecto las circunstancias de la rendición de Jerusalén a Saladino y el comportamiento de este hacia los vencidos, que encuentran en el caudillo musulmán lo que les es negado con toda crueldad en tierras cristianas. Indudablemente en este fragmento de la historia nos encontramos con una crítica feroz a la degradación de los nobles cruzados, causa que produce la caída del reino de Jerusalén, ya anunciada desde la enfermedad de Balduino IV y evidente en la fatídica derrota ante los turcos en la batalla de Hattin, en la cual hasta se pierde el símbolo de fe que acompañó a los cruzados victoriosos, la Vera Cruz.
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