DOS HISTORIAS DE SAMURÁIS.
La presente exposición se centra en dos episodios sobre samuráis narrados por autores muy diferentes: Daisetz T. Suzuki y Akira Kurosawa. Aunque los relatos en ambos sean similares, sus finalidades difieren entre la contemplación humanista y la iluminación zen.
Daisetz T. Suzuki y El zen y la cultura japonesa
El libro de Suzuki El zen y la cultura japonesa se publica por primera vez el año 1938. Buena parte de los textos que forman este estudio fueron conferencias que su autor impartió durante 1936 en Gran Bretaña y Estados Unidos. Los temas tratados en él se acercan a muchas de las peculiares características de la cultura japonesa: Arte floral, pintura, ceremonia del té, poesía. Ahora interesa fijar especialmente la atención en dos episodios que, para Suzuki, son muy importantes a la hora de explicar la relación entre el zen y el arte de esgrima japonesa. La unión del camino de la espada y el del zen queda explicada en las siguientes palabras de Suzuki: “En última instancia, el zen y el camino de la espada coinciden en que ambos aspiran en definitiva a trascender la dualidad de vida y muerte. Desde la antigüedad esto lo han reconocido los maestros de la espada y, entre éstos, los más eminentes han llamado invariablemente a la puerta del zen”.
Sin lugar a dudas, los puntos en común entre la esgrima japonesa y la práctica del zen son indiscutibles. Los ejemplos extraídos de la historia de los samuráis por Suzuki son muy numerosos, pero ahora nos interesan dos atribuidos a los grandes maestros Tsukahara Bokuden y Kami Idzumi Ise no Kami.
Tsukahara Bokuden Takamoto
Nació en diciembre de 1490 en Kashima (provincia de Hitachi). Su padre, que era vasallo del daymio de Kashima, comenzó a adiestrarlo tempranamente en el manejo de la espada. Takamoto fue adoptado por Tsukahara Tosonokami Yasumoto, el cual practicaba el estilo de espada Shinto-Ryu, a esta enseñanza se sumó Takamoto. A los veinte años ya participó en su primer duelo contra Ochiai Torazaemon, samurái de Kyoto. En un primer encuentro Takamoto fue vencido, sin embargo esperó a un segundo combate y en éste consiguió la victoria, quitando la vida a su adversario y adquiriendo gran reputación. Muchos señores intentaron contratar a Takamoto, sin embargo prefirió seguir estudiando para perfeccionar su estilo; por ello comenzó la peregrinación que recibe el nombre de musha-shugyô, ‘la enseñanza del guerrero’. A los treinta y siete años ya había establecido su propia escuela, Kashima-Shinto Ryû, y alcanzó el grado de instructor del shogun.
La esencia del estilo de Bokuden radica en el concepto de Hitotsu-Tachi o Ichi no tachi, que podría traducirse como ‘un solo golpe de espada’. Sin embargo, con el tiempo su pensamiento fue evolucionando hacia el concepto de Mutekatsu, que representa en la parte final de su vida la meta última de las artes marciales: conseguir la victoria sin derramar sangre innecesariamente. Bokuden murió en 1571.
Kami Idzumi Ise no Kami Hidetsuna
Este samurái fundador de la escuela Shinkage ryû nació entre 1505 y 1510 en el pueblo de Kamiizumi, en la provincia Kôzuke (en la actualidad ciudad de Maebashi, en la prefectura de Gumma). Comenzó su carrera al servicio del señor del castillo de Monowa en Kôzuke y después con Takeda Shingen; sin embargo abandonó su posición para seguir estudiando el camino del guerrero errante durante ocho años. Regreso a Kôzuke en 1571 donde murió en 1577.
La primera de las historias es la que podemos titular como “El samurái y el monje”. En uno de sus periplos en busca del conocimiento, Kami Idzumi Ise no Kami llegó a una aldea perdida en las montañas. Allí vio que las gentes estaban con gran nerviosismo. Un forajido se había refugiado en una casa del pueblo y tenía como rehén a un niño, al cual amenazaba asesinar si los aldeanos intentaban algo contra él. En ese
momento Ise no Kami vio a un monje zen que también era errante. Le pidió prestada su túnica y se afeitó la cabeza, de este modo quedó perfectamente disfrazado como él. También pidió dos raciones de comida y con ellas se acercó a la casa en la que se encontraban el bandido y el rehén. Poco a poco, con palabras y por su actitud humilde, Ise no Kami fue convenciendo al forajido de que lo único que pretendía era que tanto él como el niño no muriesen de hambre. Cuando el asaltante fue a coger su comida, Ise no Kami lo redujo con la rapidez de un relámpago. Al devolver su túnica al monje, éste regaló a Ise no Kami un objeto sagrado que llevaba colgado del cuello y que servía como distintivo de su condición. Ise no Kami jamás se separó de ese símbolo.
La explicación que Suzuki da a este episodio es muy interesante; “el monje errante no era, probablemente, un mero novicio en zen; sin duda fue un monje de cierta comprensión: “un hombre de espada” es una expresión muy utilizada en zen para designar a un monje zen maduro que ha ido realmente más allá de los límites de la vida y la muerte”.
La segunda historia tiene como protagonista a Tsukahara Bokuden, “uno de aquellos maestros de esgrima que realmente comprendieron la misión de la espada, no como arma de matar, sino como instrumento de autodisciplina espiritual” (Suzuki). En esta anécdota, Bokuden decide poner a prueba la destreza que tienen sus hijos, los tres eran expertos en el uso de la espada; para ello les tiende una trampa: pone un cojín apoyado en el marco de la puerta, de tal manera que cuando fuesen a acceder al interior les cayese encima. En primer lugar llamó al hijo mayor, el cual nada más llegar frente a la puerta se dio cuenta de lo que sucedía, así que, con extremo cuidado agarró el cojín y después lo puso en su lugar. El segundo hijo percibió el cojín cuando éste ya caía sobre él, lo agarró en el aire con sus manos y después lo dispuso donde estaba en un principio. Cuando llegó el tercer hijo, entró rápidamente; el cojín también cayó sobre él, pero antes de que tocase el suelo ya había desenvainado su espada y lo había cortado en dos. El dictamen de Bokuden respecto a cada uno fue: “al primero le dijo: <Hijo mío, estás bien calificado para la esgrima>, y, diciendo así, le entregó una espada. Al segundo le dijo: <Debes practicar todavía con asiduidad>. Al más joven de sus hijos le reprendió severamente, pues estaba destinado a ser una deshonra para la familia” (Suzuki).
Evidentemente en estos episodios no prima un sentido bélico; hay algo más y eso tiene que ver con la interpretación que Suzuki hace de la cultura japonesa desde el zen. Uno de los fragmentos más claros respecto a la sublimación metafísica de la espada es el que sigue:
La espada tiene pues una doble función que cumplir: destruir cualquier cosa que se oponga a la voluntad de su dueño y sacrificar todos los impulsos que surgen del instinto de autoconservación. La primera función se relaciona con el patriotismo, o a veces con el militarismo, mientras que la segunda tiene una connotación religiosa de lealtad y sacrifico de sí. En el primer caso, la espada puede significar, muy frecuentemente, destrucción pura y simple, y pasa a ser entonces símbolo de la fuerza, en ocasiones de la fuerza diabólica. Por esta razón, precisamente, se debe controlar y consagrar por la segunda función. Su propietario consciente piensa siempre en esta función, para que la destrucción se vuelva contra el espíritu del mal. La espada se identifica entonces con la aniquilación de las cosas que obstaculizan el camino de la paz, la justicia, el progreso y la humanidad. Aboga por todo lo que es deseable para el bienestar espiritual del mundo en general. Es entonces encarnación de la vida y no de la muerte.
En estos textos se refleja el espíritu del zen en la defensa de la intuición y la actuación inmediata sin necesidad de racionalización; ambos captan la esencia del zen, por ello en la narración de Ise no Kami se asimilan las figuras del samurái y el monje. La narración protagonizada por Bokuden va un poco más allá. El gesto rápido y eficaz, pero violento, de utilizar la espada, cuando hay otra posibilidad, es duramente criticado por el padre, pues según el principio Mutekatsu, una victoria con sangre, si ésta se hubiese podido evitar, no es una victoria.
Akira Kurosawa y Los siete samuráis
En 1954 se estrena una de las joyas de la cinematografía japonesa, la película dirigida por Akira Kurosawa Los siete samuráis (Shichinin no samurai). Aunque el filme pertenezca al género de chambara (películas de samuráis), sobrepasa su tratamiento de la violencia, la cual deja de ser un afloramiento gratuito de la frustración interna del personaje, y a la vez, un alejamiento de la mirada ultranacionalista y militarista que marcó el chambara entre 1935 y 1945. ¿Cuál es la diferencia radical entre la interpretación de lo samurái por parte de Kurosawa y lo anterior? Esa separación está en la mirada humanística que caracteriza la producción de este director.
Shinobu Hashimoto, uno de los guionistas de la película junto a Hideo Oguni y Kurosawa, afirmó que los samuráis que aparecen en la narración están basados en personajes reales, en concreto, Kambei, el líder interpretado magníficamente por Takashi Shimura, se basa en la figura de Isa no Mukami Koizumi –Kami-Idzumi Ise no Kami-. De hecho el episodio relatado por Suzuki está perfectamente representado casi tal cual en la película de Kurosawa. Un forajido ha sido descubierto por unos aldeanos, ha cogido a un niño como rehén y se ha refugiado en un cobertizo. Un samurái que pasaba por allí ha pedido dos bolas de arroz, se afeita la cabeza en un arroyo cercano, intercambia su ropaje con un monje y se dirige hacia el cobertizo donde entra después de engañar al bandido con la añagaza de que ha ido hasta allí para llevarle comida.
Como se puede ver, el hilo argumental es el mismo, pero dado que utiliza un lenguaje distinto, lo que se va a encontrar en él es una mayor estilización, determinada por la utilización de planos y contraplanos que hacen coincidir la mirada de personaje y público; el sonido en off que produce angustia, el viento característico en las películas de Akira Kurosawa que sirve para anunciar cambios y la ralentización de la escena más violenta del fragmento, todo ello contribuye a una tensión dramática que mantiene en vilo al espectador hasta que llega el clímax y la catarsis, pues se involucra totalmente en lo visto.
El otro episodio es el atribuido a Tsukahara Bokuden, aunque este aparece representado de una manera muy diferente.
Cuando Kambei se compromete en la batalla de los campesinos, organiza una prueba con la cual pretende conocer la maestría de los candidatos a integrarse en su grupo. Katsushiro, el joven que quiere ser discípulo de Kambei, se ocultará en el quicio de la entrada y golpeará al samurái que vaya a entrar (como si fuese el cojín que Bokuden utiliza para probar a sus hijos). El primer samurái convocado entra y detiene la rama con la que Katsushiro le ataca, a la vez que lo hace rodar por los suelos. Con ese gesto demuestra su maestría; pero no acepta el compromiso hacia los campesinos que le ofrece Kambei. El segundo ni siquiera llega a acercarse a la puerta, pues es consciente de la trampa. Este es Gorobei, uno de los que formarán el grupo de los siete que va a defender la aldea. Indudablemente demuestra una experiencia mayor que la del anterior y un humanismo que se refleja tanto en su sonrisa cuando se da cuenta del engaño como en la aceptación de la empresa. La estrategia preparada por Kambei se utilizará por tercera vez con Kikuchiyo, el personaje interpretado por Toshiro Mifune, el cual, borracho como una cuba cae en la trampa y es golpeado duramente, lo cual origina uno de los fragmentos más cómicos de la película.
Tanto el primer incidente como el segundo están plenamente relacionados con la línea argumental que presentan los textos de Suzuki, sin embargo ambos, Kurosawa y Suzuki, difieren en sus interpretaciones, pues lo que prima en Los siete samuráis es en primer lugar la necesidad de mostrar una eficacia total en el combate, la cual hace que el personaje se pueda convertir en el héroe de la película que, no debemos olvidar, es una película “de espadas”. Aquí está ausente la mirada filosófica que caracteriza la interpretación zen de Suzuki. Con todo y con eso hay un elemento que trasciende la propia anécdota, se trata de lo moral que marca el humanismo de Kurosawa: Kambei acepta la misión de liberar al niño rehén y de defender a los campesinos contra los bandidos por un imperativo moral que es el que origina buena parte de su cinematografía.
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