色彩を持たない多崎つくると、彼の巡礼の年
Shikisai wo motanai Tasaki Tsukuru to, Kare no Junrei no Toshi
Traducción Gabriel Álvarez Martínez
Buena parte de la narrativa de Haruki Murakami se caracteriza por la utilización de una voz en primera persona que alcanza, en algunos momentos, la categoría de autobiográfica. No es este el caso de Los años de peregrinación del chico sin color. En esta, la última novela del autor hasta la fecha, hay un narrador ¿ajeno? a la historia. Sus palabras se aproximan mucho a las que sirven para presentar a Tony Takitani en el cuento del mismo título (Sauce ciego, mujer dormida). ¿Por qué esa duda respecto al alejamiento de la voz narrativa y la realidad de los personajes? Principalmente, por la invasión de los sentimientos más profundos de los protagonistas, por una omnisciencia que no es característica de nuestra época de literatura posmoderna. En apariencia, Haruki Murakami se aleja de esa novela del yo que marca la narrativa japonesa desde la era Meiji; sin embargo, tanto en una voz propia, manifiesta en numerosas conversaciones, como en el libre discurrir de la conciencia desde una tercera persona, el individuo sigue siendo el punto central de la historia y, más allá, de la utilización del narrador característico del realismo, la expresión del yo sigue siendo prácticamente la misma que encontramos en Sputnik, mi amor o Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.
Los años de peregrinación del chico sin color está en la línea genérica de la novela de amor adolescente y, a la vez, mantiene la ambigüedad que sirve para definir la ruptura de la frontera entre lo cotidiano y lo maravilloso, arranque que justifica la calificación de Haruki Murakami como escritor del realismo mágico. El salto de lo normal a lo fantástico, en esta novela no es tan evidente como en Kafka en la orilla, 1Q84, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, La caza del carnero salvaje o Baila, baila, baila. Lo fantástico en Los años de peregrinación del chico sin color está más relacionada con Tokio Blues o Sputnik, mi amor; novelas en las cuales la ambigüedad nace de la distorsión en la mirada del mundo. Una deformación que bien puede estar provocada por la enfermedad mental o por la soledad. Del mismo modo, las tres novelas comparten ese acercamiento a lo amoroso desde la idealización juvenil (como en el caso de Tengo y Aomame en 1Q84).
Un cambio substancial que se produce en esta novela, respecto a las anteriores de Murakami, es la elección de la generación de los protagonistas. Hasta este momento, la mayoría de sus personajes principales pertenecían a la del baby-boom (salvo el evidente ejemplo de Kafka en Kafka en la orilla). Nos encontramos ahora con un grupo de amigos cuyos padres vivieron los años problemáticos de compromiso social en las huelgas estudiantiles a finales de la década de 1960. Para Tsukuru Tazaki y sus cuatro amigos con color (Ao, Kuro, Shiro y Aka; azul, negro, blanco y rojo), el mundo ha cambiado, pero sólo aparentemente, su compromiso social ya no es necesario –tampoco lo fue para la mayoría de los otros protagonistas de Haruki Murakami-, también es cierto que poseen algunos adelantos tecnológicos que eran muy primitivos en textos anteriores (recordemos Crónica del pájaro que da cuerda al mundo), sin embargo, el teléfono sigue siendo el principal instrumento de comunicación, de transmisión de soledad y de premoniciones.
Cambian las generaciones, cambia la voz narrativa. Se mantiene el sentimiento de soledad y su expresión mediante un narrador tan omnisciente que casi es la voz del personaje. No se da el salto definitivo que borra la frontera entre lo real y la maravilla, pero lo ominoso marca de tal manera lo cotidiano que la vida se distorsiona para seguir expresando el leitmotiv de la narrativa de Murakami: la soledad del individuo.