Haiku de la nostalgia

Una casa lejana.
Busco el horizonte.
Pétalos que caen.

Antonio Joaquín González
(El tiempo en el rostro)Almendro-El-tiempo-en-el-rostro

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Yin-Yang (El tiempo en el rostro)

Cada día que pasa, descubrir dolores nuevos
que invaden hasta aquel rincón
donde uno podía retirarse y descansar.

Y enfrentarse al descarnado rostro
de la propia cobardía y las bajezas.

Cada día descubrir a nuestra espalda
caminos que se cortan;
y temer por cuántas tumbas se puedan abrir
a nuestro paso;
y levantarse perdido al alba,
sin reconocer la casa propia;
y darse de golpes contra puertas y pasillos.

Pero, con el primer frío de la aurora,
descubrir, aunque todo se cubra de escarcha,
el cielo despejado con luna y estrellas.

Antonio Joaquín González
(El tiempo en el rostro)

Nubes-El-tiempo-en-el-rostro

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EL TIEMPO EN EL ROSTRO

El-tiempo-en-el-rostro-portada¿Por qué la poesía? Cuando todas las palabras parecen estar dichas, y son tantas y tan hermosas, ¿qué sentido tiene repetir las mismas visiones que han llenado los ojos de quienes nos han precedido? Eran aquellos, versos ajenos y estos lo son propios, contienen una vida, tanto imaginada como sentida; chispazos, unas veces de luz, otras de ignominia, luces y sombras que se mezclan en los versos; y en ellos años, que pueden parecer una eternidad; paso del tiempo que va tallando cada perfil del rostro y con ellos versos que llegan, para permanecer como recuerdo.

Se contienen en este libro de poemas muchas palabras con las que me he encontrado en el pasar de la vida; iluminaciones de lo cotidiano que son como retratos, vivencias del desasosiego que nacen con los amaneceres de los años que transcurren; sin tristeza, con miedo y también con las esperanzas de alegrías que siguen llegando; porque la melancolía tiñe el mundo con un brillo de perla y hace, a la vez, resaltar cada encuentro en la frontera, territorio para el nómada, para el hombre que sabe nada nefasto es definitivo; simplemente, camina, aunque sólo encuentre protección bajo la sombra de su propia espada, hasta encontrar los brazos que alejan a la muerte.

A ti, lector, entrego estos jirones de vida, de amor, de sueño y de libros.

http://www.amazon.es/EL-TIEMPO-EN-ROSTRO-reunidos-ebook/dp/B018PLDP20/ref=sr_1_3?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1448884812&sr=1-3

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Los años de peregrinación del chico sin color de Haruki Murakami

色彩を持たない多崎つくると、彼の巡礼の年
Shikisai wo motanai Tasaki Tsukuru to, Kare no Junrei no Toshi
Traducción Gabriel Álvarez Martínez

los-anos-de-peregrinacion-del-chico-sin-color.jpgBuena parte de la narrativa de Haruki Murakami se caracteriza por la utilización de una voz en primera persona que alcanza, en algunos momentos, la categoría de autobiográfica. No es este el caso de Los años de peregrinación del chico sin color. En esta, la última novela del autor hasta la fecha, hay un narrador ¿ajeno? a la historia. Sus palabras se aproximan mucho a las que sirven para presentar a Tony Takitani en el cuento del mismo título (Sauce ciego, mujer dormida). ¿Por qué esa duda respecto al alejamiento de la voz narrativa y la realidad de los personajes? Principalmente, por la invasión de los sentimientos más profundos de los protagonistas, por una omnisciencia que no es característica de nuestra época de literatura posmoderna. En apariencia, Haruki Murakami se aleja de esa novela del yo que marca la narrativa japonesa desde la era Meiji; sin embargo, tanto en una voz propia, manifiesta en numerosas conversaciones, como en el libre discurrir de la conciencia desde una tercera persona, el individuo sigue siendo el punto central de la historia y, más allá, de la utilización del narrador característico del realismo, la expresión del yo sigue siendo prácticamente la misma que encontramos en Sputnik, mi amor o Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.

Los años de peregrinación del chico sin color está en la línea genérica de la novela de amor adolescente y, a la vez, mantiene la ambigüedad que sirve para definir la ruptura de la frontera entre lo cotidiano y lo maravilloso, arranque que justifica la calificación de Haruki Murakami como escritor del realismo mágico. El salto de lo normal a lo fantástico, en esta novela no es tan evidente como en Kafka en la orilla, 1Q84, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, La caza del carnero salvaje o Baila, baila, baila. Lo fantástico en Los años de peregrinación del chico sin color está más relacionada con Tokio Blues o Sputnik, mi amor; novelas en las cuales la ambigüedad nace de la distorsión en la mirada del mundo. Una deformación que bien puede estar provocada por la enfermedad mental o por la soledad. Del mismo modo, las tres novelas comparten ese acercamiento a lo amoroso desde la idealización juvenil (como en el caso de Tengo y Aomame en 1Q84).

Un cambio substancial que se produce en esta novela, respecto a las anteriores de Murakami, es la elección de la generación de los protagonistas. Hasta este momento, la mayoría de sus personajes principales pertenecían a la del baby-boom (salvo el evidente ejemplo de Kafka en Kafka en la orilla). Nos encontramos ahora con un grupo de amigos cuyos padres vivieron los años problemáticos de compromiso social en las huelgas estudiantiles a finales de la década de 1960. Para Tsukuru Tazaki y sus cuatro amigos con color (Ao, Kuro, Shiro y Aka; azul, negro, blanco y rojo), el mundo ha cambiado, pero sólo aparentemente, su compromiso social ya no es necesario –tampoco lo fue para la mayoría de los otros protagonistas de Haruki Murakami-, también es cierto que poseen algunos adelantos tecnológicos que eran muy primitivos en textos anteriores (recordemos Crónica del pájaro que da cuerda al mundo), sin embargo, el teléfono sigue siendo el principal instrumento de comunicación, de transmisión de soledad y de premoniciones.

almendros-Antonio_Joaquin-GonzalezCambian las generaciones, cambia la voz narrativa. Se mantiene el sentimiento de soledad y su expresión mediante un narrador tan omnisciente que casi es la voz del personaje. No se da el salto definitivo que borra la frontera entre lo real y la maravilla, pero lo ominoso marca de tal manera lo cotidiano que la vida se distorsiona para seguir expresando el leitmotiv de la narrativa de Murakami: la soledad del individuo.

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La literatura como iluminación

HARUKI MURAKAMI

Por:  Antonio Joaquín González Gonzalo

Fotomontaje Fotografía de Per Folkver en Politiken.dk. Cerezos en flor de Hasegawa Kyuzo. Siglo XVI. Kyoto

Fotomontaje
Fotografía de Per Folkver en Politiken.dk.
Cerezos en flor de Hasegawa Kyuzo. Siglo XVI. Kyoto

La iluminación como sublimación de la realidad, bien espiritual o bien meramente intelectual, es una de las características de la religiosidad japonesa, por influencia del budismo, sobre todo de la rama zen, y también del shintoismo, cuya relación con la naturaleza implica la presencia del paisaje como escenario básico en la consecución de una mirada trascendental. Este sustrato cultural, que no exclusivamente religioso, marca muchos momentos de la literatura de Haruki Murakami.

Son muchas las ocasiones en las que este escritor japonés ha descrito con detalle el instante concreto en el que tomó la determinación de escribir. Con estas palabras concretas en su libro De qué hablo cuando hablo de correr: “fue aproximadamente a la una y media de la tarde del uno de abril de 1978. Ese día estaba solo en la grada exterior del estadio Jingu, viendo el partido de béisbol mientras tomaba una cerveza”. Todo es sosiego, expresión de la quietud interna de aquel que está contemplando, “miraba tranquilamente el partido tumbado en la hierba, dando sorbos a mi cerveza fría y alzando de vez en cuando la mirada para contemplar el cielo”. Y, desde el recuerdo, pues De qué hablo cuando hablo de correr es un texto escrito entre 2005 y 2006, llegan los detalles más nimios: “el agudo sonido del bate impactando de lleno en aquella bola rápida resonó en todo el estadio” y desde este sonido, este sentimiento y una acendrada sensorialidad, llega la experiencia culminante: “en ese preciso instante me dije: <ya está, voy a probar a escribir una novela>. Todavía recuerdo con nitidez el cielo completamente despejado, el tacto de la hierba fresca que acababa de reverdecer y el agradable sonido del bate. En ese momento, algo cayó suave y silenciosamente desde el cielo y yo, sin duda, lo recibí” (p. 45).BeísbolY aquí está el principio, mitologizado, de la narrativa de Haruki Murakami.

El concepto de iluminación está presente en otros muchos momentos de su literatura. Al fin y al cabo, sus obras son una indagación en lo más profundo para alcanzar la esencia de lo humano más allá de un vacío doloroso de soledad. Posiblemente, la novela en la que este proceso se hace más evidente sea Crónica del pájaro que da cuerda al mundo; aunque ya se pone de manifiesto en su segunda novela Pinball, 1973, obra en la que podemos leer la descripción de una experiencia maravillosa durante una partida en pinball, culminada, después de unos años de insensibilidad, con una misteriosa visita a un antiguo matadero de pollos aparentemente abandonado en el que setenta máquinas de billar suenan al unísono.

En casi todos los casos, los procesos iluminativos en la novelas de Haruki Murakami no conducen al resplandor que explica el universo, sino al descubrimiento de la tristeza. El ejemplo más evidente está en el teniente Mamiya de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Y en esta misma, el proceso sufrido por el veterinario del zoo del Hsin-Ching, otra de esas descripciones espeluznantes tan abundantes en la narrativa del realismo mágico, cuando un soldado chino es asesinado: “El teniente le hizo al soldado un signo afirmativo. Éste echó el bate hacia atrás, respiró hondo y golpeó con todas sus fuerzas la base del cráneo del chino. Fue un golpe sorprendente, magnífico. Su cintura rotó tal como le había enseñado el teniente, con el grueso extremo del bate golpeó el cráneo directamente detrás de las orejas”. Esta experiencia cambia la visión que del mundo tiene el personaje que mira un paisaje de crueldad en el que el pájaro que da cuerda le anuncia lo terrible del futuro.

Afortunadamente, la iluminación que hizo de Haruki Murakami el escritor que hoy es fue radicalmente diferente.Murakami

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MUJERES HEIAN EN MURAKAMI

ARQUETIPOS FEMENINOS CLÁSICOS HEIAN EN LA NARRATIVA DE HARUKI MURAKAMI

Aunque mucho se ha tratado de la influencia de la literatura norteamericana en la obra de Haruki Murakami, acercarse a sus textos desde los principios clásicos de la cultura japonesa puede deparar algunas sorpresas. Dos son novelas en las que vamos a fijar nuestra atención de una manera especial. La primera, Kafka en la orilla, posiblemente en la que es más evidente la pervivencia de lo clásico; de hecho en ella se menciona el Genji Monogatari como uno de los paradigmas para la explicación de lo sobrenatural. Esta obra tiene su origen en la era Heian, una época marcada por principios estéticos como fûryû, que es la elegancia, transformada en miyabi cuando se cubre de una pátina de sensibilidad, ejemplificados tanto en el Genji Monogatari (1011) de Murasaki Shikibu como en el Libro de la almohada (996) de Sei Shonagon o en los otros diarios de mujeres de la corte de la época.

Retrato de Naniwaya Okita. Kitagawa Utamaro

Retrato de Naniwaya Okita. Kitagawa Utamaro

En Kafka en la orilla nos encontramos con un personaje concreto que encarna estos valores, se trata de la señora Saeki: “una mujer delgada que debe de tener unos cuarenta y cinco años. Alta para su generación. Lleva un vestido azul de manga corta y una chaqueta fina de color crema sobre los hombros. Muy elegante. El pelo largo y recogido en una cola floja. Cara refinada e inteligente. Ojos bonitos. Y una pálida sonrisa flotando en los labios como una sombra. No puedo expresarlo bien, pero su sonrisa raya en la perfección. Me recuerda un pequeño rincón soleado. Un rincón de especiales contornos que sólo pueden nacer en un lugar donde haya cierto tipo de recogimiento. […] La señora Saeki me produce una impresión fuerte y a la vez nostálgica” (pág. 56)

Rye Miyazawa para la campaña publicitaria de Shiseido Aqualabel

Rye Miyazawa para la campaña publicitaria de Shiseido Aqualabel

Con estas palabras describe Kafka Tamura a la señora Saeki. Y en ellas, además, flota, como un leve aroma, otro de los principios estéticos de la era Heian, se trata de mono-no-aware; la tristeza refinada, la nostalgia sentida al contemplar algo que es hermoso y perecedero. El mono-no-aware ha pervivido en la literatura japonesa más allá de cualquiera de las revoluciones extranjerizantes que han influido en esta cultura, hasta llegar a lo que ha dado en llamarse la corriente literaria del amor puro o romántico (ejemplificada en Un grito de amor desde el centro del mundo de Kyoichi Katayama y Tokio Blues del propio Haruki Murakami). De estas palabras de 1Q84 (libro 3) se desprende el concepto al que me refiero: “La tristeza inundaba el corazón de Aomame silenciosa, furtivamente, como un caudal de agua suave y oscura. En esos momentos, el circuito de su memoria cambiaba de dirección y pensaba con todas sus fuerzas en Tengo. Se concentraba y rememoraba el tacto de la mano de Tengo cuando, a los diez años, en aquella aula, acabadas las clases, sostuvo la mano de él unos minutos” (pág. 67).

El otro ejemplo de valores de la era Heian en Murakami está en la novela 1Q84, encarnado en el personaje de la anciana de la Villa de los Sauces en Azabu, la señora Shizue Ogata; se trata del mujôkan, un profundo sentimiento por la constatación de la impermanencia en el mundo. Es la expresión de melancolía por la fugacidad de la existencia, la contemplación de la belleza en lo frágil, como una gota de rocío, las flores de cerezo o las mariposas. Tal mirada es la fusión absoluta con lo contemplado. La señora de la villa de los sauces lo explica en los siguientes términos, mientras está con Aomame en el invernadero de mariposas: “las mariposas son criaturas de una elegancia, ante todo, efímera. Nacen en algún sitio, buscan tranquilamente un número reducido de cosas y, poco después, van desapareciendo a escondidas para irse a algún lugar. Tal vez a un mundo distinto de éste” (vol. 1, pág. 112).

Pintura de Tani Bunchô (siglo XIX)

Pintura de Tani Bunchô (siglo XIX)

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Un texto aljamiado

Origen: Un texto aljamiado

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YOJIMBO

Origen: YOJIMBO

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YOJIMBO

akira-kurosawa3-Antonio-Joaquín-González23 de abril de 1961.

Producida por Kurosawa films Production, Distribuida por Toho.

Producción. Tomoyuki Tanaka y Ryuzo Kikushima.

Fotografía. Kazuo Miyagawa.

Dirección artística. Yoshiro Muraki.

Música. Masaru Sato.

Reparto.

Toshiro Mifune, Eijiro Tono, Kamatari Fujiwara, Takashi Shimura, Seizaburo Kawazu, Isuzu Yamada, Hiroshi Tachikawa, Kyu Sanzaka, Tatsuya Nakadai, Daisuke Kato, Ikio Sawamura, Akira Nishimura, Yoshio Tsuchiya, Yoki Tsukasa, Susumo Fujita.3l-Antonio-Joaquín-González El azar es un elemento básico en la vida de un samurái que recorre los caminos sin un destino definido por él mismo. En un primer momento parece, incluso, que su vida no tiene un objetivo. Cuando el samurái errante – recibe el nombre de ronin- llega a una encrucijada, opta por arrojar una rama y dejar que sea uno de sus extremos el que marque el camino. Pronto se encontrará con dos hombres que discuten; son un padre y un hijo. Éste dirá que prefiere una existencia corta pero llena de aventuras a una vida larga comiendo gachas. A través de las palabras de los padres, el samurái se enterará de que el pueblo cercano está sumido en un enfrentamiento entre bandas que impide el comercio de la seda, con lo cual se está llegando a una situación insostenible.

Al llegar al pueblo, el samurái es recibido por un perro que corre con una mano humana entre sus fauces; un cómico oficial de policía le invita a unirse a una de las dos bandas que luchan por dominar la situación; un grupo de harapientos facinerosos lo rodean con sus grotescos gestos.

En la posada, el dueño le explicará en detalle la situación y el samurái, que es un mercenario –yojimbo- afirma que va a ser contratado por uno de los dos bandos. Este mercenario, que por no tener no tiene ni nombre, pues se inventa uno, Sanjuro –el que ronda los treinta años-, se propone terminar con esa guerra entre delincuentes que ha destruido la tranquilidad de los ciudadanos pacíficos que no aparecen en ningún momento del filme. Este último aspecto es bastante curioso, puesto que Akira Kurosawa cuidaba mucho la ambientación de sus películas. Puede recordarse al respecto la detallada recreación de la aldea de Los siete samuráis. Sin embargo, en Yojimbo, salvo los grotescos facinerosos, los degradados jefes y comerciantes (el de seda y el de sake), el posadero y el carpintero de ataúdes, no aparecen muchos más personajes. El pueblo parece uno de esos pueblos fantasmas que luego serán tan frecuentes en el western. Hay también una familia desgraciada. El marido perdió a su hermosa esposa en una apuesta. Sanjuro desprecia a las personas que se dejan arrastrar así por las miserias de la vida, igual que hacía Kikuchiyo en Los siete samuráis, el cual más allá de ese desprecio se acaba implicando en una guerra que no es la suya. Eso es lo mismo que hará Sanjuro, arriesgando su vida y volviendo a su soledad en los caminos con un lacónico Abayo (hasta la vista).Yojimbo1-Antonio-Joaquín-González

Yojimbo comienza con la soledad de un hombre ante las montañas y el frío. Toshiro Mifune da la espalda al espectador en una clara representación de su comportamiento asocial y solitario. Este personaje llega a una encrucijada de caminos señalada por una serie de lápidas religiosas que no le merecen mayor atención. Sopla el viento y se acentúa la sensación de soledad que perfectamente se transmite al que en ese momento ve las imágenes.

Los elementos naturales –la lluvia y el viento- siempre tienen un protagonismo especial en las películas de Akira Kurosawa. El ambiente en Yojimbo es muy seco, tanto que el viento levanta continuamente nubes de polvo. El viento siempre anuncia cambios. En Yojimbo hay tres momentos especialmente destacables al respecto. En el primero, justo al inicio de la película, como ya hemos dicho, agudiza la sensación de soledad, pero también anuncia unos cambios que están a punto de producirse. En este sentido el viento habla del posterior enfrentamiento entre dos modos distintos de contemplar la vida cuando aparezca un asesino que no duda en utilizar un revólver. Y, por último, durante el período en el cual Sanjuro se recupera de las heridas recibidas; el viento mueve una hoja seca que será acuchillada una y otra vez con mortal eficacia por el samurái que ya vuelve a ser fuerte y capaz de acabar con la situación de injusticia que está viviendo el pueblo.

Sanjuro es un ejemplo claro de la transformación que sufre la figura heroica del samurái en la cinematografía japonesa, a partir de la década de 1950 (Los siete samuráis es de 1954). Este arquetipo cultural japonés ha recibido a lo largo de la historia cinematográfica diversas connotaciones. En la segunda mitad de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, el samurái pasa a ser un individuo solitario y asocial que, sin embargo, se compromete con los débiles, aunque en algunos momentos, como sucede en Yojimbo, llegue a afirmar: “Odio a la gente patética”. Ese compromiso, que no termina con su soledad sino que la agudiza, está muy cerca de la imagen final de Centauros del desierto de John Ford.

A diferencia de un seguidor fanático del código samurái del Bushido (como ocurre en La venganza de los cuarenta y siete samuráis de Kenji Mizoguchi o Los cuarenta y siete ronin de Hiroshi Inagaki) o, alejándose de una existencia de sangre y violencia (como lo representado en el personaje del asesino que aparece en Yojimbo, ejemplificado en muchos otros momentos de la cinematografía japonesa), el samurái de este período se convierte casi en un instrumento del destino. En Yojimbo, la destrucción es el karma. El fuego es el pago por la maldad, o la muerte. Pero, a la vez, es un instrumento de justicia totalmente desapegado, así se explican las últimas palabras que se pronuncian en la película. Primero en la muerte del asesino con revólver: “Te estaré esperando en la puerta del infierno”, a lo cual Sanjuro responde: “Idiota, murió como vivió”. Y, finalmente, el “Abayo” (Hasta la vista) con el cual Sanjuro da, otra vez, la espalda al espectador y a una realidad que ha cambiado pero que no le da nada, pues sigue prefiriendo la soledad del camino. Esta errancía, por otra parte, originará otra de las hermosas películas de Akira Kurosawa: Tsubaki Sanjuro (Sanjuro el de las Camelias).Yojimbo0-Antonio-Joaquín-González

“Las películas <de sable> (ken geki), subgénero del jidai-geki (cine histórico) recibieron los honores de un éxito masivo e internacional. Pronto se dejó de lado el noble término (ken-geki) para sustituirlo por otro más popular, chambara, derivado de la onomatopeya <chan-chan bara-bara>, que representa el ruido brutal del sable al cortar la carne humana. Tanto por el número de películas producidas como por su carácter <único>, el chambara es una de las piedras de toque del cine japonés.

De 1954 a 1968 se rodaron los más hermosos ejemplos de cine <de sable>. Se puede señalar, además, que es durante este periodo cuando más renombre adquirieron grandes cineastas como Ozu, Kinoshita o Kurosawa.

Precisamente Kurosawa, quien al rodar La fortaleza escondida (Kakushi Toride no san akunin, 1958), Mercenario (Yojimbo, 1961) y Tsubaki Sanjuro (Sanjuro Tsubaki, 1962) realizó obras maestras del cine japonés y del chambara. Kurosawa filmó los clásicos duelos de sable con un sorprendente virtuosismo, y los aprovechó para inyectarles una violencia gráfica que después sería retomada.”

“A propósito de las películas <de sable>”, Pascal Vincent, Nosferatu. Revista de cine. Monográfico de cine japonés.sable-Antonio-Joaquín-González

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Un texto aljamiado

Poema-deYuçuf-Antonio-Joaquín-GonzálezLa literatura aljamiada es aquella escrita en un castellano muy arabizado, utilizando las grafías del alifato árabe. Según algunos historiadores, nace en la época en que los musulmanes no hablan un árabe puro sino romanceado por influencia de las lenguas de los reconquistadores. La voluntad de estos textos podría ser la necesidad de ocultar su contenido, aunque tal explicación no parece muy adecuada –al fin y al cabo tan legibles son las letras del alifato como las del abecedario-. Más bien tendríamos que pensar en los valores talismánicos, simbólicos, o de identidad cultural si se prefiere, de la palabra escrita. Fundamentalmente, el origen de la literatura aljamiada se encuentra en los moriscos; los descendientes de los mudéjares a los cuales todavía les quedaba una cierta posibilidad de hacer gala de sus rasgos culturales con mayor libertad de que dispondrían sus descendientes, siempre en riesgo de ser perseguidos por un cristianismo intransigente ajeno a es visión idílica que tantas veces ha intentado alumbrar las oscuridades de la historia de España.

Cerámica-Mudéjar-Antonio-Joaquín-González            La casualidad y un cierto misterio han acompañado a buena parte de los hallazgos de textos aljamiados; misterio porque son libros que se encontraban escondidos tras las paredes. Así en 1795, se encuentra una miscelánea de textos aljamiados en una casa de Ágreda que se hunde. En 1884 en Almonacid de la Sierra, al ser derribada un edificio antiguo aparecen más de cien manuscritos aljamiados.

alcorán-aljamiado-Antonio-Joaquín-González          Entre los textos aljamiados que poco a poco han sido encontrados está el Corán, en una lengua romance tan arabizada que resulta de complicada comprensión para un castellano parlante; Corán que perfectamente serviría como texto de meditación para el creyente musulmán en un tiempo en el que se había perdido la enseñanza del árabe clásico en su pureza. En aljamiado está redactado, también, el Poema de Yuçuf, que contiene la historia del José bíblico. También hay textos aljamiados de narrativa ficticia como el Recontamiento de Alixandre o la Historia de los amores de Paris y Viana.

Uno de los textos aljamiados más importantes es El libro de las batallas. Uno de los ejemplos más claros de cómo hay lazos semánticos entre el mundo épico románico y el árabe, en una línea que llegaría hasta los libros de caballerías del siglo XVI.

Sirvan estas palabras como presentación del texto que sigue, perteneciente al Libro de las Batallas, editado en 1967 por Álvaro Galmés de Fuentes (en la edición puede leerse tanto el original como la transcripción, ahora presentamos una versión). Este texto es una magnífico ejemplo de una descripción maravillosa, en ella, Zaid, embajador del Profeta Muhammad, describe el palacio del rey de Yemen Al-Hâriz.

Llegué ante el alcázar y entré. Vi una plaza muy grande en la cual se levantaba otro palacio. En el patio había gentes sentadas; todos vestían sedas y sobre sus cabezas tocas del mismo tejido, con filigranas de oro. Entre los allí presentes había uno que sobresalía por su majestad. Pensé que aquel era el rey, así que me acerqué a él y me dispuse a rendirle pleitesía. Entonces me dijo mi guía:Medina-Azzahara-Antonio-Joaquín-González

-No, éste no es el rey; pues él es más alto y noble en su aspecto. Éste es uno de sus alguaciles.

            Cruzamos otra entrada y llegamos a otro patio. Salió un portero y me preguntó:

-¿Eres tú el mensajero de Muhammad? -. Le contesté que sí.

-Pues entra- respondió él.

            Así llegué a otro alcázar que no era menor que el primero. Había mucha gente en sus sitiales, todos ellos perfectamente engalanados, unos con más magnificencia que otros. Yo me dije: “no hay duda de que aquel es el rey”. Pero cuando mi guía vio que yo iba hacia él, me detuvo con estas palabras:

-No es este el rey, sino un cautivo de sus muchos cautivos.

            Después pidió licencia al que controlaba la entrada a otro alcázar. Así fui pasando de palacio en palacio; en cada uno de ellos yo pensaba que estaba el rey; así cruzamos más de treinta estancias. Salimos a una plaza enorme donde había mucha gente; desde ella se entraba en una sala con paredes de oro, su techumbre sembrada de rubíes y otras piedras preciosas. A la mano derecha cuarenta esclavos y a la izquierda otros tantos, todos ellos con espadas desenvainadas. Entre ambas filas, una silla de marfil, con pies de ébano, esmaltados en oro y con rubíes engastados. Allí estaba sentado el rey. Sobre su cabeza, una corona de oro y perlas. Se encontraba flanqueado por sus consejeros.Dionís Baixeras 1885. Universidad de Barcelona

            En el ambiente flotaba un noble aroma. Allí había también un trono de oro, sobre él una imagen de hierro, con cabeza de latón y ojos de rubíes bermejos; a su izquierda, una doncella, y sobre su cabeza un ave, en su mano derecha una copa de oro rebosante de almizcle y en su izquierda, una taza de agua de rosas. La doncella hablaba al ave con el lenguaje de los pájaros; y el ave volaba desde la corona a la copa de almizcle y a la del agua de rosas; en ellas mojaba sus alas y regresaba a la corona donde, al sacudirse, asperjaba aquellos aromas sobre todos los presentes. Cuando, después, regresaba sobre la cabeza de la doncella, ésta le hablaba otra vez y el ave repetía aquel gesto, rociando el patio de aroma de almizcle y rosas.

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