DE AKIRA KUROSAWA A ANTOINE FUQUA
Uno de los motivos, casi metáfora, más que imagen, del cine de Akira Kurosawa es el viento; así sucede en ese canto a la Humanidad que es Barbarroja (Akahige, 1965), aunque se hace muchos más evidente en sus películas de samuráis, sobre todo en Yojimbo (1961) y en Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954); esta última me interesa de una manera especial, puesto que tengo en mente el último remake hasta la fecha de este filme fundamental en la creación artística del “Emperador” del cine japonés.
El viento, en las películas de Akira Kurosawa, anuncia cambios y produce el desasosiego de no saber qué va a suceder en el futuro, cargado, por otra parte, de oscuros presagios, pues sopla en tierras marcadas por la violencia y la desgracia. Posiblemente sea por ello por lo que también significa la llegada de alguien que carga con un pasado de sangre y al que acompaña la muerte. El viento también aúlla como si desease manifestar el dolor de vivir, cuando la existencia se hace difícil de soportar. Recordemos esa secuencia perfecta, la segunda de Los siete samuráis, en la que, desde un encuadre en picado, mientras el viento aúlla y arrastra el polvo, se expresa el dolor de los campesinos que viven bajo la amenaza de los bandidos, mediante la descripción de una aldea muy similar a las que sirven como escenografía a los western rodados en Almería. A la vez que todo lo anterior, el viento es una corriente que arrastra la suciedad de un mundo corrompido. Barre las calles del pueblo en el que se forma el grupo de los siete samuráis; de una cortina de polvo llevado por la tempestad surge la figura de Yojimbo. Este fenómeno atmosférico llegará a su culminación en la batalla final en la tormenta que purifica, como ceremonia de muerte y agua, el valle en el que después de la explosión de violencia todo volverá a ser como siempre; hasta para unos samuráis que, después de jugarse la vida, son rechazados por una comunidad que no puede admitir su presencia, porque es indigna, aunque parezca que es porque ellos son un símbolo de la violencia en una tierra que quiere ser idílica.
Es muy posible que Akira Kurosawa recibiese la imagen del viento como metáfora cinematográfica de las muchas películas estadounidenses que vio antes de comenzar su carrera; ahora bien, lo que es indudable es que él se convertiría en un referente durante el desarrollo del western a lo largo de la década de 1960; Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari), una coproducción italiana, española y alemana, se estrenó en 1964 y es una versión de Yojimbo; La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più) –ambas de Sergio Leone- es de 1965; el ambiente en las dos es muy similar; de la misma manera, aunque más temprana Los siete magníficos (The magnificent seven) de John Sturges, de 1960, marcada directamente por Los siete samuráis de Akira Kurosawa.
El viento sigue siendo un elemento fundamental en el desarrollo simbólico de la nueva versión de Los siete magníficos (2016) de Antoine Fuqua.
Aunque poco quede de la primera historia realizada por Akira Kurosawa –lo cual no niega los valores que esta nueva versión tiene- es interesante leer Los siete magníficos desde las claves que marcaban el desarrollo simbólico de Los siete samuráis: el viento, la violencia, la muerte, la purificación, la justicia y la soledad.