ARQUETIPOS FEMENINOS CLÁSICOS HEIAN EN LA NARRATIVA DE HARUKI MURAKAMI
Aunque mucho se ha tratado de la influencia de la literatura norteamericana en la obra de Haruki Murakami, acercarse a sus textos desde los principios clásicos de la cultura japonesa puede deparar algunas sorpresas. Dos son novelas en las que vamos a fijar nuestra atención de una manera especial. La primera, Kafka en la orilla, posiblemente en la que es más evidente la pervivencia de lo clásico; de hecho en ella se menciona el Genji Monogatari como uno de los paradigmas para la explicación de lo sobrenatural. Esta obra tiene su origen en la era Heian, una época marcada por principios estéticos como fûryû, que es la elegancia, transformada en miyabi cuando se cubre de una pátina de sensibilidad, ejemplificados tanto en el Genji Monogatari (1011) de Murasaki Shikibu como en el Libro de la almohada (996) de Sei Shonagon o en los otros diarios de mujeres de la corte de la época.
En Kafka en la orilla nos encontramos con un personaje concreto que encarna estos valores, se trata de la señora Saeki: “una mujer delgada que debe de tener unos cuarenta y cinco años. Alta para su generación. Lleva un vestido azul de manga corta y una chaqueta fina de color crema sobre los hombros. Muy elegante. El pelo largo y recogido en una cola floja. Cara refinada e inteligente. Ojos bonitos. Y una pálida sonrisa flotando en los labios como una sombra. No puedo expresarlo bien, pero su sonrisa raya en la perfección. Me recuerda un pequeño rincón soleado. Un rincón de especiales contornos que sólo pueden nacer en un lugar donde haya cierto tipo de recogimiento. […] La señora Saeki me produce una impresión fuerte y a la vez nostálgica” (pág. 56)
Con estas palabras describe Kafka Tamura a la señora Saeki. Y en ellas, además, flota, como un leve aroma, otro de los principios estéticos de la era Heian, se trata de mono-no-aware; la tristeza refinada, la nostalgia sentida al contemplar algo que es hermoso y perecedero. El mono-no-aware ha pervivido en la literatura japonesa más allá de cualquiera de las revoluciones extranjerizantes que han influido en esta cultura, hasta llegar a lo que ha dado en llamarse la corriente literaria del amor puro o romántico (ejemplificada en Un grito de amor desde el centro del mundo de Kyoichi Katayama y Tokio Blues del propio Haruki Murakami). De estas palabras de 1Q84 (libro 3) se desprende el concepto al que me refiero: “La tristeza inundaba el corazón de Aomame silenciosa, furtivamente, como un caudal de agua suave y oscura. En esos momentos, el circuito de su memoria cambiaba de dirección y pensaba con todas sus fuerzas en Tengo. Se concentraba y rememoraba el tacto de la mano de Tengo cuando, a los diez años, en aquella aula, acabadas las clases, sostuvo la mano de él unos minutos” (pág. 67).
El otro ejemplo de valores de la era Heian en Murakami está en la novela 1Q84, encarnado en el personaje de la anciana de la Villa de los Sauces en Azabu, la señora Shizue Ogata; se trata del mujôkan, un profundo sentimiento por la constatación de la impermanencia en el mundo. Es la expresión de melancolía por la fugacidad de la existencia, la contemplación de la belleza en lo frágil, como una gota de rocío, las flores de cerezo o las mariposas. Tal mirada es la fusión absoluta con lo contemplado. La señora de la villa de los sauces lo explica en los siguientes términos, mientras está con Aomame en el invernadero de mariposas: “las mariposas son criaturas de una elegancia, ante todo, efímera. Nacen en algún sitio, buscan tranquilamente un número reducido de cosas y, poco después, van desapareciendo a escondidas para irse a algún lugar. Tal vez a un mundo distinto de éste” (vol. 1, pág. 112).
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