Sé que la Filología es una rama del conocimiento que ha de fundamentarse tanto en los conocimientos de unas fuentes como en la utilización de los documentos pertinentes; sin embargo, en algunas ocasiones no está de más dejarse llevar por la intuición para utilizar los textos un poco más allá, para leer lo que aparece entre líneas y para, en definitiva, situar la literatura en algo para lo que fue creada, el vuelo libre de la imaginación.
Es por todo ello por lo que voy a comentar a continuación uno de los episodios que más me gustan –y son muchos- del Amadís de Gaula. Se trata de la aventura de la Ínsula de la Torre Bermeja (en el Libro IV, Capítulo CXXVII, “Cómo Amadís departió solo con la dueña que vino por el mar por vengar la muerte del caballero muerto que en el barco traía, y de lo que avino en aquella demanda”).
Después de las victorias conseguidas y de la reconciliación con el rey Lisuarte, tras la cual es posible la boda pública de Oriana y Amadís, éste se encuentra en la Ínsula firme, “en el mayor vicio y placer que nunca caballero tuvo; alejadas las congojas amorosas y en paz”. Sin embargo, la inactividad del héroe no es posible, pues en ella está el germen de la infelicidad y la decadencia (Erec y Enide de Chrétien de Troyes es un claro ejemplo de ello).
Así que ha de surgir nuevamente la aventura:
Amadís sale de caza y se encuentra, a orillas del mar, con una barca; ve cómo desembarcan a un caballero muerto. Una mujer va a dirigirse a Amadís, se trata de Darioleta, la que acompañó a Elisena, madre de Amadís, en el momento del parto, la que preparó el arca en la que el recién nacido fue depositado en el mar. El caballero muerto es el hijo de Darioleta; ha caído en justa contra Balán, el jayán señor de la Ínsula de la Torre Bermeja. Allí han quedado presos el marido y la hija de Darioleta; ella ha podido abandonar los dominios de Balán para salir en busca de Amadís. El jayán desama profundamente al caballero. Tal odio pertenece a un momento muy anterior de la obra, cuando Amadís era conocido como Beltenebros y el rey Lisuarte se enfrenta a uno de los momentos más peligrosos de su corte. En una batalla, y para rescatar a Lisuarte, Beltenebros-Amadís dio muerte a Madanfabul, el padre de Balán.
Amadís, no podía ser de otro modo, acepta la aventura y parte hacia la Ínsula de la Torre Bermeja.
En el capítulo CXXVIII, la Ínsula de la Torre Bermeja es descrita en los siguientes términos:
“Es la más fructífera de todas las cosas, así frutas de todas naturas, como de todas las más preciadas y estimadas especias del mundo, y por esta causa hay en ella muchos mercaderes y otros infinitos que seguros a ella vienen, de los cuales redundan al gigante muy grandes intereses”.
Si no fuese porque el viaje de Amadís hacia la Ínsula de la Torre Bermeja ha sido corto, podría pensarse que nos encontramos en el mismo territorio oriental que buscaban en las Indias los conquistadores que, como Colón, iban hacia occidente para llegar a las tierras orientales de las especias.
El carácter de Balán, a diferencia de lo que ocurre con otros muchos gigantes y hombres físicamente desmesurados, es el de un caballero de alto linaje que sabe mantener las reglas de la Orden de Caballería, aunque, en sus furias, su fuerza es terrible. Balán, precisamente, da un ejemplo de cómo ha de interpretarse el honor a la palabra dada cuando no duda en castigar a su hijo Bravor por incumplir un compromiso adquirido en la justa de su padre contra Amadís.
En un claro ejemplo de focalización en la descripción del mundo ficticio, leemos cómo es el edificio que habita Balán, desde la mirada de Amadís: “Amadís la miraba y parecíale muy hermosa, así la tierra de espesas montañas a lo que divisarse podía, como el asiento del alcázar con sus muy hermosas y fuertes torres, especialmente aquella que llamaban Bermeja, que era la mayor, y de más extraña piedra hecha que en el mundo se podría hallar”.
Amadís de Gaula es una obra que se mueve en la órbita del mundo artúrico; por ello no tiene que sorprendernos la historia que se cuenta respecto a la Torre Bermeja, espacio que adquiere un sentido mítico caballeresco con unos ecos griálicos que para el lector u oyente del Amadís en el siglo XVI seguro que eran evidentes:
“en algunas historias se lee que en el comienzo de la población de aquella ínsula y el primer fundador de la Torre y de todo lo más de aquel gran alcázar, que fue Josefo, el hijo de Josef ab Aritmatia que en Santo Grial trajo a la Gran Bretaña, y porque a la sazón todo lo más de aquella tierra era de paganos, que viendo la disposición de aquella ínsula la pobló de cristianos e hizo aquella gran torre donde se reparaban él y todos los suyos cuando en alguna gran priesa se veían, pero después a tiempo fue señoreada de los gigantes”.
Desde luego, son muy numerosos los textos artúricos en los que se habla del castillo del Grial, leamos uno, perteneciente a El cuento del Grial de Chrétien de Troyes y sus continuaciones; en él el Rey del Castillo del Grial cuenta la historia de José de Arimatea
“Cuando Dios fue puesto en la Cruz, tal como os he dicho, José lo bajó de la Cruz y lo retiró de allí con Nicodemus, el mejor herrero que había entonces, y que fue conducido a la prisión. Por haberle desprendido de la cruz, José fue llevado a una cárcel horrible y mala. quisieron hacerle morir de hambre y que se pudriera allí dentro. Estuvo cuarenta días sin comer ni beber, pero Dios le envió el Santo Grial dos o tres veces cada día. vivió en la cárcel con la dulzura del Santo Grial y no padeció pena ni mal alguno. Pero aunque no eran cristianos, Tito y Vespasiano lo sacaron de la cárcel y lo llevaron a Roma. José se llevó la lanza y también el Grial. Dios quiso que así lo hiciera. José, que tanto confiaba en Dios, edificó en este país esta residencia y yo pertenezco a su linaje. Cuando José murió, el Grial permaneció en esta casa; cuando abandonó este mundo, de aquí no se movió, ni jamás, si Dios Padre quiere, tendrá en otro lugar su morada”.
No podemos afirmar con rotundidad el que Garci Rodríguez de Montalvo se encontrase en la jornada de la toma de Granada, ni siquiera si llegó a ver cómo era el alcázar de los Nazaríes. Me gusta imaginar que sí entró en aquella fortaleza roja como la Torre Bermeja de la Ínsula de Balán. De un modo u otro, hasta Garci Rodríguez de Montalvo llegó la noticia de la caída de Granada; ¿alguien pudo no enterarse con tanto redoble de campanas?; y esa fecha marco el prólogo del Amadís de Gaula, tal y como se lee aquí: “Pues si en el tiempo de estos oradores, que más en las cosas de fama que de interés ocupaban sus juicios y fatigaban sus espíritus, acaesciera aquella santa conquista que el nuestro muy esforzado Rey hizo del Reino de Granada, ¡cuántas flores, cuántas rosas en ella por ellos fueran sembradas!, así en lo tocante al esfuerzo de los caballeros, en las revueltas, escaramuzas y peligrosos combates y en todas las otras cosas de afrentas y trabajos, que para tal guerra se aparejaron”.
Hay, por otra parte, algo de la maravillosa tierra de la Vega granadina y de la Alhambra en la feracidad con la que es descrita la Ínsula de la Torre Bermeja, tal y como Granada o la Alhambra misma son descritas por aquellos que las construyeron; así podemos leer, por ejemplo, la descripción que hace Ibn Zamrak, a mediados del siglo XV:
“Quédate un momento en la terraza de la Alhambra y mira a tu alrededor. Esta ciudad es una esposa unida en matrimonio a la sierra. Rodeada está de agua y flores, como collar resplandeciente, sus arroyos ensortijada cabellera. Contempla los árboles de sus bosquecillos como invitados cuya sed es saciada en las acequias. La Alhambra como guirnalda en la frente de Granada, entretejida de estrellas. La Alhambra, ¡Dios la guarde!, el rubí de su diadema. Granada es la novia, la Alhambra su tocado de flores como joyas.”La aventura de la Ínsula de la Torre Bermeja es la última gran hazaña de Amadís de Gaula. Poco después de ella intentará culminar la que se le ofrece en la Ínsula de la Doncella Encantadora, pero la espada y el tesoro que allí se guardan, como la gloria, no son para él. El tiempo de la vieja caballería ha pasado, como se suceden las generaciones; por mucho que el espíritu antiguo perdure en la fama de conquistar la Ínsula Bermeja, la rueda de la fortuna sigue su giro. Quizá así lo vio, lo intuyó Garci Rodríguez de Montalvo. Quizá por ello describió con estas palabras un paisaje ruinoso por el abandono; se trata de lo que fue el palacio de la Doncella Encantadora, en el capítulo CXXX:
“Pasaron por aquel arco y entraron a un gran corral en que había unas fuentes de agua, cabe las cuales parecía que hubo grandes edificios que ya estaban derribados, y de las casas que alrededor hubo en otro tiempo, no aparecía de ellas sino tan solamente las paredes de canto que quedaban, que las aguas no habían podido gastarlas. Y así mismo hallaron entre aquellos casares cuevas muchas de las serpientes que allí se acogían”.
Interesante imagen para anunciar la decadencia de un mundo viejo.
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