Un aventurero francés contra el imperio británico
Tres son los autores de novelas de aventuras que, ahora mismo, se me ocurre poner en relación con Alfred Assollant. El primeros de ellos, Julio Verne, porque comparte nacionalidad con el creador del capitán Corcorán. El Julio Verne (1828-1905) de Cinco semanas en globo (1862), Los quinientos millones de la begún (1879) o La vuelta al mundo en ochenta días (1879), por citar ejemplos significativos que pueden relacionarse con las Aventuras maravillosas pero auténticas del capitán Corcorán. El segundo,
Rudyard Kipling (1865-1936), con él Alfred Assollant comparte un mundo, el del subcontinente indio, aunque contemplado desde una mirada radicalmente distinta, la del imperialismo británico que en la obra de Assollant está representado en todas sus bajezas, aunque sea, en algún momento desde el esperpento. De Kipling, bien podríamos mencionara aquí su poema Gunga Din (1892), El libro de la selva (1894-1895), Kim (1901) y una narración, que muy bien podría contarse como lo mejor de los escrito por el autor inglés –respetando, por supuesto, la maravillosa Kim– El hombre que pudo reinar (1888), con la cual se comparte un rasgo argumental como es el del aventurero que alcanza un trono gracias a su valentía. Por último, hay que citar a Emilio Salgari (1862-1911) del cual habría que citar prácticamente todo como paradigma de lo que es un libro de aventuras, aunque ahora me basta con algunas de las novelas del ciclo de Los piratas de Malasia (A la conquista de un imperio, 1907, o El falso Brahmán, 1911), Los hijos del aire (1904-1907) y La cimitarra de Buda (1892).
¿Por qué este ir de uno a otro? Francia, Gran Bretaña e Italia. Con todas las novelas mencionadas podríamos plantear una estética bastante aproximada de lo que es el género de las aventuras. A estas habría que añadir la protagonizada por el Capitán Corcorán.
Jean Baptiste Alfred Assollant nació en 1829 y murió en 1886; de toda su producción, desde 1859 con Escenas de la vida en los Estados Unidos, hasta Los crímenes de Polichinela (1892), pasando por Los amores de Quaterquem (1860), la más reconocida es precisamente las Aventuras maravillosas pero auténticas del capitán Corcorán (1867).
Ya desde el título podemos entrever una cierta voluntad por parte de Alfred Assollant de parodiar un género que, aunque había alcanzado cotas importantes, todavía no había llegado a su momento álgido.
Los fundamentos más cercanos de la literatura de aventuras pueden situarse en el Romanticismo; aunque las novelas de Walter Scott puedan ser calificadas perfectamente de narraciones históricas, es innegable que en ellas también hay mucha aventura; de la misma forma podríamos citar un texto de Victor Hugo, en pleno romanticismo, como Bug Jargal; sin olvidar los argumentos desarrollados en el tiempo en que el Romanticismo comienza a perder su esencia para dar paso a lo que con el tiempo, una vez cruzada la difusa frontera, será el Realismo, recordemos especialmente a Alejandro Dumas.
Así pues, para la época en la que Alfred Assollant escribe sus Aventuras del capitán Corcorán, el género ya está lo suficientemente perfilado como para dar lugar a esta parodia, evidente desde esa calificación de las hazañas del héroe como “maravillosas pero auténticas”.
Comienza esta novela con una reunión de los miembros de la Academia de Ciencias de Lyon; todos ellos dormidos mientras uno de ellos diserta sobre un tema tan erudito como puede ser “la huella que deja en el polvo la pata izquierda de una araña que no ha comido”. En ese ambiente tan vacuo y adormecido irrumpe el 26 de marzo de 1857 un marino, el capitán Corcorán que, desde un primer momento aparece retratado como una especie de pícaro. Sus conocimientos son inmensos, aunque su actitud parece desmentirlos. Ha llegado a la Academia de Lyon acompañado de una tigresa, Louison, la cual alcanzará un protagonismo especial en la obra. Normalmente los animales son una categoría secundaria y sobre todo antagónica para los héroes de libros de aventuras, sin embargo –y esto llegará a su culminación con Rudyard Kipling- en las Aventuras del capitán Corcorán, tanto Louison la tigresa como otros animales alcanzarán una categoría que los humaniza hasta extremos insospechados, mientras que animaliza a algunos personajes humanos por su falta de unos valores que están muy presentes en los tigres o en el elefante que aparecerá posteriormente en la historia.
En fin, el capitán Corcorán, originario de Saint Malo –dato que no es baladí para retratarlo en su condición de marino bretón, acérrimo enemigo de los ingleses- ha acudido ante los académicos de Lyon para que estos valoren si es digno de aventurarse en la búsqueda del primer libro sagrado de los hindúes: el Gurakaramtá, considerado, incluso anterior a los Vedas.
El capitán Corcorán es descrito en los siguientes términos: “Era un joven alto, de apenas unos veinticinco años, que se presentó sencillamente, sin modestia y sin orgullo. Su rostro era blanco y sin barba. En sus ojos, de un verdemar, se reflejaban la franqueza y la audacia. Vestía una chaqueta de lana de alpaca, una camisa roja y un pantalón de dril blanco. Los dos extremos de su corbata, anudada a lo colm, pendían al descuido sobre su pecho”. Por otra parte, su carácter aventurero está expresado en estas palabras con las que él mismo se define: “Si soy o no astuto, lo ignoro. Pero sé que siendo mi cráneo el de un bretón de Saint Malo, y siendo los puños que cuelgan de mis dos brazos de un peso poco frecuente, y siendo mi revólver de buena fábrica y mi daga escocesa de un temple sin parangón, no he visto todavía a un ser viviente que me haya puesto impunemente la mano encima. Son los cobardes los que han de ser astutos. En la familia de los Corcorán, nos abrimos paso como las balas de un cañón”.
El capitán Corcorán se va a hacer cargo de la gesta que alcanza un cierto tono sagrado como toda gesta que se precie de originar un recorrido por las sendas de la aventura. Esta búsqueda le llevará a la India, prácticamente dominada por los ingleses. En vísperas del alzamiento de los cipayos, circunstancia que se une a una segunda línea en la trama, la cual conducirá al capitán Corcorán hasta un trono, el del país de los Maharajás, de una riqueza inmensa, la de su monarca, como corresponde al arquetipo orientalista de la época; hasta un amor en plenitud por la princesa Sita y hasta una vida de heroísmo extremo, compromiso con la libertad y lucha contra la injusticia.
Alphonse Marie Adolphe de Neuville (1835-1885) ilustró la edición original francesa, publicada por Hachette en 1867. Este pintor estudió con Eugéne Delacroix. Sus obras más conocidas están relacionadas con la guerra Franco-Prusiana, la de Crimea y la Zulú. Además fue ilustrador de libros como Veinte mil leguas de viaje submarino. Sus grabados manifiestan una gran calidad y la voluntad de representar el mundo de la aventura desde los parámetros del exotismo que caracteriza este tipo de textos.
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