ÁLVARO MUTIS Y SIMÓN BOLÍVAR.
La mirada de Álvaro Mutis hacia Simón Bolívar está cercana a la de uno de los más grandes escritores de Hispanoamérica, el ecuatoriano Juan Montalvo, el cual escribió acerca del Libertador en sus Siete tratados (1882): “Fundadas dos naciones en el Perú, tornó Bolívar a Colombia: el reinado de los favores había concluido, principió el de la ingratitud. Cuando su espada no fue necesaria, vino su poder en disminución, y tanto subieron de punto la envidia y la maldad, que apenas hubo quien no acometiese a desconocerle e insultarle. Y cinco repúblicas estaban ahí declarando deber la existencia al hombre a quien con descaro inaudito llamaban monarquista los demagogos de mala fe, y tachaban de aspirar a la corona” (II, p. 146). Y también, Juan Montalvo mostró su interés por el modelo de la Libertad que fue Antonio José de Sucre, sobre él leemos en Siete tratados, en el dedicado a los “Héroes de la emancipación”: “El más modesto de los grandes hombres, el más generoso de los vencedores, el más desprendido de los ciudadanos: Sucre, varón rarísimo que supo unir en celestial consorcio las hazañas con las virtudes, el estudio con la guerra, el cariño a sus semejantes con la gloria. Puñal para Sucre, el guerrero que comparece en la montaña, cual si bajase del cielo, y cae y revienta en mil rayos sobre los enemigos de América; Sucre, el vencedor del Pichincha, el héroe de Ayacucho, el brazo de Bolívar; puñal para Sucre, esto es, puñal para el honor, puñal para el valor, puñal para la magnanimidad, puñal para la virtud, puñal para la gloria. ¡Americanos!, ese golpe de sangre que os inunda el rostro en ondas purpurinas es vuestro salvador” (p. 95). Álvaro Mutis que se une a esta expresión de respetuoso fervor hacia la figura de Antonio José de Sucre que sale mejor parado en la Historia que el gran Libertador; en su boca pone estas palabras: “Siempre iluso, siempre generoso, siempre crédulo, siempre dispuesto a reconocer en las gentes las mejores virtudes, las mismas que él sin notarlo, sin proponérselo, cultivaba en sí mismo tan hermosamente. Berruecos… Berruecos… Un paso oscuro en la cordillera. Un monte sombrío…” (“El último rostro”, p. 137).
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